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La rivalidad entre China y EEUU

 Deng Xiaoping, clic para aumentar
RAND Corporation, conocido think tank estadounidense, califica de muy exagerados estos cálculos, poco fiables, e insisten en que el poder militar chino está sobredimensionado, algo que conviene especialmente a EEUU para justificar su elevado presupuesto y su escalada militar planetaria, incrementar sus ventas en la zona (y en primer lugar a Taiwán) y deteriorar la imagen de China en el mundo, presentándola como un país que apuesta por incrementar su potencial militar cuando no existe ninguna amenaza creíble en su entorno y por lo tanto con propósitos más atacantes que defensivos. El SIPRI de Estocolmo desautoriza las cifras estadounidenses, aunque dobla las facilitadas por China, aún así muy alejadas de las desorbitadas partidas del Pentágono que suman más que el presupuesto combinado del resto del mundo en esta materia. (Foto: Instalaciones centrales de Rand Corporation en Santa Monica, California).
 

Todo tiene sus límites, incluida la seducción. China ha intentado compensar los problemas surgidos en sus siempre delicadas relaciones con EEUU, con gestos e iniciativas que pinten de rosa unos vínculos que después de la guerra fría presentan cada vez mayores sombras. Los inmensos e innegables atractivos económicos de China solo funcionan en relación a EEUU cuando presentan ventajas unilaterales para la única superpotencia, fenómeno bien alejado de un entendimiento que pudiéramos calificar de normal. La decisión china de retirar la oferta de compra de la petrolera estadounidense Unocal o el gesto de introducir un nuevo mecanismo de ajuste en la tasa de cambio del yuan bien pudieran calmar a algunos, pero nunca será suficiente en tanto Beijing siga expresando claros síntomas de no abdicar de su soberanía, renunciando a entrar en las redes de dependencia del poder estadounidense. Esa, y no otra, en el fondo, es la razón del tira y afloja al que asistiremos en los años venideros en las relaciones entre los dos colosos.

En un contexto de creciente significación global de la presencia internacional de China, la relación con EEUU sigue considerándose en Beijing como el asunto clave de su emergencia. Y en efecto lo es. Sus relaciones con la administración Bush, a pesar del vaticinado reencuentro a partir del 11S, son bastante peores que con Clinton. Hace unas semanas, Donald Rumsfeld, una vez más, clamaba en Singapur contra el rearme chino, sin que la visita a Washington y la entrevista con la plana mayor de la Casa Blanca de Tang Jiaxuan, antiguo ministro de exteriores, para preparar el encuentro de Bush y Hu Jintao de septiembre, haya servido de mucho.

Pero quien se lleva la palma en el discurso de confrontación con China es el legislativo. En la colina del Capitolio, China está permanentemente en boca de sus señorías y en un tono cada vez más desafiante y alarmista, como hemos visto en el caso de Unocal. Aquí, a China se le culpa de todo: del alza de los precios del petróleo, de la creciente inseguridad alimentaria, o de las dificultades que pudiera atravesar cualquier sector productivo. Unas cien mociones han sido aprobadas en 2004 y 2005 va por el mismo camino, poniendo en aprietos constantemente la moderación del gabinete Bush. El lobby antichino es de lo más activos en los pasillos del Congreso.

En las últimas semanas, dos asuntos han enrarecido de nuevo el clima bilateral. De una parte, la petición del Congreso de que se autoricen los contactos al máximo nivel con las autoridades taiwanesas, lo que interpreta Beijing como una señal equivocada a los criptoindependentistas que dirigen Taiwán en la actualidad y que China trata de aislar a toda costa, dentro y fuera de la isla. De otra, las denuncias sobre el incremento de las capacidades militares chinas. Según Beijing, su presupuesto se situaría entre los 25 y los 30 mil millones de dólares. Para Washington, no menos de 70 a 90 mil millones de dólares, pasando a situarse en tercer lugar, después de Rusia. La diferencia entre las estimaciones de uno y otro es de 60 mil millones de dólares. Nada menos. Pero si tenemos en cuenta que China compra a Rusia, hoy su principal suministrador, una media de 2 a 3 millones de dólares por año en artefactos bélicos, resulta difícil creer en la disposición adicional de 87 mil millones de dólares para otros usos corrientes. Japón, en su libro blanco de la defensa nacional, presentado el 2 de agosto, insiste también, secundando el discurso estadounidense, en la exageración de la amenaza china, alertando especialmente sobre el movimiento de barcos de la Armada de Beijing.

RAND Corporation, conocido think tank estadounidense, califica de muy exagerados estos cálculos, poco fiables, e insisten en que el poder militar chino está sobredimensionado, algo que conviene especialmente a EEUU para justificar su elevado presupuesto y su escalada militar planetaria, incrementar sus ventas en la zona (y en primer lugar a Taiwán) y deteriorar la imagen de China en el mundo, presentándola como un país que apuesta por incrementar su potencial militar cuando no existe ninguna amenaza creíble en su entorno y por lo tanto con propósitos más atacantes que defensivos. El SIPRI de Estocolmo desautoriza las cifras estadounidenses, aunque dobla las facilitadas por China, aún así muy alejadas de las desorbitadas partidas del Pentágono que suman más que el presupuesto combinado del resto del mundo en esta materia.

Wu Bangguo, presidente del Comité Permanente de la Asamblea Nacional Popular (APN) de China, y Dennis Hastert, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, sostuvieron conversaciones en Beijing recientemente y acordaron promover el entendimiento mutuo y la confianza. Falta hace, para clamar los ánimos antichinos que afloran en la política estadounidense. China se esfuerza por hacer sonreír al dragón, pero en Washington tocan a rebato ante unas llamaradas que se propagan por todo el mundo acorralando sus intereses.