Pese a su aparente formalismo, las sesiones del macro-Parlamento chino resultan siempre de interés por su condición de crisol de realidades y tendencias en la dirigencia china, cuestiones ambas no siempre fáciles de adivinar dada la opacidad del sistema. En esta ocasión, al margen de planes quinquenales, proyectos presupuestarios, llamamientos al desarrollo del Oeste del país e informes de toda condición, dos asuntos destacan en entidad y proyección: Falun Gong y la sucesión.
Desde los graves sucesos de 1989 (por cierto, como éste, año de la serpiente) y más allá de protestas puntuales o ejercicios por ahora de difícil ensamblaje en el imaginario chino como el intento de organización del llamado Partido Democratico, ningún desafío serio ha afrontado el PCCh en estos años. Falun Gong, con su dosis de gimnasia, de protesta, pero también de excentricidad le ha obligado a bajar a la realidad: no todo está controlado y la estabilidad no está garantizada. En Pekín, las autoridades están muy preocupadas por la posible irrupción de Falun Gong en el cónclave. Es bien conocida su predilección por aquellas situaciones en las que el mundo está informativamente pendiente de China.
El círculo en torno a este movimiento se cierra cada vez más. Previamente a la apertura de las sesiones de la Asamblea Popular Nacional, la Conferencia Política Consultiva que preside Li Ruihuan, ha intentado cerrar filas con los demás partidos y personalidades del frente unido. Las continuas referencias a Hong Kong preanuncian una pronta ilegalización de este movimiento en la antigua colonia británica. Han sido las presiones de Pekín las que motivaron la dimisión de Anson Chan, la número dos de la Región Administrativa Especial, por haber consentido y apoyado la celebración de una reunión de sus seguidores en un edificio del Gobierno.
La declaración de la Conferencia Política transciende su valor retórico por cuanto se ha especulado en los últimos meses con la supuesta simpatía de su Presidente, Li Ruihuan, miembro del Comité Permanente del Buró Político, con el movimiento Falun Gong. Nada es descartable. Algunas fuentes sugieren ya la posibilidad de un intento de utilización de dicho movimiento como piedra de toque en la lucha por el poder, como ocurrió en 1989 con los estudiantes o con el movimiento Yihetuan (los Boxers) por la corte imperial Qing. Pero la supuesta simpatía de Li Ruihuan por Falun Gong puede ser también el medio idóneo para empalizar políticamente a un dirigente de primera línea que se ha ganado mucho respeto en los últimos años tanto por sus dotes oratorias como por la frescura de su discurso en el que abundan, por ejemplo, las reservas a las negociaciones para la entrada de China en la OMC.
El otro gran asunto del orden del día oficioso de esta Asamblea es la preparación de la sucesión, batalla a la que Falun Gong parece incorporarse como un ingrediente más. A todos queda por delante un año ciertamente complejo. Todos saben que la batalla decisiva no se libra en el Parlamento, sino en el Partido. ¿Cual es el hilo conductor? Los principales dirigentes quieren prolongar su influencia a través de protegidos y manejan varios candidatos. El cambio que se avecina es importante: ni Zhu Rongji, jefe del gobierno; ni Li Peng, presidente de la APN; ni Jiang Zemin, repetirán en el cargo. En el ejecutivo, descartado Li Lanqing por razones de edad, Zhu Rongji apuesta por el titular de Agricultura, Chen Yaobang, pero nada más inseguro, y suena también Wu Bangguo, responsable de la reforma del sector público. Li Peng apuesta por Luo Gan, pero Wei Jiangxin, presidente de la Federación de Sindicatos y principal responsable de la lucha contra la corrupción, podría también aspirar al puesto. En el Partido, Hu Jintao, actual vicepresidente, constituye la más firme apuesta en esta carrera, pero tampoco lo tiene seguro. Jiang Zemin parece decidido a reservarse por un tiempo la presidencia de la Comisión Militar Central, a imagen y semejanza de lo que hiciera su padrino político, Deng Xiaoping. Estado, Partido y Ejército no estarán bajo el mismo mando.
Las resistencias de Li Peng a aceptar sin más su jubilación son importantes. Su actitud no es de mera oposición sino que maniobra para restar apoyos a Jiang Zemin en los órganos dirigentes del Partido. Basten dos ejemplos. En el pleno del Comité Central celebrado el pasado mes de octubre en la capital china, Jiang no consiguió incorporar al Buró Político a su próximo Zheng Qinghong, actual miembro suplente e integrante del Secretariado. Por otra parte, muchos vaticinan la caída inminente de Jia Qinglin, otro hombre de Jiang Zemin, miembro del Buró Político y secretario del Partido en Beijing, que algunas fuentes relacionan con graves entramados de corrupción y contrabando. La promoción de Li Changchun, trasladado de la jefatura del Partido de Henan a Guangdong, parece destinada a cubrir las próximas bajas.
Aunque es verdad que en el clan de Jiang Zemin se advierten ciertas zozobras (falta por estallar totalmente el escándalo de corrupción en Xiamen, la zona económica especial situada frente a Taiwán), parece el más sólido. No obstante, el cambio a la “cuarta generación de dirigentes” pudiera quedarse en mucho menos si Wei Jiangxing y Li Ruihuan mantienen aspiraciones que por razones de edad no puedan descartarse. Asi pues, casi todo está en el aire.