En un diario neerlandés me encontré comentarios de lectores, que si bien parecían simples, resultaban muy aclaradores. La II Guerra Mundial hizo añicos el sueño imperial de Alemania, pero a pesar de esto (o gracias a esto) Berlín predomina hoy en la Europa unida, junto con Francia, que también vio derrotado su sueño imperial en Waterloo. Aparentemente, una derrota puede ayudar a salir adelante, si se toma conciencia de que fue resultado de lo equivocado que era el enfoque imperial. Por otra parte, se comenta que la Alemania de hoy es otro país. Claro, tuvo que reinventarse porque la ambición imperial la había llevado casi a la destrucción total.
A grosso modo, estos pensamientos ayudan a entender cómo fue posible el período sin guerras más largo en la historia de Europa, que se perdió definitivamente con la agresión de la Rusia de Putin contra Ucrania. De hecho, el Kremlin declaró la guerra al orden mundial de hoy, donde está perdiendo sus posiciones. Su poder está en el pasado, no quiere reinventarse, quiere volver el mundo a 1945, cuando la URSS de Stalin logró aplastar a su rival nazi gracias a sus aliados occidentales y acordó esferas de influencia con ellos.
Sin embargo, el mismo Stalin dejó de celebrar su victoria dos años después de terminada la guerra. Había muy poca base para triunfalismo en el país devastado, con enormes pérdidas materiales y humanas, y Stalin sabía cuán culpable era de ello. Había pretendido quedarse al margen de la guerra imperialista para entrar en el juego cuando todos los implicados estuvieran agotados y sacar su provecho. Pero Hitler le hizo entonces una oferta que no podía rechazar: un pacto de no agresión con un acuerdo secreto sobre la partición de Europa del Este, con la que podía recomponer el imperio de los zares para afianzar su poder. No usó esa pausa que le daba el pacto para preparar mejor la defensa del país, como dice la propaganda, sino que se desmantelaron las líneas de defensa antiguas sin hacer nada parecido a defensas en las nuevas fronteras, donde estaba en contacto inmediato con el agresor. El pueblo de la URSS pagó carísimo esta “falta de previsión”. Como la defensa no estaba preparada, millones de efectivos del Ejército Rojo cayeron presos, millones de habitantes en Bielarús, Ucrania, los países del Báltico y las regiones occidentales de Rusia quedaron bajo la ocupación nazi, puesto que nadie había pensado en evacuarlos. Si se había pensado en eliminar todas las provisiones que pudieran servir al ocupante, y los habitantes de las zonas ocupadas fueron considerados traidores, discriminándose a sus familiares y millones de no rusos que vivían en esas tierras fueron declarados potenciales traidores por su origen étnico. La recuperación del territorio y la persecución del ejército enemigo también costó millones de vidas, que no se escatimaron en absoluto.
La celebración de la victoria sobre la Alemania nazi se reanudó en 1965, cuando la credibilidad del comunismo había quedado minada por la aventurera promesa de Jruschov de conseguir el bienestar absoluto en 20 años, y se necesitaba una idea para restablecer el respeto de la población por el poder. El único logro indiscutible en el historial del partido gobernante resultaba ser la movilización del pueblo para rechazar la agresión de Hitler. Si bien esto se hizo con métodos estalinistas, menospreciando la vida humana, se consiguió destruir al enemigo que ponía en peligro la existencia del pueblo.
Los dirigentes soviéticos de aquel entonces no habían estado entre los primeros actores de la guerra, pero sí estuvieron en el ejército activo. Los excombatientes rasos, que cada vez eran menos, recibían medallas y órdenes en fechas conmemorativas sin que el estado se preocupara mayormente por su bienestar, por lo que jóvenes gastaban muchas veces bromas, preguntando sarcásticamente quién había ganado la guerra, el ruso Iván o el alemán Hans.
