Obama, Putin y la geopolítica del Acuerdo de Minsk

Visto desde una panorámica global, el acuerdo de Minsk suscrito a mediados de febrero entre Ucrania y Rusia bajo la mediación del eje franco-alemán en la Unión Europea, el cual posibilitó el actual y no menos incierto cese temporal de hostilidades en el Este ucraniano, abre las perspectivas de sigilosos movimientos geopolíticos en el tablero internacional, escenarios donde Washington y Moscú podrían estar trazando una diversidad de estrategias aparentemente orientadas a fijar posiciones clave dentro la nueva geopolítica global del mundo post-“postguerra fría”. 

Visto desde una panorámica global, el acuerdo de Minsk suscrito a mediados de febrero entre Ucrania y Rusia bajo la mediación del eje franco-alemán en la Unión Europea, el cual posibilitó el actual y no menos incierto cese temporal de hostilidades en el Este ucraniano, abre las perspectivas de sigilosos movimientos geopolíticos en el tablero internacional, escenarios donde Washington y Moscú podrían estar trazando una diversidad de estrategias aparentemente orientadas a fijar posiciones clave dentro la nueva geopolítica global del mundo post-“postguerra fría”. 

El Acuerdo firmado en Minsk (Bielorrusia) el pasado 12 de febrero entre los presidentes de Ucrania, Petr Poroshenko y su homólogo ruso Vladimir Putin, bajo los auspicios diplomáticos de la canciller alemana Ángela Merkel y del presidente francés François Hollande, si bien aparece como un paso más decidido para mantener bajo control (al menos temporalmente) los combates en el Este ucraniano, podría más bien sugerir la concreción de diversos intereses con perspectivas geopolíticas de carácter global.

En este sentido, este acuerdo verificaría la partición de facto de Ucrania entre un Oeste pro-occidental, con epicentro en la capital Kiev, y un Este bajo control de las fuerzas pro-rusas, como especie de “territorios satélite” de Moscú. Con todo, es difícil predecir con certeza si las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk (ambas comúnmente denominadas Donbass por estar conformadas en la región de la Cuenca del Donetsk), inicialmente contrarias a este acuerdo, seguirán el mismo destino que otros Estados de facto como Abjasia y Osetia del Sur o si, por el contrario, reproducirán con el paso del tiempo el ejemplo de Crimea, anexada a Rusia en marzo de 2014.

Tampoco resulta descartable a corto o mediano plazo una ruptura del acuerdo de Minsk, toda vez Kiev intente recuperar el control de estas regiones, muy probablemente instigado por sus aliados occidentales, aunque esta perspectiva parece de momento menos probable. Lo que sí parece más probable es que, por mucho que Europa se esfuerce diplomáticamente por alcanzar una solución, para Putin el único interlocutor posible en la crisis ucraniana (y sus efectos colaterales a nivel global) parece ser únicamente EEUU.

Es por ello que podría inducirse que, detrás del acuerdo de Minsk, estaríamos asistiendo a una tácita conformación de tenues intereses y marcos de negociación y de contrapartidas establecidas entre Moscú y Washington, focalizadas dentro de sus imperativos geopolíticos de carácter global.

La caída de Debáltsevo

Lo acordado en Minsk confirma las divisiones y posiciones geopolíticas que desgarran territorial y políticamente a Ucrania. La batalla por el control de la localidad de Debáltsevo, donde las fuerzas rebeldes pro-rusas cercaron a más de 8.000 soldados ucranianos, confirma el golpe de efecto del Kremlin para consolidar sus posiciones, así como la tácita debilidad de Kiev y de sus aliados occidentales.

En medio de los combates y mientras la diplomacia se aceleraba en Minsk, las fuerzas ucranianas y pro-rusas iniciaron el intercambio de prisioneros.

En este sentido, la caída de Debáltsevo es identificada como un triunfo militar para Putin con un enorme efecto geopolítico, el cual consolida los beneficios de la estrategia “relámpago” lanzada por el Kremlin en Ucrania desde mediados de 2014, principalmente tras la confusión generada sobre la legitimidad política establecida en torno a la caída del ex presidente Viktor Yanúkovich, así como de los evidentes intereses occidentales, focalizados por la Alianza Atlántica, de inserir a Ucrania en su área y esfera de influencia.

