La peor crisis política entre EEUU e Israel, a raíz de la decisión del gobierno de Benjamín Netanyahu de construir 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Oriental, amenaza seriamente con desarticular el plan de paz estadounidense para Oriente Próximo y provocar una alteración significativa en la estrecha alianza entre Washington y Tel Aviv.
Bajo un clima de enfriamiento de relaciones, el presidente Barack Obama decidió suspender un viaje a Israel de su negociador para Oriente Próximo George Mitchell, mientras Netanyahu maneja una serie de delicados equilibrios políticos en un gobierno cada vez más dominado por los halcones de la ultraderecha, obsesionado por la amenaza iraní.
Pero lo que parece revelar esta crisis es la posibilidad de que Washington esté perdiendo terreno en Oriente Próximo y, lo más resaltante, es que sea precisamente de la mano de su irrestricto aliado en la zona. La semana pasada, mientras el vicepresidente estadounidense Joseph Biden visitaba Israel, éste alabó la voluntad del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu con el nuevo plan de paz que Washington esperaba aplicar con Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina. Todo parecía indicar un relanzamiento inesperado del proceso de paz regional.
Pero sólo pasaron cuatro días para que la crisis estallara, inesperadamente, entre dos aliados tan estrechos como EEUU e Israel, cuyas decisiones prácticamente condicionan el panorama regional. La crisis fue definida por el embajador israelí en Washington, Michael Oren, como “la peor entre en 35 años”.
Las colonias de la discordia
Sin consultar con Washington, Netanyahu aprobó el sábado 13 la construcción de 1.600 nuevas viviendas en los establecimientos judíos en Jerusalén Oriental, habitado por mayoría árabe y palestina, lo cual abrió la caja de Pandora de la inesperada crisis.
Washington asumió esta decisión como un abierto desafío y hasta un “insulto”. En noviembre de 2009, Netanyahu había prometido suspender estas construcciones por un período de 10 meses. El gobierno de Obama criticaba ampliamente esta política israelí, calificándola como el factor determinante que sepultaría cualquier iniciativa de paz.
De allí se pasaron a los reproches. Obama no aceptó la disculpa enviada por un Netanyahu que, un día después de aprobar la medida, tuvo que escuchar telefónicamente una durísima reprimenda enviada por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, durante una tensa conversación de casi una hora. Clinton comentó posteriormente ante CNN que consideraba “insultante” la decisión israelí.
De visita en Israel esta semana, el presidente brasileño Lula da Silva criticó abiertamente en el Parlamento israelí la construcción de estas colonias, incluso ofreciéndose como mediador en la actual crisis entre Israel y EEUU. Sin embargo, su visita fue boicoteada por el canciller israelí, el ultraderechista Avigdor Lieberman, tras observar cómo Lula se negó a visitar la tumba de Theodor Herzl, fundador del sionismo.
Delicados laberintos
Todo esto deja en un auténtico laberinto a la diplomacia estadounidense en Oriente Próximo, atenazada por la atención enfocada hacia el programa nuclear iraní, la delicada transición en Irak, la necesidad de incluir a nuevos actores como Siria y su ambigua visión sobre el problema palestino.
La crisis con Israel también apunta la posibilidad de una pérdida de influencia de Washington en la política regional. Esto también se demuestra ante la casi nula convergencia de intereses entre Obama y Netanyahu.
Durante el 2009, ambos líderes se enfrentaron en dos ocasiones, y en ambas la construcción de asentamientos judíos fue la clave. Netanyahu desoyó las advertencias de Obama de no adelantar la construcción de colonias judías en Cisjordania y Jerusalén Oriental. La brecha entre Washington y Tel Aviv estaba así servida y abierta.
No es la primera vez que Netanyahu afianza la política de asentamientos. Durante su primera etapa como jefe de gobierno (1996-1999), aceleró toda serie de asentamientos en Jerusalén Oriental, Cisjordania y Gaza, rematando con ello las posibilidades de afianzar el hoy enterrado plan de paz de Oslo. En ese momento, diversos cargos diplomáticos en Washington lo catalogaron como una persona “poco confiable”.
Pero Netanyahu tiene también otras prioridades, en clave política interna, que seguramente le obligaron a acelerar el proyecto. En primer lugar, el apoyo del ultraderechista partido Israel Beitenu, especialmente por parte de su líder y actual canciller israelí, Avigdor Lieberman. El apoyo de Israel Beitenu al gobernante derechista partido Likud le permitiría a Netanyahu alejarse de la atomización política existente en el Knesset o Parlamento.
