Madagascar, una crisis al gusto de Bush

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El reconocimiento oficial de Marc Ravalomanana como presidente de Madagascar por parte de Estados Unidos, seguido por el de Francia una semana más tarde, puso fin, a comienzos del verano, a una de las crisis políticas más agudas vividas en este país en los últimos años y, sin embargo, muy escasamente seguida por los medios de comunicación. Marc Ravalomanana hizo valer, también por la vía de las armas, una victoria electoral largamente cuestionada durante varios meses, dentro y fuera de su país, hasta el punto de provocar una guerra civil de baja intensidad. El saldo final del conflicto sanciona el incremento de la influencia norteamericana en el continente negro.


El origen de la crisis se remonta al 16 de noviembre de 2001, fecha en que se celebraron unas elecciones presidenciales a las que concurrían dos candidatos: Marc Ravalomanana y Didier Ratsiraka. El resultado oficial del primer recuento daba como ganador al candidato opositor y aspirante, Marc Ravalomanana, que obtendría un 46% del total de sufragios emitidos. Una cifra que resultaba insuficiente para evitar una segunda vuelta y dilucidar así, quien sería el futuro presidente de la República de Madagascar, país mayoritariamente poblado por malgaches, descendientes de los intrépidos navegantes malayo-polinesios que se establecieron en la isla hace más de dos mil años. Ravalomanana, organizador de motu propio de un recuento paralelo al oficial, no reconoció esos resultados proclamados, argumentó, por una junta electoral con mayoría de miembros designados por Ratsiraka. Un posterior recuento, pactado en un acuerdo firmado por ambos en la capital senegalesa, confirmó nuevamente la victoria de Ravalomanana, esta vez con un 51,46 por ciento de los sufragios. Pero Ratsiraka rechazó el escrutinio por considerar que los miembros encargados del recuento actuaron de forma arbitraria, reclamando entonces como solución de compromiso la celebración de una consulta popular con más garantías, una demanda que en un principio contó con el respaldo de la Organización para la Unidad Africana, que anteriormente también saludó positivamente la propuesta de celebrar una segunda vuelta.

De los sufragios a la guerra

Con una esperanza de vida de 57,9 años y situado entre los países con el índice de desarrollo humano más bajo, a la altura de naciones como Bután, Congo, Sudán o Camboya, Madagascar, con una población de 16 millones de habitantes en su mayoría cristianos (católicos y protestantes), la tercera isla más grande del planeta y conocida en todo el mundo por su excelente vainilla, se encontró entonces al borde de una guerra civil. Las manifestaciones se sucedieron por todo el país y los enfrentamientos armados entre partidarios de ambos rivales se multiplicaron, destruyéndose numerosas infraestructuras y provocando la desorganización de los principales servicios públicos que dejaron de funcionar en numerosas localidades. Las flotas que faenan en la zona, española incluida, procuraron evitar hacer escalas en unos puertos en los que fácilmente se advertía el impacto de la guerra. También el turismo se resintió en las vecinas Islas Mauricio.

Ravalomanana controló siempre la capital, Antananarivo, de poco más de un millón de habitantes y situada en el centro del país, pero le servía de muy poco al permanecer totalmente bloqueada por las fuerzas fieles a Ratsiraka. En un primer momento, el jefe de Estado saliente, parapetado en Toamasina (Tamatave), la segunda ciudad en importancia y situada en la costa sudoeste del país, resistió la ofensiva militar, manteniendo el control de posiciones clave como el puerto de Mahajanga (Majunga), en el extremo opuesto, y el noroeste del país, la región productora de vainilla, asi como las planicies centrales que aportan el arroz, el azúcar, café o la banana que nutren su balanza exportadora. Hasta cinco de los seis gobernadores de la isla llegaron a apoyar el propósito de creación de una Confederación de Estados independientes, lo que equivaldría a una secesión de hecho y también le secundaban importantes agrupaciones militares como la Fuerza de Intervención Rápida, principal unidad de élite del país. Ravalomanana, por su parte, prosiguió con la movilización de los importantes recursos desplegados durante su campaña electoral, tirando un considerable provecho de sus emisoras de televisión y del respaldo de la Iglesia reformada, a la que ayuda económicamente.

La confrontación entre ambas figuras, Ravalomanana, el hombre más rico de Madagascar y con inocultables ambiciones políticas, y Ratsiraka, artífice de una fallida revolución socialista, en el poder desde 1975, con excepción del período comprendido entre 1991 y 1996, puede ser interpretado como un enfrentamiento entre dos culturas políticas. Ratsiraka encarna el Estado autoritario, la dependencia de Francia, la antigua potencia colonial, defensor de las empresas estatales y de la población de las regiones rurales, mientras que Ravalomanana es un hombre de negocios, una especie de Berlusconi malgache, partidario de las empresas privadas, de la independencia de Francia y de la potenciación de la capital que, según sus críticos, administra desde la Alcaldía como su feudo personal.