En el aspecto geopolítico del conflicto, Debáltsevo es un punto neurálgico por su conexión ferroviaria con Lugansk y Donestk, razón que avala su peso estratégico. Con ello, y aunque el acuerdo no estipula una autonomía a las regiones pro-rusas del Este ucraniano, la presencia en Minsk de los líderes de las “repúblicas populares” de Donestk y Lugansk supone tangencialmente la aceptación de su legitimidad política por parte del gobierno de Poroshenko, de las autoridades de Kiev y de sus aliados europeos, otro aspecto que explica la victoria geopolítica de Putin. La misma se completa por el hecho de que ni EEUU ni Gran Bretaña tuvieron presencia directa en este acuerdo, muy probablemente a instigación del Kremlin.

De visita en Budapest la semana pasada, Putin dejó entrever en qué medida el control de Debáltsevo es una victoria geopolítica para el Kremlin y una dura derrota para Kiev y sus aliados occidentales. En sus declaraciones, con notable estilo “maquiavélico”, Putin dejó entrever que “comprendía” el hecho de que “perder es doloroso, especialmente cuando se pierde no ante un ejército regular sino ante gente que hasta hace poco eran mineros o camioneros(1), en referencia a las fuerzas irregulares pro-rusas que lucharon en este localidad

Entre la OTAN y la Unión Euroasiática

Paralelamente, el acuerdo de Minsk podría igualmente sugerir de forma colateral la posibilidad o bien de que EEUU envíe asistencia militar e incluso armamento a Kiev(2), o bien de que fuerce con mayor intensidad el eventual ingreso ucraniano en la OTAN, ampliando así la expansión de la Alianza Atlántica al espacio ex soviético, como ocurrió anteriormente con las repúblicas bálticas.

Pero para Moscú, la partición de facto ucraniana también proveerá un nuevo marco de defensa estratégico, probablemente enfocado en repotenciar una Unión Económica Euroasiática, la cual oficialmente entró en curso el pasado 1º de enero con Rusia, Kazajstán y Bielorrusia como impulsadores. Desde 2012, Moscú esperaba incluir a Ucrania como miembro, pero la posterior crisis política, el actual conflicto armado y los intereses atlantistas hacia Kiev han obstaculizado esta pretensión.

Moscú sabe que mantiene su superioridad militar estratégica en Ucrania y su periferia ex soviética. En 2014, su presupuesto de defensa fue veinte veces superior al de su vecina Ucrania, manteniendo una enorme capacidad de movilización de más de 700.000 efectivos militares(3). Del mismo modo, el acuerdo de Minsk y la caída del enclave de Debáltsevo son factores que persuaden a Putin a seguir apostando por la eficacia de su calculada estrategia en Ucrania.

Con todo, la caída de los precios del petróleo a menos de US$ 70 el barril, así como la posibilidad de que EEUU intensifique sus sanciones económicas hacia Rusia, dejan entrever el golpe económico colateral que se deriva de la crisis ucraniana. Moscú podría así verse obligado a utilizar unos US$ 350.000 millones de sus reservas financieras(4) para acometer las sanciones occidentales y la caída del precio del petróleo.

Las “zonas grises”

Pero el acuerdo de Minsk y la aceptación de Putin del mismo parecen hipotéticamente inferir sobre la posibilidad de presentarse “zonas grises” desconocidas detrás del pacto diplomático. En este sentido, las perspectivas del mismo parecieran sugerir que este acuerdo fue tácitamente “acordado” de antemano entre Washington y Moscú.

De hecho, las claves pueden ser más bien de carácter geopolítico a nivel mundial. Parece ser que el acuerdo de Minsk consolida un nuevo marco de relación entre Washington y Moscú, con Europa fuera de órbita, sin menoscabar la tangencial reproducción de un clima de “guerra fría” cuyas vertientes pueden expandirse en otras latitudes. Valga, para ello, considerar algunos movimientos colaterales realizados por parte de Washington y Moscú dentro de la coyuntura diplomática de negociaciones impulsadas por el eje franco-alemán, y que llevaron posteriormente al acuerdo de Minsk.

