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Descifrando el eje Bush-Uribe

 Ãlvaro Uribe e George Bush, clic para aumentar
Es obvio que Uribe y Bush necesitaban un nuevo impulso a la estrategia antinarcóticos y antiguerrillera implementada en agosto de 2000 y que ahora cumple su período inicial de cinco años. En aquel entonces, los presidentes eran Bill Clinton y Andrés Pastrana y las negociaciones gobierno-guerrilla marchaban por el camino de la incertidumbre. Hoy el escenario es diferente. Uribe ha logrado contener parcialmente los ataques de la guerrilla y recuperar varias poblaciones, al mismo tiempo que acelera mecanismos jurídicos para el desarme.
 

Reunidos por sexta vez en tres años, el pasado jueves 4 de agosto en un rancho texano, los mandatarios de EEUU y Colombia, George W. Bush y Álvaro Uribe Vélez, buscaron trazar una estrategia a corto plazo sobre la factibilidad de continuar con el Plan Colombia. La inmediatez de la estrategia se ubica, principalmente, porque el tiempo apremia ante la cambiante realidad andina.

Consumido el período quinquenal inicialmente previsto en el Plan Colombia, hoy reconvertido por Uribe en Plan Patriota, y con la mirada puesta en los previstos procesos electorales regionales entre este año y el 2006, la nueva estrategia contemplada en el combate al narcotráfico y la guerrilla tiene visos de expandirse por el área andina.

En Texas, Bush prometió a Uribe mantener la multimillonaria asistencia a través del Plan Colombia. En un contexto enmarcado en la lucha contra el terrorismo, resulta evidente la similitud de opiniones entre ambos mandatarios y la necesidad mutua en materia de seguridad.

Un plan hasta el 2019

A su regreso a Bogotá y con motivo de la conmemoración de su tercer aniversario en el poder, Uribe presentó el plan Colombia II Centenario, concebido para celebrar en 2019 el segundo centenario de la independencia de Colombia. En este plan se fijan como metas acabar con el narcotráfico en un lapso de seis años, mediante la erradicación de la totalidad de los cultivos ilícitos. Del mismo modo, se busca alcanzar, en un plazo estimado hasta el 2016, la desmovilización de los grupos armados y para poner fin al conflicto interno.

Es obvio que Uribe y Bush necesitaban un nuevo impulso a la estrategia antinarcóticos y antiguerrillera implementada en agosto de 2000 y que ahora cumple su período inicial de cinco años. En aquel entonces, los presidentes eran Bill Clinton y Andrés Pastrana y las negociaciones gobierno-guerrilla marchaban por el camino de la incertidumbre.

Hoy el escenario es diferente. Uribe ha logrado contener parcialmente los ataques de la guerrilla y recuperar varias poblaciones, al mismo tiempo que acelera mecanismos jurídicos para el desarme. Para apuntalar la estrategia del Plan Colombia, en sus tres años en el gobierno, Uribe ha trazado con cierto éxito negociaciones con los gobiernos vecinos de Ecuador, Perú, Panamá y Brasil para contribuir en la seguridad fronteriza y contener las arremetidas de la insurgencia. Del mismo modo, ha logrado incluir a la Unión Europea en el contexto de las negociaciones, no sin reportarle agudas críticas hacia algunas de sus medidas.

Pero no todo son triunfos para un presidente que da la impresión de cierta invencibilidad. Uno de ellos tiene que ver con la polémica ley sobre Justicia y Paz, firmada por Uribe horas antes de partir a Crawford, tras haber sido ratificada en el Congreso. En ella se estipula la desmovilización de los cerca de 20.000 paramilitares, a fin de reinsertarlos en la vida civil.

Las ONGs de DDHH criticaron que la ley no someta a la justicia a líderes paramilitares acusados de violaciones de derechos humanos, aparentemente pasada por alto por Uribe, con la finalidad de que esos jefes paramilitares se plegaran a su propuesta. Esta problemática provocó un impasse entre Uribe y un director de Amnistía Internacional durante la visita del mandatario colombiano a España hace un mes.

Del mismo modo, la insurgencia guerrillera de las FARC ha realizado una espectacular reaparición en el 2005, con diversos ataques a guarniciones militares, incluyendo la de Putumayo, donde funciona un comando militar antidrogas estadounidense, donde murieron 24 soldados del ejército colombiano. Salvo vías de negociación para el canje de prisioneros, no existen mecanismos de acercamiento entre el gobierno y la guerrilla. Esta posición refuerza al "ala dura" de ambos sectores.

Uribe juega sus cartas

La visita a Texas permitió también a Uribe atar dos cálculos de orden político y diplomático. Informó a Bush que su antecesor en el cargo presidencial Andrés Pastrana, bajo cuyo mandato se implementó el Plan Colombia, será el nuevo embajador colombiano en Washington, sustituyendo al Luis Alberto Moreno, el hombre que manejó el lobby en Washington para implementar dicho plan.

