Ángel Gurría, secretario general de la OCDE urgió a los países miembros del G20 a dar una respuesta coordinada a la crisis. Hay que restaurar la confianza. Si se fracasa podrían crecer en Occidente las presiones proteccionistas, incluso el patriotismo económico. Pregonan una “desmundialización” o la “desglobalización”. Son en parte una reacción ante la imparable irrupción de varios países emergentes cada vez más competitivos que van ganando cuota comercial e inversora en todos los mercados. En tiempos de crisis y de empleo escaso, el libre comercio está en el punto de mira de los ciudadanos. ¿Tienen razón?
La “deslocalización” de empresas hacia los países emergentes ha eliminado puestos de trabajo en EEUU y la UE. Pero también es cierto que una mayor cooperación e interdependencia económica con las economías emergentes puede revitalizar las economías y crear nuevos empleos, si superando inercias y temores, se aprovechan las oportunidades. EEUU ha reaccionado gracias a la vitalidad del sector privado y la tasa de paro decreció al 8,5%. La UE sigue estancada y desunida.
Barack Obama, a las puertas de las elecciones presidenciales de noviembre, modificó su estrategia comercial exterior. Logró que el Congreso de EEUU ratificase el 12 de octubre los Acuerdos de Libre Comercio con Corea del Sur, Colombia y Panamá. Y en la 19ª cumbre de APEC del 12 y 13 de noviembre en Honolulu, Obama impulsó una ambiciosa iniciativa: el Trans-Pacífic Partnership (TPP), un área comercial entre EEUU y ocho países de Asia-Pacífico (Australia, Brunei, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam) que podría alcanzar gran relevancia económica si se le suman Japón y Canadá. China ya tiene vigentes acuerdos comerciales con ASEAN y Taiwán. Y Corea del Sur con la UE e India. Ante el fracaso de la ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que intentó liberalizar el comercio mundial por la vía multilateral, los Estados aceleran la vía alternativa de concluir acuerdos comerciales de ámbito regional y bilateral.
Asia-Pacífico, motor económico mundial, es una gran oportunidad para Occidente. Según la Conferencia de las NNUU sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) EEUU es el primer inversor exterior pero también el primer receptor y beneficiario de las inversiones extranjeras. Muchas proceden de Asia-Pacífico y crean empleos en EEUU. Y la influencia asiática crecerá aún más gracias a los 350.000 estudiantes que, como los chinos, indios y surcoreanos, destacan en las universidades y escuelas estadounidenses. Nutren de buenos y motivados cerebros a las empresas y centros de I+D, desde California a Nueva York, desde Nevada a Texas. La creciente interacción con Asia-Pacífico, además de imparable, puede beneficiar más que dañar a Occidente.
También en Francia, inmersa en la campaña presidencial, se abrió un debate sobre la “desmundialización”. Desde la derecha hasta la izquierda algunos culpan a la Globalización de muchos males, como el incremento del paro. Proponen levantar otra vez muros a las puertas de la UE basándose en razones sociales y medioambientales. Afirman querer proteger el modelo social europeo. Frente a estas voces, otras consideran que la crisis no se resolverá levantando barreras. Así lo creen en Alemania con un sector exterior volcado hacia Oriente.
Para Pascal Lamy, director general de la OMC, la desmundialización es una respuesta errónea. Desmundializar no es posible cuando las fronteras entre el comercio interior y exterior son difusas, Incluso los conceptos de importación y exportación son más complejos. En el siglo XIX, una maquina de vapor podía fabricarse en un solo país como Inglaterra. Hoy, las cadenas de producción industrial son globales, de modo que si frenamos las importaciones se frenan las exportaciones. Un coche de marca alemana montado en un fábrica china, ¿es propiamente “made in China”? Ahora, la fabricación de los diversos componentes de un producto industrial final se localiza incluso en varios países en función de diversos factores. El coste, la productividad y la calidad de la mano de obra son básicos. Pero también la calidad de las infraestructuras de transporte y logística, la cotización de las divisas y las ventajas fiscales y aduaneras.
Es verdad que se debe controlar mejor los casos de “dumping” social y medioambiental y las violaciones de los Derechos de la Propiedad Intelectual por parte de algunos países emergentes. También los violaron los países europeos y asiáticos, ahora desarrollados, cuando eran aún países en vías de desarrollo. En todo caso, Joseph Stiglistz tiene razón cuando urge una profunda reforma de las instituciones internacionales para lograr que la Globalización funcione más democrática, justa y eficazmente. El Desarrollo debe servir para transformar las sociedades y mejorar el nivel y la calidad de vida de todos y no la de unos pocos.
Occidente debe hacer sin más demoras las reformas estructurales exigidas por la OCDE y reafirmadas por el G20 en Cannes, para adaptarse a un mundo cambiante. Las raíces de la crisis de EEUU y la UE no son externas sino internas. No se superará levantando más muros sino administrando mejor unos recursos financieros ahora escasos, produciendo más de lo que se gasta, reforzando el sector industrial y los servicios así como la capacidad de ahorrar, invertir, producir e innovar para exportar más. Y, sobre todo, mejorar los recursos humanos. Es la opción más acertada. Los países que se abran al exterior crecerán más que los que se cierren.
Los ciudadanos reaccionamos de forma emotiva y a veces angustiada ante una profunda crisis que pone en tela de juicio la solvencia de los países, los Gobiernos, las empresas y las familias. Hay malestar y con sobrados motivos. Se encuentra a faltar un mejor liderazgo político y social. Pero debemos reaccionar seria y responsablemente, tomando nuevas iniciativas y esforzándonos individual y colectivamente para que entre todos superemos lo antes posible esta crisis.