Mientras Merkel y Hollande negociaban a ritmo paralelo por Moscú, Minsk y Washington, Obama aceleraba en el Congreso estadounidense controlado por los republicanos, nuevos planes de ataque contra el Estado Islámico entre Siria e Irak, incluso sugiriendo la posibilidad de rearmar una “nueva oposición siria”.

Así, Washington ató un acuerdo de cooperación con Turquía destinado a atacar posiciones del Estado Islámico en Siria, un escenario que igualmente podría proveer una eventual intervención militar turca en su vecino árabe, y cuyas repercusiones serían tácticamente estratégicas tanto para el régimen de Bashar al Assad como para las fuerzas kurdas que comienzan a ganarle terreno a las fuerzas yihadistas en el norte de Siria.

Por su parte, mientras el acuerdo de Minsk cobraba fuerza y las fuerzas pro-rusas atacaban Debáltsevo, Putin viajaba a Egipto, donde fue recibido por el presidente y ex Comandante del Ejército Fatah al Sissi. En esta visita, Putin sugirió la apertura de cooperación rusa con este país árabe, a través de la creación de un reactor nuclear.

Tras esta visita, las fuerzas egipcias atacaron enclaves aparentemente simpatizantes con células del Estado Islámico y de grupos yihadistas en la vecina Libia, tras las informaciones que presuntamente aseguraban sobre la ejecución de decenas de cristianos coptos egipcios en Libia, imputadas a fuerzas yihadistas del Estado Islámico.

Por ello, es posible especular con que existan “monedas de cambio” entre Washington y Moscú derivados del acuerdo de Minsk. Uno de ellos puede ser Siria, con la eventual concreción de intereses ruso-estadounidenses en la guerra contra el Estado Islámico, y que podrían significar el silencio ruso ante la eventual la caída del régimen de Bashar al Asad, uno de sus aliados en la región.

En este sentido, no sería descartable que la visita de Putin a Egipto tuviera en mente esta posibilidad, lo cual aceleraría mayores contactos militares por parte del Kremlin con un tradicional aliado occidental como Egipto, con vistas a equilibrar estratégicamente los cambios geopolíticos que está experimentando Oriente Medio.

Con ello, no debe perderse de vista a Irán. Aquí podríamos observar un tácito apoyo ruso a la aparentemente cada vez más decidida apertura estadounidense hacia Teherán, un aspecto cónsono con las negociaciones aperturistas de Obama hacia Cuba. En el caso iraní, Moscú mantiene importantes acuerdos energéticos y nucleares. Incluso, esta semana, el Kremlin ofreció a Teherán la actualización de sus misiles tierra-aire SS-30, ya obsoleta, a través de un moderno sistema de defensa.

Los hilos del péndulo

Dentro de esta perspectiva de contrapartidas de carácter geopolítico podría observarse el fait accompli de la aceptación tácita de Washington a una mayor asociación estratégica entre Rusia y China en Asia Central e incluso Asia-Pacífico.

A principios de febrero, poco antes del acuerdo de Minsk y de la caída del enclave de Debáltsevo, el canciller ruso Serguei Lavrov visitó Beijing, donde fue recibido por el presidente Xi Jinping, para acelerar diversos mecanismos de la asociación estratégica entre ambos países.

Tampoco debe olvidarse que la crisis griega ha motivado a inéditos contactos entre el gobierno de Alexis Tsipras con Rusia y China al mismo tiempo que negocia las condiciones de la deuda griega con la “troika” y particularmente con Alemania.

En el tablero latinoamericano, es posible que esta aparente nueva relación entre Washington y Moscú concretara un sutil distanciamiento ruso ante posibles convulsiones políticas que eventualmente procreen cambios políticos en Venezuela y Argentina, dos aliados militares y económicos rusos, que actualmente se encuentran sumidos en crisis económicas y políticas(5).

