Los dos años de Ma Ying-jeou

El balance de los dos años transcurridos desde que Ma Ying-jeou asumió la presidencia de Taiwán, la decimoctava mayor potencia comercial, la vigésima mayor economía y el cuarto mayor país poseedor de divisas extranjeras del mundo, ofrece como datos destacables los ocho siguientes.
                         
En primer lugar, la práctica pulverización de los ocho años de política soberanista del Partido Democrático Progresista (PDP). Sin perder tiempo y avalado por una contundente victoria (obtenida tanto en las legislativas de enero como en las presidenciales de marzo de 2008), Ma ha salido al encuentro de China continental imprimiendo una orientación netamente diferente a la política de distanciamiento de Beijing promovida por el PDP.

En segundo lugar, el haber encontrado, pese a dicho aval, más dificultades de las esperadas. En términos generales, la “tranquilidad” proporcionada por su amplia mayoría (81 diputados frente a 27) y el calamitoso estado de la oposición tras el procesamiento y condena (a cadena perpetua) del ex presidente Chen Shui-bian le aventuraba un paseo poco menos que triunfal. Pero no ha sido del todo así. Los errores en la gestión interna (el tifón Morakot o el levantamiento de la suspensión de la importación de carne bovina de EEUU, por citar dos ejemplos notorios), así como las desconfianzas respecto a la política continental y la celeridad en el cambio de liderazgo en el PDP, dieron nueva vida a una oposición que mostró su fortaleza en las elecciones municipales parciales celebradas a finales de 2009, a la espera de medir fuerzas en noviembre de 2010.

A los seis meses de ejercicio de su presidencia, la gestión de Ma ofrecía un balance desolador: solo el 30 por ciento de los ciudadanos aprobaban su gestión, mientras casi el doble expresaba su descontento, según datos revelados por la Universidad Shih Hsin. ¿Las causas? Pudiera pensarse que la crisis económica le estaba pasando factura ya que, en términos generales, no había logrado mejoras significativas y las iniciativas ideadas para estimular el consumo y las inversiones, por el momento, apenas daban resultados. Su objetivo (y promesa electoral) “6-3-3” (6% crecimiento, desempleo inferior al 3% y 30.000 dólares de PIB per cápita de media) debieron aparcarse a la vista de la difícil coyuntura mundial.

En tercer lugar, a salvo de la mejora de la economía o la moralización de la vida pública, los mayores avances se han producido en la activación de las relaciones con el continente, con encuentros políticos al máximo nivel (con acusación de diálogo secreto incluida, negado por las autoridades), la reanudación de los contactos paradiplomáticos (paralizados desde hacía 10 años), y los acuerdos de normalización de los intercambios (en suspenso desde hacía 60 años). El marco contextual de esta política lo definió en el discurso de toma de posesión del 20 de mayo de 2008: “consenso de 1992” (una sola China sujeta a diferentes interpretaciones) y “las tres negativas” (ni independencia, ni unificación, ni uso de la fuerza).

En el tiempo transcurrido, la normalización de las comunicaciones directas, la conversión monetaria, la progresiva eliminación de las restricciones a las inversiones procedentes del continente, el fomento del turismo y la apertura de oficinas de representación, la coordinación en materia de seguridad alimentaria, la preparación de acuerdos en el orden universitario, la potenciación de los vínculos entre medios informativos, etc., son muestras a las que cabe sumar la suspensión de la pugna diplomática. No obstante, en el ámbito de la seguridad y la defensa no se han registrado cambios sustanciales. Beijing, que ofreció en marzo de 2008 la firma de un tratado de paz, mantiene sus misiles apuntando hacia Taiwán que estudia nuevas compras de armamento en Washington, una vez completada una adquisición por valor de 6.400 millones de dólares, recientemente autorizada por el presidente Obama.

Por otra parte, el Acuerdo Marco de Cooperación Económica (AMCE) parece indiscutible. El comercio bilateral entre los dos lados del estrecho ha alcanzado los 130.000 millones de dólares estadounidenses y, por otra parte, es condición sine qua non para que Taiwán mejore posiciones en los procesos de integración en una región en plena efervescencia. No obstante, la mayoría de la población, con diferente criterio a buena parte de la comunidad empresarial, sigue muy dividida en cuanto a la apreciación de los beneficios del entendimiento. El debate televisivo celebrado en abril de 2010 entre el presidente y la líder opositora evidenció la necesidad de realizar ingentes esfuerzos de clarificación por parte del KMT.

