Fotografía de Ana Mendes

Sobre la posibilidad de llegar a una solución pacífica con Rusia

Un general soviético-ruso, que combatió en Afganistán, Transnistria, Chechenia, un "halcón" por donde se le mire, dijo una vez: cualquier guerra, al comenzar, se convierte en un callejón sin salida, después llega la catástrofe. Y cualquier guerra siempre acaba con negociaciones. Si se procediera directamente a las  negociaciones se habría evitado la fase no civilizada y numerosas muertes de personas, cuyos sobrevivientes nunca lo olvidarán ni perdonarán a nadie.
Liñas de investigación Relacións Internacionais
Apartados xeográficos Europa
Idiomas Castelán

Un general soviético-ruso, que combatió en Afganistán, Transnistria, Chechenia, un “halcón” por donde se le mire, dijo una vez: cualquier guerra, al comenzar, se convierte en un callejón sin salida, después llega la catástrofe. Y cualquier guerra siempre acaba con negociaciones. Si se procediera directamente a las  negociaciones se habría evitado la fase no civilizada y numerosas muertes de personas, cuyos sobrevivientes nunca lo olvidarán ni perdonarán a nadie.

Por lo que estamos viviendo y observando estos días o ya semanas, lamentablemente, está visión realista es incapaz de penetrar en la mente del agresor Putin. Ya se ve que su aventura belicista, tal como se la había propuesto, ha fracasado: nadie le ha creído que se trataba de una operación especial, todo el mundo habla de una guerra. En vez de conquistar en pocos días Kíiv y cambiar la “junta fascista” por algún títere, demostrando al Occidente colectivo que Ucrania se mantendrá dentro de la esfera de intereses del Kremlin, se encontró con la resistencia de un ejército bien preparado (y no de “batallones nazis”), una cohesión del pueblo decidido a rechazar la agresión a toda costa, una nación política consolidada en lugar de un “pseudoestado”, una solidaridad internacional de tal envergadura que nadie hubiera podido prever y un aislamiento de Rusia sin precedentes. Políticamente el disparo le salió por la culata: queriendo imponer su “derecho” a mantener su esfera de influencia frente a la alianza occidental, consiguió que las neutrales Finlandia y Suecia consideraran en serio su afiliación a la OTAN, la histórica discordia entre los polacos y ucranianos fue dejada de lado, dando lugar a un hermanamiento desde ciudadanos de a pie hasta los más altos dirigentes. 

En lo militar, Rusia no ha conseguido ninguno de los objetivos propuestos, las tropas disimuladas como grupos tácticos de batallón han quedado sin planes, no pueden avanzar, no saben qué hacer, tienen graves problemas de logística: militares rusos dejan tiradas sus máquinas sin combustible, merodean buscando alimentos. Incapaces de quebrar la fuerza militar ucraniana, los medios bélicos se emplean para crear terror entre civiles: se bombardean viviendas, se destruyen establecimientos de enseñanza (al día de hoy, más de 400) y hospitales, se emplean armas prohibidas, por ejemplo, bombas termobáricas, que matan personas escondidas en refugios, bombas de racimo. La fase del “callejón sin salida” evidentemente se ha completado y ya se está entrando en la fase de catástrofe.

Sin embargo, la parte rusa, en vez de detenerse y tratar de encontrar alguna solución razonable, sigue escalando esta locura militar y política. Porque la guerra no es un accidente para la cúpula gobernante en Kremlin, es lo que ha querido, lo que ha venido preparando y de hecho realizando de forma “híbrida”. Es su ultima ratio regium. Saben perfectamente que en el mundo de hoy no es posible conseguir sus objetivos por medios militares. Lo que pasa es que ellos no quieren el mundo de hoy, quieren echarlo para atrás, porque no tienen cabida en él, y su poder y riqueza corren peligro mortal.

El estado que tienen en sus manos es un relicto del imperio que no tenía otra forma de crecimiento más que la expansión. Comenzó desde el principado de Moscú que primero se puso a “recolectar las tierras rusas” bajo su dominio, haciendo correr mucha sangre hermana cuando alguien no entendía que el ejército moscovita llegaba para “liberar”. Los ucranianos y bielarusos quedaban a salvo pudiendo en  el Gran Ducado de Lituania, Rusia y Samogitia, donde su lengua, la rutenia, era oficial, imprimir sus libros, tener sus universidades, desarrollar su cultura, su religión, todo en el ámbito europeo, muy diferente por lo demás a todo lo ruso. Moscú se enfrentó al Gran Ducado en guerras sangrientas, por cierto, también alegando “liberación de hermanos”.

