Tribulaciones orientales

Anida en muchos analistas y observadores el convencimiento de que el siglo XXI será asiático, en Asia que será chino, ¿y en China? El sugerente e inigualable proceso de transformación que vive el viejo Imperio del Centro desde finales de la década de los setenta tiene en la unificación de todas las Chinas, en la reunión del mundo chino bajo una misma autoridad política, un pilar sustancial. Así lo enunció Deng Xiaoping en su día, al señalar la unificación de la patria, junto con la modernización, como la tarea primordial desde el punto de vista histórico y que a la postre decidirá el éxito o fracaso de la gaige y la kaifang. Y es también en ese punto donde se encuentra el talón de Aquiles de la reforma. Más que entre las dos Coreas, un conflicto abierto entre las dos Chinas supone el mayor riesgo de desestabilización regional y daría al traste con las expectativas autónomas de una zona en la que EEUU conserva una influencia determinante.

Conocidos son los avances, a veces contradictorios, registrados en este proceso. En 1999 y 1997, las viejas colonias de Macao y Hong Kong, con un status de región administrativa especial, han pasado a formar parte de la República Popular China. Taiwán, por el contrario, es la asignatura pendiente, y pese a las expectativas y buenos deseos expresados por ambas partes, nada parece aventurar progresos en la dirección adecuada. El cambio de liderazgo chino y las próximas elecciones presidenciales en Taiwán sitúan las relaciones entre ambos lados del Estrecho en una nueva encrucijada.


La primera derrota china

A seis años de la retrocesión de Hong Kong, las turbulencias regresaron a la vida política de esta región administrativa especial que desde el 1 de julio de 1997 disfruta de un amplio autogobierno, infinitamente mayor que el otorgado por Beijing a las regiones autónomas de las minorías nacionales existentes en la parte continental. Miles de ciudadanos se manifestaron en contra del intento de desarrollar legislativamente el artículo 23 de la Ley Básica de Hong Kong que contempla la posibilidad de dictar normas para “prohibir cualquier acto de traición, secesión, sedición o subversión contra el Gobierno Popular central”, el robo de secretos estatales o el establecimiento de vínculos con organizaciones o grupos políticos del exterior. La principal paradoja de la iniciativa radica en el hecho de que sea la propia autonomía quien, al parecer de motu propio, promueve una reforma que acabaría con el clima de tolerancia política de la región, clima que otorga una singularidad especial a Hong Kong y que, de suprimirse, abriría el camino a la homologación con el continente, entrando aceleradamente en la fase terminal de una coexistencia que había nacido, en palabras de Deng Xiaoping, para durar, al menos, cincuenta años.

¿Tiene Beijing problemas en Hong Kong lo suficientemente graves como para arriesgarse a dar este paso? No parece, pero el miedo a la inestabilidad y a la pérdida del control del proceso de reforma constituye un eje esencial de la lógica política de los dirigentes de Zhonnanghai. La crisis, aún latente, de la neumonía atípica evidenció la imposibilidad de sostener una política de control informativo global que encuentra en Hong Kong mecanismos de alivio que escapan al dictado administrativo y cuestionan por lo tanto no solo la autonomía real de los dirigentes locales sino también la veracidad de la información procedente de la capital, internacionalmente carente de crédito. El clima de transparencia existente en Hong Kong ha favorecido al conjunto de la opinión pública internacional y obligado a las autoridades continentales a ofrecer más información de la que, probablemente, estarían dispuestas a ofrecer de buen grado. Ese “daño” no ha sido menor y las autoridades se desviven por enmendar las fugas metiendo en cintura a quienes sueñan con poner contra las cuerdas al inmenso gigante chino desde el otro lado del sistema.

La Ley de Seguridad Nacional contemplaba, entre otros, la posibilidad de condicionar el ejercicio de las libertades de palabra, de culto (Falun Gong) y otras, acomodándolas a las restricciones derivadas de los imperativos de la estabilidad. Se trata de variables sistémicas esenciales que dan cuenta en buena medida del nivel de salud de la autonomía real de la región, hasta ahora, a pesar de los seis años de autonomía en China, con fortaleza suficiente para resistir los disgustos de Beijing cada 4 de Junio, cuando se recuerda el “incidente” de Tiananmen.

