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Zhao Ziyang, la gran víctima política de Tiananmen

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La figura de Zhao Ziyang quedará en la historia por su relación con los sucesos de Tiananmen. Su posición en la crisis fue abiertamente discrepante con la mayoritaria y decidida, en su ausencia, por los órganos del Partido. El inicio de las movilizaciones estudiantiles le sorprende de viaje oficial en Corea del Norte. La línea oficial quedó expresada en un editorial reproducido en el Diario del Pueblo el 26 de abril en el que se acusa a los estudiantes de conspiradores contra el Estado y sediciosos. Pero el primer pronunciamiento público de Zhao va en otra dirección: el movimiento es patriótico, y es perfectamente legal. Sus palabras son tardías, hasta el punto de que la prensa de Hong Kong llegó a aventurar que su prestigio político estaba en franca bancarrota, expresión de las duras discusiones que debió mantener con la cúpula del Partido y que, a la postre, solo permitieron ganar algo de tiempo, si bien no evitar el desastre final. (Na foto montaxe, á esquerda, Zhao Ziyang en unha recepcion en Washington, en 1984; arriba, o 19 de maio de 1989, a última vez que fora visto en público, pedindo aos estudantes que cesaran na súa protesta).
 

Nacido en 1919 en la provincia de Henan, Zhao Ziyang quedará en los anales de la historia contemporánea china como el más avanzado y temerario reformista de los dirigentes chinos posmaoístas y la voz discrepante de la cúpula comunista que no dio su plácet al uso de la fuerza contra los estudiantes concentrados en la plaza de Tiananmen durante la grave crisis de 1989.

Incorporado a las filas del Partido Comunista chino en 1938, Zhao se implicó desde el primer momento y de forma muy activa en el proceso revolucionario. Después de 1949, ejerció numerosos cargos directivos en las estructuras del Partido en varias provincias centrales de China. En la década de los sesenta, fue jefe del Partido en la provincia sureña de Guangdong. Durante la Revolución Cultural fue objeto de persecución y represalias, circunstancia difícilmente evitable por sus antecedentes familiares: era de hijo de un gran terrateniente. Su ascenso en la jerarquía se produce a inicios de los años setenta, al asumir altas responsabilidades en las provincias de Mongolia interior, Guangdong y Sichuan, tanto en la estructura del Partido como del Estado, ejerciendo además como comisario político en las zonas militares de Guangzhou y Chengdu.

Esa dilatada experiencia en el ejercicio político que le había permitido obtener un amplio conocimiento de los diferentes segmentos y territorios del país, pesaron lo suyo a la hora de ser elegido miembro del Comité Central del Partido Comunista de China en 1973 y, en 1982, miembro del Buró Político y del Comité Permanente del Buró Político, el máximo órgano de poder en China. Desde inicios de los años ochenta, ejerce como primer ministro, asumiendo en 1987 y de forma interina por espacio de diez meses el cargo de secretario general del Partido. Su acceso a este puesto se produjo después de los disturbios estudiantiles ocurridos a finales de 1986 en algunas ciudades chinas y que propiciaron la caída de su antecesor y amigo, Hu Yaobang. Deng Xiaoping presentaba entonces a Zhao Ziyang como un hombre fiel al Partido y a su línea de combate sin cuartel contra la liberalización burguesa que, al parecer, cundía en el terreno ideológico.

Se dice que Zhao no quería ser secretario general de los comunistas chinos. Sus reticencias personales explican esa asunción interina bastante inédita, simultaneando el cargo con la jefatura del gobierno. Si tenía que elegir entre la secretaría del Partido y el puesto de primer ministro, decía, prefería este último. En aquel entonces, Zhao estaba convencido de sus cualidades administrativas y ejecutivas, y pareciera temer de si mismo al asumir una responsabilidad tan delicada como la jefatura del Partido. Además, tenía una vinculación personal y afectiva muy fuerte con Hu Yaobang, el primer delfín de Deng Xiaoping que fracasó en el intento de consolidar un proceso sucesorio a la china, manteniendo el rumbo de la reforma fiel a los mandatos del Pequeño Timonel. Zhao respetaba mucho a Hu Yaobang, en el cargo entre 1982 y 1987 y autor del histórico documento que en el otoño de 1984 anunció la liquidación definitiva de las experiencias tradicionales de la construcción del socialismo basadas en el modelo soviético y sus variantes, para enunciar que China avanzaría en la definición de su propio modelo, el socialismo con peculiaridades chinas.

Hu cayó en desgracia por su tibieza ante las manifestaciones estudiantiles del invierno de 1986-1987. La facción conservadora de la cúpula china exigió a Deng que le obligara a dimitir, pasando entonces a vivir en el ostracismo, aunque contando siempre con una considerable admiración popular por su honestidad, la virtud más ausente en muchos dirigentes chinos. Su muerte fue el detonante de la movilización y crisis de Tiananmen, iniciada a finales de abril de 1989. Zhao probablemente compartía ya entonces una misma actitud de rechazo a la represión como medio privilegiado para resolver las crisis políticas y sociales.

