Ultras poscomunistas

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La antigua Europa del ‘socialismo real’ no ha quedado al margen de la ola de populismo de extrema derecha que recorre el Viejo Continente. Las jóvenes democracias de los países que durante más de 40 años sufrieron dictaduras comunistas se enfrentan con dificultades a la grave crisis económica internacional, que ha agravado la pobreza y las desigualdades sociales en la región, mientras que la corrupción goza de buena salud y la arrogancia de los nuevos ricos golpea la sensibilidad de millones de seres humanos que viven un presente lleno de dificultades y humillaciones. Antes de la Segunda Guerra Mundial, con la excepción de Checoslovaquia, los demás países de Europa central y oriental vivieron experiencias políticas autoritarias y en algunos casos regímenes fascistas brutales, y muchos pertenecieron a imperios multinacionales opresores. Después de 1945, la URSS impuso a estos países un férreo sistema represivo. Cuatro décadas de sistema socialista autoritario conformaron unas elites burocráticas ineptas, mentirosas y corruptas y una sociedad conformista donde estaba prohibido pensar y actuar por su propia cuenta.

La sombra del pasado

Más de 20 años después de la caída del ‘socialismo real’, a pesar de los grandes cambios económicos, sociales y políticos, la cultura democrática sigue flojeando en gran parte de los países de Europa del Este, los partidos democráticos son entes burocráticos desprestigiados y la sociedad civil es débil. En este contexto, la extrema derecha, en sus diversas variantes (integrismo religioso, nacionalismo étnico y xenófobo, fascismo, nazismo), experimenta un auge en muchos Estados. Los ultras de Europa del Este tienen afinidades ideológicas y comparten objetivos políticos con sus homólogos occidentales, pero también sus propias características. No centran su estrategia contra los inmigrantes, porque en la mayoría de los países de la región hay muy pocos trabajadores extranjeros, pero como dice el analista Michael Minkenberg, “reivindican con fuerza su nostalgia por los regímenes despóticos del pasado, y prevalece una concepción étnica y territorial de la identidad nacional”. Muchos de estos grupos defienden una revisión de las fronteras del este europeo y han desempolvado ideas trasnochadas como las de la Gran Hungría o la Gran Rumanía.

Vanguardia ultra

Hungría está en la vanguardia del ultraderechismo. Las elecciones legislativas del 25 de abril de 2010 colocaron en el tercer puesto parlamentario al Movimiento para una Hungría Mejor (Jobbik) de Gabor Vona, un partido extremista, racista y antisemita que defiende la erradicación ideológica y étnica. Jobbik, que tiene 15% de votos, expresa abiertamente odio a los judíos y los gitanos. Este partido cuenta con el apoyo de multitud de milicias armadas procedentes de la ilegalizada Magyar Garda que se inspiran de la estética y la ideología de Cruz Flechada, el partido fascista húngaro que se fundó durante la Alemania nazi. Jobbik y otros grupos ultras piden la revisión del Tratado de Trianon, que en 1920 desintegró el Imperio Austro-Húngaro. La extrema derecha húngara, de común acuerdo con la derecha gobernante, sueña con un Estado que integraría a las minorías húngaras que viven en países soberanos como Eslovaquia, Rumanía o Serbia. El politólogo húngaro Pál Tamás, alerta sobre el peligro que representa su país para la Unión Europea (UE), porque “el consenso parece imposible, todos los actores políticos quieren eliminar a sus adversarios”, y el Estado magiar “ se parece al de la República de Weimar que precedió a la llegada de los nazis al poder por elecciones”.

Anexión de Moldavia

En Rumanía, el Partido de la Gran Rumanía (PRM) de Cornelius Vadim Tudor, antiguo poeta oficial del dictador comunista Nicolae Ceausescu, que ha hecho de los homosexuales y los gitanos dos de sus principales caballos de batalla, invoca las fronteras anteriores a la Segunda Guerra Mundial y defiende la anexión de Moldavia. En Chequia también han crecido como hongos los grupos ultras como los ‘republicanos’ del SPR-RSV, que persiguen a los gitanos y defienden una nación checa que englobaría a la vecina Eslovaquia, donde los extremistas del Partido Nacional Eslovaco (SNS) de Ján Slota y del Movimiento para una Eslovaquia Democrática (HZDS) perturban la vida política. La minoría húngara que vive en Eslovaquia (10% de la población) y los gitanos son los principales objetivos de los ataques de la extrema derecha eslovaca. Las tensiones entre Bratislava y Budapest con relación a la minoría húngara de Eslovaquia alimentan los delirios de grandeza imperial y la xenofobia de los ultras de ambos Estados. En Bulgaria, Volen Siderov dirige el partido ultra Ataka, que no oculta su ira contra los musulmanes, los judíos, los homosexuales y la UE.

Catolicismo ultra polaco

En Polonia, el fenómeno del extremismo de derecha está impregnado de catolicismo integrista y preconciliar. La mayoría de los grupos ultras, que tienen el apoyo de medios como la emisora episcopal Radio María, consideran que para ser “un verdadero polaco” hay que ser católico y antisemita. Hasta 2007, la Liga de las Familias Polacas (LPR) de Roman Gertych representó mayoritariamente a esta corriente, pero después desapareció de la vida pública y sus militantes, simpatizantes y votantes se agruparon en torno a varios grupúsculos y al partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski.