Con la llegada de la Fiesta de la Primavera se multiplican los tráficos en el estrecho de Taiwán. Desde el pasado mes de mayo, con la llegada al poder de Ma Ying-jeou, del Kuomintang, las relaciones entre el continente y la isla han experimentado una asombrosa espiral de acercamiento. La reanudación de las relaciones institucionales paradiplomáticas, paralizadas desde hacía diez años, o los acuerdos para articular la comunicación directa, inexistente desde hace 60 años, son los hitos más importantes y contextualizan un diálogo que ha ofrecido imágenes prácticamente imposibles hace poco tiempo. En el contexto de la actual crisis económica, el arbitrio conjunto de medidas de apoyo a los empresarios isleños con inversiones en el continente, escenifica el avance de muchas otras alianzas sectoriales, desde el sector financiero al petróleo o las nuevas tecnologías.
Sin embargo, un giro tan acusado parece no haber sido bien comprendido por la ciudadanía de la isla. El nivel de popularidad de Ma ha bajado 20 puntos en los últimos meses, hasta situarse en el 30%. Esa pérdida de apoyo guarda relación con la crisis económica pero esta no lo explica todo. Lo más revelador de las encuestas es el estancamiento en el nivel de apoyo a su política continental, claramente celebrada por las elites económicas, pero no secundada y vista con recelo por amplios sectores sociales, divididos a la mitad en militancias opuestas. Esta doble circunstancia ha posibilitado otro hecho inédito: la vertiginosa recuperación de la oposición, prácticamente diezmada hace sólo un año en virtud de un resultado desastroso en las elecciones legislativas y ensombrecida por el escándalo del procesamiento de su ex líder Chen Shui-bian, acusado de blanqueo de dinero y corrupción.
Queda aún mucha legislatura por delante en Taiwán, pero a Beijing le urge comprender que, hoy día, para alejar el fantasma secesionista no tendrá mejor interlocutor que Ma en la isla y que éste, para fortalecer el diálogo bilateral, precisa mejorar su credibilidad pública. De lo contrario, si China persiste en no hacer concesiones sustanciosas o limita el acercamiento a lo económico, el PDP pronto podría recuperar sus credenciales electorales. Planteada en términos racionales, la satisfacción de las demandas de Taipei en relación a un espacio internacional suficiente para defender sus intereses puede ser perfectamente digerible por el continente. Al igual que ocurre en el ámbito de la seguridad, donde urgen medidas de distensión que hagan creíbles las buenas intenciones de Beijing. A China le toca mover ficha. Y debería hacerlo pronto.