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Lo que se juega en Irak

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 Rúa de Bagdad, 16/12/2004
Rúa de Bagdad, 16/12/2004
El pasado miércoles comenzó una difusa campaña electoral con la participación de unos 230 partidos y grupos políticos a nivel nacional, que conforman el complicado entramado étnico, tribal y religioso del país, y quienes entraron a formar parte de la lista de candidatos. Sin embargo, hay ausencias notables, sobretodo por parte de movimientos más radicales y varios grupos sunnitas y kurdos que presionan por el retraso o aplazamiento del proceso electoral.
 

Enero de 2005 marcará un nuevo rumbo, aún incierto, en el país árabe. Tras un año particularmente sangriento, condicionado por la necesidad de estabilización para llevar a cabo las próximas elecciones generales, la crisis iraquí se reveló como una aguda pelea étnico-religiosa que dificulta la constitución de un estado federal y democrático. La amenaza de retraso y suspensión de las elecciones también dejó clara la puja entre el gobierno estadounidense y la cada vez mayor influencia de Irán en el escenario político iraquí, que también se trasluce a nivel geopolítico y regional. El temor en Washington y Bagdad es que el fracaso electoral conlleve a la explosión de una guerra civil y a la progresiva "libanización" del país.

El escenario en el cual se preparan las próximas elecciones generales en Irak, pautadas para el 30 de enero, se revela lleno de claroscuros. Por un lado, la exitosa pero no menos feroz ofensiva estadounidense en el enclave sunní de Faluya, cuya finalidad fue quebrantar la insurgencia liderada por Abu Musab al Zarqawi, ha dado paso a una relativa calma mientras se aceleraban las negociaciones con las facciones políticas sunnitas, chiítas y kurdas para allanar el camino electoral.

La batalla y posterior toma de Faluya, un hecho profundamente impopular en el mundo árabe, permitió darle un respiro militar a Washington, consciente de que desde el fin de la guerra en abril de 2003, ha perdido cerca de 1.300 soldados. Pero la percepción moral estadounidense ha sido tocada por los escándalos de Abu Ghraib, Guantánamo y su ofensiva en Faluya y por la imposibilidad de estabilizar el país. La reelección en noviembre de George W. Bush reforzó la "línea dura" en la Casa Blanca, por lo que se hacía imperiosa la necesidad de llevar adelante los comicios de enero, para progresivamente dejar atado el tema de la soberanía iraquí.

A finales de noviembre, Washington obtuvo un notable éxito diplomático cuando, en la conferencia sobre Irak en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij, los allí reunidos representantes de EEUU, la Liga Árabe, seis países vecinos, la Conferencia Islámica, la Unión Europea y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, acordaron en principio una declaración de apoyo a la transición democrática iraquí y el cumplimiento del calendario electoral previsto para el 30 de enero.

El pasado miércoles comenzó una difusa campaña electoral con la participación de unos 230 partidos y grupos políticos a nivel nacional, que conforman el complicado entramado étnico, tribal y religioso del país, y quienes entraron a formar parte de la lista de candidatos. Sin embargo, hay ausencias notables, sobretodo por parte de movimientos más radicales y varios grupos sunnitas y kurdos que presionan por el retraso o aplazamiento del proceso electoral. Y a pesar del éxito diplomático estadounidense, Washington sólo tiene el apoyo irrestricto de Gran Bretaña y la Administración Provisional encabezada por Ayad Alaui, y su estrategia en Irak sigue sin tener apoyo firme en el concierto internacional.

El peligroso fantasma de la "libanización"

Con las operaciones militares tipo Nayaf y Faluya ya finalizadas, los ataques terroristas y de varios grupos insurgentes siguen siendo la tónica, aunque no con la misma intensidad de hace meses. Sin embarog, se espera que éstos aumenten a medida que se acerque la fecha electoral, a fin de propiciar el miedo y la desestabilización.

Pero el riesgo está en las negociaciones de quiénes participarán y quiénes no en los comicios, lo que aumenta la percepción, ya públicamente anunciada por diversos servicios de inteligencia norteamericanos, de que el fracaso electoral encenderá la espiral de la guerra civil. Por ello, si bien la experiencia militar en Argelia, Vietnam y Chechenia sirvió como estudio a los estrategas militares estadounidenses a la hora de llevar a cabo las operaciones en Nayaf y Faluya, ahora el trágico ejemplo de la guerra civil en el Líbano (1975-1990) o incluso la crisis balcánica de los noventa, sirve de ejemplo aleccionador para los estrategas políticos.

Los esfuerzos se concentran en las agrias negociaciones entre los partidos sunnitas, la administración en Bagdad y la mayoritaria comunidad chiíta, situación que está desnudando una puja entre EEUU e Irán para controlar los destinos del país. Es necesario recordar que sunnitas y chiítas no conforman comunidades homogéneas en sus objetivos, ya que se encuentran divididos entre elementos seculares y religiosos, cada uno con una visión distinta sobre el futuro del país.

