No debe olvidarse el componente geopolítico al analizar la situación venezolana.

La geopolítica global y la crisis venezolana (parte I)

Rusia tiene cuentas pendientes con Washington. Primero vino la negativa a transformar a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en eje de la seguridad europea, tal como pedía Moscú. En su lugar no sólo se dejó a cargo de la seguridad europea a una institución nacida para adversar a Rusia, la OTAN, sino que se procedió a la expansión sistemática de ésta hacia el Este. Ello se vio complementado por la onda expansiva de la Unión Europea hacia el Este.

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Rusia tiene cuentas pendientes con Washington. Primero vino la negativa a transformar a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en eje de la seguridad europea, tal como pedía Moscú. En su lugar no sólo se dejó a cargo de la seguridad europea a una institución nacida para adversar a Rusia, la OTAN, sino que se procedió a la expansión sistemática de ésta hacia el Este. Ello se vio complementado por la onda expansiva de la Unión Europea hacia el Este.

El bombardeo a Belgrado y la ocupación de Serbia por parte de la OTAN, así como el posterior reconocimiento a la independencia de Kosovo por encima de las objeciones rusas, cayeron dentro de este mismo capítulo. El apoyo a las revoluciones de los colores en Ucrania, Georgia y Kirguistán, dentro de la llamada “Agenda de la Libertad” impulsada por Washington, también entró allí. En igual sentido Estados Unidos promovió la construcción de oleoductos y gasoductos entre los estados ribereños del Mar Caspio que formaron parte de la Unión Soviética. Se trató de un proceso de altos costos económicos cuyo objetivo fue separar a dichos países de la esfera de influencia rusa, disminuyendo a la vez la importancia de sus hidrocarburos.

Entre tanto se buscó socavar al Consejo de Seguridad de la ONU, único espacio donde Moscú mantiene estatus paritario con Washington. Desde Irak hasta Libia se han circunvalado los mandatos del mismo, quitándole significación al voto ruso. Durante diciocho años, y hasta su admisión en 2012, Rusia luchó por ser admitida a la Organización Mundial de Comercio, la más larga de las negociaciones emprendidas por dicha organización. La razón de esta demora fueron las objeciones interpuestas por Washington en virtud de la Enmienda Jackson-Vanik contra Rusia, una reliquia de la Guerra Fría apenas repelida en 2012. Y así sucesivamente.

Como bien ha señalado John Mearsheimer, reputado catedrático de la Universidad de Chicago: “El triple paquete occidental de políticas –expansión de la OTAN, expansión de la Unión Europea y promoción de la democracia- lanzó gasolina a un fuego esperando para prenderse”(“Why the Ucraine Crisis is the West’s Fault”, Foreign Affairs, Sept/Oct, 2014). A partir de los antecedentes anteriores Ucrania resultó un paso demasiado lejos por parte de Occidente.

La reacción de Moscú, más allá de Crimea, Ucrania del Este y el armamentismo, tiene algunos ejes centrales. Entre ellos, el apoyo al populismo occidental y Venezuela. La estrategia de respaldo a los populistas consiste minar por dentro el poder de sus rivales occidentales. A través de la desestructuración del establishment politico occidental, del debilitamiento de la red de alianzas controladas por Washington (particularmente la OTAN) y del resquebrajamiento de la Unión Europea, Rusia estaría logrando sus grandes objetivos geoestratégicos sin disparar un tiro. El posicionamiento ruso en Venezuela, de su lado, busca clavar una espina en el orgullo estadounidense y mandar un mensaje de advertencia.

China y Estados Unidos mantienen una relación compleja. Más allá de la contención económica y tecnológica que Washington ejerce sobre Pekín (tárifas más caso Huawei), está la contención geopolítica en el Asia-Pacífico. Asumir una posición de subordinación en esa zona del mundo, en la que desde tiempos inmemoriales y con excepción de los últimas diecisiete décadas China fue potencia hegemónica, no es algo que ésta pueda aceptar. Su aspiración natural es la paridad estratégica con Washington. China no le plantea a EEUU una rivalidad estratégica global, sino una primacía compartida en ese ámbito geográfico. Su fortaleza económica y el peso de su historia resultan a su juicio demasiado significativos para ser obviados

Esta premisa no es aceptable para Washington. El reconocido catedrático Hugh White reflejaba así la postura estadounidense: “De acuerdo a sus círculos políticos, Estados Unidos debe hacer y hará lo que sea necesario para preservar su primacía. Como poder fundamental Estados Unidos puede consultar con otros países pero nunca negociar con ellos en términos de igualdad. Ante sus ojos el suyo es el único gran poder del sistema internacional” (The China Choice, Oxford, 2013).

Según White: “China luce tan dispuesta a cambiar el orden asiático como Estados Unidos, con más énfasis aún, a conservarlo” (citado). La divergencia geopolítica entre China y Estados Unidos se traduce en la militancia asumida por Washington en relación a los diferendos marítimos que mantiene Pekín. Al apoyar de manera directa a todos los países de la región que sostienen diferendos de tal naturaleza con China, y al desafiar frontalmente todas las restricciones impuestas por ésta, Estados Unidos se transforma en su mayor rival geoestratégico.

En contrapartida, sin embargo, China ha saltado el histórico patio trasero de Estados Unidos, desplazando a éste en el acceso a las materias primas latinoamericanas.

De todo esto continuaremos hablando en nuestro próximo artículo.