La segunda muerte de Deng Xiaoping

Chen Suibian ha ganado las elecciones presidenciales celebradas en Taiwán. Se ha materializado el peor de los pronósticos imaginables por Pekín. ¿Cumplirá ahora China sus amenazas o nos encontramos ante el comienzo de un nuevo pragmatismo del independentismo taiwanés? Las consecuencias políticas del ascenso del PDP son varias. En primer lugar, se inicia un nuevo ciclo en el que el Kuomintang (KMT) deberá asumir un novedoso papel en la política taiwanesa, el de oposición. Le resultará realmente difícil de interiorizar después de cinco décadas de ejercicio absoluto del poder. El KMT se adentra en una crisis de incierta salida y que puede llevarse por delante a buena parte de su “aparato” tradicional.

En segundo lugar, la alternancia expresa la mayoría de edad de la democracia taiwanesa. Chen Suibian podría ejercer un liderazgo ciertamente cómodo. Habida cuenta de que casi un 60% de los sufragios han ido a parar a manos de dos candidatos próximos al KMT, se aventura una cierta moderación de sus propuestas más radicales. Por otra parte, deberá cohabitar con un Parlamento que no controla. Son argumentos de peso para justificar ante su electorado y bases partidarias menos cambio y más pragmatismo de lo esperado.

En tercer lugar, se ha producido un importante descalabro de la política china. Si ni con misiles y amenazas han conseguido atemperar el rechazo a una rápida unificación, ha llegado sin duda la hora de imaginar nuevas fórmulas para la complicada misión de atraer a unos ciudadanos que, a diferencia de casi todo el mundo, siguen creyendo que China es “comunista”. Asi pues, la decisión soberana del pueblo taiwanés no debiera ser entendida como una apuesta por la separación de China aunque si como la muerte de un lenguaje, el agotamiento de una forma de entender las relaciones entre las comunidades chinas más importantes. Apenas busquen “la verdad en los hechos”, los dirigentes continentales deben reconocer la inadecuación de la fórmula “un país, dos sistemas” para engarzar a las dos Chinas en un mismo proyecto histórico. En buena medida, Taipei ha enterrado el discurso elaborado por Deng Xiaoping para favorecer la unificación.

¿Tendrá Beijing suficiente inteligencia y certero juicio para admitir este fracaso? La tesitura ante la que se encuentran los dirigentes continentales no es nada fácil. El silencio y la tardanza en pronunciarse no deben ser equiparados a inhibición. No debieramos descartar incluso que se produzca algún tipo de respuesta, cargada de simbolismo, a medio camino entre el cumplimiento de sus amenazas y la prudencia que exigiría la actual situación, muy condicionada en otro orden de cosas, por la necesidad de consumar su entrada en la Organización Mundial del Comercio. Si no hay gestos inteligentes y capacidad de innovación, todo puede suceder. El liderazgo chino busca el consenso respecto al camino a seguir y pronto sabremos si en él habrá más o menos espacio para la diplomacia. Es la gran oportunidad de Jiang Zemin, pero no pocos dudan de que realmente la sepa aprovechar.