Chen Shui-bian, el presidente de Taiwán, atraviesa las horas más bajas desde que accedió a la presidencia en 2000. En el ecuador de su segundo y último mandato, las denuncias de corrupción en su entorno familiar más próximo amenazan con desacreditar su siempre controvertida gestión y dar al traste con el patrimonio ético en el desempeño público de que gozaba su formación, el Partido Democrático Progresista, PDP, y que, en su día, se había convertido en una de las principales claves de su triunfo electoral.
La “primavera horribilis” de Chen se iniciaba con las acusaciones de manejo de información privilegiada por parte de su esposa, Wu Shu-jen, para obtener altos beneficios bursátiles. Para acallarlas, decidía donar 4 millones de dólares taiwaneses a organizaciones caritativas insulares. La mitad de esa suma, se correspondía con el monto total de las plusvalías obtenidas en sus inversiones en acciones y en fondos de pensión.
Pero cuando ya se creía superada la crisis surgía un nuevo escándalo, esta vez, de la mano de su yerno, Chao Chien-ming, acusado también de haber abusado de sus relaciones familiares y personales para acceder a informaciones financieras confidenciales con las que obtendría inmensos beneficios en Bolsa. Chen reaccionó de la misma forma. Pero esta vez, el intento de acallar las críticas con otro donativo a organizaciones caritativas no ha sido suficiente. Chao dice ser inocente, pero no sólo no convence al juez que ha ordenado su ingreso en prisión, sino tampoco a los miembros del PDP, partido al que pertenece, que no desean asumir su defensa. Otros miembros de su familia (padre, madre, hermano, nuera) también son objeto de investigación, al igual que el presidente de Taiwan Development Corporation, y otras empresas como Waterland Securities.
El 20 de mayo, coincidiendo con su sexto aniversario al frente de la isla, Chen ha presentado por tres veces sus excusas a la población, a los miembros de su partido y a todos aquellos que le han apoyado. Manifestándose “desolado”, Chen ha anunciado que Chao Chien-ming no recibirá trato de favor. El tiempo lo dirá.
En la oposición, algunas voces amenazan con iniciar el procedimiento de revocación si el escándalo continúa, una iniciativa que el propio Ma Ying-jeou, presidente del KMT, ha rechazado, confiando en que el desgaste de su adversario continúe por algún tiempo más, y deseoso de que la política del KMT se centre ahora en la mejora de los vínculos con el continente, especialmente, a través de la normalización de los transportes aéreos y marítimos. Otros han invitado a Chen a asumir la responsabilidad política del escándalo y a presentar la dimisión. En las filas del principal partido que apoya al gobierno, se multiplican las excusas intentando con ello que el affaire dañe su imagen lo mínimo posible. El portavoz parlamentario del PDP, Chen Chin-jun, ha llamado a cerrar filas en torno al Presidente mientras se encuentra una solución a la crisis. Pero para algunos diputados, como Wang Hsing-nan, el affaire constituye un golpe mortal para el PDP que debe prepararse para pasar a la oposición.
El debate sobre la corrupción y sus consecuencias se produce en un contexto político ciertamente adverso para el PDP, quien ha venido perdiendo la iniciativa ante la firme apuesta del KMT y las demás formaciones “azules” (PPP y PN) por mejorar las relaciones con China continental. Pero daña en su conjunto a las formaciones políticas de la isla, que deberán efectuar considerables esfuerzos para que el desencanto social no dañe la vitalidad democrática y la confianza en las instituciones. Las protestas y manejos de algunos diputados de las principales formaciones para evitar la reducción del número de escaños en el Parlamento ante el temor de quedarse fuera, son hoy indisociables del mismo parasitismo que connota la vida pública. Una enmienda constitucional, adoptada en agosto de 2004, reduce el número de escaños de 225 a 113, y los “rebeldes” no quieren menos de 164.
A la espera de las elecciones municipales del próximo mes de diciembre, el enrarecido clima político de la isla perjudica la agenda de Chen, marcada por su reiterada ambición de dejar aprobada una nueva Constitución en 2008, empresa harto difícil antes y más complicada ahora. Mientras, China se encarga de airear las mil y una crisis de Chen que evidenciarían no solo el carácter hueco de su política sino la propia oquedad de un sistema democrático que, imitando a Occidente, constituye la expresión misma de la inestabilidad. Y, ya se sabe, a buenos entendedores…
Xulio Ríos (Argenpress, 30/05/2006; Altermundo.org, 01/06/2006)