Tung Chee-Hwa, jefe ejecutivo de Hong Kong, aseguraba en su último balance conmemorativo de la efeméride que no iba a deshonrar su misión y que la autonomía prevalecerá bajo cualquier circunstancia. Los hongkoneses, enfatizaba, han sabido superar pruebas muy duras como la crisis financiera asiática o la neumonía atípica, y sabrán salir adelante. Wen Jiabao, el primer ministro chino, presente en el acto, asentía con la cabeza, al tiempo que negaba cualquier voluntad de socavar el principio de “un país, dos sistemas”. Y en vísperas del aniversario, ambos firmaban un tratado de libre comercio llamado a facilitar el intercambio comercial, dinamizando las decaídas exportaciones de Hong Kong.

Aún así, la felizmente frustrada deriva autoritaria podría poner fin a las “ventajas particulares” de Hong Kong en lo político, pero no en lo económico, como asegura Zhou Bajun, investigador del Grupo Guangda, debido a sus ventajosas posiciones en materia de infraestructura, la claridad del sistema tributario, del régimen monetario o financiero, elementos que revelan un perfecto acoplamiento con la economía mundial. Shao Shanbo, director del Centro de Estudios de Hong Kong, añade a esos atributos el valor cualitativo del sistema judicial, más justo y transparente que en el continente.

Pero de haberse aprobado la nueva legislación, con la oposición de buena parte de esa sociedad hongkonesa que no dudó en salir a la calle para expresar su repudio, la desconfianza podría hacer quebrar todas las expectativas. Hong Kong nunca dejará de ser una importante referencia para el desarrollo regional, especialmente en el sur de China, pero está por ver que la obsesión por el control político no derive en una asfixia que, progresivamente le haga perder esa condición de centro financiero y comercial de proyección internacional que actualmente simboliza. La preservación de la autonomía parece una cuestión vital pero difícil de asentar en la práctica por la escasa tradición descentralizadora de la administración china.

Era sabido que Beijing podría consentir el capitalismo pero no un sistema democrático de corte occidental. Aún así, debiera mimar ese delicado pero imprescindible equilibrio entre la severidad de quien no desea dar la sensación de debilidad y flaqueza ante el exterior, y la flexibilidad necesaria para evitar las escaramuzas y resolver con generosidad los disensos. El pragmatismo, ese valor tan acreditado en la actual dirigencia china, debiera inducirles a adoptar posiciones más positivas si aspiran a enviar señales de cierto atractivo a Taiwán. Cuanto ocurre en la antigua colonia británica impacta al otro lado del Estrecho. Esa primera derrota de Beijing puede convertirse en una victoria a medio plazo.


Taiwán se taiwaniza

Cuando las autoridades taiwanesas protestaron ante el gobierno suizo porque desde el pasado mes de septiembre a los ciudadanos de la ROC (República de China) se le emiten certificados de residentes extranjeros en los que se hace constar su condición de “Chinese Taipei”, en vez de “taiwanés”, en Berna se adujeron fuertes presiones de Beijing.

Potencia comercial reconocida internacionalmente, Taiwán sigue siendo, sin embargo, un país inexistente en la nomenclatura oficial. “Chinese Taipei” en el foro de la APEC, “Territorio Aduanero Independiente de Taiwán, Penghu, Kinmen y Matsu”, en la OMC, desde el continente se hace todo lo posible para reducir a la mínima expresión su proyección y reconocimiento internacional. Las dificultades económicas de la isla, ya en vías de recuperación, han influido en la reducción de la diplomacia del dólar ejercida con cuestionable éxito por Taiwán, pero la mano de Beijing acosa todos y cada uno de los intentos de Taipei por afirmar su existencia diferenciada y reforzar su capacidad de interlocución ante una hipotética negociación.

Fracturas étnicas, regionales y políticas determinan hoy un escenario político taiwanés que se inclina progresivamente a favor de las tesis soberanistas o de defensa del status quo, perdiendo espacio los partidarios de la unificación con el continente. Chen Shui-bian, líder del Partido Demócrata Progresista, victorioso en las elecciones presidenciales de 1999 después de probar la reelección (y perder) la alcaldía de la capital, ha conseguido consolidar su mandato después de unos comienzos ciertamente tortuosos y desacertados que ahora parecen cosa del pasado. Originario de Tainan y especialista en derecho marítimo, se adentró en la política desde las filas de la oposición, a finales de los años setenta, asumiendo como letrado la defensa de activistas en plena vigencia de la ley marcial. Su credibilidad democrática está fuera de toda duda y asentada también en un discurso de diálogo, tolerancia y firme combate a la criminalidad, a la política de oro negro que inunda aún muchas cloacas de la administración y de la vida taiwanesa.

