Los efectos de lo sucedido en Tiananmen en 1989 permanecen vivos en la sociedad y en la dirigencia china. Puede que en los próximos días no irrumpan con la contundencia deseada o esperada por algunos, pero subsisten largamente y en muchos lugares se recordará tan trágica fecha. El gobierno se ha cuidado de adoptar las medidas “ocasionales” (poner patas arriba la propia Plaza) para no tentar a la suerte, pero aún asi, en un país que tanto ha interiorizado la virtud de honrar a los muertos, cementerios y corazones se verán poblados de recuerdo en homenaje a las víctimas.
En China es muy grande la significación política de la protesta estudiantil. A la tradicional y elevada consideración social de la educación (la relación maestro-alumno solo es superada en importancia por la paterno filial), hay que sumar la transcendencia política de las movilizaciones estudiantiles. Sucesos clave en la historia contemporánea china han venido marcados por alguna revuelta universitaria. Asi ocurrió el 4 de mayo de 1919, cuando los estudiantes se movilizaron contra la humillación infringida a China por las grandes potencias en la Conferencia de París; o en 1976, cuando millón y medio de personas recordaban en Tiananmen los tres meses del fallecimiento de Zhou Enlai para luego iniciar la definitiva derrota de la Banda de los Cuatro; o en el invierno de 1986-87, precipitando la caída de Hu Yaobang, el primer elegido de Deng Xiaoping. En 1989, por añadidura, se registró una creciente participación ciudadana y obrera que dió origen al Sindicato Autónomo Unido, agravando así la preocupación de un régimen que fundamenta buena parte de su legitimidad en el apoyo y representatividad de dicho cuerpo social. Tampoco es fruto de la casualidad que fueran los estudiantes el principal referente de la movilización contra el reciente bombardeo de la embajada china en Belgrado.
El Partido Comunista ha establecido un peculiar culto de los estudiantes, a quienes ha ensalzado como una vanguardia progresista de la lucha política. El llamado “espíritu del 4 de Mayo” está en el origen de la revolución de la nueva democracia y del propio Partido (1921). En consecuencia, una movilización crítica con sus aduladores constituye algo más que un toque de atención; es una bofetada en toda regla. Para explicar lo sucedido hace diez años, un amigo chino me recordaba la parábola del Maestro Ye y el dragón. El Maestro Ye era un funcionario de la época de la dinastía Han apasionado hasta el delirio por el dragón, una figura mítica milenariamente asociada a la demostración de poder. Tal era su devoción, cuenta la leyenda, que en su casa todo imitaba este motivo, desde las pinturas a las tapicerías, sillas, porcelanas, etc. Pero un travieso mandarín le jugó una mala pasada. Un día simuló la aparición de un dragón con tal nivel de fiereza y verosimilitud que, al verlo, el Maestro Ye quedó horrorizado. El susto fue tan impresionante que nunca más quiso saber de dragones. Mutatis mutandis, en Tiananmen, hace diez años, los estudiantes eran el dragón y el Partido, el maestro Ye …
¿Que reivindicaban los estudiantes? La movilización nació como una expresión de tributo a la memoria de Hu Yaobang, principal inspirador de la reforma urbana iniciada en 1984 y condenado al ostracismo por el Partido tres años después. Muchos admiraban la integridad de Hu, un hombre pequeño -medía 1,58 cm- “que incluso detentando el más alto cargo del Partido no llegó a crecer un solo centímetro”, se decía; algo, ciertamente poco frecuente entre los dirigentes. Mientras Hu vivió siempre en una modesta casa, Li Peng, por ejemplo, residía en el “Pabellón de las Luces Violetas”, en Zhonganghai, el Kremlin chino. La protesta estudiantil, al menos inicialmente, iba dirigida contra el parasitismo burocrático, el deterioro de la educación, el mal funcionamiento general del sistema, pero sobre todo, contra la corrupción, los privilegios y la doble moral. No fue, no nos engañemos, una exhibición de abierta oposición al régimen y de reivindicación de una democracia de corte occidental; más bien se trataba de una demanda pacífica, sentida y contundente de profundización y regeneración democrática.