Con Pastrana en Washington, Uribe despeja aún más el camino para su reelección en 2006, ya que el ex presidente se posicionaba como posible rival. En este apartado, como contrincantes de peso para Uribe quedan el líder del Partido Liberal Horacio Serpa (el mejor ubicado a nivel de encuestas dentro de la oposición) y la repentina aparición del ex presidente y ex secretario general de la OEA, César Gaviria, para quien algunas fuentes consideran recibe apoyo de Hugo Chávez y Fidel Castro.

En cuanto al ex embajador Moreno, su eficaz labor en Washington le ha permitido ser nombrado como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, una nominación que, al igual que la de Pastrana, contó con el total beneplácito de Bush.

El factor Chávez

Pero el escenario andino puede ofrecer inesperados cambios políticos en varios países, que resaltarían aún más hacia dónde va la nueva estrategia Bush-Uribe. En este apartado, resulta necesario significar que a esta estrategia se le opone una cada vez más activa diplomacia "revolucionaria" generada desde Caracas por el presidente Hugo Chávez.

En el plano interno, Uribe busca la reelección el próximo año y los sondeos le auguran una sólida victoria, tomando en cuenta que muy pocos políticos colombianos han logrado descifrar la solidez del "uribismo" como fenómeno político dentro de la conservadora sociedad colombiana. Un fenómeno que se ubica en una opción alternativa y antisistémica, con reminiscencias personalistas. Según encuestas, la popularidad de Uribe se ubica cercana al 70% de aceptación.

Si ya existen analistas que dan como un hecho la reelección de Uribe en 2006, es necesario revisar el panorama andino a corto plazo. Bolivia surge como el escenario más convulso e importante. Las elecciones bolivianas, previstas para finales de este año, podrían darle la victoria al líder cocalero e indigenista Evo Morales, opuesto al Plan Colombia y al ALCA y que aboga por la nacionalización de la industria gasífera y energética boliviana.

Para Chávez, un triunfo de Evo en Bolivia reforzaría sus opciones de exportar el modelo revolucionario bolivariano y replantear su propuesta del "socialismo del siglo XXI". Eso explica que exista cierta campaña proselitista (y, posiblemente, financiera) desde Caracas hacia el líder boliviano. En cuanto al escenario venezolano, Chávez parece caminar sólidamente hacia la reelección en diciembre de 2006 y espera concretar su hegemonía política interna con las recientes elecciones municipales y las decisivas elecciones legislativas de diciembre próximo.

La supuesta conexión Chávez-Evo Morales ha sido constantemente atacada desde Washington y Bogotá, quienes acusan al mandatario venezolano de injerencia en los asuntos internos bolivianos, a tenor de diversas declaraciones del líder venezolano. Esto profundiza el clima de deterioro que se observa en las relaciones entre Washington y Caracas, con un fuerte cruce de declaraciones de alto nivel, con mutuas acusaciones de conspiración, espionaje y "exportación" de inestabilidad.

Se considera que el eje Chávez-Evo es la fórmula política más abiertamente contraria al Plan Colombia y al ALCA, este último concebido en los Andes y Centroamérica a través de acuerdos de libre comercio bilaterales. Obviamente, un reforzamiento del eje Chávez-Evo iría en contra de los intereses colombo-estadounidenses. Del mismo modo, y casi desde que llegó a la presidencia en 1999, en Bogotá y Washington señalan a Chávez como protector de guerrilleros colombianos y de tener vínculos políticos con las FARC.

Quedan Ecuador y Perú, el primero escenario de constantes crisis políticas, con un gobierno transitorio hasta los comicios previstos para finales de año. En Lima, el presidente Alejandro Toledo también se juega la reelección en el 2006, pero su popularidad anda en horas bajas. En estos países han surgido movimientos de apoyo a la causa bolivariana liderada por Chávez, aunque no existen pruebas de conexión entre ambos como sí podrían existir en el caso boliviano.

Para Chávez, la estrategia de fortalecer el mensaje de la revolución bolivariana en el sur del continente y ganar alianzas políticas para evitar resoluciones en su contra, vía OEA, pasa por introducir el factor petrolero, financiero y comunicativo, a través de Petroandina y Telesur, como móviles efectivos, tal y como estableciera anteriormente con Petrosur para el área de MERCOSUR (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) y Petrocaribe para la región caribeña.

Del mismo modo, Chávez intenta ganar alianzas a través de mecanismos financieros. La reciente cumbre de la Comunidad Andina de Naciones en Lima confirmó el protagonismo de Chávez, a quien se le otorgó la presidencia anual del organismo. Allí, el mandatario venezolano anunció la intención de su gobierno de comprar bonos de la deuda ecuatoriana, al igual que hiciera en el pasado con la deuda argentina. El propio Uribe, en tono irónico, declaró que a él también le parecía genial la fórmula de Chávez, e incluso lo animó a comprar bonos colombianos.

Con todo este panorama, ¿cuál es el futuro del Plan Colombia? Cinco años después de su implementación, Bush y Uribe buscaron renovarlo en medio de un panorama regional muy diferente al del año 2000. Para Washington, el mandatario colombiano es el único aliado fiel a su estrategia en una región donde las reacciones a la hegemonía estadounidense están ganando peso.