Entre Congresos del Partido Comunista, las reuniones de la Asamblea Popular Nacional constituyen el único foro que permite tomar cierto pulso a la opaca política china. Si bien prácticamente todo está decidido de antemano, siempre queda la esperanza de que una sorpresa, dentro o fuera de la inmensa sala del Gran Palacio del Pueblo, alegre o enturbie, según el caso, la reunión.
La coincidencia de la Asamblea con la celebración de elecciones presidenciales en Taiwán otorga un gran protagonismo a las declaraciones respecto a las veleidades independentistas de la isla “rebelde”. Son pequeñas vueltas de tuerca, pero muy marcadas por la ocasión. Otro tanto ocurre con las soflamas contra la corrupción, incluído el gesto de alguna ejecución ejemplar.
El epicentro de las decisiones políticas, lo que quedará como principal referencia de esta Asamblea va, sin embargo, por otro camino. La palabra de orden es la conquista del Oeste, la reorientación del impulso modernizador que pasará ahora de la franja costera al interior de China. La intensidad de la explotación que se anuncia tendrá importantes consecuencias medioambientales y demográficas. Habida cuenta de la escasa sensibilidad demostrada hasta ahora tanto por las autoridades como por las grandes empresas multinacionales que acudirán a esa llamada con renovado aliento y escasos miramientos, la conservación del medio ambiente en China adquiere la dimensión de un desafío de primeira magnitud.
Más allá de la necesidad objetiva de salvar los profundos desequilibrios territoriales acumulados en los veinte años de reforma y que ofrecen como resultado visible una parte de China inmersa en el siglo XXI y otra anclada aún en el siglo XIX, cabe advertir en esta decisión la existencia de factores subjetivos no menos importantes. La nueva campaña refleja la obsesión de Jiang Zemin, el Presidente chino, por entrar en la Historia como un dirigente que marcó un punto de inflexión en la evolución contemporánea del país. Si en la recuperación de Hong Kong y Macao su protagonismo ha sido cedido por las circunstancias, en este caso, Jiang Zemin aspira a dejar un sello propio, a ser el referente de otra etapa decisiva del largo proceso modernizador.
En el ambiente flota también el paso del ecuador del mandato de la actual “tríada”. Tanto Jiang Zemin, como Zhu Rongji y Li Peng, deberán abandonar sus cargos en el 2002. Comienzan las cábalas sobre los relevos. Hu Jintao, actual vicepresidente, un dirigente joven y sin corte propia en las filas del Ejército, aparece como sucesor. Nadie sobrevive sin el apoyo de los militares y por eso es muy probable que Jiang Zemin, imitando a Deng Xiaoping, opte por combinar la retirada del primer plano con la conservación de la presidencia de la Comisión Militar Central para dar cobertura a su delfín. Los nuevos dirigentes han roto el cordón umbilical que unía Partido y Ejército desde el período revolucionario sin que se establezca un nuevo modus operandi que institucionalice las conexiones. En China, a pesar de tanta modernización, en el cultivo de las relaciones personales sigue estando la clave de la obtención y conservación del poder. Y también de la corrupción.