La Cumbre de la Tierra ¿éxito o derrota?

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El pasado 4 de septiembre se cerró en Johannesburgo la Cumbre de la Tierra. En ella predominaron una vez más los discursos de buenas intenciones de todos los países, con pocos acuerdos concretos que comprometiesen a los gobiernos a tomar medidas serias para reducir la pobreza y proteger el medio ambiente. La euforia y expectativa ante la mayor conferencia de la historia " con representación de 191 Estados " eran grandes, y los preparativos intensos. La cumbre se celebró justo una década después de la primera Cumbre de la Tierra en Río, donde en 1992 se expresó por primera vez la preocupación universal sobre los acuciantes problemas globales de desarrollo y medio ambiente.

Intenso también era el desafío que supuso la cumbre para los participantes. El reto era poner en práctica las promesas de Río y los Objetivos de Desarrollo del Milenio (establecidos en la Cumbre del Milenio en septiembre del 2000) para erradicar la pobreza y mejorar los niveles de vida. La Unión Europea aspiraba a ese objetivo "basándose en patrones de producción y consumo sostenible, así como para asegurar que los beneficios de la globalización puedan ser compartidos por todos", según se señalaba en una declaración formal ante la cumbre. Lo que pretendía la Unión Europea, era ejercer un liderazgo internacional en las políticas medioambientales globales. Quedó inicialmente demostrado a través de la representación de la mayoría de los países de la Unión Europea al más alto nivel. Así asistieron a la cumbre el presidente francés, Jacques Chirac, y el finlandés, Tarja Halonen, y otros ocho jefes de Gobierno, incluidos el alemán Gerhard Schröder, el británico Tony Blair y el danés Anders Fogh Rasmussen, que preside la Unión Europea este semestre. Sólo España, Luxemburgo, Grecia, Italia y Austria estuvieron representados a un nivel inferior, con ministros como dignatarios más destacados de las respectivas delegaciones.

De hecho, la Unión Europea trató de conjugar los intereses de todos los Estados miembros, procurando una línea de actuación firme y coherente. Lo que aspiraba a lograr era la adopción de objetivos cuantificables y calendarios, así como mecanismos para vigilar que se cumplan esos objetivos. Por eso presentó y apoyó iniciativas en los grandes temas de negociación: agua, energía, salud, consumo y producción sostenible, recursos naturales y biodiversidad, globalización económica y comercio, y ayuda al desarrollo.

La firmeza y coherencia que mostró la Unión Europea le faltó al segundo de los grandes grupos de países, que protagonizaron las negociaciones en Johannesburgo: los países en vías de desarrollo. El denominado grupo G-77, quedó marcado por una fractura significativa, causada por diferencias radicales entre los Estados productores de petróleo y las decenas de naciones hundidas en el subdesarrollo, que necesitan ayuda extranjera. Esta incoherencia de intereses destacó sobre todo en las negociaciones respecto a energías renovables, dónde no se llegó a más que a un vago acuerdo sin metas concretas.

El grupo liderado por los Estados Unidos también carecía de la coherencia que procuró mostrar la Unión Europea. De entrada, el presidente estadounidense, George W. Bush ya había anunciado que no iba a asistir. En esta ocasión, Washington estuvo representado por el secretario de Estado, Colin Powell, y se comunicó con anterioridad que la estrategia estadounidense en la Cumbre sería conservadora, intentando evitar cualquier cambio de acuerdos internacionales sobre el comercio o la ayuda al desarrollo. Un hecho importante era la fractura que se reveló entre los propios Estados Unidos y otros países de esta alianza, Japón, Canadá, Noruega y Nueva Zelanda. Al comprometerse " igual que Rusia " a ratificar el protocolo de Kioto (que establece los objetivos para reducir las emisiones que causan el efecto invernadero), se separaron de la postura estadounidense, que siendo el mayor contaminante del mundo (25 % de los gases invernaderos), ha reiterado en Johannesburgo su negativa a aceptar el protocolo. Con la ratificación de dichos países, el protocolo " que todavía no está en vigor " contará con los países necesarios, que sumen al menos el 55 % de los gases de efecto invernadero del mundo industrializado, para entrar en vigor. ¿Se podría aspirar a algo más?

No ha sido éste, sin embargo, el único gran resultado y a la vez decepcionante. Dos documentos fueron aprobados como conclusiones de la cumbre: el Plan de Acción de Johannesburgo, y una Declaración Política, que formula una serie de principios sobre el camino a seguir hacia el desarrollo sostenible. Los dos documentos " al margen de las declaraciones de buena voluntad " corren el peligro de convertirse en más papel mojado. El Plan de Acción tiene como objetivo reconciliar un crecimiento económico sostenible con la preservación del medio ambiente. Se trata de un largo y detallado documento que establece líneas de actuación, pero con escasa concreción de fechas y compromisos.

