Un tigre de papel

No cabe la menor duda de que la política china es, ante todo, original. Más allá del trabalenguas, construir el capitalismo desde el comunismo para llamarle socialismo con peculiaridades chinas y hacerlo en el país más poblado de la tierra sin que todo derive en mil y una convulsiones, es algo más que meritorio. Con sombras como la de Tiananmen, por supuesto. Y aún quedan, bien es verdad, lagunas y escepticismos, pero cada vez menos.

En este XVI Congreso del Partido Comunista de China puede iniciarse en un nuevo camino de no retorno. Hasta ahora, en las dos décadas de política de reforma, los dirigentes chinos han impulsado sucesivos adoses de capitalismo en el socialismo maoísta, priorizando la eficacia por encima de todo, el crecimiento, el desarrollo, y dejando cada vez más la justicia social en segundo plano, minorizada en cuanto política específica ““lo que vacía de sentido el discurso emancipador- y estimulada a través de la simple filantropía social mediante campañas nacionales destinadas a crear fondos de ayuda a los pobres y necesitados. Y la filantropía, la caridad, una vez más, no sabe a marxismo sino a confucianismo: “para el hombre sentirse inmerso en un proceso constante de perfeccionamiento debe situar la filantropía en el centro de su existencia”, se lee en los Analectas.

En otra muestra de originalidad, ahora resulta que el Partido no solo no rechaza a los empresarios sino que los quiere incluir en sus propias filas. Es el tema estrella de este cónclave, junto con el relevo generacional.Y viceversa: los empresarios no tienen miedo al Partido Comunista, a pesar de su denominación y de haber nacido, al menos en teoría, para ser su verdugo. En los últimos años, la filantropía empresarial ha servido para reforzar la capacidad de gestión de los poderes públicos locales. Evidentemente, aquí nada es desinteresado ni siempre estrictamente voluntario, pero la compensación en favores no parece ser suficiente. Son sabedores de que al Partido deben su riqueza y bienestar, pero también que aquel posee aún todos los resortes para pulverizarles de la noche a la mañana. La mejor formar de impedir hipotéticas vueltas atrás consiste en estar dentro, con voz propia.

En el ideario tradicional del Partido, la inclusión de los empresarios provoca naturalmente numerosas quiebras. Pero resulta digerible si pensamos en que la filosofía de los dirigentes chinos ha sido siempre la de coparticipación en el poder de los aliados en el proceso, nunca la alternancia. Y mejor también los empresarios dentro, participando en el poder, que fuera, pensando, quizás, en usurpárselo. Por otra parte, el nacionalismo en auge convoca con éxito fácil a las fuerzas vivas.

La preocupación máxima de Jiang Zemin con esta propuesta de la triple representación no consiste en abrir camino a una pluralización democrática de estilo occidental sino simplemente en reforzar la capacidad de control y de ocupación social del Partido, máxima general del proceso de reforma. Pero tanta fuerza, tanta amplitud, tanto interclasismo, puede acabar por atragantar a todos y convirtiendo el Partido en un tigre de papel.