La progresiva y prolongada revuelta de la oposición iraní, aduciendo la presunta consumación de un fraude electoral en los pasados comicios presidenciales que le dieron la reelección a Mahmud Ahmadíneyad, coloca al país en un complejo cuadro geopolítico, con múltiples fuerzas internas y externas jugando todo tipo de cartas de poder.
Con varias víctimas mortales en curso y fuertes enfrentamientos en las calles, el pulso interno en el país persa deja abierto todo tipo de escenarios. La reciente decisión del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución de iniciar un proceso de recuento de votos (eliminando cualquier posibilidad de repetición de los comicios) manifiesta dos vertientes, destinadas a ganar tiempo políticamente y a amortiguar las demandas de la oposición, a fin de desinflar progresivamente una rebelión de perspectivas inciertas.
La rebelión del twitter
El pulso iraní puede interpretarse desde diversos canales. La sociedad iraní, abrumadoramente joven, viene acrecentando con el paso de los años toda serie de demandas aperturistas, tanto como mayor nivel de democracia y acceso a medios de información externos.
El aspecto comunicativo es esencial para explicar la inmediata reacción represiva del régimen de los ayatolás y sus fuerzas de seguridad hacia los sectores informativos, a fin de controlar a los medios internos y externos. De allí el énfasis en denominar, desde los medios occidentales, a esta rebelión como la “revolución del twitter”, en referencia a la utilización de blogs interactivos, verdaderos vehículos de transmisión con el exterior de las demandas reformistas.
La utilización de blogs a través de Internet como vehículo de movilización popular para propiciar la caída de determinados gobiernos, es un aspecto que ya se observó en otros escenarios: Serbia (2000); Georgia (2003); Ucrania (2004 y, hace pocos meses, tras las elecciones presidenciales en Moldavia ganadas por el Partido Comunista y denunciadas como fraudulentas por la oposición.
Desde esta perspectiva, diversos sectores occidentales apuestan porque Irán se convierta en un nuevo escenario de estas revoluciones y cambios de todo color, colocando a Internet como auténtico vehículo motriz. Del mismo modo, el discurso aperturista de Barack Obama de abril pasado, ofreciendo una “nueva era” en las relaciones entre Washington y Teherán, pudo igualmente calcularse dentro de un contexto pre-electoral destinado a persuadir a la juventud iraní (con sus vehículos de información y movilización) sobre la inminencia (y necesidad) de cambios políticos en el país persa.
Conformado por diversos sectores sociales, especialmente profesionales y de clases medias ansiosos de observar una mayor apertura en el país, el reformismo opositor iraní no está exactamente identificado en el candidato opositor Mir Hossein Musaví, un conservador que, súbitamente, se ha erigido en la figura visible de una rebelión aparentemente tan espontánea como políticamente poco estructurada. Pero Musaví no parece representar, a grandes rasgos, los deseos de cambio que los jóvenes iraníes vienen demandando desde hace, al menos, un decenio. A los ojos de los “rebeldes”, el perfil conservador y de avanzada edad de Musaví lo identifica, directa o indirectamente, con los cimientos del sistema teocrático de los ayatolás.
Esta perspectiva coloca a Irán, probablemente, a las puertas de una nueva revolución, plasmada e unas demandas de apertura democrática que no deja de manifestar ribetes de contenido nacionalista e identitario, con un impacto ineludible y en el resto del mundo islámico. A pesar de los intereses y deseos provenientes del exterior, esta revolución en curso no parece que será, exactamente, para conformar un régimen prooccidental en el país persa.
Los actores en juego
Detrás de estos grupos pueden estar manifestándose los hilos de poder de dos ayatolás ex presidentes del país, como Mohammed Jatamí (1997-2005) y Akbar Hashemi Rafsanjani (1989-1997), este último considerado el hombre más rico del país y actualmente presidente del Consejo de Discernimiento, un órgano encargado de diririmir los conflictos entre el Consejo de los Guardianes y el Parlamento.
Jatamí y Rafsanjani, quienes apoyan una normalización de relaciones con el exterior, especialmente con Washington, se han conformado en una especie de “eje reformista” dentro del rígido y excesivamente conservador sistema de poder en Irán, opuesto al poder casi absoluto del ayatolá Alí Jameni, Guía de la República Islámica iraní, y a su catalogado “delfín” político, el presidente Ahmadineyad, cuyo bajo perfil en todo este pulso político es absolutamente notorio y revelador.