Desde el exterior, dos han sido las principales interpretaciones de lo sucedido. Según la más extendida, Zhao Ziyang, líder del grupo liberal reformista y partidario del diálogo con los estudiantes, debió ceder ante la presión de Li Peng y el bloque conservador-militar. La represión obedecería a una estrategia calculada, a un plan premeditado, cuya finalidad no podía ser otra que acabar con la insurrección sin regatear el precio. Según otra, Zhao Ziyang no sería tan santo y con la inestimable ayuda de su secretario particular, Bao Tong, habría intentado manipular en beneficio propio la protesta estudiantil, con el objetivo de reavivar una carrera política cada vez más opacada por una gestión económica farragosa. La matanza se habría producido como consecuencia del desconcierto, el caos, y la estupefacción de unos dirigentes que nunca habrían imaginado la resistencia estudiantil. En suma, que el “puñado de conspiradores” se encontraba en las sedes gubernamentales y no entre los huelguistas que ocupaban la Plaza. Pero las principales víctimas de la tragedia fueron los estudiantes.
Está fuera de dudas, en cualquier caso, que el Partido, al igual que la sociedad, se encontraba profundamente dividido ante la tesitura de como resolver la crisis y Deng Xiaoping debió imponer un severo cierre de filas, seguido del inevitable reajuste en la cúspide del poder. Los cambios no comportaron, como al principio se temía, modificación alguna del rumbo iniciado en 1978. Sorprendentemente, el impacto de las movilizaciones resultó practicamente nulo en las zonas más desarrolladas del país, los llamados “oasis capitalistas”, en los que, en teoría, un mayor nivel de riqueza y de libertad económica debería servir de acicate y fundamento para exigir con empeño la que Wei Jinsheng llamó la quinta modernización (democracia política).
¿Nada se ha movido desde entonces? En apariencia, el gobierno chino se mantiene inflexible en cuanto a la tipificación “contrarevolucionaria” de aquel movimiento. Hoy, una reciente modificación constitucional ha suprimido ya esa clase de delitos. Pero además, en los últimos años, paulatina y silenciosamente, se ha intentado cerrar la herida recurriendo a diferentes y puntuales medidas: exilios selectivos, pensiones para las madres de los fallecidos, diplomas de licenciatura para los estudiantes represaliados y a quienes no se les permitió examinarse… Caso a caso y casi todo, menos la autocrítica que la sociedad aún espera con tanta paciencia como resolución y que cuenta con partidarios en importantes sectores del régimen. Pero probablemente no se producirá en tanto Li Peng permanezca en la jerarquía oficial del Partido o el Estado.
Cierto que en Zhongnanghai han tirado conclusiones de lo sucedido, pero los problemas de fondo subsisten. En efecto, se crearon cuerpos especiales de policía para no tener que recurrir a los tanques a la hora de reprimir protestas; se mejoró el control macroeconómico de la reforma; se niveló la inflacción; se puso fin a la gratuidad plena de la enseñanza universitaria para inducir en los estudiantes un mayor compromiso con el estudio; se incentivó la educación política patriótica, etc. Pero la corrupción es un magma muy dificil de erradicar en un país en el que para todo hace falta un padrino. Algunas propuestas impulsadas para atajarla no han producido los resultados deseados.
En cualquier caso, lo más grave y significativamente aún pendiente, es la ostensible incapacidad del sistema para resolver las diferencias y conflictos sociales por cauces de diálogo, propiciando asi que toda discrepancia pueda culminar en una expresión antisistémica. Aún sin abandonar los cuatro principios irrenunciables establecidos por Deng Xiaoping, ni adoptar el modelo político occidental, China dispone de margen suficiente para profundizar en la democracia, para ganar en transparencia, para avanzar en la independencia judicial y en el reconocimiento efectivo de más libertades. El control democrático de la reforma debe surgir de la asunción del elemental principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, de la supresión de esa humillante discriminación que diferencia entre miembros y no miembros del Partido. Algo tan simple y razonable pedían los estudiantes en Tiananmen y aún hoy constituye la esencial piedra de toque para que se pueda definir la reforma como autenticamente revolucionaria.
Sabido es que en Oriente la medida del tiempo es diferente a la nuestra, pero, más temprano que tarde habrá de producirse la relectura de tan dramáticos sucesos. Recordando también que los líderes estudiantiles cometieron graves errores, los dirigentes chinos acabarán admitiendo su incapacidad para digerir una protesta pacífica y justa asi como la inmensa desproporción de los medios utilizados para contenerla primero y acallarla después. Aunque el régimen pueda efectivamente ganar tiempo hoy jugando la carta nacionalista, no podrá eludir su responsabilidad histórica. Un refrán chino se lo recuerda con tanta ponderación como sabiduría: “el árbol preferiría la calma, pero el viento no cesa”.