Dos semanas antes de las elecciones del pasado 7 de noviembre, aquí, en EEUU, la Casa Blanca anunció que se dejaría de usar la frase "seguir el rumbo" en el discurso oficial sobre la guerra de Irak. Poco después, el portavoz del presidente fingía sorpresa ante la reacción de la prensa al cambio de estrategia lingüística justo antes de los comicios; el portavoz afirmó que no tenía importancia porque, según él, el presidente había usado la frase sólo unas ocho veces desde que empezó la guerra (la frase está en la página web de la Casa Blanca casi 200 veces).
Ese pequeño ejemplo es indicativo de las urgencias y la desesperación del partido republicano en aquel momento. Hace meses, los conservadores sostenían que las elecciones de este año no constituían un referéndum sobre el actual presidente sino que se basaban en asuntos de relevancia a nivel estatal y para cada respectivo districto. Cuando los estrategas republicanos se dieron cuenta de que Irak era el motivo principal para movilizar al electorado para votar (al partido demócrata), decidieron no seguir ese rumbo. Y además de la guerra, también eran importantes otros asuntos como el fracaso humanitario después del huracán Katrina, el rechazado intento de privatizar la seguridad social, el caso Schiavo, la corrupción del caso Abramhoff y los recientes escándalos homosexuales del ya ex-representante Foley (republicano de Florida) y el Pastor Ted Haggard (antiguo consejero de Bush), todos de alcance nacional.
Para hacer frente a la entonces casi inevitable ola demócrata, los republicanos sacaron los temas de siempre "armas, la religión, gays e impuestos", con un toque especial: la posibilidad de que la demócrata Nancy Pelosi se convertiese en la presidenta de la Cámara de Representantes si su partido obtenía la mayoría. Según el guión, los demócratas les quitarían las armas a todos, abolirían la religión, permitirían las bodas gay, subirían los impuestos, y ahora, Pelosi, de San Francisco, posiblemente la cuidad más liberal de todo el país, lo facilitaría plenamente. Como vimos el 7 del presente mes, la estrategia no funcionó. El electorado rechazó las políticas de Bush y sus dos cámaras, controladas por propio partido. Sin embargo, ya no es la hora de las celebraciones. El electorado decidió cambiar el rumbo a muchos niveles, pero habrá que examinar cuales serán las consecuencias de esas elecciones.
Es cierto que los demócratas han salido bien parados. No cabe duda de ello. Arrebataron a los republicanos seis escaños en el Senado, 30 en la Cámara de Representantes y seis cargos de gobernador, consiguiendo la mayoría en cada caso. Pero a pesar de ese triunfo y de que ningún titular demócrata ha perdido su cargo y que es seguro que la ciudadanía está harta del estatus quo, sería más adecuado decir que los republicanos han perdido gracias a su incompetencia y no que los demócratas han ganado gracias a sus ideas sobre el futuro del país. No fue una revolución como la de 1994, cuando los republicanos ganaron 52 representantes, ocho senadores y diez gobernadores con su "Contrato con América" para mejorar la vida de todos. Puesto que la actual victoria fue más bien la expresión de un rechazo de Bush, ahora los demócratas tienen que demostrar que merecen el poder que han ganado, y dado el sistema de checks and balances entre el ejecutivo y el legislativo, siento afirmar que poco va a cambiar en el futuro inmediato.
Dicho francamente, a pesar de haber conseguido un mandato legislativo absoluto, no hay ni hegemonía ni dominio demócrata en términos generales. Con 51 votos del total de los 100 del Senado, equivalente a la nueva cantidad de escaños que ahora tienen, los demócratas pueden aprobar toda la legislación que quieran, incluso una retirada de tropas de Irak. El problema es que Bush tiene derecho de veto y para invalidarlo, hay que sumar 60 votos. Serán muy difíciles de conseguir, sobre todo teniendo en cuenta que de los republicanos que han perdido, la mayoría eran moderados. Es decir, el actual partido republicano es más conservador y estará menos dispuesto a hacer frente a Bush. Por ejemplo, para ganar escaños en estados tradicionalmente conservadores como Indiana, Kansas, Kentucky y Montana, el partido demócrata se ha moderado. Las eleciones han demostrado que el país, siendo optimistas, se ha movido más hacia el centro del espectro político. Un análisis pesimista concluiría que el centro ha perdido y que Bush, en sus seis años como presidente, lo ha conducido aún más a la derecha.
Entonces, ¿qué debemos esperar ahora? Es probable que se abran investigaciones en las dos cámaras acerca de la conducta previa de Bush, el abuso de inteligencia y su gestión de la guerra. Es posible que se produzca una retirada de tropas de Irak, pero será un suicidio electoral en 2008 si los demócratas lo hacen mal, sin el apoyo del presidente y empeorando la situación del país mesopotámico. Es bueno que Rumsfeld haya dimitido, pero su sustituto en el Pentágono, el ex-director de la CIA, Robert Gates, tiene que contar con la aprobación del mismo Senado.
El posible problema es que los demócratas prometieron mucho en cuanto a Irak durante la campaña electoral ante la creciente ira del electorado. Por consiguiente, están a punto de asumir casi toda la responsabilidad sobre la situación. Si mejora antes de las elecciones de 2008, Bush dirá que todo se debe a este cambio clave de Rumsfeld por Gates, bendecido por el partido demócrata. Si nada cambia o si empeora dentro de dos años, será "culpa" de los demócratas y sus falsas promesas. El pueblo ha institido en cambiar el rumbo y, retóricamente, antes y después de su primera derrota electoral como presidente, Bush está de acuerdo. Para repetir el presente triunfo y ganar la presidencia en los próximos comicios, ante la incertidumbre e inquietud actual y todavía bajo el mandato de Bush, el partido demócrata tiene que mejorar la vida tanto de los iraquíes como de los estadounidenses, lograr que Bush vete la legislación beneficiosa (para aislarle y hacerle actuar de forma partidista) y demostrar exactamente en qué rumbo vamos.