En cuarto lugar, Ma parece firme en el deslinde de los diversos ámbitos de la relación, graduando el acercamiento en función de los imperativos internos: si en la economía, las cosas marchan a muy buen ritmo, en la seguridad y defensa, el diálogo está en pañales y si avanza lo hará con mucha lentitud; en lo político, parece lejano. El manejo de las distintas velocidades obedece a una clara categorización de intereses y necesidades que debe gestionar con la mirada puesta en las protestas de la oposición. Por ello, Ma debe demostrar dos cosas. Primero, que su política contribuye a mantener el nivel de bienestar de los taiwaneses. Segundo, que  no expedirá ningún cheque en blanco a las autoridades del continente.

En quinto lugar, en el orden diplomático se ha apuntado algunos tantos en su favor. El pasado 20 de mayo de 2009, el ministro de Sanidad, Yeh Ching-chuan, participó en la 62ª reunión de la Asamblea Mundial de la Salud, celebrada en Ginebra, después de 38 años de larga espera. También ha logrado conservar a aquellos aliados que titubeaban (Paraguay o Panamá), sin dejar por ello de abrir otros frentes de presencia internacional a través, por ejemplo, de la promoción de las Academias Taiwán (frente a los Institutos Confucio). Igualmente, ha prestado atención al fortalecimiento de los lazos tradicionales con EEUU y Japón.

En sexto lugar, Ma ha intentado garantizarse el pleno control del KMT, donde han empezado a surgir las primeras voces cuestionando su previsible candidatura a las presidenciales de 2012. Recuperando la presidencia que abandonó en 2007, ha impulsado el saneamiento interno y promovido un nuevo secretario general, Chin Pu-tsung. Por el momento, estas medidas no han tenido impacto positivo. En las elecciones locales parciales celebradas el 5 de diciembre de 2009 ha podido constatarse la existencia de una base social opositora muy sólida. El PDP se ha recuperado a gran velocidad del daño infringido por la corruptela del ex presidente Chen Shui-bian y tiene en el acuerdo económico con China un caballo de batalla perfecto para seguir movilizando a su base electoral. En las elecciones legislativas parciales celebradas en enero de 2010, ganadas en su totalidad por el PDP, Ma recibió un serio aviso: baja el apoyo social y crece la capacidad de la oposición, ahora con 30 diputados (frente a 74 del KMT), con la posibilidad de desarrollar una acción parlamentaria más efectiva (ya puede promover reformas constitucionales o instar la destitución del presidente). A finales de año se celebrarán las elecciones locales en los distritos y ciudades de Taipei, de Taichung, de Tainan y de Kaohsiung, en virtud de una reciente reforma administrativo-electoral que alarga la nómina de municipalidades directamente subordinadas al poder central (antes solo Taipei y Kaohsiung). Todos medirán entonces el alcance de sus políticas con la mirada puesta en 2012.

En séptimo lugar, la política de Ma ha tenido sus efectos desestabilizadores también en la oposición. En el PDP, por ejemplo, la expulsión de dos destacados miembros (Fan Chen-tzung y Hsu Jung-shu) que asistieron a un foro organizado por el PCCh y el KMT sobre las relaciones bilaterales celebrado en Hunan, quiso enviar un idéntico mensaje a China, al gobierno del KMT y a la sociedad taiwanesa: el PDP no claudicará. Pero también a su propio partido, donde el debate no está cerrado. La alcaldesa de Kaohsiung, Chen Chu, perteneciente al PDP, reclama cierta adaptación para no quedar marginados. La propia Tsai Ing-wen, presidenta del PDP, ha abierto la puerta a cierto diálogo con el continente a través de entidades terceras afines.

Por último, el futuro de la unificación no se ha clarificado del todo. Pocos días antes de su toma de posesión, Ma declaraba a la agencia AP que la unificación era improbable en décadas. En Taipei se separa economía y política, pero esa frontera no está del todo clara. La creciente influencia de China en la región y el reforzamiento de los lazos económicos pueden influir en las posibilidades de mantenimiento futuro del statu quo. El acercamiento entre los dos lados es de naturaleza estratégica, va mucho más allá de lo anecdótico de un mandato de cuatro o cinco años, pero tiene, en lo táctico, la hipoteca de garantizar la continuidad política del KMT al mando en Taipei ya que su principal opositor, el PDP, juega abiertamente a la contra.