Ucrania: ¿van China y Rusia de la mano?

China ha mantenido un perfil discreto ante la crisis de Ucrania. Sin perjuicio de prestarle la natural y debida atención por sus evidentes implicaciones geopolíticas, e incluso cuidando de precipitarse a la hora de reconocer a las “nuevas autoridades” de Kiev, su identificación con la postura rusa ha revestido altas dosis de aparente ambigüedad. Beijing ha reclamado “respeto y consideración de los derechos e intereses legales de todos los grupos étnicos en Ucrania”, la resolución de la crisis “mediante vías políticas y diplomáticas” y atendiendo a las preocupaciones “de todas las partes implicadas”. Esa posición es coherente con su discurso tradicional.

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China ha mantenido un perfil discreto ante la crisis de Ucrania. Sin perjuicio de prestarle la natural y debida atención por sus evidentes implicaciones geopolíticas, e incluso cuidando de precipitarse a la hora de reconocer a las “nuevas autoridades” de Kiev, su identificación con la postura rusa ha revestido altas dosis de aparente ambigüedad. Beijing ha reclamado “respeto y consideración de los derechos e intereses legales de todos los grupos étnicos en Ucrania”, la resolución de la crisis “mediante vías políticas y diplomáticas” y atendiendo a las preocupaciones “de todas las partes implicadas”. Esa posición es coherente con su discurso tradicional.

Pero dicha actitud es también la que impide incluir a priori en el mismo saco a Beijing y Moscú aunque ambas capitales puedan compartir buena parte del análisis de fondo de la crisis: que su origen, además de a causas internas, responde a un intento de Occidente de aprovechar la debilidad ucraniana para conjurar la emergencia rusa con vistas a preservar su hegemonía global. Sería entonces una nueva demostración de maquiavelismo estratégico occidental. Como señaló un tanto enigmáticamente el portavoz de exteriores Qin Gang, “hay razones que explican por qué la situación de Ucrania es la que es”… En suma, China puede no compartir del todo la actitud de Rusia pero si comprender perfectamente su punto de vista y su reacción.

Por otra parte, tampoco a Beijing, como a Moscú, le resultan agradables las imágenes de altos funcionarios de la UE o EEUU departiendo animadamente en la plaza Maidán con los insurrectos, hoy ya en el poder, interpretando su rápido reconocimiento tras la huida de Yanukovich como parte de una hábil estratagema difícil de aplicar sin el apoyo de la inteligencia occidental. Todo ello, para Beijing y su recién estrenado Comité de Seguridad Nacional con Xi Jinping al frente y Li Keqiang y Zhang Dejiang como vicepresidentes, infiere una clara advertencia sobre la capacidad de sorpresa desestabilizadora de Occidente y la necesidad de reforzar su poder en ciertas esferas para defender sus intereses. Por más que China siga preconizando el principio de no injerencia, se ha cuidado de evitar criticar a Rusia por el envío de tropas a Crimea, asegurando que la exclusión de Moscú de la solución de la crisis por parte de Occidente hace inviable una salida aceptable.

Es obvio, igualmente, que ante la tesitura de una resolución en Naciones Unidas simplemente condenatoria de la actitud rusa, China probablemente optaría por secundar el veto de su aliado aunque tampoco esto es del todo seguro y supondría un dilema mayor para Beijing, pudiendo igualmente optar por la abstención. En cualquier caso, la energía discursiva se ha orientado a promover la negociación y a ser prudentes, sin dejar de alertar sobre el reiterado ejercicio por parte de Occidente de una parcialidad imprudente que no hace sino empeorar las cosas, incluso manipulando ostentosamente la realidad en beneficio propio, desde Irak a Libia.

China no puede avalar intervención militar armada extranjera alguna en apoyo de hipotéticos secesionismos (pensemos en Tibet o Xinjiang), ni siquiera de Crimea a favor de Rusia, pero tampoco puede dar pie a que ese distanciamiento se interprete como un apoyo velado a las tesis de Washington y Bruselas (que Xi Jinping visitará el mes próximo). Más allá de eso, las informaciones a propósito de que China estaba dispuesta a exigir a EEUU el pago en oro de la deuda por su papel en la crisis poniendo en jaque a la economía estadounidense, suena más a calentón primaveral que a realidad. Otro tanto podría decirse de la implicación de Beijing ante Turquía para evitar el paso de barcos de la OTAN a través del estrecho del Bósforo, actitudes una y otra que van en dirección contraria a la moderación de las tensiones que preconiza en las relaciones bilaterales.

Obviamente, también cabe cuestionar los asertos de EEUU y la UE en contra de la decisión de Crimea de unirse a Rusia, calificando de ilegal este proceder, contrario a la Constitución y a la legalidad internacional. ¿Ya nadie se acuerda de Kosovo? El problema para los principales actores en juego radica en preservar una mínima coherencia que cede clamorosamente ante los intereses concretos de cada situación evaluada desde la perspectiva de la rentabilidad a corto plazo. En esto, China parece aplicar un viejo dicho: “los antiguos hablaban poco por temor a que sus actos no fueran coherentes con sus palabras”.

China simpatiza con los intereses geopolíticos de Rusia y apuesta por la integridad territorial de Ucrania y quizá incluso por la reposición de Yanukovich, quien en su visita de diciembre al Imperio del Centro firmó algunos acuerdos comerciales mientras se aplicaba a estudiar su petición de ayuda financiera. Pero un excesivo alineamiento con las tesis rusas podría presentarle como partícipe de una alianza anti-occidental –y sobre todo anti-EEUU-, cuando no probable emuladora de un golpe de mano que al igual que lo sucedido en Crimea podría verse tentada de imitar en las islas Diaoyu/Senkaku. No parece verosímil.