La credibilidad de Obama

 La credibilidad de toda acción humana, y en ello la política exterior no es una excepción, parecería venir dada por la posibilidad de transformar las palabras en acciones. Planteado en estos términos la credibilidad de un Estado en sus relaciones internacionales no sería otra cosa que un corolario de su poder.

Apartados xeográficos Estados Unidos
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 La credibilidad de toda acción humana, y en ello la política exterior no es una excepción, parecería venir dada por la posibilidad de transformar las palabras en acciones. Planteado en estos términos la credibilidad de un Estado en sus relaciones internacionales no sería otra cosa que un corolario de su poder.

      Sin embargo, si alguna enseñanza arroja la historia reciente es que ni siquiera Estados Unidos pudo recurrir a una credibilidad sustentada únicamente en el poder. El mundo se ha vuelto demasiado complejo como para que el poder se baste a sí mismo. En palabras de Joseph Nye: “El poder en la era de la información global se está haciendo cada vez menos tangible y menos coercitivo...El poder de los Estados Unidos es sólo parte de la historia. El cómo los otros reaccionan ante el poder estadounidense es igualmente importante” (The Paradox of American Power, Oxford, 2002).   

       La hegemonía de Washington comenzó a desmoronarse cuando buscó sustentarse únicamente en el poder duro, desconociendo los mecanismos para cooptar la voluntad de sus interlocutores por vía del multilateralismo cooperativo. El poder no es ya por sí sólo una alternativa viable de credibilidad internacional. Baste para constatarlo la impotencia de la Administración Bush en hacer valer su voluntad en casi todos los escenarios internacionales que confrontó.

La clave al respecto la proporciona Richard Hass: “El poder como un fin en sí mismo no sirve para mucho. Lo que realmente cuenta es la propia habilidad para transformar ese poder en influencia…La política exterior debe convertir ese potencial en capacidad de influencia” (The Politics of Power”, Harvard International Review, verano 2005).

      El eslabón que hace que el poder se transforme en influencia es el prestigio. De hecho, el prestigio no asociado al poder dispone de mayor facilidad para transformarse en influencia que el poder desprovisto de prestigio. Para demostrarlo baste citar el caso de Juan Pablo II, Jefe de un Estado de 44 kilómetros cuadrados y 932 ciudadanos, que se convirtió en uno de los mandatarios de mayor influencia internacional del siglo XX.  En otras palabras, la verdadera credibilidad es aquella asociada a la capacidad para ejercer influencia y ésta a su vez no puede prescindir del prestigio. 

      En sus inicios Obama proyectó la ilusión de comprender ésto. La simple esperanza de que Estados Unidos pudiese actuar con moderación y respeto a la soberanía y a las posturas ajenas, dentro del marco del diálogo y la negociación, bastó para que en 2009 se le entregase el Premio Nobel a pesar de estar recién llegado al cargo. Aquella esperanza no guarda relación con el Obama dispuesto a utilizar la fuerza militar en Siria al margen de la legalidad internacional o con el del bombardeo a Libia, los drones en Pakistán y el programa de vigilancia global denunciado por Snowden; o con el que mantiene fucionando a Guantánamo, prosigue con el bloqueo a Cuba y acepta cínicamente el golpe de Estado en Egipto. 

     Su diposición a brindarle una oportunidad a la solución negociada en Siria presenta, sin embargo, una faceta refrescante que recuerda al Obama de los primeros tiempos. Esperemos que fructifique este camino y defina un nuevo marco de referencia.