¿Tiene Irán derecho a poseer armas nucleares? La pregunta es corrosiva pero encierra una de las claves de la crisis existente en estos momentos entre la Unión Europea, la AIEA y EEUU sobre el polémico programa nuclear iraní y los desafíos del nuevo gobierno de Mahmud Ahmadinejad.
En Teherán lo tienen claro. El consenso nacional es casi absoluto independientemente de que, para los países occidentales, Irán no sea un ejemplo del libre debate y no se conozca si existe disensión en ese sentido. Lo que parece claro es que la sociedad iraní, a pesar de sus profundas contradicciones y su complejo sistema de gobierno, concibe como necesario proveerse de un programa nuclear. De allí que comenzaran a laborar en la central de Isfahan, rompiendo los acuerdos con la ONU aunque en presencia de técnicos de la AIEA.
Las razones no obedecen directamente a una ambición de los "ayatollahs" ni del estamento militar, en aras de fortalecerse o de expandir la revolución khomeinista. Los factores se incluyen en imperativos de seguridad y estrategias a mediano plazo. Basta ver el mapa del país, cercado militarmente por la coalición anglo-estadounidense desde Afganistán a Irak y el Golfo Pérsico. Estratégicamente, el programa nuclear no sólo otorga indudable prestigio y peso en el escenario internacional, sino que también permite su utilización para necesidades energéticas, ante las previsiones del "fin de la era petrolera", las cuales se harán más urgentes a medida que pase el tiempo.
Donde no parece estar claro el panorama es en lo que denominamos Occidente. La "troika" europea compuesta por Alemania, Francia y Gran Bretaña, que logró en octubre pasado la paralización del programa iraní, considera también urgente encauzar las negociaciones hacia lo que en Irán es versión oficial: un programa con fines pacíficos. Sin embargo, irritada por la firme posición iraní, la "troika" se apresta a incluir el problema en el duro juego de negociación del Consejo de Seguridad de la ONU. Ésta, por su parte, y a través de la AIEA, espera afianzar una estrategia de disuasión, a fin de recuperar el protagonismo perdido en Irak, evitando que se cometan los mismos errores.
Obviamente, la posición más confrontativa y unilateral se encuentra en Washington. Si no fuera Irán el problema, un país cuya doctrina oficial arremete contra la "decadente cultura occidental" y el "imperialismo estadounidense", esta crisis nuclear se canalizaría por otras vías, de menor tensión. Tomemos como ejemplo a Pakistán, único país musulmán con programa nuclear ya acabado, cuyo régimen militar dirigido por el general Pervez Musharraf necesita del respaldo occidental. O la India, reciente aliado estratégico para Washington. En estos casos, la crisis nuclear se ha solucionado por mecanismos más prudentes.
En el caso iraní, la clave de la crisis está en el hecho de que este país está incluido en el "eje del mal" contemplado por Bush y de que las últimas elecciones presidenciales arrojaran una contundente victoria de la vía ortodoxa de los "ayatolláhs", en detrimento de una "vía reformista" superada por el "establishment" oficial. Las fuerzas del poder en el país garantizan más la continuidad que el cambio y, a pesar de que la dinámica interna muestra síntomas de agotamiento, el régimen no da muestras de colapsar.
En apariencia, y a tenor de sus primeras declaraciones, Ahmadinejad parece encarnar el espíritu original de la revolución de Khomeini: fuerte presencia ideológica, menos pragmatismo y mayor retórica antiestadounidense. Pero en términos reales, Ahmadinejad es un enigma que Washington deberá saber descifrar. Se estiman mayores fricciones con Washington y Europa pero sin desgastar la vía de la negociación.
La administración Bush calcula la crisis iraní bajo dos ópticas que se interrelacionan, porque corresponden con la visión general de la Doctrina de Seguridad Nacional predominante en la Casa Blanca. La primera, la del "eje del mal", selecciona a Irán dentro de la "guerra internacional contra el terrorismo". La segunda, la del retorno de la "línea dura" al poder en Teherán, alentaría la visión de "guerra contra las tiranías" expuesto por Bush en enero pasado ante el Congreso estadounidense, y la necesidad de "expandir la democracia" en Oriente Medio.
Siendo esto así, ¿por qué la crisis iraní tiene una óptica diferente para Washington en comparación, por ejemplo, con la crisis norcoreana? Corea del Norte posee un sofisticado programa nuclear en una región sumamente delicada para la seguridad internacional. Aquí, la posición de Washington está mucho más determinada por los avances o retrocesos de los otros miembros de la negociación, en este caso China y Rusia, ya que Corea del Sur y Japón manifiestan mayor dependencia de la posición norteamericana.
En el caso iraní, la posición europea se va acercando más a los imperativos estadounidenses: presionar directamente, incluso con posibles sanciones económicas y el veto a la entrada de Irán en la OMC. Pero en la crisis también participan, de una manera tangencial, Rusia y China. Moscú ha sido un efectivo socio en las investigaciones nucleares iraníes a tal punto que ha contribuido en la construcción de una planta de energía nuclear. Por su parte, China espera obtener, en un futuro cercano, un 12% de su consumo energético del petróleo iraní.
Si la discusión se llevara a la ONU, lo cual agravaría la crisis, Moscú y Beijing utilizarían la fórmula del veto. Por eso la crisis iraní revela también otra clave para un Consejo de Seguridad señalado como el organismo que más cambios tendrá dentro de la prevista reforma global de la ONU, pautada para septiembre próximo. Si este escenario se diera, ¿sería entonces la crisis iraní la última que se discuta antes de la reforma del Consejo de Seguridad o la primera que se hará dentro del "nuevo" Consejo?
Siguiendo con las interrogantes, aunque ahora con tono ingenuo, ¿podrá esta crisis, con sus frecuentes "tira y afloja", proporcionar una vía de entendimiento y posible acercamiento en las inexistentes relaciones directas entre EEUU e Irán? En principio, resulta difícil, tomando en cuenta que la "línea dura" gobierna tanto en Washington como en Teherán y la actual coyuntura política mundial camina hacia mecanismos de mayor alcance unilateral. Pero no sería menos descabellado plantearse esa posibilidad, si la diplomacia lograra avances significativos.
Porque más allá de lo que piensen o calculen Bush y sus "halcones" y Ahmadinejad y los "ayatolláhs", en el seno de la joven y dinámica sociedad iraní prevalece un sentimiento de apertura hacia el exterior. Cerrar esa vía sería más peligroso que conocer hasta dónde va el programa nuclear iraní.