Chen afrontará en marzo próximo unas elecciones presidenciales decisivas. Sus expectativas son inseparables de dos factores. En primer lugar, la superación de las dificultades económicas. Los dos últimos han sido años difíciles, experimentando incluso un crecimiento negativo que en 2003 inicia el repunte con una expectativa de crecimiento del 3,06 por ciento, superior al inicialmente previsto de 2,89. Chen ha enfatizado en su mandato la idea de Taiwán como una potencia tecnológica que aspira a convertirse en el centro regional de operaciones de Asia-Pacífico en materia de transporte marítimo, aéreo, financiero, telecomunicaciones y de de medios de comunicación, un empeño gubernamental que pretende reforzar la idea de Taiwán como puerta de entrada en la región de Asia-Pacífico, aglutinante de las economías más dinámicas del planeta. El hundimiento de la burbuja de las nuevas tecnologías llegó a sumir las exportaciones taiwanesas del sector informático en una profunda crisis, con caídas en 2001 del 40 por ciento y un desempleo con márgenes superiores al 5 por ciento, batiendo récords históricos.

Además del ciclo negativo de la economía mundial y su repercusión en toda Asia, la deslocalización de empresas taiwanesas que trasladan a China su producción en busca de salarios inferiores y perspectivas de mercado más ambiciosas, afecta a las entidades con mano de obra intensiva y poco valor añadido así como al sector agrario, desarmado frente a las mercancías mucho más competitivas procedentes del continente. Ni el Presidente Chen ni los empresarios taiwaneses han podido ignorar lo evidente: es necesario jugar la carta del mercado continental para mejorar la situación de la economía taiwanesa. Beijing parece que también ha comprendido que no es indispensable realizar exhibiciones militares para convencer a los taiwaneses de que su futuro pasa por una mayor integración con el continente.

El segundo factor es la moderación del discurso independentista. El Partido Democrático Progresista (PDP) milita a favor de la taiwanización del país. Desde 1988 la formulación de la independencia aparece en sus textos, rechazando toda posibilidad de entendimiento entre el KMT y el PCCh de espaldas a la población local. La soberanía pertenece al pueblo, proclaman, y debe ser este quien decida en referéndum sobre su futuro. De la reclamación genérica de independencia a la posibilidad concreta de la consulta, el nerviosismo continental ha ido en aumento, realizando maniobras militares en las provincias del Sur situadas enfrente de Taiwán cada vez que había elecciones, crispando más una situación que, paradójicamente, empujaba al electorado en la orientación contraria a la deseada por Beijing.

En los años de mandato de Chen, China ha perdido influencia política en Taiwán y ganado influencia económica. Beijing es como una esponja para Taipei: no hay forma de frenar la atracción de capitales, a pesar de la desconfianza y la inseguridad que aún presiden las no-relaciones bilaterales. Desde 1995 no hay diálogo, pero el negocio crece y crece. La inversión taiwanesa en China continental supera los 60.000 millones de dólares, a pesar de existir un régimen restrictivo para el comercio y la inversión directa en China, hoy más suavizado y difícil de evitar por la escasa autoridad política existente sobre el mercado y las empresas que se conducen buscando su propio interés.

Con un nuevo liderazgo en el Partido y en el Estado, en China se analizarán con lupa las posibilidades de consolidación del PDP al frente de Taiwán. El programa inmediato de Chen se centra en promover una legislación reguladora del referéndum ““no el referéndum sobre la independencia- y una nueva Constitución. Sus propuestas deben abrirse camino en un mapa político habitado por dos grandes espacios. De una parte, el Kuomintang y el Partido Pueblo Primero de James Soong y el Partido Nuevo. Son los llamados azules. Aceptan la existencia de una China expresada de diferente manera en los dos lados del estrecho y conectan mejor con las tesis de Beijing. Para los verdes, PDP y la Unión Solidaria de Lee Teng-hui, se debe hablar de dos países, dos realidades políticas diferentes.

