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Medio Oriente según Bush

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Si en el discurso del Estado de la Unión de enero de 2002, Bush trazó la línea imaginaria del "eje del mal" hacia Irak, Irán y Corea del Norte, hoy día en Teherán pueden aplicar la "alarma roja" ante las intenciones de Washington. Con Irak invadido militarmente, Bush quiere ahora presionar para acabar con el régimen de los ayatollahs. La diferencia es la complejidad de un escenario en el cual Washington podría necesitar más de la subterránea cooperación iraní que propiciar una nueva guerra, tras Afganistán e Irak. Por lo tanto, ¿será Irán la próxima guerra de Washington? La recién estrenada secretaria de Estado, Condoleeza Rice, afirma tajantemente que no. (Foto: Teherán, Monumento a la Libertad (Bory-e Azadi) que conmemora el 2.500 aniversario del Imperio Persa).
 

Si partimos de la certeza de que los discursos presidenciales sobre el Estado de la Unión marcan subliminalmente las pautas de la política exterior de Washington, el realizado el pasado tres de febrero por el actual mandatario, George W. Bush, deja claro que Medio Oriente sigue siendo la región clave para el segundo período de la administración republicana, y que los imperativos geopolíticos de la "guerra fría", actualizados en el actual contexto de la "guerra contra el terrorismo", apenas dejarán espacio para otras prioridades.

En primer lugar, llama la atención que, en este discurso, Bush dejara de lado referirse a otras realidades del escenario internacional, especialmente el incesante ascenso de China. Mismo tratamiento recibieron Rusia, Europa, América Latina y África, las cuales parecen apenas contar con el interés del presidente norteamericano y su belicoso equipo de gobierno. En su segunda etapa de gobierno, sus objetivos parecen claros: en casa, se hace imperativa la privatización de la seguridad social (algunos expertos datan su desaparición dentro de 40 años). En el exterior, seguir manifestando una política unilateral, con la insaciable presunción de que se tiene legitimidad por imperativos de seguridad.

Fortalecido por lo que considera, sin ambigüedades ni menor sentido de la crítica, como "el exitoso proceso electoral en Irak", Bush se lanza ahora a desmenuzar dos objetivos claros: la "democratización" de Oriente Medio, con el apéndice de una pacificación palestino-israelí, y la contención de Irán como poder geopolítico en la zona, especialmente fraguado por la influencia iraní en Irak, el presunto desarrollo de su programa nuclear y la acusación estadounidense, parcial y débilmente fundamentada, de que Teherán ampara el terrorismo internacional.

En el primer apartado, Bush se afana en reflejar que la invasión anglo-norteamericana de Irak en 2003 trajo la democracia a Oriente Medio, cuando las causas que llevaron a la guerra están perniciosamente revestidas de ilegalidad e ilegitimidad. Las advertencias que el pasado jueves realizó a Egipto y Arabia Saudita para "democratizarse y extender el ideal democrático", también poseen efecto contradictorio. Ambos países, con una indudable influencia y liderazgo en Oriente Medio, son los aliados más tradicionales de Washington dentro del mundo árabe; de hecho, Egipto es uno de los países que mayor ayuda militar recibe del Pentágono, mientras la monarquía saudita cohabita amparada por la presencia militar estadounidense desde la guerra de Irak de 1991.

Pero, al mismo tiempo, estos dos países, junto a Irak, son los más amenazados por la llamarada del fundamentalismo islámico salafista, procreadora de la "yihad internacional" auspiciada por Al Qaeda. No hay que olvidar que de allí proceden los 19 terroristas del 11/S y esto ejerce un poderoso efecto psicológico para Bush. Resulta curioso el nuevo escenario porque, en las décadas de los cincuenta y sesenta, Washington amparó la proliferación de los grupos fundamentalistas para contener la atractiva expansión del nasserismo egipcio a todo el mundo islámico.

¿Que democracia puede defender Bush para Egipto y Arabia Saudita, si allí gobiernan un presidente con más de 20 años en el poder, que busca mantener dicha estructura a través de la elección de su hijo, y en la otra gobierna la monarquía petrolera más rigurosa en la aplicación de la religión, y ambos amparados por la ayuda estadounidense? ¿Cuál es la situación de la sociedad civil, principal baluarte del sistema democrático, en el espectro político de esos países, como para ilusionarse con una "democratización"? ¿Es Irak, a pesar de su ordenada y alta participación electoral, un ejemplo para la región, cuando allí existen fuerzas extranjeras ocupantes, el caos administrativo, un delicado panorama étnico-religioso y una insurgencia variopinta pero eficaz? Quizás las palabras de su discurso estuvieron más motivadas por un repentino optimismo que por las "realidades objetivas".

El otro apartado del discurso se lo llevan Siria e Irán, que fueron los tratados con mayor rudeza por parte de Bush. El primero, acusado de amparar grupos insurgentes en Irak y de utilizar el Líbano como plataforma anti-israelí, es un régimen residual de otro autócrata de la región: Hafez al Assad, cuya muerte en el 2000 llevó a su hijo Bashar al poder. Siria mantiene intacta la misma estructura de poder clasista y militarista, pero su situación es complicada, ya que busca una salida alternativa. Primero tanteó con Turquía, y ahora bien podría dar el paso histórico de tender la mano a Israel. Pero, en la actual situación de "guerra silenciosa" en Oriente Medio y con la presencia militar estadounidense al lado, pocas son sus opciones.

Si en el discurso del Estado de la Unión de enero de 2002, Bush trazó la línea imaginaria del "eje del mal" hacia Irak, Irán y Corea del Norte, hoy día en Teherán pueden aplicar la "alarma roja" ante las intenciones de Washington. Con Irak invadido militarmente, Bush quiere ahora presionar para acabar con el régimen de los ayatollahs. La diferencia es la complejidad de un escenario en el cual Washington podría necesitar más de la subterránea cooperación iraní que propiciar una nueva guerra, tras Afganistán e Irak.

Por lo tanto, ¿será Irán la próxima guerra de Washington? La recién estrenada secretaria de Estado, Condoleeza Rice, afirma tajantemente que no. Un reputado periodista estadounidense como Seymour Hersch vaticina los planes de Bush para invadir militarmente el país. En la actualidad, esto bien podría no ser una sorpresa. En el fondo, y tras acabar con el régimen de Saddam Hussein y amenazar a Siria e Irán, la política de Bush en Oriente Medio evidencia su estrecho alineamiento con los objetivos israelíes.