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En los últimos veinticinco años, la pobreza en China ha venido disminuyendo de forma drástica, pasando de 250 millones a poco más de 28. En 2003, sin embargo, ha aumentado, según estadísticas oficiales, en casi un millón de personas, afectando a 29 millones de ciudadanos, residentes en su mayoría en las zonas rurales. (…) La explicación de Liu Jian, responsable de la lucha contra la pobreza en el gobierno chino, se remite a las consecuencias de las calamidades naturales. La combinación de residencia en zonas alejadas, débil protección social, bajo nivel de desarrollo, ausencia de servicios básicos, inversiones reducidas, etc, provocan que cualquier cambio en el entorno transforme la falta de medios en pobreza. (Foto: Liu Jian, Beijing 05/02/2004). | |
Estabilidad y prosperidad han sido, en los últimos veinticinco años, vocablos al uso (y de frecuente abuso) al referirnos a la reforma china. Se ha citado en numerosas ocasiones la existencia incluso de un hipotético pacto, no escrito, en virtud del cual, la prosperidad, impulsada y gestionada por el Partido Comunista de China (PCCh), es el precio de la estabilidad. En otras palabras, la emergente clase media, crecida al amparo de las reformas que han abierto caminos a otras formas de propiedad y de empleo, “toleraría” el actual sistema y el dirigismo del PCCh, en tanto en cuanto le permitiera gozar de un bienestar creciente. Si esa prosperidad falla y el estancamiento o retroceso se adivina en el horizonte, la estabilidad también peligraría.
Sin dejar de ser esto cierto, naturalmente, no todo es tan simple. Hoy día, ni la estabilidad es general (aunque si una preocupación común y bastante extendida) ni la prosperidad alcanza a todos por igual. Deng Xiaoping ya lo había insinuado con toda claridad: unos se enriquecerán antes que otros, será imposible que se hagan ricos todos juntos. Pero el problema en China empieza a ser que solo unos “pocos” (cifra que debemos relativizar en un país demográficamente superpoblado) acaparan las máximas ventajas, mientras que en el otro extremo, la lista de espera no solo no disminuye, está creciendo. Y ello es fruto de la política aplicada por más de setenta millones de militantes de un Partido nominalmente comunista que ha reiterado hasta la sociedad que lo primero ahora es la eficacia, después será la justicia. ¿Habrá un después para el PCCh?
En los últimos veinticinco años, la pobreza en China ha venido disminuyendo de forma drástica, pasando de 250 millones a poco más de 28. En 2003, sin embargo, ha aumentado, según estadísticas oficiales, en casi un millón de personas, afectando a 29 millones de ciudadanos, residentes en su mayoría en las zonas rurales. Todo ello en un contexto en el que se afirma el renovado crecimiento de la economía china y la apuesta por la singularidad de su proceso que se encuentran, paradójicamente, con la dificultad creciente del aumento de las desigualdades, equiparando su sistema con alguno de los defectos más visibles del más tradicional capitalismo.
La explicación de Liu Jian, responsable de la lucha contra la pobreza en el gobierno chino, se remite a las consecuencias de las calamidades naturales. La combinación de residencia en zonas alejadas, débil protección social, bajo nivel de desarrollo, ausencia de servicios básicos, inversiones reducidas, etc., provocan que cualquier cambio en el entorno transforme la falta de medios en pobreza. La destrucción de viviendas y el anegamiento de tierras cultivadas tienen consecuencias nefastas. Cada inundación genera muchos y nuevos pobres. En 2003, en provincias como Henan, Anhui, Shaanxi o Heilongjiang se han sobrepasado los dos millones de personas.
Sin duda, las calamidades influyen, pero no representan la única causa ni quizás la más importante de ellas. Un informe oficial de la Comisión Nacional de Cuentas desvela por ejemplo que entre 1997 y 1999, el gobierno central y los provinciales destinaron 48,8 mil millones de yuanes a luchar contra la pobreza en 592 distritos pobres, pero casi el diez por ciento de esa cantidad al menos y de forma fehaciente y demostrada fue desviada a otros fines ilícitos. Otras fuentes consideran que el cálculo oficial es muy modesto y solo reconoce la punta del iceberg.
Según Dang Guoying, investigador del Instituto de la Economía Rural de la Academia de Ciencias Sociales de China, la reaparición del fenómeno de la pobreza con una nueva pujanza se debe a la insuficiencia de las políticas centrales que no tienen en cuenta que el objetivo de su erradicación es cada vez más difícil y exige más esfuerzos y mayores inversiones. La privación de la tierra, por otra parte, promovida a través de pseudoexpropiaciones expeditivas para atender las necesidades del desarrollismo en boga, sin que las autoridades locales habiliten medidas compensatorias adecuadas, empuja inevitablemente a muchos campesinos a la pobreza y el desarraigo.
Muchos aventuran un nuevo aumento de la pobreza en 2004. En el campo, los problemas tradicionales de alimentación y de vestido se han vuelto crónicos para muchos. Si en la década de los noventa, la situación había mejorado a una media de 6 millones por año, en los primeros años del nuevo siglo, esa cantidad se ha reducido a la tercera parte. Las diferencias de renta entre los campesinos normales y la población rural pobre han pasado de 1:2,45 en 1992, a 1:4,12, en 2003.