A las muchedumbres opositoras se les opone el pulso en las calles manifestado por las masas que salieron a apoyar a Jamenei y Ahmadíneyad, conformando un escenario absolutamente polarizado, que seguramente dividirá y desgastará aún más al país en una lucha política de resultados aún inciertos.
Junto a Jamenei y Ahmadíneyad se une la figura de Alí Jafari, el comandante de los poderosos cuerpos Pasdarán de los Guardianes de la Revolución, que cuentan con 300.000 efectivos y sirven como guías políticos, militares e ideológicos de los cuerpos paramilitares Bassijs (de los que proviene Ahmadíneyad) y a quien se les acusa de perpetrar la represión contra las manifestaciones opositoras.
Jafari juega también sus cartas, aparentemente ligadas a Jamenei, por lo que no se debe descartar que de esta crisis, el propio Jafari y los Guardianes de la Revolución intenten erigirse como el verdadero eje de poder en el país. Es posible que la presunta detención de altos cargos militares y de la Guardia Revolucionaria, simpatizantes con la revuelta de los reformistas, suponga una purga interna diseñada por Jafari, con la anuencia de Jamenei, para controlar aún más unos resortes de poder que no parecen tan consolidados como se cree.
EEUU, Israel y el contexto geopolítico
Finalmente, sería ineludible aproximarse a los intereses exteriores. Resulta obvio que EEUU e Israel están totalmente en alerta por lo que sucede en Teherán, cuya caída del régimen de los ayatolás supondría poner fuera de juego, temporalmente, a un país geopolíticamente en ascenso y capacitado para dotarse de un programa nuclear. En este mismo nivel pueden incluirse países árabes aliados de Washington, como Egipto, Arabia Saudita y otros emiratos del Golfo Pérsico, temerosos de la potencialidad nuclear y geopolítica iraní.
Aunque no existen evidencias absolutas sobre una presunta infiltración estadounidense e israelí dentro de la rebelión reformista en Teherán, sí ha sido notorio en años anteriores el financiamiento público, a través de la CIA y del Departamento de Estado, de grupos paramilitares dentro del país persa, muchos de ellos conformados por exiliados iraníes que huyeron del país tras la revolución de 1979.
Si la caída del régimen de los ayatolás se convierte, súbitamente, en un escenario real, Washington y Tel Aviv se habrían asegurado el final de un incómodo polo de poder, amortiguando con ello cualquier iniciativa de ataque militar contra las instalaciones nucleares iraníes, tal y como tienen en sus manos el gobierno y el alto mando israelíes.
Por el contrario, aún logrando controlar la rebelión, el régimen de los ayatolás saldría visiblemente debilitado y con cierta crisis de legitimidad, especialmente si la represión cobra mayores tintes injustificados y sangrientos, con una ola de detenciones de líderes opositores. Esto colocaría a Teherán en una situación aún más difícil en sus relaciones con el exterior, especialmente a la hora de negociar su programa nuclear con la ONU.
¿Hacia dónde va Irán?
La magnitud de las protestas opositoras y a favor de Ahmadíneyad, unido a la represión generalizada en diversos niveles, dejan a Irán en una situación de pronóstico reservado, engullido por una convulsión que, si no se dirime bajo un amplio y necesario consenso interno, terminará debilitando, con el paso del tiempo, la posición geopolítica del país, un asunto clave en un momento en que Teherán avanza hacia la concreción de su programa nuclear.
Es muy posible que Jamenei, apoyado por los Guardianes de la Revolución, logren controlar y orientar el curso de los acontecimientos a su favor, desarticulando progresivamente una rebelión de gran magnitud pero políticamente diversa, que evidencia la polarización del país. Pero, si bien es complejo identificar el verdadero alcance de la rebelión reformista, resulta inevitable que, treinta años después de la revolución de 1979, comiencen a manifestarse una serie de cambios en Irán que, paulatinamente, superarán tanto la capacidad de maniobra de Jamenei como la fortaleza de las estructuras actuales de poder.
Todo ello apunta a que Irán se encuentra a las puertas de una nueva revolución, liderada por una generación joven con ansias de modernidad sin que ello le permita despojarse de su rica identidad religiosa y cultural, enmarcado en un contexto geopolítico clave para dirimir la real potencialidad de este país.