En las elecciones celebradas el pasado 7 de diciembre en los municipios de Taipei y Kaoshiung se ha podido calibrar el estado de opinión electoral en dos enclaves esenciales para determinar el color político de la futura presidencia. En ellas, el PDP sufrió una singular derrota en sus esfuerzos por tratar de recuperar el control sobre Taipei, la capital de la isla, pero en su conjunto ha sabido resistir. Ma Ying-jeou, alcalde saliente, ya había logrado imponerse al entonces alcalde y hoy presidente, Chen Shui-bian, cuando intentó la reelección. El triunfo en Taipei sitúa a Ma como la figura más destacada hoy día en el KMT y uno de los aspirantes mejor colocados para representar a su partido en las próximas elecciones presidenciales. En la ciudad portuaria de Kaohsiung, el alcalde saliente, Frank Hsieh, candidato del PDP, obtuvo la reelección, aunque con un resultado más ajustado. La victoria de Hsieh se produjo por un ligero margen de 4.575 votos.

Una encuesta de opinión realizada por la entidad e-Society Research Group en los días siguientes a estas elecciones evidenciaba una primera consecuencia política importante. Por primera vez en los últimos cinco años, el KMT lograba situarse por delante del PDP en tendencia de voto: un 22,9 frente al 20,5 por ciento. El Partido Pueblo Primero (PPP), de James Soong, un ex secretario general del KMT, registraba el 10,8 por ciento, muy lejos del casi 23 por ciento que reflejaban las encuestas previas a las elecciones.

Por primera vez, la popularidad del actual presidente, Chen Shui-bian, bajaba incluso entre los votantes más jóvenes. En apenas unas semanas, su tasa de apoyo se redujo del 38,2 por ciento al 32,2. Solo el 18,1 por ciento de los encuestados creía que el presidente Chen y la vicepresidenta Annette Lu, podrían ganar la relección en los comicios del 2004. Pese a evitar una debacle, la aptitud del PDP para gobernar quedó muy cuestionada.

“El mapa de nuestros sueños no tiene límite”, aseguraba un radiante Chen Shui-bian el 20 de mayo de 2000, al tomar posesión de su cargo como nuevo Presidente de Taiwán. Ante los invitados, sus palabras resonaban en la Sala Chiehshou del Palacio Presidencial de Taipei con la fuerza del optimismo de quien había conseguido poner fin a 55 años de gobierno ininterrumpido del Kuomintang (KMT). Pero en el tramo final de su mandato, el descontento por la gestión de Chen presenta claras evidencias.

En su programa de gobierno, el PDP incluía el parón nuclear y la apuesta por otras energías alternativas. La sociedad, al igual que los científicos, estaba muy dividida en este tema, pero Chen, quizás condicionado por las dificultades para materializar otros compromisos, decidió impulsar esta medida para hacer más visible su Presidencia. La decisión de cancelar el proyecto se anunció el mismo día en que el Presidente y Lien Chan, el jefe del entonces principal partido del Legislativo, el KMT, intentaban aproximar posiciones en una ronda de contactos que abarcaron a todas las fuerzas del arco parlamentario. La inoportunidad del anuncio fue interpretada como un acto de soberbia que enfureció a la oposición. El KMT, promotor del proyecto, ha insistido siempre en la conveniencia de culminar la construcción de esta central -ejecutada en una tercera parte- para no hipotecar el desarrollo económico y garantizar el suministro energético del país. El Presidente Chen debió comparecer ante la opinión pública por televisión pidiendo perdón.

Socialmente, la falta de éxito en la lucha contra la corrupción o la criminalidad, en el esclarecimiento de affaires oscuros como el caso Yin-Elf (que tiene como principal implicado a un oficial de la marina asesinado en 1993 cuando se disponía a revelar la corruptela descubierta en la compra de varias fragatas a París -caso Dumas en Francia-; o la postergación de la entrada en vigor de las medidas de corte social que incluía en su programa electoral, le han hecho perder credibilidad. Las mejoras prometidas en materia de asistencia sanitaria, acceso a la vivienda o pensiones de jubilación se han estancado. La imposición de ajustes presupuestarios a Taipei y Kaoshiung, municipalidades que dependen directamente del gobierno, originaron un lógico enfrentamiento institucional.

