Los dos horizontes de América Latina

El horizonte económico para los países de América Latina se presenta dual. Por un lado, claro y promisor. Por otro, cargado de tormentas. Desde luego, la situación no es la misma para los países abocados a manufactura de mano de obra intensiva y para los dependientes de recursos naturales. 

 

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El horizonte económico para los países de América Latina se presenta dual. Por un lado, claro y promisor. Por otro, cargado de tormentas. Desde luego, la situación no es la misma para los países abocados a manufactura de mano de obra intensiva y para los dependientes de recursos naturales. 

 

Para los primeros, donde se encuentra México, República Dominicana y América Central, oportunidades y opciones resultan más limitadas. Incapacitados de moverse hacia la producción de alta tecnología o hacia la de mano de obra más económica, se ven estancados. Lo uno los circunscribe a tecnología de maquila, mientras lo otro los deja bajo riesgo permanente de una mano de obra más barata. Más aún, en tanto economías sombra de Estados Unidos, están sometidos a las incertidumbres resultantes de un inconsecuente árbol frondoso. Tal es el caso de México frente a las presiones de Trump, obligado a renegociar lo que costó tanto negociar.

Así las cosas, cuando hablamos de un horizonte claro, lo hacemos en relación a los exportadores de recursos naturales. Es decir, América del Sur. Aunque los precios de tales recursos se encuentran actualmente deprimidos, habría dos oportunidades potencialmente brillantes por delante: India y la iniciativa china de “Un Cinturón, Un Camino”. En relación al primer escenario el Banco Interamericano de Desarrollo señalaba: “Cualquier análisis de las complementariedades entre las dos economías (India-Sur América) muestra que el potencial para un comercio masivo está allí” (Mauricio Mesquita Moreira, Cord., India: Latin America’s Next Big Thing?, Inter-American Development Bank, 2010).

En la actualidad las cifras de la relación comercial con India son de 43 millardos de dólares, 15% de lo que la región comercia con China. Sin embargo, el comercio entre América Latina e India (básicamente América del Sur) creció 22 veces entre 2000 y 2014. El comercio con China creció 24 veces durante igual período. La diferencia estriba en que con India se empezó mucho más abajo. No obstante, con una población de 1.1 millardos se seres humanos y un crecimiento económico de 7%, dicho país tiene excepcionales posibilidades por delante. Especialmente porque se encuentra en la antesala de un masivo proceso de modernización de infraestructuras. De reproducirse lo que ocurrió con China, el cielo se abriría para Suramérica.

La iniciativa de Un Cinturón y Un Camino, es un mega-proyecto de infraestructura que plantea crear una gigantesca red de autopistas, redes ferroviarias, oleoductos, gaseoductos y puertos, llamado a conectar a setenta países de Asia, África y Europa. El costo estimado de este proyecto sería de un millón de millones de dólares. De materializarse el mismo, ante el empuje de China y la aquiescencia de cien países, se produciría un extraordinario boom en los recursos naturales. También aquí Suramérica vería iluminarse el cielo.

No obstante, frente a estas brillantes posibilidades se contrapone la posibilidad de una tormenta de rasgos apocalípticos. En efecto, la llamada Cuarta Revolución Industrial está también anunciando su llegada. Esta plantea la posibilidad de un desacoplamiento comercial masivo entre los mundos desarrollados y en desarrollo. De materializarse esta opción los países desarrollados (y aquí habría que incluir también a China), se harían crecientemente autárquicos frente a las manufacturas y los recursos naturales provenientes de las naciones en desarrollo.

La convergencia y retroalimentación de revoluciones tecnológicas en los campos más variados, dejarían sin capacidad de respuesta posible a América Latina. La tecnología digital y la nueva robótica; la impresión 3D; la nanotecnología; la biotecnología y la tecnología del genoma; el internet de las cosas  y las tecnologías energéticas, entre otras tantas, caerían sobre América Latina como tormentas devastadora.

Las líneas de ensamblaje latinoamericanas perderían toda sustentación frente a robots adaptativos, flexibles y cada vez más económicos. Por más que bajase el costo de la mano de obra humana sería imposible competir con aquellos.  De su lado, la impresión 3D volvería obsoletas a las líneas de ensamblaje. En ambos casos las fábricas regresarían al mundo desarrollado.

La aparición de nuevos materiales mucho más resistentes, flexibles, ligeros y con mayor conectividad, provenientes de la nanotecnología, haría de la extracción minera una actividad sin sentido. La genética permitiría crear vegetales, frutas y carne en laboratorios, para luego reproducirlos industrialmente, dejando sin razón de ser a las actividades agropecuarias. Las reservas de hidrocarburos permanecerían inexplotadas en el subsuelo ante el impacto de las tecnologías de energía limpia, los vehículos eléctricos, los colectores solares derivados de la fotosíntesis, la sustitución del petróleo en la elaboración del plástico, etc.

El futuro de América Latina se debate entre estos dos horizontes. Uno claro y promisor. El otro inmensamente amenazante.