La guerra dentro de la guerra

La eliminación política de los Hermanos Musulmanes en Egipto ha sido saludada por el conjunto de petromonarquías del Golfo Pérsico, a excepción de Catar. El país de los faraones aparece como el enésimo frente de batalla entre Riad y Catar, que no han dudado en movilizar ingentes recursos en el marco de su particular contienda por ampliar y consolidar su influencia en la región. Esta variable se antoja fundamental a la hora de abordar la crisis política abierta en Egipto tras la destitución del presidente Mohamed Morsi, el pasado 3 de julio, y su evolución futura.

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La eliminación política de los Hermanos Musulmanes en Egipto ha sido saludada por el conjunto de petromonarquías del Golfo Pérsico, a excepción de Catar. El país de los faraones aparece como el enésimo frente de batalla entre Riad y Catar, que no han dudado en movilizar ingentes recursos en el marco de su particular contienda por ampliar y consolidar su influencia en la región. Esta variable se antoja fundamental a la hora de abordar la crisis política abierta en Egipto tras la destitución del presidente Mohamed Morsi, el pasado 3 de julio, y su evolución futura.


Los Estados Unidos meditan sobremanera qué posición mantener ante la crisis política abierta en Egipto después del derrocamiento del presidente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Las eventuales sanciones económicas que debieran a las condenas sobre el actual estado de cosas en el país de los faraones quizás no lleguen nunca. Los motivos de Washington son múltiples y bien fundados, a la luz de la histórica relación El Cairo, uno de sus más importantes aliados militares en la región y, hasta la fecha, garante de los intereses de Israel, cuya connivencia con la superpotencia americana está fuera de toda duda. Por otra parte, la posición de Arabia Saudí, el mejor socio de la administración estadounidense en el Medio Oriente, supone un freno adicional a cualquier  veleidad yanqui con vistas a imponer castigo alguno al régimen militar egipcio. Y es que Riad ha puesto toda la carne en el asador para proteger la deriva de la institución castrense en Egipto que, después de la destitución del islamista Morsi, que apenas sí ha estado un año al frente del estado, ha vuelto a hacerse con las riendas de un poder que ha ejercido sin discusión alguna desde que los Oficiales Libres derrocaron al rey Farouk y proclamaron la república, un 18 de junio de 1953.

La retórica condenatoria de Washington, pero también de Bruselas, no ha pasado desapercibida para Riad. Tal y como declaró el jefe de la diplomacia saudí, el príncipe Saoud Al Faiçal, "las posiciones de la comunidad internacional (sobre Egipto) han adoptado una extraña dirección". En un tono amenazante, el titular de exteriores de Riad, puesto que ostenta desde 1975, llegó incluso a emitir un aviso a navegantes: "Si se mantienen, no podremos olvidar este tipo de posiciones hostiles a las naciones árabe e islámica". Mientras Al Faiçal profería estas palabras la Unión Europea discutía la posibilidad de suspender su ayuda financiera para 2012 a Egipto, valorada en 5 mil millones de euros. Así las cosas, el ministro saudí aseguró que los países árabes estaban dispuestos a compensar cualquier sanción o bajada de la ayuda económica al país de los faraones. Horas después de la destitución de Mohamed Morsi, el 3 de julio, las monarquías del Golfo Pérsico ya habían anunciado el pago para apoyar al nuevo ejecutivo de 12 mil millones de dólares (5 mil millones de euros provenientes de Arabia Saudí, 4 mil millones de Kuwait y 3 mil millones de Emiratos Árabes Unidos). Un gesto sin paliativos, que denota al apoyo sin falla al ejército egipcio de parte de las monarquías sunitas de la región, enfrentadas a los Hermanos Musulmanes y todo lo que representan.


