Calificar de “crisis” el desencuentro entre Alemania y China por la recepción privada que Ángela Merkel ha concedido al Dalai Lama, parece un tanto exagerado. Bien es verdad que la reacción de Beijing ha sido dura ““como cabía esperar”“ tanto en las palabras como en los hechos, anulando su participación en un foro sobre el estado de derecho que estaba programado celebrar en Munich a los pocos días, pero la solidez e importancia de las relaciones entre ambos países dificilmente impondrá una lógica contraria a la prosecución del diálogo. China es el primer socio económico de Alemania en Asia.
La valentía de Ángela Merkel le ha convertido en el primer jefe de Gobierno alemán que acepta recibir al Dalai Lama, y aunque el encuentro se calificó de “privado”, Merkel brindó su apoyo a aquel movimiento que a través de la no violencia persigue preservar la autonomía y la identidad cultural y religiosa, excluyendo, de modo expreso, cualquier apoyo a la independencia de Tibet. Como la de China, la actitud de Merkel guarda cierta coherencia con la manifestada a finales de agosto cuando de visita en Beijing reiteró sus alusiones a la necesidad de respetar los derechos humanos.
Las autoridades chinas consideran al Dalai Lama no solo un lider religioso sino también “separatista”, estrechamente vinculado a la realización de actividades destinadas a la secesión de una vasta porción de su territorio. Los numerosos intentos de diálogo entre ambas partes no han fructificado.
La reacción china es inevitable ya que, ante todo, teme que ello siente un precedente con respecto a otros países, en lo que interpreta como pasos atrás en su relativamente eficaz diabolización de las reivindicaciones tibetanas, que facilita el aislamiento internacional de su causa. Pero poco más puede hacer que salvar la cara en casa, incluso cuando exige de las autoridades alemanas la adopción de medidas “reparadoras” del impacto negativo causado por esta “desafortunada”iniciativa, a la vista de la importancia de las relaciones con Alemania y Europa y de otros antecedentes similares. En Junio, por ejemplo, el primer ministro australiano, John Howard, también recibió al Dalai Lama y ello no impidió en absoluto que tres meses después, Hu Jintao realizara una visita de Estado a Canberra para estrechar los vinculos comerciales.
La elevación del tono de Beijing es comprensible ante lo que pueden calificarse de “éxitos diplomáticos” del Dalai Lama, especialmente en un momento en que la creciente influencia china en el mundo podría traducirse en una merma considerable de la simpatía mundial por la causa tibetana, pero las consecuencias de dicha irritación no pueden durar mucho tiempo.