Límites y paradojas del G-2

La cumbre China-EEUU celebrada en Washington los días 27 y 28 de julio ha vuelto a evocar la perspectiva de un nuevo orden mundial basado en el cogobierno de los asuntos globales por parte de un G-2 conformado por ambas potencias, concreción de una nueva realidad geoestratégica que vendría a reflejar, sobre todo, la imparable emergencia del gigante asiático.

Sin duda, la cumbre, con una vocación de formato anual, supone no solo un cambio cualitativo en el discurrir de las relaciones bilaterales, sino también en la mutua aceptación de la apertura de discusiones respecto a los problemas del mundo en general, en los cuales, la opinión de ambos actores, sin llegar a ser decisiva en todo caso, cuenta cada vez más. El reforzamiento de los lazos y la apuesta por el diálogo en una agenda común repleta de intereses configura, pese a la heterogeneidad y desigualdad de ambos actores, un escenario complementario, de futuro incierto, ante la obsolescencia del G-8, de una parte, y la clara indefinición de las perspectivas del G-20, foros que están sobre la mesa y en los que se adivina cierta connotación transitoria.

Sin renunciar del todo a la contención, la aceptación de este formato de diálogo con China por parte de EEUU revela el crecimiento de la influencia en Washington de los partidarios de una estrategia de cooperación con Beijing, en detrimento de quienes ponen el acento en la “amenaza china”. No obstante, cabe señalar que ello no impedirá que EEUU aspire a proteger sus intereses globales, como se ha puesto de manifiesto en la profundización de sus alianzas en el entorno geopolítico inmediato de China, desde Asia central, oriental o meridional hasta el sudeste asiático.

En ámbitos como la crisis financiera y económica internacional, el mundo desarrollado, con EEUU a la cabeza, admite la importancia de contar con las economías emergentes, y con China, su principal acreedor, en primer lugar, resaltando el hecho de la interdependencia y también de las propias y crecientes insuficiencias de su hegemonía. El concurso chino es también necesario en asuntos clave de la agenda internacional como el cambio climático y podría serlo muy pronto también en temas de seguridad, donde el papel de Beijing va en aumento en los cinco continentes.

China está muy satisfecha del nivel alcanzado en sus relaciones con EEUU. Lo ha logrado sin reducir ni adaptar un ápice sus controvertidos puntos de vista en materias como las libertades públicas o la protección de los derechos humanos, aunque intentará conducirse con la máxima moderación posible en los temas espinosos, no tanto por convicción como por la necesidad de evitar incomodidades a su socio ante terceros. El nuevo diálogo puede alentar en China la influencia de aquellas elites que sienten una fascinación inocultable por el modelo estadounidense, fijando pautas para superar sus actuales debilidades y definir los contornos futuros de su propia transición, hoy deudora aún del “socialismo con peculiaridades chinas” formulado por el desaparecido Deng Xiaoping.

Para Hu Jintao y el gobierno, el diálogo de Washington supone un reconocimiento de gran magnitud que le legitima internamente ante la ciudadanía en un momento difícil y complejo, tanto por las dificultades económicas como por el resurgir de las tensiones sociales y políticas, reafirmando la corrección del camino elegido a las puertas de un nuevo aniversario de la proclamación de la China Popular, el sexagésimo, que bajo el liderazgo del PCCh ha puesto al alcance de la mano el objetivo histórico de la modernización y la recuperación de la grandeza perdida después de siglo y medio de decadencia.

Pero no cabe esperar de China un entusiasmo y obsesión ilimitados por asentar ante el mundo la imagen de un condominio global con EEUU. Asumir la pertenezca a un hipotético G-2 significaría para Beijing, de entrada, muchas responsabilidades que no está en condiciones de gestionar, cuando las exigencias de su evolución interna atraviesan un momento crucial y cuando, conceptualmente, nunca se han planteado como objetivo dirigir el mundo sino asegurar su propio desarrollo garantizando el nivel suficiente de soberanía que le permita impedir la intromisión externa en sus asuntos.

Por otra parte, aun privilegiando su relación con EEUU, China no dejará de prestar atención preferente a otros escenarios, de conformidad con su trayectoria conceptual en el delineamiento de la política exterior (multipolaridad, multilateralismo, mundo armonioso), priorizando, en función de la coyuntura, la satisfacción de sus intereses globales.

Por otra parte, el nuevo marco bilateral plantea, a uno y a otro, situaciones relativamente nuevas tanto en relación a Rusia, como Japón o la UE, y cabe esperar en todos ellos un esfuerzo de adaptación al contexto, sin descartarse implicaciones de mayor alcance.