Acabar con la influencia de la hermandad islámica es, precisamente, el objeto último de Riad. El rey Abdallah ha justificado su apoyo a El Cairo en "la lucha contra el terrorismo, el extremismo y la sedición", o sea, en la lucha contra los Hermanos Musulmanes. La aversión de Arabia Saudí por la cofradía islámica no es ningún secreto. El movimiento islamista imbuido de una lógica revolucionaria y harto politizado estaría en disposición de contestar la lógica wahabita. Con 28 millones de habitantes, Arabia Saudí es una monarquía absoluta dirigida por la dinastía Saoud que se ha mantenido al margen de los sobresaltos de la denominada "primavera árabe". No obstante, existen elementos en el país susceptibles de catalizar una revuelta. Este reino rico en hidrocarburos fue teatro en 2011 de importantes manifestaciones de la minoría chií exigiendo el fin de las discriminaciones, siendo sofocadas manu militari. Lejos de acabar con la reivindicación, en julio de 2012 se produjo el arresto de un responsable local que abogaba por la escisión de las regiones chiís del país de Qatif y Al Hassa, ricas en petrodólares, relanzando las protestas. Por su parte, el 90% de sunís que puebla el reino, jóvenes en su mayoría y relativamente politizados, apenas sí se benefician de los dividendos petrolíferos.

Doha contra Riad

La influencia de los Hermanos Musulmanes sería susceptible de activar el descontento de importantes capas de población, poniendo en entredicho la supremacía de la dinastía Al Saoud, obsesionada con la estabilidad interior y perennidad de su estirpe. De ahí que la intervención del ejército para derrocar al presidente Morsi haya sido acogida con los brazos abiertos por Riad, primer país en felicitar al presidente interino Adly Mansour. Para algunos no es baladí el hecho de que el hombre fuerte en Egipto, el general Abdel Fattah Al Sissi, haya sido agregado militar durante años en Arabia Saudí, invocando una conexión directa de Riad con el militar. La eliminación política de los Hermanos Musulmanes ha sido saludada por el conjunto de petromonarquías del Golfo Pérsico, a excepción de Catar. A pesar de ser de obediencia wahabita, en su particular guerra con Riad y en aras de expandir su influencia a lo largo y ancho del mundo musulmán, Doha no ha ahorrado esfuerzos en su apoyo al islamismo "moderado". Catar entendió que los Hermanos Musulmanes egipcios, y todos aquellos movimientos que de estos se inspiran, desde Siria hasta Marruecos pasando por Túnez y Gaza, tenían posibilidad de ser determinantes, política y socialmente, en sus respectivos países. En busca de un rol regional, la "primavera árabe" era la oportunidad perfecta para hacerse con cierta notoriedad e influir en su contexto regional.

En aras de su instrumentalización presente y futura, Catar sentó las bases para una mejor coordinación con la nebulosa de la hermandad islámica. El reino y el pequeño emirato hallaron en Egipto un nuevo campo de batalla. Hasta la destitución de Morsi, Catar envió al gobierno de Morsi la bagatela de 8 mil millones de dólares, según estimaciones del Financial Times. En paralelo, el potente canal de televisión catarí, Al Jazeera, aportó un incondicional apoyo mediático. Cuando el ejército egipcio tomó el poder con la complicidad inicial de, entre otros, el partido Al Nour, de obediencia salafista, tradicionalmente apoyado por Arabia Saudí, gran mecenas de esta corriente radical a nivel planetario. La huella del reino saudí va más allá y su canal de televisión, Al Arabiya, pasa a ocupar el lugar de Al Jazeera, vetada por los militares. Una guerra dentro de la guerra, que no cesará mientras el petróleo fluya. No obstante, la posición de Catar se ha visto comprometida en Egipto. Doha no ha llegado a denunciar el "golpe de Estado", aunque sí el "uso excesivo de la fuerza". Catar no dispone de los recursos necesarios para oponerse frontalmente a Arabia Saudí, que se toma la revancha, en espera del siguiente round. Y mientras es el primer ministro turco Erdogan, cuyo partido tiene como matriz a los propios Hermanos Musulmanes, quien no cesa de fustigar la inacción internacional frente a la "masacre", equiparando al general Al Sissi con Bachar Al Assad.