Se proyecta que para 2050 la población de Estados Unidos alcanzará 400 millones de habitantes, de la cual casi el 30%, alrededor de 112 millones, será de origen hispano. En otras palabras, cerca de un tercio de su población tendrá ascendencia latinoamericana (Idelise Malavé and Esti Giordani, Latino Stats: American Hispanics by the Numbers, New York, 2015).
Se proyecta que para 2050 la población de Estados Unidos alcanzará 400 millones de habitantes, de la cual casi el 30%, alrededor de 112 millones, será de origen hispano. En otras palabras, cerca de un tercio de su población tendrá ascendencia latinoamericana (Idelise Malavé and Esti Giordani, Latino Stats: American Hispanics by the Numbers, New York, 2015).
Mucho se habla sobre la penetración ilegal de los latinoamericanos a Estados Unidos. Ello proyecta la impresión errónea de que la mayor parte del crecimiento poblacional latino en ese país deriva de los actuales flujos migratorios. Nada más ajeno a la realidad. El incremento hispano deriva de la mayor tasa de natalidad que se evidencia entre los ciudadanos estadounidenses de este origen: 23% contra 7% para el conjunto de la población. Dos de cada tres hispanos en los Estados Unidos de hoy nacieron allí y uno de cada cuatro nacimientos en ese país proviene de una pareja latina. (Malavé y Giordani).
Los ciudadanos estadounidenses de origen latino pueden trazar su origen a dos segmentos: descendientes de quienes cruzaron la frontera y descendientes de quienes fueron cruzados por la frontera. La historia de estos últimos es sin duda la más significativa, pues fue la resultante de las políticas expansionistas de Washington.
La guerra de 1845-1848 entre Estados Unidos y México, dictada por los apetitos de expansión territorial del primero, así como el Tratado Guadalupe Hidalgo que puso fin al conflicto, incrementaron sustancialmente el territorio estadounidense. California, Nuevo Mexico, Nevada, Arizona y Colorado vinieron a agrandar la dimensión continental de Estados Unidos a expensas de México. Texas fue también absorbido, aún cuando en ese caso la iniciativa correspondió a los colonos estadounidenses que allí habitaban. En definitiva, una importante población mexicana fue cruzada por la frontera para transformarse en ciudadanos de segunda categoría en un país extraño.
Bajo circunstancias distintas, también Puerto Rico cayó involuntariamente en manos estadounidenses. Desde la década de 1860 un movimiento independentista pugnaba por librarse del yugo español. Ello, sin embargo, habría de materializarse por un camino no buscado. La guerra de 1898 entre España y Estados Unidos hizo que la isla se sacudiera de una metrópolis colonial para caer en manos de otra. En 1917 la ciudadanía estadounidense fue ofrecida a los puertorriqueños por vía de la Ley Jones-Shafroth. Se trató, sin embargo, de una ciudadanía de segunda: no podían tener representación en el Congreso Federal ni, para ese momento, elegir tampoco a su Gobernador. Lo que si se les brindó fue la posibilidad de moverse libremente en territorio continental estadounidense. Fue así que cientos de miles de puertorriqueños pasaron allí. No obstante, al igual que en el caso anterior, los puertorriqueños no cruzaron la frontera, sino que fueron cruzados por ésta.
Pero hubo también los que cruzaron la frontera. Estos se hicieron sentir por primera vez en tiempos de la Revolución Mexicana, cuando un millón de mexicanos emigraron a Estados Unidos huyendo de la guerra civil. Otras oleadas migratorias, de entre las cuales destaca la cubana a partir de los años sesenta del siglo pasado, repitieron este proceso. La mayor parte de la población hispana estadounidense es así descendiente de quienes en el pasado cruzaron la frontera o de quienes fueron cruzadas por ésta.
La obsesión política de Trump con respecto al muro, y las medidas extremas e inhumanas que ha adoptado en contra de los inmigrantes ilegales provenientes del Sur, no guardan relación alguna con la magnitud misma de esa inmigración. Por el contrario, el exceso en la reacción está ligado a un fenómeno distinto: las ansiedades de importantes sectores de la población blanca, resultantes del cambio en la configuración étnica en ese país.
De acuerdo a un análisis del Instituto Brookings: “Lo cierto es que Trump está claramente capitalizando lo que el columnista del New York Times” Charles Blow ha denominado como la ‘ansiedad de la extinción blanca’. ‘Por primera vez desde que la Oficina del Censo ha venido publicando sus estadísticas anuales’ escribía William Frey, demógrafo asociado a Brookings, ‘se evidencia un absoluto declive en la población blanca, acelerando un fenómeno que se estimaba que no llegaría hasta la próxima década” (Andrew M. Perry, “Trump reveals ‘zero tolerance’ for democracy”, June 25, 2018).
De lo que poco se habla, en medio de este acalorado debate, es que de no ser por la mayor tasa de natalidad de la población hispana, dicho país evidenciaría un envejecimiento notorio de su población con importante contracción de su componente en edad laboral. Esta capacidad de renovación generacional es, precisamente, la mayor ventaja comparativa que evidencia Estados Unidos frente a su principal rival estratégico: China. Mientras múltiples indicadores muestran a esta última como el país de más rápido envejecimiento poblacional del planeta, Estados Unidos disfrutará de un importante dividendo poblacional. Así las cosas, mientras China corre el riesgo de que su población se haga vieja antes de hacerse rica, Estados Unidos dispondrá, gracias a los hispanos, de una población joven y pujante susceptible de dinamizar su economía.