Chen resistió el primer embate serio, en las elecciones legislativas de diciembre de 2001. Entonces, el mapa político tradicional intensificó su quiebra en perjuicio fundamentalmente del KMT, la fuerza que había pilotado la delicada transición de un sistema autoritario a otro democrático. Enfangado en la crisis, el KMT perdía un número significativo de diputados, al pasar de 123 al inicio del mandato a 110 en el intermedio y a 68 finalmente. El electorado seguía confiando en Chen: el PDP experimentaba un incremento de 22 escaños, pero no habría cheques en blanco. La primera fuerza no contaría con mayoría absoluta. En las elecciones locales el resultado, en número de sufragios, era sensiblemente superior al porcentaje obtenido por Chen en las elecciones presidenciales (un 45,3 frente al 39,3 por ciento).

El segundo impacto de los comicios se conocía una semana después, el 14 de diciembre. Los líderes de los dos principales partidos de oposición, Lien Chan y James Soong, antiguos compañeros de militancia política “guomindanista” anunciaban que sus partidos presentarían una candidatura conjunta para las presidenciales de 2004. La sorpresa, dada a conocer a través del secretario general del KMT, Lin Feng-chen, no terminaba ahí: ambos partidos habilitarían mecanismos de cooperación interpartidaria estables para no solo presentar un candidato único sino también para integrar talentos y opiniones y formular alternativas conjuntas. Ese nuevo entendimiento dificultará cualquier intento de aproximación al centro del presidente Chen de cara a nuevas confrontaciones electorales e introducen señales de madurez que bien podrían hacer tabla rasa con un pasado de desencuentros que les alejó del poder.


Las relaciones a través del Estrecho

El Presidente Chen tendrá que convencer a sus electores de que inspira mayor confianza y esperanza en el manejo de las relaciones entre los dos lados del Estrecho de Taiwán que sus candidatos rivales. Las relaciones con Beijing formarán un capitulo esencial del debate político electoral.

Sin posibilidad alguna de restablecer el diálogo directo durante todo su mandato, las autoridades continentales han hecho oídos sordos a sus peticiones procurando estrechar el cerco al Presidente taiwanés, humillando en más de una ocasión sus intentos de afirmar una presencia propia en el mundo. El anuncio de una hipotética visita privada del presidente Chen, de ruta hacia Bali, a la provincia indonesia de Yogyakarta, país con el que no mantiene relaciones diplomáticas, por ejemplo, desató las iras habituales de Beijing. La inmediata intervención del ministro de relaciones exteriores de Yakarta, afirmando que su país no acogía con agrado la visita taiwanesa y que no permitiría entrar a Chen en territorio indonesio por ningún motivo, cayó como un jarro de agua fría en Taipei, habida cuenta de los poderosos vínculos comerciales existentes.

La sensación de asfixia de un lado (Nauru ha abandonado recientemente a Taiwán y el Vaticano sigue en la cuerda floja mientras la diplomacia continental extrema su presión desde Méjico sobre los países centroamericanos) y de frustración por otro, exigirá un replanteamiento de esta política. La pérdida de un aliado diplomático en los próximos meses dañaría un poco más las posibilidades de reelección de Chen.

El temor a la interferencia china presenta otro aspecto particular. El Consejo de Ministros aprobó un proyecto de ley que prohíbe a las firmas de China continental y Hong Kong donar fondos a los partidos políticos o candidatos independientes que concurran a los procesos electorales en Taiwán, limitando igualmente los montos de las donaciones individuales.

En suma, a pocos meses de las próximas elecciones presidenciales, Beijing, que siempre ha observado con recelo el ascenso de la formación independentista a la máxima jefatura gubernamental de la “provincia rebelde”, vislumbra una ocasión especialmente idónea para castigar a Chen restándole capacidad de maniobra, para recuperar el diálogo sobre bases más acordes a los planteamientos tradicionales, quizás menos espectaculares pero más conocidos y a la larga, favorables.

Y desde Taipei, al tiempo que se envía a los hongkoneses un interesado mensaje de solidaridad, se acusa ya a China de querer violar el acuerdo de retrocesión. Las dificultades de Hong Kong para hacer valer su autonomía y sostener la singularidad de su sistema político entrañan para la sociedad taiwanesa un valor pedagógico inocultable: ¿se puede confiar en la palabra de Pekín? No, dice su presidente Chen Shuibian, quien ha vuelto a la carga en las últimas semanas con la idea de ensayar un referéndum en la isla, primero sobre el futuro de la cuarta planta nuclear o el ingreso en la Organización Mundial de la Salud, pero dejando la puerta entreabierta a una consulta sobre la reunificación con China o la independencia.