Esas circunstancias explican en parte el imprevisto desarrollo de un conflicto en el que partía como favorito Ratsiraka al contar con un mejor conocimiento de las redes burocráticas del país, apoyos castrenses y civiles tradicionalmente decisivos y ubicados en las respectivas escenas locales, toda una lógica que fue vencida por los imperativos del momento y que esconden poderosos intereses externos. La importancia estratégica de Madagascar, separada del continente por el canal de Mozambique, es cada vez mayor dado que controla el acceso del Océano Indico al Atlántico y es lugar de paso de numerosas líneas comerciales. A mayores, naturalmente, dispone de reservas de petróleo que no han sido explotadas hasta la fecha.

El transfondo de la crisis a duras penas puede ocultar un tenso pulso entre Francia y Estados Unidos, que sigue ganando espacios en un continente en el que hasta hace muy poco tiempo no contaba sino con una presencia relativa. Madagascar ha estado tradicionalme bajo la influencia de Francia, país al que debió reaproximarse en los años ochenta, apenas dos décadas después de proclamada la independencia, acuciado por las dificultades económicas. Pero Ravalomanana es claramente proamericano y queda en situación de alterar el equilibro de poder en esta zona. París mantuvo una enorme reserva sobre las pretensiones de Ravalomanana hasta el último momento, circunstancia que fue hábilmente aprovechada por la Administración Bush, con gran experiencia en recuentos electorales difíciles y prolongados, para adelantarse a través de un comunicado oficial y una carta personal en la que le reconocía como legítimo presidente de la República de Madagascar. A renglón seguido, se pronunció en el mismo sentido la “comunidad internacional”…

Didier Ratsiraka concluía así una larga carrera política que inició de la mano de su padre, Albert, militante del Partido de los desheredados de Madagascar, el PADESM, fundado en 1946, y en el que desarrollaría unas sensibilidades sociales que le conducirían, años más tarde, a propiciar una orientación socialista de su país. Autor del Boky Mena, especie de Libro Rojo malgache, e impulsor de un profundo cambio social que a partir de los años ochenta debió aflojar por causa, entre otras, de la caída de los precios de los principales productos de exportación (café, vainilla, especies), Ratsiraka supo abandonar el poder en 1993 y recuperarlo en 1996 por vía democrática, derrotando en las urnas a Albert Zaty. Ahora, en el exilio de ese París familiar desde sus años de Liceo, con amargura acaba otro episodio de uno de esos líderes del Sur que se enfrentaron al colonialismo y alentaron la emancipación de un Tercer Mundo cada día más atrapado en las redes de intereses del mundo desarrollado. Aunque sueña con repetir la proeza de 1996, es el definitivo adiós de un capitán de fragata que será recordado siempre como el “Almirante Rojo” por su paso por la Escuela Naval de Brest.

El conflicto ha deparado unas consecuencias económicas especialmente sangrantes en uno de los países más pobres del planeta y ahora al borde del colapso con una reducción estimada del 10 por ciento de su PÌB, aseguran fuentes de Naciones Unidas. Según el Banco Mundial, las exportaciones se han reducido en un 50 por ciento, los ingresos por impuestos en un 80 por ciento, el número de desempleados ha aumentado en 150.000 y los precios de los alimentos básicos han aumentado en un 50 por ciento. El FMI ha cuantificado la ayuda urgente en 175 millones de dólares para evitar la bancarrota del país. El nuevo primer ministro malgache, Jacques Sylla, inspirador en el interior de una nueva estructura, el Comité de apoyo y dirección para la promoción de la empresa, bajo el mando del ministro de desarrollo del sector privado, se ha apresurado a viajar a París para anunciar la constitución de un grupo de países amigos de Madagascar formado por diecinueve instituciones financieras y diecisiete estados, incluidos Estados Unidos y Francia, para arbitrar un plan de ayuda a la isla por valor de más de 2.300 millones de dólares a librar en los próximos cuatro años.

Esta difícil situación, la inevitable necesidad de ayudas externas y la diferente sensibilidad del nuevo poder malgache, muy probablemente propiciarán una reorientación de la diplomacia de un país que debería plantearse como primer reto la superación de la miseria irritante que habita en sus ciudades y aldeas.

Artículo de Ricardo Vieitez e Xulio Ríos