franklin delano roosevelt 1882 1945

El hombre que quiere emular a Roosevelt

Apartados xeográficos Estados Unidos ARQUIVO
Idiomas Galego
 Clic para aumentar
La razón de la admiración de Bush por Roosevelt es clara: el demócrata fue el único presidente norteamericano en gobernar, en una etapa sumamente crítica para la nación, durante cuatro mandatos consecutivos, superando el profundo impacto socioeconómico de la crisis bursátil de 1929 y obteniendo el "triunfo de la libertad y la democracia" ante el fascismo e, indirectamente, ante el comunismo, en la II Guerra Mundial. (Foto: Franklin Delano Roosevelt, 1882-1945).
 

Nada parece indicar que el segundo mandato presidencial de George Bush se diferenciará sustancialmente del primero. En todo caso, el heredero de una de las dinastías políticas más influyentes en EEUU, se vería obligado en su segundo período a ocupar buena parte de su atención en los asuntos internos, especialmente la reforma de la seguridad social, el recorte impositivo, la privatización de las pensiones o la "revolución" en materia de educación, con un nuevo plan de ampliación y participación hacia las minorías. Y Bush mantendrá la tradicional política conservadora y liberal en materia económica y social.

Sin embargo, la política exterior seguirá siendo la pieza clave. Los imperativos de seguridad nacional, lucha contra el terrorismo y contención de los llamados "rogue States", especialmente aquellos que poseen o están en camino de poseer armamento nuclear, centrarán la atención de un presidente que, paradójicamente, tiene en la figura del demócrata Franklin Delano Roosevelt, su principal fuente de inspiración.

La razón de la admiración de Bush por Roosevelt es clara: el demócrata fue el único presidente norteamericano en gobernar, en una etapa sumamente crítica para la nación, durante cuatro mandatos consecutivos, superando el profundo impacto socioeconómico de la crisis bursátil de 1929 y obteniendo el "triunfo de la libertad y la democracia" ante el fascismo e, indirectamente, ante el comunismo, en la II Guerra Mundial.

Desde el 11/S, Bush se ve a sí mismo y a EEUU en una situación idéntica, activado por un componente religioso que le permite sentirse predestinado a dirigir una misión histórica similar. En numerosas ocasiones, Bush comparó su misión con la que tuviera Roosevelt en los años cuarenta e, incluso, la nueva secretaria de Estado, Condoleeza Rice, rememoró el influjo ideológico de ese período para justificar los objetivos exteriores de Washington de aquí al 2008.

El reelegido presidente que juró por segunda vez su cargo en una ceremonia cara y "blindada" por un impresionante aparo de seguridad, profundizará la "revolución neoconservadora" pregonada por el "núcleo duro" de la administración Bush, y contemplada en los objetivos impuestos por el think tank "Proyecto para el Nuevo Siglo Americano". Este núcleo, encabezado por el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, su vicesecretario Paul Wolfowitz, y el ideólogo Karl Rove, entre otros, servirá como guía para un presidente que, sólidamente legitimado tras la reelección de noviembre y ahora con mayoría republicana en ambas cámaras legislativas, conservará el unilateralismo como su principal baza diplomática, con tapices multilateralistas a la americana. Si bien en su estilo no se vislumbran cambios, el péndulo de atención puede variar sustancialmente en función de cómo se presente la realidad internacional.

En primer lugar, la crisis humanitaria causada por el desastre natural en el sureste asiático reforzará la idea de girar la atención geopolítica global hacia esta parte del planeta. Mientras las relaciones transatlánticas con la Unión Europea quedarán sujetas a los imperativos de seguridad plasmados en la lucha contra el terrorismo y a una eventual e indirecta contención de los deseos de Rusia en reconstruir su maltrecho espacio geopolítico de interés, China, India y las potencias emergentes del área del sureste y el Pacífico constituyen un bloque económico y comercial demasiado importante para ser desechados por Washington. Salvo temas ásperos como Taiwán, aquí se impone el entendimiento y la prudencia.