El gobierno dice ser consciente del problema, pero los avances en la lucha contra la corrupción son muy lentos y faltan políticas sostenidas que mejoren la fiscalidad del campo, alivien la carga de los campesinos y eviten el éxodo rural que tiene su origen en el bajo rendimiento del trabajo en el campo y en la ausencia de mejora sustancial en las condiciones de vida. El estado de los servicios básicos como la salud o la educación, cuando existen, es muy precario. Falta servicio médico en muchos distritos, el abandono escolar es aún importantísimo…
Los objetivos del gobierno se centran en resolver el problema de la alimentación y el vestido en 2010, y en 2020 la asistencia general. Todo lo cual, con independencia de su cumplimiento en el plazo previsto, asemeja una carrera contra reloj para impedir que el actual descontento campesino derive en una rebelión abierta e incontrolable.
Mientras tanto, la tasa de urbanización en China se elevará al 58-60% en 2020, según ha estimado Lian Yuming, rector del Instituto Internacional de Desarrollo Urbano de Beijing. En 2002, la tasa de urbanización ha sido del 37,7%. De un año para otro entre 80 y 90 millones de campesinos se instalan en las ciudades, y en ellas está surgiendo una pobreza de otro signo. La prosperidad, pues, tienen sombras importantes.
No todo es de color de rosa
Y si hablamos de la estabilidad, problemas recientes han puesto de manifiesto la fragilidad de un proceso que quizás con excesiva precipitación desde fuera enjuiciamos como casi imposible de quebrarse. Los recientes disturbios registrados en la provincia de Henan, en el centro de China, aparentemente iniciados por un suceso tan banal como un accidente de tráfico, han disparado algunas alarmas. Los enfrentamientos entre musulmanes hui y los chinos han han producido numerosos muertos y heridos, cifras que varían según las fuentes, como ya es habitual al hablar de disturbios en China, ante la poca credibilidad de las informaciones oficiales y las dificultades fácticas para conocer la verdad o algo que se le aproxime con un mínimo de exactitud.
En términos generales, se podría decir que la visión desde Occidente a propósito de la transición china, como ante casi todo, bien podría esquematizarse aludiendo a tres actitudes básicas: la de los optimistas, que ponen el acento en el jugoso negocio que supone la apertura de tan inmenso mercado y las posibilidades que brinda para las grandes multinacionales de los más variados sectores; la de los realistas, llamémosle así, que advierten de las rivalidades emergentes o potenciales, estratégicas o no, que entrañan numerosos riesgos para el actual orden internacional y que necesariamente tendrá consecuencias importantes al tener que hacer un hueco, que no podrá ser menor, a una potencia del tamaño de China y que se resiste a ejercer de potencia subalterna; y, por último, la de los pesimistas, temerosos sobre todo de que la actual filigrana que representa la reforma acabe por expresar su fragilidad y se transforme en caos y desorden. Los pesimistas han perdido peso en los últimos años y tanto realistas como optimistas han acaparado gran parte de la atención.
En Taiwán, que como Japón alberga a muchos pesimistas, Joseph Wu, presidente del Consejo para Asuntos de China continental, recordaba que un reciente informe del Washington Post cifraba en 58.000 las manifestaciones públicas de descontento que han debido soportar las autoridades chinas durante el pasado año, advirtiendo sobre los riesgos que ello entraña en una doble dirección: por la pérdida de control de la situación que afectaría gravemente a la estabilidad, preocupación número uno del PCCh que rápidamente ha dispuesto la imposición de la ley marcial en la provincia; y por la tentación nacionalista como medio recurrente para galvanizar a la opinión pública y asegurar la solidaridad social con el gobierno.
Pero lo que realmente pone de manifiesto este episodio y otros muchos de corte similar es quizás que la reforma se adentra cada vez más en territorios de suyo muy complejos y que afectan al manejo de asuntos clave en la modernización del país. Me refiero, tanto al problema de las minorías nacionales, como a los múltiples déficit sociales de la reforma ya comentados. En cuanto al primero, es evidente que la actual estructura político-administrativa se mostrará cada día más insuficiente para dar respuesta a las demandas de estas colectividades, con capacidades de decisión muy minorizadas, digámoslo así, en relación a sus expectativas y necesidades. Pero China mira más a la unificación del país que a la vertebración de una nueva lealtad, posible o imposible ya se verá, entre estas minorías y el proyecto modernizador que sin este apéndice, por otra parte, será abiertamente incompleto.
El Partido Comunista de Chino dispone de una gran militancia y su fuerza llega a muchos rincones; tiene a su servicio un aparato de seguridad fiel y poderoso que le puede ayudar a manejar situaciones de crisis; pero las dificultades para controlar la información y para aplicar políticas que acerquen a los ciudadanos esa “prosperidad común” de la que a Hu Jintao tanto le gusta hablar, pueden granjearle muchos problemas en los próximos años.
Es verdad que la inmensa mayoría de la sociedad china percibe la bonanza general que la política de reforma ha reportado y ello, sobre todo en un país que tanto ama la historia y que dispone de buena memoria para sus tragedias internas, ejerce de poderoso amortiguador en las situaciones de crisis; pero la proliferación de las desigualdades está adoptando tintes irritantes y, por ello mismo, peligrosos. Harían mal en confiarse y no ponerle urgente remedio.