En el siglo XXI las celebraciones se hicieron más pomposas y se acompañaron de costosos desfiles militares, que anteriormente se hacían el 1º de mayo y, después de la guerra, el día de la Revolución de Octubre. Como prácticamente ya no quedaban testigos, el cuento mitologizado de la Gran guerra Patria, como llamó Stalin a su enfrentamiento con Hitler, sufrió inverosímiles manipulaciones convirtiéndose en un instrumento de dominación, porque hace creer que el pueblo ruso, guiado por Stalin, derrocó el hitlerismo, salvando al mundo entero, y ahora debe volver a hacerlo porque se ve rodeado de rusófobos en todo el mundo, que no tienen otro interés en la vida que destruir a Rusia. Se agregaron más mentiras en el sentido chovinista y xenófobo. Sin sonrojarse siquiera, Putin asegura que Rusia habría ganado la guerra sola, sin otros pueblos de la URSS y la ayuda de aliados occidentales. Aparte de negar la enorme cantidad de material de guerra que la URSS recibió de Estados Unidos y de Gran Bretaña, se repite el cuento propagandistico soviético que los aliados tardaron demasiado en abrir el segundo frente. La verdad es que Gran Bretaña y Francia entraron en la lucha contra Hitler en septiembre de 1939, casi dos años antes que la URSS, que mientras tanto colaboraba con Alemania y acusaba a sus futuros aliados de ser los verdaderos incendiarios de la guerra mundial y, además, llamaba criminal el objetivo de esos dos países de exterminar la ideología hitleriana. La propaganda actual quita asimismo importancia a la lucha de que tuvo lugar por parte de Gran Bretaña en el mar y el aire, que significó una gran pérdida de recursos para Alemania, recursos que no fueron empleados en el frente del Este. Por cierto, el arma más moderna de Alemania en ese entonces, los misiles V, fueron empleados en los últimos meses de la guerra contra Gran Bretaña y no contra la URSS.
Todas estas manipulaciones históricas representan una falsedad enorme y altamente nociva. Desde el comienzo del gobierno de Putin se convirtieron en una suerte de ideología oficial, casi un culto que ha intoxicado la conciencia de la mayoría aplastante de la población rusa. Prefieren no ver que son gobernados por una cleptocracia, sino creer que la gente de Putin quiere recuperar la grandeza de su país, demostrada por la victoria de Stalin sobre Hitler, en tanto el pérfido e insidioso Occidente continúa trabajando en la destrucción de Rusia, poniendo sus bases militares cerca de Rusia e instalando gobiernos neonazis en países vecinos a ella.
Esta delusión masiva se hace patente en las marchas del “regimiento inmortal”, en los que la gente lleva por las calles retratos de sus familiares que participaron en la Gran Guerra Patria. Lamentablemente, en lugar de un homenaje a los que lucharon contra los invasores vemos más bien una manifestación en apoyo al discurso belicista del Kremlin contra el entorno enemigo: “Si es necesario, lo volveremos a hacer”, dicen. Muchas de las pancartas enarboladas en estas marchas del “regimiento inmortal” no llevan imágenes de familiares de verdad, las hay prefabricadas, que luego son tiradas al basurero. También hay millones de familias cuyos abuelos no participaron en la guerra por que habían sido represaliados, pero que sin embargo, por las buenas o las malas se consiguen alguna foto de una persona en uniforme para mostrar su lealtad a la voluntad del gobierno, y marchan en la misma columna con otros, que ostentan fotos de sus abuelos miembros de los órganos de represión en la retaguardia, es decir, que obtuvieron la categoría de veteranos de la guerra sin haber luchado contra el fascismo, sino contra los propios.
La aberración y suplantación de conceptos y su inducción en la conciencia de masas rusas y prorrusas se ha visto como un arma en el comienzo de la agresión contra Ucrania. La anexión de Crimea y la intervención en Donbás se produjo en medio de una campaña propagandística llamada “la primavera rusa”. La mayor parte del espectáculo en el que se violaban la libertad y la democracia del pueblo ucraniano se realizó entre el 23 de febrero de 2014, el día del ejército soviético-ruso, y el 9 de mayo, el día de la victoria de la URSS en 1945. Los desórdenes y la violencia se desataban bajo los símbolos de la “Victoria”, y aquellos que defendían la legalidad y la libertad eran declarados “nazis”.