Resulta claro que, para Bush, Irak constituye una pieza clave en su intento por reconstituir Medio Oriente a través de un ambicioso plan. Bush asume 10 días antes de unas decisivas e imprevisibles elecciones presidenciales en un país azotado por la anarquía, donde el espectro político étnico-religioso no estará totalmente representado. La necesidad de imponer un gobierno legitimado electoralmente aunque sea a medias, permitiría a Bush disminuir la presencia militar estadounidense en el país, aunque no queda claro si este escenario es factible, a raíz de los recientes informes de organismos de seguridad norteamericanos que señalan a Irak como nuevo centro de reclutamiento de islamistas y yihadistas.

El cambio en Palestina contribuirá a revitalizar el proceso de paz, aunque no se vislumbren variaciones significativas en la relación de Bush con el primer ministro israelí Ariel Sharon. Es aquí donde Bush debe demostrar si en realidad tiene la capacidad y la visión suficiente para acometer esta tarea, aunque la experiencia más reciente no hable definitivamente a su favor.

Tras las operaciones militares en Afganistán e Irak, la renovada administración republicana se centrará principalmente en Irán y Corea del Norte. El primero es un bastión geopolítico importante, por sus implicaciones en Irak, Medio Oriente, Asia Central y el Golfo Pérsico, y por su conocido interés en profundizar el programa nuclear y químico. Con el régimen de los ayatoláhs iraníes, Bush tiene dos opciones: activar la diplomacia, necesaria también por razones de imagen, o reactivar la guerra, tal y como revelan documentos aparecidos en los últimos días, sobre eventuales preparativos militares para atacar el país.

El caso de Corea del Norte implica una negociación permamente y a tres bandas, en las cuales vienen incluidas China y Rusia. El potencial nuclear norcoreano es una amenaza de magnitudes globales y aquí la presión de Washingon no será tan clara como la que pudiera realizar hacia Irán. Ambos países, además de Bielorrusia, Zimbabwe, Myanmar y Cuba, fueron mencionados por Rice como las "tiranías" contra las cuales Washington actuará con "firmeza".

América Latina también contará con un apartado especial, aunque la atención aquí no merecerá una total cobertura por parte de la nueva administración. Bush desea impulsar un ALCA comercial hemisférico al que se opone un bloque suramericano cada vez más centrado en MERCOSUR. Los próximos cuatro años pueden inaugurar un escenario de negociaciones que obligarían a modificar el ALCA original concebido por el ex presidente Bill Clinton en 1994.

Por su parte, el régimen de Fidel Castro se verá fuertemente acosado por la presión política de una renovada comunidad cubano-americana, fuertemente vinculada a la administración Bush. El caso cubano vendría paralelo a la atención estadounidense hacia la "revolución bolivariana" de Hugo Chávez en Venezuela y su posible impacto regional, especialmente en lo referente al Plan Colombia de lucha contra el narcotráfico y la guerrilla. La propia Rice ya comentó su preocupación por la revolución chavista, a raíz de la reciente crisis diplomática entre Bogotá y Caracas por la detención de una figura de las FARC.

La inclusión de personalidades de origen hispano en la nueva administración, como la del fiscal general Alberto González, sin duda manifiesta la importancia que Bush le está otorgando a esta creciente comunidad y a su influencia en la política latinoamericana. Sin embargo, la elección de González evidencia el criterio del presidente a la hora de elegir a sus colaboradores: la fidelidad a su persona y objetivos. González, como Rice, Cheney o Rumsfeld, tienen un conocido background vinculado a la familia Bush y sus negocios.

En un reciente sondeo publicado por Globoescam/Sigma Dos, casi siete de cada 10 ciudadanos del mundo consideran la reelección de Bush como algo "negativo para la paz y la seguridad mundial". Para despejar dudas hacia dónde se dirige el interés geopolítico del reelegido presidente, los índices más altos de aceptación hacia Bush se registraron en Asia.