Como ocurriría consigo mismo, al elegir a Jiang Zemin en lugar de Li Peng, Deng quiso equilibrar la defenestración de Hu Yaobang, interpretada como una victoria conservadora, con la elección de un secretario general de la misma línea que Hu, aunque más moderado. El reformismo de Zhao no admitía dudas. Lo había demostrado cabalmente cuando ocupaba el cargo de gobernador y secretario del Partido en Sichuan, la provincia natal de Deng. Su presencia aquí fue decisiva para el éxito de la primera experiencia piloto de la reforma agraria, después de la extinción de las comunas maoístas y la introducción del llamado sistema de responsabilidad individual, uno de los pilares esenciales de la estrategia reformista de Deng. Zhao fue el artífice de lo que se conoce como “el milagro verde de Sichuan”, que en menos de dos años transformó la región más poblada de China ““entonces 101 millones de habitantes- en la región más próspera del país. Ese éxito le valió el ser llamado para Beijing en 1980, y a propuesta del Comité Central, el Parlamento le nombró primer ministro, en sustitución de Hua Guofeng, el heredero provisional de Mao.

Durante siete años, Zhao Ziyang fue el jefe de un gobierno que se esforzó por extender el “milagro de Sichuan” a toda China, a fin de solucionar el problema básico de la alimentación a una población campesina de 800 millones de personas y asegurar el adecuado suministro a unas ciudades que iniciaban sus primeros pasos en la reforma. En su mayor momento de gloria, el propio presidente Reagan, de visita en China, quiso viajar a Chengdu, la capital de Sichuan, donde inauguró un Consulado General de su país. Ante las autoridades y personas convocadas, Reagan dejó su mensaje: “Si quieren arroz, llamen a Zhao”.

Esas satisfacciones no volverán cuando el XIII Congreso del Partido le elige secretario general. Deng, que debió ejercer mucha presión e influencia para que asumiera el cargo, lo marcó además con un primer ministro que no era de su agrado, Li Peng, desechando la propuesta de Zhao de nombrar a un joven economista que le había acompañado desde Chengdu, Tian Jiyun. El feeling entre Zhao y Li Peng estaba servido, y si Zhao se convertía en la cabeza visible del grupo liberal-reformista en el seno de la dirigencia china, Li Peng emergía como la referencia más plausible del sector conservador.

Pero la figura de Zhao Ziyang quedará en la historia por su relación con los sucesos de Tiananmen. Su posición en la crisis fue abiertamente discrepante con la mayoritaria y decidida, en su ausencia, por los órganos del Partido. El inicio de las movilizaciones estudiantiles le sorprende de viaje oficial en Corea del Norte. La línea oficial quedó expresada en un editorial reproducido en el Diario del Pueblo el 26 de abril en el que se acusa a los estudiantes de conspiradores contra el Estado y sediciosos. Pero el primer pronunciamiento público de Zhao va en otra dirección: el movimiento es patriótico, y es perfectamente legal. Sus palabras son tardías, hasta el punto de que la prensa de Hong Kong llegó a aventurar que su prestigio político estaba en franca bancarrota, expresión de las duras discusiones que debió mantener con la cúpula del Partido y que, a la postre, solo permitieron ganar algo de tiempo, si bien no evitar el desastre final.

Deng aconsejó a Zhao que no “cabalgara el tigre” de la protesta, pero el estaba sinceramente convencido de que las demandas de los estudiantes no estaban dirigidas contra el sistema o contra el Partido, sino que trataba de corregir sus errores, y que todos compartían una misma aspiración a la democracia y a la estabilidad. Zhao confiaba en que el diálogo evitaría que las protestas acabaran en graves incidentes y que su intensidad disminuiría haciendo algunas concesiones.

Pero la situación se volvió incontrolable. Las palabras de Zhao reforzaron la moral de los concentrados en la Plaza, su anuncio de que la reforma no sería solo económica sino también política, desconcertó a los sectores del Partido y Deng veía crecer su indignación con la “indisciplina” de los estudiantes. Mientras Zhao parecía recuperar la iniciativa y mejorar su imagen ante la sociedad, el sector conservador del Partido empieza a manifestar su intransigencia y a exigir a Deng que evite las contradicciones y la división que el Partido transmite a la sociedad.

La negativa de los estudiantes a abandonar la plaza para recibir a Gorbachov con los honores habituales y el fracaso de las negociaciones de Li Peng con los estudiantes, que deciden mantener su huelga de hambre, precipita la declaración de la ley marcial el 19 de mayo. Li Peng obtiene plenos poderes para restablecer el orden en la capital y en el país. Zhao ya no aparece en las imágenes de la reunión extraordinaria que adoptó esta decisión, presidida por Qiao Shi, jefe de los servicios secretos y más tarde Presidente del Parlamento y rival de Jiang Zemin, el sucesor de Zhao. Deng había dejado caer a su segundo delfín, apoyando transitoriamente a Li Peng, quien en la reunión con los estudiantes se ufanaba de que ninguno de sus tres hijos eran comerciantes o se habían enriquecido con negocios ilegales, en clara alusión a los hijos de Zhao.

Zhao tenía ideas propias. A Gorbachov le confesó que tenía la intención de impulsar una reforma política que incluyera la fijación de los derechos de los ciudadanos en la Constitución o la independencia de los tribunales. Pero no le quedó tiempo. Como habían hecho Brezhnev y Suslov a Jruschev en 1964, Deng autorizó el golpe palaciego. Al igual que Hu Yaobang, Zhao fue acusado de mantener una actitud pasiva en la lucha contra la liberalización burguesa. Su propuesta de reforma de la estructura política fue tildada de occidentalización en todos los aspectos y de querer implantar en China los sistemas económico y político capitalistas. Había permanecido en el cargo de secretario general del Partido un año y medio. Durante su mandato, China nunca había vivido una situación de tanta apertura.