El llamado "triángulo sunni" en torno a Bagdad-Mosul-Kirkuk, ha sido el más violento en las últimas semanas, al contrario de la relativa pacificación de los sectores chiítas desde abril pasado, tras el control de Nayaf. Los sunnitas ven cada vez más cercano un futuro gobierno de mayoría chiíta que amenazaría su situación, por lo que recelan de los movimientos que realizan el influyente clérigo Alí Sistani, miembro de la actual Administración Provisional, y el líder político Abdul Aziz al Hakim, principales figuras de la comunidad chiíta, quienes poseen estrechos contactos con el primer ministro Alawi y con los ayatollahs en Teherán.

El éxito de Alí Sistani consiste en la creación de una Alianza Única Iraquí en la cual se enrolan los principales grupos chiítas, incluso los radicales partidarios del joven mullah Muqtada al Sadr, líder de la rebelión sureña en Nayaf y Karbala. El problema es que el grupo simpatizante de al Hakim acusa a los de al Sadr de estar detrás del asesinato del clérigo Muhammad al Bakr al Hakim, hermano del actual líder chiíta, lo cual podría provocar futuros enfrentamientos tomando en cuenta la existencia de milicias armadas en cada bando. Del mismo modo, fuentes de seguridad estadounidenses señalan que al Hakim posee contactos con los servicios secretos iraníes, sumamente activos en Irak.

La demanda de 15 partidos sunnitas y kurdos de aplazar, por razones de seguridad, las elecciones, fue tajantemente rechazado por los chiítas, encabezados por un inflexible Alí Sistani, sabedores de que su influyente peso demográfico les garantizaría el control de la futura Asamblea Nacional que salga de las elecciones, cuyos 275 diputados tendrán la responsabilidad de redactar la nueva Constitución.

Washington y Teherán mueven sus cartas

Por lo tanto, para Teherán, controlar Irak incluso negociando bajo cuerda con Washington, supondría aliviar el acoso estadounidense, plasmado en la presencia de fuerzas militares y gobiernos aliados de Washington en sus fronteras con Afganistán, Arabia Saudí y ahora Irak, ademas de la constante presión de la administración Bush por desmontar el programa nuclear iraní. De allí que los ayatollahs envíen dinero y militantes, a través de fundaciones caritativas, a los partidos chiítas en Irak. En Teherán saben que su decisiva influencia en el país vecino remodelaría por completo el mapa geopolítico en Oriente Medio.

Los grupos sunnitas islamistas, enrolados en el Partido Islámico Iraquí, están tratando de recuperar terreno negociando con la administración en Bagdad y los grupos radicales del triángulo sunnita, a fin de propiciar una alta participación en las elecciones y evitar lo que traslucen como un posible aislamiento a favor de los chiítas. Por su parte, los dos principales partidos kurdos anunciaron que enviarían una lista electoral conjunta pero sienten presiones de la vecina Turquía, temerosa de observar un Kurdistán consolidado en el futuro Irak federal.

Otro problema se presenta a nivel regional. Arabia Saudí y Kuwait, cuyas poblaciones son mayoritariamente sunnitas, se han negado a condonar la deuda iraquí, valorada en 120.000 millones de dólares, precisamente porque observan que el péndulo político se mueve a favor de la creación de un gobierno chiíta, apéndice del régimen de Teherán. Por su parte, el ministro de Defensa iraquí acusó directamente a Irán y Siria de fomentar el terrorismo en Irak y de interferir en los asuntos internos del país.

Para Washington también se hace necesario una elección exitosa, tomando en cuenta que los contigentes militares extranjeros son cada vez menores: sólo Islas Fidji y Rumanía (cuyas recientes elecciones arrojaron un gobierno liberal pro-Washington y europeísta) anunciaron que enviarían soldados. Por ello, el gobierno Bush utiliza su alianza con el presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez para el envío de "mercenarios" colombianos expertos en la guerra anti-insurgencia, con la finalidad de garantizar la seguridad de los campos petrolíferos y gasíferos en Bagdad, Basora, Kirkuk y Mosul, lo que agrega mayor injerencia extranjera en un país constantemente azotado por el fantasma de la guerra civil.

Otra estrategia estadounidense que, en esta ocasión, busca ganarse el apoyo de chiítas y kurdos, tiene que ver con el anuncio del inicio de los enjuiciamientos contra líderes del extinto régimen de Saddam Hussein, justo un año después de la captura del ex dictador. Ambas comunidades fueron las más castigadas por la represión del régimen baazista. Si bien Hussein no será el primero en comparecer, en principio lo harían la próxima semana el ex vicepresidente Tareq Aziz y Alí al Majid, mejor conocido como "Alí el Químico", perpetrador de la masacre contra los kurdos en 1988.