La relación desigual entre Moscú y sus hermanos occidentales se pone de relieve en dos hechos. Cuando Iván Fedorov en 1654, 40 años más tarde que en Bielarús, intentó imprimir el primer libro ruso, fue hostigado por la iglesia rusa y tuvo que huir al Gran Ducado para poder continuar su obra. Hasta mediados del siglo XVIII todos los hombres cultos del Reino de Moscú y del Imperio Ruso se formaban en la academia de Kíiv, el único centro docente superior en aquella tierras.

Siglo tras siglo, Moscú iba conquistando partes del Gran Ducado, hasta tragarse el último resto a finales del siglo XVIII. Se abría salidas al Mar Azov, Báltico, Negro, luego el Océano Pacífico, porque supuestamente un país no puede desarrollarse sin salida al mar, pero en el caso de Rusia ninguno de los mares le solucionó sus problemas de desarrollo. El imperio de los zares dejó de existir en la Primera Guerra Mundial cuando, entre otras cosas, se planteó conquistar los Dardanelos.

A diferencia de otros imperios, que generalmente tenían dominios en el ultramar y extraían de ellos materias primas, Rusia aglutinaba los pueblos conquistados, se aprovechaba de sus aportaciones económicas, culturales e intelectuales, se las hacía propias. La población rusa se expandía por los nuevos terrenos conquistados, sin respetar el hecho diferencial de los locales, convirtiéndose en un instrumento de asimilación, conscientemente o no. Por esto, al proclamarse independientes y separarse del imperio, las nuevas naciones libres tenían su cuerpo nacional más o menos completo, mientras que el restante del antiguo imperio se veía mutilado, incompleto, puesto que su cuerpo estaba en mayor medida conformado por aportaciones de otros pueblos, que resultaban de vital importancia. 

La revolución bolchevique en 1917 pareció acabar con la opresión nacional y en los años veinte se vio un auge impresionante de culturas y autonomías nacionales que ilusionó, incluso, a entusiastas de renacimiento nacional de ideología ajena al comunismo. Diez años después, cuando se abandonó definitivamente la idea de la revolución proletaria mundial y se trató de preservar el estado, volvió el chovinismo ruso y la desconfianza hacia los no rusos, planteándose y practicándose la recuperación de los territorios que antes formaban parte del Imperio Ruso.

Con la disgregación de la URSS sucedió algo similar: los nuevos gobernantes de la Federación de Rusia, que son aquellos que lograron hacerse dueños de grandes partes del patrimonio privatizable del extinto estado soviético, mediante una coparticipación de los servicios secretos, que tenían la información estratégica política y económica, y los círculos criminales que ya se iban apropiándo de bienes públicos y necesitaban legalizarse. Esta clase mafiosa, al llegar a la cúpula del poder con Putin, se dio cuenta de que se les iba definitivamente el diamante más precioso de la corona del Imperio Ruso: Ucrania disminuía su participación en estructuras como la comunidad de estados independientes, cuyo fin era mantener el dominio de Moscú sobre los estados postsoviéticos. El títere Ianukovich, que debía mostrar la fuerza del sentimiento prorruso en Ucrania, fracasó y junto con él, el último recurso político para retener la independencia de Ucrania y su elección europea.

Se puso en movimiento la fuerza militar, anexionaron Crimea, ocuparon parte de Donbás y comenzaron la guerra en forma híbrida. Mientras tanto se ralentizaba peligrosamente el crecimiento económico de Rusia. Entonces, para salvar su poder, recurrieron al clásico método de dictadores del pasado: una guerra rápida triunfante. 

Eso fue lo que proclamó Putin el 24 de febrero pasado y no fue ninguna decisión impulsiva, aunque se le notaba temblar la voz al pronunciar su discurso. La agresión contra toda Ucrania estaba pensada, preparada, porque la necesitaban. Y la continuarán. 

Las negociaciones que llevan los rusos con los ucranianos actualmente no dejan ver ninguna voluntad de detener la guerra, siguen planteando las mismas condiciones que declararon al comenzar su “operación militar especial”. A pesar de todos los reveses y del ” incumplimiento del plan de operación” quieren seguir hasta conseguir la capitulación de Ucrania. Porque ni siquiera pueden volver al estado de antes del 24 de febrero. Su derrota militar sería la misma, con la consiguiente pérdida del poder y de sus riquezas.

Y, por su parte, Ucrania necesita, como mínimo, conseguir la retirada completa de los militares de su territorio y el restablecimiento pleno de soberanía en la totalidad de su territorio, incluidos Crimea y Donbás. Esto será posible solo cuando se destruya la fuerza militar de Rusia o esta reconozca una fuerza capaz de destruir su prepotencia militar y sienta exactamente el mismo miedo que ella quiere infundir con su expansionismo.