Un tratamiento levemente reproducible en torno a las negociaciones de eventual apertura diplomática entre EEUU y Cuba establecidos desde diciembre pasado, y que Moscú ha observado con notable distanciamiento. La distensión y el aparente deshielo entre Washington y La Habana permite a Obama sepultar un capítulo clave heredero de la “guerra fría”.

Con ello, pareciera que el acuerdo de Minsk inauguraría un nuevo capítulo geopolítico, donde sutilmente EEUU y Rusia marcan nuevas pautas de actuación, entendimiento y confrontación en diversas áreas de interés, sin que ello desestime mayores fricciones y una reproducción de decisiones propias de la “guerra fría”.

Desde esta perspectiva, resalta el hecho de que el acuerdo de Minsk certifica cómo y en qué medida ni Ucrania ni Europa parecieran tener capacidad de decisión y reacción, muy sujetas a su dependencia atlantista y su polarización de relaciones con el Kremlin.

 

 



(1) “¿’Pax europea’ en Ucrania?”, Informe Semanal de Política Exterior, Madrid, Nº 927, 23 de febrero de 2015, página 1.

(2) Tras el acuerdo de Minsk, EEUU y Gran Bretaña anunciaron el envío a Kiev de misiones militares de asistencia médica, armamento y asesoría militar. Consultar: “El Reino Unido enviará una misión de Infantería e instructores militares a Ucrania”, RT en español (Rusia), 24 de febrero de 2015. Ver en: http://actualidad.rt.com/actualidad/167343-reino-unido-mision-infanteria. También: “EEUU enviará soldados a Ucrania para la formación médica de las fuerzas locales”, RT en español (Rusia), 25 de febrero de 2015. Ver en: http://actualidad.rt.com/actualidad/167377-eeuu-enviar-ucrania-soldados-formacion. Tras la aprobación legal el pasado 23 de diciembre de 2014 por parte del gobierno de Poroshenko de renunciar al estatus de país no alineado dentro de la OTAN, a fin de dar el paso decisivo para ingresar en sus estructuras militares y eventualmente potenciar el ingreso pleno ucraniano en la OTAN, la Alianza Atlántica anunció su decisión de facilitar asistencia militar a Ucrania para “contrarrestar la amenaza rusa”. Consultar: “La OTAN facilita asistencia al Ejército ucranio para contrarrestar a Rusia”, El País (España), 2 de febrero de 2015. Ver en: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/02/02/actualidad/1422903654_730222.html. Moscú protestó formalmente estas acciones como un acto de hostilidad por parte de Occidente y Ucrania.

(3)“¿’Pax europea’ en Ucrania?”, op.cit. página 2.

(4) Ibid, p.2.

(5) En el caso argentino, destaca particularmente el “caso Nisman” que afecta a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en un año electoral, con los comicios presidenciales previstos para octubre próximo y la eventualidad de que el “kirchnerismo” deje el poder. En el caso de Venezuela, la tensión vuelve a incrementarse tras las revelaciones del ex militar Leasmy Salazar, exiliado en EEUU en enero pasado, sobre una presunta conexión de narcotráfico y corrupción en las altas esferas de poder en Caracas. Paralelamente, la semana pasada fue detenido el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, bajo acusación de presunta conexión golpista. La crisis socioeconómica y política está recobrando fuerza en un 2015 igualmente electoral en Venezuela, con los comicios parlamentarios previstos para el segundo semestre del año, con fecha aún por decidir. Con respecto a Rusia, Venezuela es un socio militar y energético de notable relevancia para Moscú, aunque la frialdad en la recepción al presidente venezolano Nicolás Maduro a comienzos de enero pasado dejó entrever cierto distanciamiento por parte del Kremlin. Con respecto a Argentina, Putin visitó este país en julio pasado durante una gira sudamericana en el marco de la Cumbre de los BRICS realizada en Brasil y paralela a la gira latinoamericana del presidente chino Xi Jinping. Con Buenos Aires, Moscú concretó diversos acuerdos económicos.