Hace quince años, la retrocesión de Hong Kong abría un nuevo tiempo político en China. De una parte, atendiendo al origen colonial del control británico del enclave desde el siglo XIX, se cerraba una de las heridas más sangrantes de su pasado reciente.
Hace quince años, la retrocesión de Hong Kong abría un nuevo tiempo político en China. De una parte, atendiendo al origen colonial del control británico del enclave desde el siglo XIX, se cerraba una de las heridas más sangrantes de su pasado reciente. De otra, mil y una incógnitas se disparaban respecto a la capacidad y voluntad de las autoridades de Beijing para preservar la autonomía de lo que pasaría a convertirse en una “región administrativa especial” de su territorio.
Deng Xiaoping había esbozado la fórmula “un país, dos sistemas” como guía para resolver los diferendos políticos con aquellos espacios territoriales irrenunciables (Taiwán, Hong Kong y Macao) que esperaban una solución integradora. Hong Kong fue siempre la ventana exterior de la China Popular. Incluso Mao, durante la Revolución Cultural, rechazó hacerse con un control que podría derivar en una asfixia a partes iguales. Con la apertura se convirtió en una escuela permanente para recuperar el aprendizaje empresarial y una referencia inevitable para desarrollar sus relaciones económicas y potenciar la captación de inversiones extranjeras. En 1992, tras la crisis de Tiananmen, Deng invitaba a los chinos a “crear más Hong Kong”, señalándolo como un modelo a imitar.
A lo largo de estos años, China no ha escatimado esfuerzos para garantizar la bonanza de Hong Kong a sabiendas de que nadie le perdonaría un traspié. Durante la crisis financiera asiática de 1998 o cuando los brotes de epidemia del SARS en 2001 y 2003, el gobierno central acudió en su auxilio para contener los riesgos económicos. Hong Kong ha podido confirmar así su importante posición en el comercio regional y de servicios. En 2003, la firma de un acuerdo de cooperación entre el gobierno central y local –conocido como CEPA- remarcó las relaciones y acentuó la interdependencia mutua, pasando a desempeñar también un papel clave en la internacionalización del yuan. El comercio entre Hong Kong y la parte continental se disparó a 283.520 millones de dólares en 2011, con un crecimiento del 596,1 por ciento desde 1996.
Por otra parte, a través de la integración con los territorios vecinos China ha logrado reforzar la proximidad y la interconexión en numerosos ámbitos, más allá de lo económico. Hong Kong, pese a la autonomía, es más parte de China que nunca y lo avanzado en estos años le sitúa en el epicentro de una compleja red de dependencias de la que ya le resulta imposible librarse. Pese a ello, Hong Kong se enfrenta a una disminución de su importancia estratégica para China que busca otras alternativas para ampliar sus operaciones con el exterior, aun reconociendo el liderazgo que ostenta actualmente.
El modelo económico vigente antes de la retrocesión, con una economía de mercado totalmente libre, no se ha visto alterado en lo más mínimo. Tampoco los déficits sociales: las diferencias entre ricos y pobres han aumentado, llegando a ser las mayores en las últimas tres décadas.
Más incisiva ha sido la estrategia en otros órdenes. Los intentos de restringir las libertades públicas son conocidos. De forma discreta, la función pública y el aparato judicial se han vuelto más afines al poder central. Por otra parte, los empeños de domesticar a los medios de comunicación son constantes tanto por la vía de las presiones directas como por el ingreso en el accionariado de sus empresas.
Asimismo, aquí permanece vivo el recuerdo de Tiananmen. Los adeptos a Falun Gong cumplen con sus ritos y protestas ante la mirada a menudo indiferente de los numerosos continentales que llegan a la región (unos 28 millones en 2011). Precisamente, los roces con este turismo o con las decenas de miles de mujeres del continente que se desplazan a las maternidades de Hong Kong para sortear la política del hijo único provocan no pocas quejas y tensiones.
Los hongkoneses demostraron su apego a las libertades en el verano de 2003 cuando se movilizaron para frenar el intento de acabar con la tolerancia política de la región con una legislación que atenazaba la libertad de información. A Beijing le incomodan las “fugas” que no controla y se resiente de la imposibilidad de meter en cintura a quienes sueñan con poner contra las cuerdas al gigante chino desde el otro lado del sistema. El fracaso de aquella operación desembocó en una crisis política que se llevó por delante a Tung Chee-Hwa, el primer jefe de la región. Tampoco tuvo mucha suerte su sucesor, Donald Tsang, desautorizado por corrupción. Las elecciones del gobierno central no han sido muy afortunadas. En marzo de este año fue elegido Chung-yin Leung, quien debe sentar las bases para hacer posible el sufragio directo en 2020. Este es el sempiterno caballo de batalla entre los grupos democráticos, muy debilitados, y el gobierno central. Tampoco esto ha cambiado en tres lustros.