¿Encaminado?

No le ha ido tan mal a los negociadores. El fracaso absoluto de las conversaciones desarrolladas en Beijing, habría conducido a Pyongyang a autoproclamarse país nuclear el próximo 9 de septiembre, coincidiendo con su fiesta nacional. Eso al menos es lo que aventuraban diversas fuentes regionales. Evitar ese punto crítico y de difícil retorno exigía un compromiso de los seis estados presentes en la reunión, un viraje que debe significar el paso de la confrontación a la negociación. A pesar de los problemas (otro incidente armado en aguas del mar Amarillo en la víspera) y los altibajos, el diálogo se ha mantenido entre las dos Coreas. Para finales del próximo mes de septiembre está previsto un nuevo reencuentro de familias, el octavo desde el histórico encuentro del año 2000 entre los Presidentes coreanos y, otro ejemplo, ambos estados han confirmado la presentación de un equipo conjunto en las Olimpiadas de Atenas.

Los negociadores se han enfrentado a cuatro hipótesis: sanciones, diplomacia, guerra o inhibición. La guerra es la menos razonable de todas las variables, asegura Fu Mengzi, director del departamento de estudios sobre EEUU del Instituto de Relaciones Internacionales de China, y ese punto de vista lo subscribe casi todo el mundo. Como demuestra cada día la evolución de la ocupación de Irak, una abrumadora superioridad militar es garantía de muy poco. Además, las consecuencias geopolíticas, humanitarias y de seguridad serían difícilmente gestionables por Washington en un momento tan delicado como el presente. La capacidad, enunciada por el Pentágono, para mantener dos grandes conflictos a un tiempo, está en entredicho. Nadie puede garantizar que un ataque, por muy quirúrgico que sea, esté exento de riesgos e incluso de contraataques de respuesta que pueden incendiar la región. Por otra parte, las sanciones o una dura política de bloqueo no presenta muchas ventajas y es difícil de realizar. China y, probablemente Rusia, no secundarían estas medidas. Y los norcoreanos están demasiado acostumbrados a sobrevivir en el llamado autosostenimiento enaltecido por el pensamiento zuche. Dejar pasar, permitir que el régimen de Kim Jong Il traspase el umbral nuclear, podría acabar en una tragedia de proporciones inmensas, afectando a la estabilidad no solo de la península, sino de toda Asia y del mundo. Nadie parece dispuesto a compartir esta opción.

Así pues, mal que pese, mantener el conflicto en la órbita de la diplomacia es la única solución razonable. En Beijing se han mantenido encuentros bilaterales y multilaterales. En ellos, aún a sabiendas de que el éxito de la cumbre dependía de Washington y Pyongyang, se ha avanzado en el diseño de un mecanismo de coordinación multilateral que expresa esa preocupación por mantener el diálogo, la seguridad y la estabilidad, aún cuando aquellas relaciones bilaterales atraviesen momentos delicados. Quizás se ha andado poco, pero se ha hecho en la mejor dirección posible.