La Declaración Política es un documento muy reducido en extensión respecto a la propuesta presentada anteriormente. En ella, los países asumen "una responsabilidad colectiva para hacer avanzar y reforzar la interdependencia y el mutuo apoyo entre los pilares del desarrollo sostenible " desarrollo económico, desarrollo social y protección del medio ambiente " a nivel local, nacional, regional y global". Asimismo se específica el compromiso para erradicar la pobreza y se señala que la gran distancia que divide a la humanidad entre ricos y pobres, así como la creciente distancia entre los mundos desarrollado y en desarrollo suponen una gran amenaza a la prosperidad, seguridad y estabilidad globales.

Para combatir la pobreza y promover el medio ambiente, los siguientes acuerdos son los más destacados del Plan de Acción de Johannesburgo:

Agua y saneamiento
Reducir a la mitad de aquí al 2015 la población que no tiene acceso al agua potable o que carece de servicios de saneamiento (water, alcantarillado o depuración de aguas).

Recursos Naturales
Reducir significativamente el ritmo actual de empobrecimiento de las especies de aquí al 2010 (lo cual significará dotar de nuevas fuentes financieras y técnicas a los países pobres).

Pesca
Lograr que las reservas en los caladeros comerciales tengan una explotación sostenible como máximo el 2015.

Energía
Diversificar el suministro energético desarrollando nuevas tecnologías menos contaminantes en el campo de las energías fósiles y las fuentes renovables, incluyendo la eléctrica. Aumentar de manera urgente y substancial la participación de las fuentes renovables (aunque sin concretar metas). Eliminar de manera progresiva las subvenciones sobre la energía que obstaculizan el desarrollo sostenible.

Ayuda al desarrollo
La comunidad internacional "invita" a los países ricos a destinar un 0,7 % de su PIB a la ayuda al desarrollo.

Accesos a los mercados
Facilitar el acceso de los países en desarrollo a los mercados de los países del Norte y reducir las subvenciones a la exportación de que se benefician los agricultores de las explotaciones de las naciones ricas.

La falta de ambición del Plan de Acción de Johannesburgo (la ausencia de acuerdos vinculantes, concretos, cuantificables y calendarios) fue motivo de crítica ppr parte de la mayoría de ONGs representadas en la Cumbre. Las organizaciones criticaron que la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible parecía ser más bien una conferencia de las grandes corporaciones transnacionales, la abertura de una nueva ronda de más liberalización del comercio, en cuyo contexto los países en desarrollo no están en condiciones de competir. Ello se manifestó en dos rasgos. Por un lado, sobre todo los líderes europeos, expresaron la voluntad de eliminar todos los obstáculos para entrar en el mercado mundial, insistiendo en que si el comercio crece, la pobreza decrecerá. Eso puede suponer una amenaza para los países en vías de desarrollo, porque sus condiciones económicas y agrícolas limitan el desarrollo potencial, y sobre todo en regiones donde falta agua y la tierra está ya degradada por la sobreexplotación y la desertificación la situación es especialmente crítica.

Por otro lado, parece que el camino neoliberal de Reagan y Thatcher sigue recorriéndose con una novedad aprobada en la Cumbre: se auspició definitivamente la implicación directa del sector privado "empresas y ONGs- en acuerdos bilaterales y multilaterales con los gobiernos en el ámbito de ayuda al desarrollo, consolidado y extendido en los llamados acuerdos de tipo II. Con esta "privatización de la cooperación internacional" se firmó el desembarco de empresas y organizaciones de la sociedad civil en las actuaciones relacionadas con la ayuda al desarrollo y la protección del medio ambiente. Sin embargo, esta medida corre el riesgo de convertirse en una excusa de los países ricos para no asumir el compromiso real de compartir una pequeña parte de su riqueza para erradicar la pobreza, cargando el mercado con la responsabilidad.

En fin, los resultados de la Cumbre de la Tierra en Johannesburgo, aunque haya unos rasgos positivos, no permiten ningún motivo para celebrar un "nuevo pensamiento global". Teniendo en cuenta que el quinto de la población mundial vive en situación de pobreza extrema, que el nivel de los océanos en el planeta está subiendo, el calentamiento global, los millones de personas que no tienen acceso seguro a agua potable o los tres millones de personas que mueren por efecto de la contaminación del aire, queda claro que los países de la Tierra no fueron capaces de enfrentarse eficazmente a los desafíos que suponía la Cumbre. Eso sí, han producido más papel mojado.