Pyongyang sigue jugando con fuego. Atacó por primera vez desde 1953, suelo surcoreano provocando víctimas civiles. Desde hace décadas desarrolla con éxito su estrategia de chantaje militar. Provoca tensiones militares, incluso nucleares, para presionar y negociar con EEUU y sus aliados, un reconocimiento internacional del régimen estalinista, última reliquia de la Guerra Fría. Se sienta con ellos, llega a acuerdos concretos para avanzar hacia su desnuclearización logrando generosas ayudas y compensaciones económicas. Pero luego no cumple sus compromisos, gana tiempo y prosigue secretamente su programa nuclear. En 2006 y 2009 realizó dos ensayos. Hoy ya es un Estado nuclear. Y para certificar sus crecientes capacidades nucleares, Pyongyang invitó al ciéntífico Siegfried Hecker que pudo ver cientos y cientos de modernas centrifugadoras produciendo más uranio enriquecido.
¿Que otra razón explica la nueva agresión norcoreana? El 28 de septiembre, Kim Jong-il nombró heredero a su hijo Kim Jong.un, un joven desconocido sin experiencia política y militar. Una apuesta arriesgada pero forzada por el delicado estado de salud del dictador que podría empeorar fatalmente. Fue una sucesión impuesta por el dictador a la vieja guardia del Partido y del Ejército. Dos meses después, parece que el consenso entre el clan familiar de los Kim y el estamento militar no es pleno. Y los dos Kim, que comparten y mueven los hilos del poder, están depurando altos cargos militares para rodearse de una nueva generación de fieles colaboradores. La escalada militar forma parte de su estrategia para mantener unido y fiel al estamento militar y a una población hambrienta. Y no cabe descartar que Pyongyang denote un tercer ensayo para reafirmar sus ambiciones y amenazas nucleares.
EEUU, Corea del Sur y Japón poco pueden hacer ante un estado “canalla” que actúa con una total impunidad. La llave la tiene China. Kim Jog-il viajó a China en agosto para lograr el placet a su plan sucesorio y pedir más ayuda económica. Se entrevistó con Hu Jintao el 27 de agosto y presentó el joven Kim Jong-un a los chinos. Alcanzó sus dos objetivos: recibió la luz verde china a sus veleidades sucesorias y el compromiso chino de incrementar la cooperación económica, incluso militar, con el Norte.
Pero Pekín exigió a Pyongyang dos contrapartidas: a) abrir gradualmente su economía al exterior, siguiendo el modelo chino, dando prioridad a los intereses de las empresas chinas que muestran un apetito voraz sobre los recursos naturales del Norte y b) rebajar la tensión militar en la península coreana volviendo a las negociaciones, rotas en 2009, para la desnuclearización del Norte.
EEUU y Corea del Sur están prestos a volver a negociar pero no a cualquier precio. Quieren hechos concretos y no nuevas promesas. Seúl exige que Pyongyang reconozca su responsabilidad en el hundimiento de la corbeta “Cheonan” el 26 de marzo que causó 46 bajas surcoreanas, algo que el Norte niega.
El escenario de futuro plantea muchas incógnitas. Kim jong-il solo aspira a vivir lo suficiente para celebrar en 2012 el centenario del nacimiento de su padre Kim Il-sung y ver consolidada la dinastía en Kim Jong-un. Pekín puede y debe forzar a Pyongyang a negociar la salida de un conflicto que no tiene una solución militar. Bush incluyó en 2002 a Corea en el eje del mal. El entonces presidente surcoreano Kim Dae-jung dijo a Bush que si el interés nacional lo exigía, bien se podía dialogar “incluso con el mal”. Pyongyang, a diferencia de Irak, si tiene armas de destrucción masiva. No se puede seguir jugando con fuego. Hay que abrir las puertas hacia una definitiva solución negociada. Y Pekín tiene las llaves. Es lo que espera la comunidad internacional.