Los chinos se merecen algo mejor

El primer ministro Wen Jiabao ha sido el principal protagonista de las sesiones parlamentarias chinas recientemente clausuradas. En su conferencia de prensa final ha anunciado “altibajos y espinas” para los próximos años, comprometiéndose a dedicar los máximos esfuerzos a su gestión porque él “ama” a China. ¿Suficiente?. Incluso aquí, en la situación actual, un discurso de semejante naturaleza no deja de ser retórico, vacío y, en cierta medida, patético. Frente a la retahíla de problemas que agobian a la sociedad china, Wen Jiabao, echando mano de su repetida pose populista e intelectual, no ha podido trasladar una sola idea innovadora que transmitiera confianza a los millones de chinos que cada día se irritan más con el desmedido aumento de las desigualdades sociales. Buena parte de la sociedad china esperaba menos palabras y declaraciones vagas y más compromisos firmes.

La enmienda a la ley electoral aprobada en estas sesiones, en la dirección correcta y publicitada como un nuevo logro democrático, es expresión no obstante de cuanto ocurre en el país, inmerso en un círculo vicioso sin fin. Anunciar como avance democrático la equiparación de la representación de campesinos y residentes urbanos sin resolver el problema del sufragio de la población flotante (cerca de 200 millones de personas) cuando la igualdad de derechos ha sido otro de los temas estrella de estas sesiones es indicativo de la hipocresía que hoy se prodiga en los círculos del poder, pero, además, a fin de cuentas, sirve de bien poco esa equiparación cuando el principal problema del régimen electoral, se diga lo que se diga, es que no se puede hablar de auténticas elecciones…. Lo que todo el mundo sabe en China es que raros son los ciudadanos que conocen a “sus” propios candidatos y así seguirá siendo con este régimen electoral.

A Wen Jiabao le quedan tres años por delante para culminar su segundo mandato, pero estas sesiones han revelado con asombrosa nitidez su falta de proyecto y empuje. No inspira confianza, al menos la necesaria para resolver los problemas de esas amplias capas sociales, los sacrificados de siempre, a quienes no ha llegado ese abultado auge de la economía china que hace palidecer de envidia a los grandes magnates del mundo que enuncia la lista Forbes y en la que, por cierto, abundan cada vez más chinos.

Wen habló de corregir las desigualdades, pero no expresó claridad ni voluntad alguna para ponerle remedio. De 2003 a hoy, y van siete años, ha hecho gala permanente de un populismo asfixiante, pero las desigualdades, de ayer a hoy, no han hecho más que crecer, superando todos los límites admisibles.
Un reciente informe del Banco Mundial señala que el coeficiente Gini, medidor de la disparidad de ingresos, de la tercera economía del mundo se elevó a 0,47 en 2009, superando la “línea de seguridad” de 0,4, indicando la existencia de una desigual distribución de ingresos que podría generar disturbios sociales. Hace tres décadas la cifra oscilaba entre 0,21 y 0,27. Este hecho, reconocido por todos y palpable socialmente, exige medidas audaces y atrevidas. La vivienda, problema número uno de muchos chinos, es un bien inalcanzable en una sociedad donde el pueblo, paradójicamente, es el teórico dueño del suelo. La red de especuladores y funcionarios que se lucran con él juegan a tiempo completo con la burbuja inmobiliaria obteniendo a cambio valiosos réditos sin que el gobierno se muestre dispuesto a impedirlo.
El actual gobierno chino sigue parasitando y ganando tiempo, emitiendo proclamas desde su torre de marfil que cada vez le cuesta más hacer realidad, ante unos subordinados jerárquicos a diferentes niveles que van consolidando sus parcelas de poder, de espaldas a la sociedad y al gobierno central, y en complicidad con las nuevas elites emergentes que exhiben sin pudor su carné del PCCh. Son el estandarte de la “triple representatividad”.

¿Para quien gobierna actualmente el Partido Comunista de China? A juzgar por los resultados de estas asambleas, su pérdida de credibilidad gana enteros, tantos que no se debe descartar la emergencia de crisis graves en el futuro inmediato.

El rumbo político marcado por Hu Jintao en su día parece haberse traducido en simple impotencia. En la práctica, son los príncipes rojos (en cuyo club también podría incluirse a la propia hija de Wen Jiabao tanto por su linaje como por sus méritos financieros), las nuevas familias dueñas de China, quienes lideran el control del aparato burocrático y emergen como beneficiarios clave de todo tipo de especulación. En un tiempo de viraje, como señalan los politólogos oficiales, el continuismo que destilan las palabras del primer ministro en su conferencia de prensa solo pueden derivar en una fragilidad política creciente y una inestabilidad en ascenso.

El gobierno chino tiene que hacer mucho más por sus ciudadanos.