Lieberman es un feroz detractor de la Autoridad Nacional Palestina, defensor de la construcción de asentamientos, y más aún cuando el ex primer ministro israelí Ariel Sharon ordenó en 2005 el retiro de los asentamientos judíos en Gaza, territorio hoy políticamente controlado por el partido islamista palestino Hamas.
Puede que existe un segundo factor, más de carácter estatal, heredado del anterior gobierno del primer ministro Ehud Olmert, el cual está enfocado en asegurar unas “fronteras históricas definitivas” para Israel. El proyecto de Olmert, un disidente del Likud que formó del partido Kadima, tenía para 2010 la fecha definitiva para asegurar estas fronteras.
La base de este proyecto estaría enfocada en la ampliación de asentamientos en Jerusalén Oriental y una fragmentada y atomizada Cisjordania, débilmente controlada por la Autoridad Palestina y el partido Al Fatah, que presenta un escenario aún más complejo ante el posible aumento de popularidad de Hamas entre la población palestina.
Esta semana, Netanyahu dejó claro que este proyecto puede tener un carácter oficial para Israel, al considerar que su gobierno no detendrá la construcción de asentamientos “como no ha hecho ningún otro gobierno israelí en los últimos 40 años”.
Por ello, la presión de Lieberman y su partido persuadieron a Netanyahu a desoír las peticiones de Washington y decidir la ampliación de colonias judías. Otro aspecto que pudo considerarse en Tel Aviv es el momento de debilidad en la Autoridad Palestina y la fragmentación geopolítica aparentemente irreconciliable, entre una Cisjordania controlada por Al Fatah y una Gaza férreamente dominada por Hamas.
Sin capacidad de reacción, la dirigencia palestina se encuentra atrapada en un mar de descontento popular que puede dar curso a otra “Intifada”, para regocijo de los halcones israelíes, ya que ello significaría reforzar las políticas belicistas y de seguridad. Tras anunciarse la construcción de los asentamientos, las calles de Jerusalén Oriental y Cisjordania se llenaron de cientos de manifestantes palestinos enfrentándose violentamente a las fuerzas israelíes.
Apuntando a Irán
Con ello, cabe preguntarse si Netanyahu y las elites gobernantes israelís parecen decididos a alterar la alianza con Washington, en especial con respecto a las ambiciones nucleares iraníes, así como con respecto al panorama regional, en el caso de las negociaciones con los palestinos o las relaciones con países vecinos, como Líbano y Siria.
Si Netanyahu decide “pasar” de Washington, es porque la elite militar israelí está decidida a actuar por su cuenta contra Teherán. Desde hace meses, los militares israelíes vienen considerando la posibilidad de realizar ataques preventivos contra las instalaciones nucleares iraníes, repitiendo el éxito obtenido en 1981, con la central nuclear iraquí en manos del entonces presidente Saddam Hussein.
Incluso, puede especularse con que la elite israelí está convencida de que el gobierno de Obama no tiene una política definida ni convincente con respecto a Irán. Esta política de cierta ambigüedad, trazada en la oferta de diálogo de Washington de abril de 2009, las tensiones posteriores y la próxima escenificación de sanciones, podría también determinar el porqué Israel está decidido a actuar por su cuenta, incluso sin el apoyo estadounidense.
Pero Obama no parece igualmente convencido de que Israel actúe por su cuenta, lo cual complicaría sus planes en la región. Con una política de duras sanciones contra Irán en camino, Obama esperaba disuadir a Netanyahu y la elite militar israelí a no actuar militarmente por su cuenta.
En todo caso, la falta de sintonía entre Obama y Netanyahu supone un duro revés para la diplomacia israelí, solidificada con Washington durante los ocho años de administración de George W. Bush.
Pero la coyuntura actual de relaciones entre Israel y Occidente no es, ni de lejos, la más adecuada. La reciente crisis entre Tel Aviv y Londres por el asesinato de un alto cargo de Hamas en Dubai, por parte de agentes del Mossad israelí infiltrados con pasaportes británicos falsos, es otro incidente que revela la baja empatía entre el gobierno de Netanyahu y sus aliados occidentales.
En todo caso, resulta improbable una ruptura indirecta o no oficial entre EEUU e Israel, tomando en cuenta los nudos geopolíticos que solidifican estas alianzas y el hecho de que Irán sirve como elemento de cohesión de diversas políticas afines. Pero no cabe duda de que el momento más bajo en las relaciones entre Washington y Tel Aviv medirá la real influencia (o bien, incluso, un sutil cambio de orientación) de los lobbies existentes entre ambos países. Son estos, probablemente, los factores de poder más decisivos a la hora de acometer los delicados equilibrios de la geopolítica de Oriente Próximo.