La actual fase de la guerra agresiva también comenzó al día siguiente de la celebración del “Día del Defensor de la Patria”. Es el modus operandi de Putin: hacer lo que nadie cree que sea capaz de hacer. Y lo vuelve a hacer de igual manera por la misma razón. Lleva al cabo sus aventuras bélicas en períodos de olimpíadas, cuando desde la antigüedad la costumbre era que se detuvieran las hostilidades. La guerra contra Georgia fue denominada “imposición de la paz”, la invasión en Ucrania, “protección de la población rusófona”. El gobierno legítimo de Kíiv, que tiene un apoyo masivo de la población, es denominado junta golpista. Putin anunció que no tenía la intención de ocupar Ucrania, solamente quería proteger a las “repúblicas populares”, pero hace todo lo posible para ocupar el sur de Ucrania, y ya le ha bloqueado el acceso al mar. En las regiones ocupadas se izan la bandera la tricolor de la Federación de Rusia y la de la URSS y la bandera roja con el nombre del regimiento que, supuestamente, la colocó sobre el Reichstag en 1945, se instalan administraciones rusas y se avisa que próximamente será introducido el rublo ruso como medio de pago.
El procedimiento de Putin es el de un cabecilla de banda que impone su dominio por medio del terror: este es mi barrio y nadie puede oponerse a mi poder, ni desde dentro ni desde fuera.
Llegado al Kremlin, considera que debe recuperar todo el espacio donde había regido Moscú. Por medio de chantaje, terror o guerra. Lo está haciendo en Ucrania. Señaló que sus objetivos eran nobles y serían conseguidos. Lo expresó cuando el mundo se había enterado de las atrocidades que habían cometido sus tropas en las cercanías de Kíiv. Como si desafiara a la opinión mundial, condecoró la unidad que estuvo en Bucha y a su jefe.
Las tropas, que se dedican sin limitaciones al merodeo y al saqueo, saben que siempre tendrán la aprobación de su cabecilla. Porque no habrá piedad para quienes fueron declarados nazis. Para la Pascua de resurrección ortodoxa, los rusos se negaron a acordar un alto el fuego. Al contrario, intensificaron los bombardeos, apuntando descaradamente a viviendas y escribiendo en sus proyectiles el saludo pascuense de los ortodoxos: “Jesús ha resucitado”
La falsedad absurda de lo que hace Rusia en Ucrania hablando de combatir supuestos nazis y recuperar la victoria de 1945 lleva a uno a comparar todo lo que sucede con los acontecimientos de la Segunda guerra mundial. La misma retórica para la anexión de los Sudeten y de Crimea, el mismo pretexto de protección de compatriotas en nuevos estados nacionales (Checoslovaquia, Polonia entonces; Moldavia, Ucrania ahora), la invasión para prevenir una supuesta agresión preparada por el país víctima. La imagen de Rusia sale muy manchada. En los dos meses que dura la actual “liberación” de Mariúpol por parte de los rusos ha muerto el doble de habitantes civiles que en los dos años de ocupación nazi en la segunda guerra mundial.
Volviendo a la consideración inicial sobre la incapacidad de Rusia de abandonar el sueño imperial, como lo logró Alemania, se ve un impedimento más para que esto suceda pronto. Los alemanes, al enterarse de los crímenes cometidos por los nazis, exclamaban: “Qué horror, no lo sabíamos. No puede volver a pasar”. Los rusos, cuando se les dice lo que ha hecho el ejército ruso en Ucrania, dicen: “qué poco les ha llegado, hay que golpearles más”. No son pocos quienes dicen que se debe borrar Ucrania de la faz de la tierra. La vida de los ucranianos no vale nada si no quieren ser parte de Rusia.
Con tal comprensión ciega de los rusos para lo que haga el “gran jefe” se ve muy oscuro el futuro de la contienda. A pesar de haber fracasado en sus planes iniciales, las enormes pérdidas que ha sufrido su tropa en Ucrania (miles de muertos y heridos, 8 generales caídos, un buque insignia hundido, etc.) para el 9 de mayo anunciará algo que pueda ser visto como una victoria importante. Hasta podrían afirmar que ya están ganando la tercera guerra mundial. A nivel oficial se reconoce que en Ucrania se está combatiendo a la OTAN por representación, el ministro de asuntos exteriores de Rusia declara que les están obligando a entrar en la tercera guerra mundial. La amenaza es demasiado real.