20060317 tokio taro aso

Los enredos de China y Japón

 Taro Aso, clic para aumentar
Las declaraciones del ministro de relaciones exteriores de Japón, Taro Aso (en la foto), alabando las virtudes de la ocupación nipona de Taiwán entre 1895 y 1945 y haciendo depender de su presencia en la isla su actual nivel de desarrollo, no ayudan precisamente a rebajar la tensión entre ambos. Los vínculos crecientes en materia de seguridad entre Japón y Taiwán y el doble lenguaje utilizado por las autoridades niponas en relación a las iniciativas políticas del presidente Chen Shui-bian y otros líderes secesionistas de Taiwán, constituyen uno de los problemas de fondo más consistente en las relaciones bilaterales.
 

Japón ha decidido unilateralmente congelar la concesión de préstamos a China, a expensas de una reunión del gabinete que preside Junichiro Koizumi acerca de la política a seguir en esta materia. No se trata de una decisión aislada, sino que revela el continuo enredo en que se ven envueltas las dos grandes potencias asiáticas. Y cada vez parece complicarse más.

El listado de temas delicados puede ser interminable. Japón ha presentado recientemente una propuesta sobre la modificación de las cuotas a satisfacer a la ONU que obligaría a China a aportar más. Beijing se opone. Las reclamaciones de las esclavas sexuales chinas que fueron utilizadas por el ejército japonés durante la II Guerra Mundial han cobrado un nuevo brío, y se está a la espera de una sentencia de los tribunales nipones que puede producirse en pocos meses. Las víctimas de las armas químicas en la provincia norteña de Heilongjiang también reclaman indemnizaciones a Japón. En 2003 se produjo una fuga tóxica de las armas abandonadas por las tropas niponas al concluir la contienda y otras fugas se han registrado en Jilin. En China quedan grandes cantidades de armas químicas enterradas por las tropas japonesas y desde hace años se reclama un compromiso global para la limpieza de las zonas afectadas. Japón, además, sigue de cerca la evolución creciente del comercio entre Beijing y Pyongyang, que considera inadecuado; y, por último, reitera su negativa a explorar conjuntamente los recursos energéticos presentes en el Mar de china oriental.

En otro plano, las declaraciones del ministro de relaciones exteriores de Japón, Taro Aso, alabando las virtudes de la ocupación nipona de Taiwán entre 1895 y 1945 y haciendo depender de su presencia en la isla su actual nivel de desarrollo, no ayudan precisamente a rebajar la tensión entre ambos. Los vínculos crecientes en materia de seguridad entre Japón y Taiwán y el doble lenguaje utilizado por las autoridades niponas en relación a las iniciativas políticas del presidente Chen Shui-bian y otros líderes secesionistas de Taiwán, constituyen uno de los problemas de fondo más consistente en las relaciones bilaterales.

Y, claro está, en último lugar pero de la máxima importancia, las reiteradas y rituales visitas del primer ministro japonés al santuario de Yasukuni, que Aso recomienda extender incluso al propio emperador, no hacen sino irritar a China, quien considera el santuario como un panteón en honor de criminales de guerra, cuyas acciones son glorificadas también en los libros de texto entregados a los escolares.

Estos dos asuntos son los elementos clave en las relaciones bilaterales y en ellos no se producen avances desde que en 1972 ambos países restablecieron sus relaciones diplomáticas. Todos están sobre la mesa a la espera de que se produzca un desbloqueo, pero la situación política interna en los respectivos países facilita el distanciamiento. Mantener una actitud de línea dura contribuye a reforzar internamente los nacionalismos respectivos.

A nosotros nos parecen iguales, pero no lo son. Es más, las antipatías son evidentes. Una encuesta reciente de la Academia China de Ciencias Sociales, asegura que más de la mitad de los chinos no sienten simpatía por sus vecinos japoneses. La causa fundamental es que Japón no se ha arrepentido sinceramente de los atropellos cometidos en el pasado, y eso pesa más que la admiración que muchos otros sienten por la modernidad y la prosperidad del país. Pero la perspectiva histórica se impone a la lógica económica. El propio presidente chino, Hu Jintao, califica de momento muy difícil el vigente en las relaciones entre ambos países, solo reconducible a través del diálogo.

Ese entendimiento reparador pudiera haberse iniciado hace escasas semanas entre delegaciones del Partido Comunista de China y del Partido Liberal Demócrata de Japón y el partido Komei, la alianza gobernante en Tokio, que han abierto una fórmula de intercambio, quizás más fluida y práctica que la ya revelada poco viable entre los respectivos gobiernos, a excepción, claro está, de los ministros de economía y finanzas, reunidos en Beijing el pasado sábado 25 de marzo.

En este contexto, el PLD acaba de presentar su propuesta de una nueva Constitución que debe reflejar la disposición de Japón a desempeñar un papel regional e internacional más activo. Sin modificar el artículo 9, que preceptúa la renuncia a la guerra, expresa el reconocimiento de que Japón puede disponer de fuerzas militares que deben salvaguardar la paz y la seguridad del país y participar en operaciones internacionales de seguridad. Sin previo y necesario examen de conciencia, esta propuesta va a generar, a buen seguro, nuevos desencuentros.