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Haití: la frágil transición

 Cartaz René Preval, clic para aumentar
Los primeros cómputos anunciaron la victoria del favorito, René Preval, de 63 años, candidato del partido L’Espwa (La Esperanza), quien habría cosechado el 61% de los votos. Sin embargo, una semana después, tras un reconteo de voto, se anunció una segunda vuelta entre Preval y el también ex presidente Leslie Manigat.
 

La repentina proclamación de René Preval como presidente haitiano para los próximos cinco años no modifica sustancialmente el clima de inestabilidad y las dificultades para la democracia en este país. A pesar de que se logró cumplir con el calendario electoral, y pese a la presencia de una fuerza multinacional de la ONU, Haití muestra todos los síntomas de ser un "estado fallido", atomizado entre la fragilidad institucional, la polarización social y la violencia descontrolada.

Tras posponerse en cuatro ocasiones desde el 2005, el pasado martes 6 de febrero se celebraron los primeros comicios presidenciales post-Aristide, con una masiva participación electoral calculada en un 63%. Esta amplia participación y la elevada presentación de candidatos, 34 en total, así como la ausencia significativa de hechos violentos, parecían legitimar una transición no exenta de turbulencia.

Los primeros cómputos anunciaron la victoria del favorito, René Preval, de 63 años, candidato del partido L´Espwa (La Esperanza), quien habría cosechado el 61% de los votos. Sin embargo, una semana después, tras un reconteo de voto, se anunció una segunda vuelta entre Preval y el también ex presidente Leslie Manigat.

Las calles de Puerto Príncipe comenzaron a escenificar violentas protestas comandadas por simpatizantes de Preval, obligando al Consejo Electoral a efectuar un nuevo conteo. Finalmente éste, para evitar una nueva rebelión social, anunció la definitiva victoria de Preval con un 52% de los votos.

¿Un hombre de Aristide?

La identificación de Preval con el ex presidente Aristide generaba todo tipo de conjeturas. Ex primer ministro durante el primer gobierno de Aristide (1990-1991), poco después del golpe militar de Raúl Cedras y tras la invasión militar estadounidense de 1994 que "restauró" a Aristide en el poder, Preval se convirtió en presidente tras ganar las elecciones de 1996. Logró terminar su mandato en 2001, tras la victoria electoral de su "amigo" Aristide. De este modo, y hasta la posterior caída de Aristide en el 2004, parecía que la frágil transición haitiana podía enrumbarse por buen camino.

La reciente demostración popular de protestas y manifestaciones contra la decisión inicial del consejo electoral de efectuar una segunda vuelta demuestra también hasta qué punto los partidarios de Preval mantienen una sintonía con los que aún apoyan a Aristide. Pero aún es una incógnita si Preval, tal y como se especulaba, logrará traer a Aristide de su exilio surafricano. Las relaciones entre ambos comenzaron a deteriorarse a finales del segundo mandato de Aristide, incluso el propio Preval se negó ahora a ser candidato del partido Lavalas, que llevara al poder al derrocado ex presidente.

El caos haitiano

En febrero de 2004, Haití celebró su segundo bicentenario como estado independiente. La historia señala que, en 1804, se convirtió en la primera nación del hemisferio occidental en lograr la independencia de la metrópolis francesa y, también, se convirtió en la primera república negra del mundo.

Pero este bicentenario no estuvo marcado por las festividades sino por una coyuntura tan delicada que estuvo a punto de deslizar al país por la pendiente de una guerra civil. Tras varios meses de manifestaciones y sofocando algunos conatos de descontento militar y policial, el presidente Jean-Bertrand Aristide fue depuesto por una cruenta rebelión armada, originada en el interior de esta isla de 8 millones y medio de habitantes. Posteriormente, Aristide se exilió en Suráfrica.

La caída de Aristide no puso fin a una anarquía cada vez más patente. Los enfrentamientos entre sus partidarios y sus más encarnizados opositores revelaron una situación de fragilidad social y política, en un país con escasos mecanismos para mantener el orden público constitucional y la estabilidad institucional. Haití es el país con el mayor nivel de pobreza hemisférico (se estima en 80% de la población), un PIB per cápita irrisorio ($348 por habitante) y donde la tasa de mortalidad infantil supera el 76%.

La ONU interviene

Tras varias semanas de negociaciones, el presidente provisional Boniface Alexandre intentó impulsar los mecanismos necesarios para celebrar una nueva convocatoria electoral. Respaldada por la OEA, la Organización de las Naciones Unidas intentó fortalecer este mandato provisional a través de la resolución 1.542 de agosto de 2004, que estipulaba el envío de una fuerza multinacional de 8.000 efectivos, la Minustah, cuyo mandato está actualmente a cargo de Brasil y Chile.

Un dato resaltante de la caída de Aristide fue que, inesperadamente, permitió un acercamiento entre EEUU y Francia, cuyas relaciones pasaban por una delicada situación tras la guerra de Irak de 2003. Aristide logró salir de asediada capital Puerto Príncipe en un avión estadounidense mientras en París aceptaron y colaboraron con el nuevo gobierno provisional.

Sin embargo, la influencia francesa apenas ha sido notoria en los asuntos internos post-Aristide, siendo EEUU, Brasil y los organismos regionales los principales actores externos. Y, a pesar de las iniciales reservas de la ONU sobre los procedimientos que llevaron a la caída de Aristide (golpe militar, rebelión social, intervención extranjera), la comunidad internacional legitimó a la nueva autoridad provisional.

Pero esta situación, en vez de solucionar la crisis, la profundizó. Una comisión independiente de Derechos Humanos de la ONU acusó al actual gobierno de Boniface Alexandre de encarcelar ilegalmente a líderes de la oposición, vinculados algunos al partido Lavalas de Aristide. El embajador estadounidense pidió incluso la detención del ex primer ministro Yvon Neptune por "violación de derechos humanos, ilegalidad y abuso de poder".

Se ha denunciado también que existió una estrategia oficial, amparada por efectivos policiales e incluso fuerzas de la Minustah, para hostigar y amenazar a simpatizantes de Aristide y la oposición, incluso con casos de víctimas mortales.

El dato más preocupante es que, desde la caída de Aristide, en Haití han muerto 1.500 personas en hechos violentos, incluyendo 78 policías y nueve miembros de la Minustah, así como se han reportado casi 300 secuestros, una práctica muy común (y aparentemente lucrativa) en este convulsionado país. La violencia latente es también consecuencia de la falta de efectivos de seguridad en una nación que abolió el Ejército en 1994, quizás para evitar futuras aventuras golpistas, y cuya fuerza policial de cinco mil miembros se muestra incapaz, junto a las tropas de la ONU, de contener a los grupos paramilitares y las bandas criminales.

Diagnóstico de un "estado fallido"

En el 2005, la Carnegie Endowment for International Peace y el Fondo para la Paz elaboraron una lista de los considerados "estados fallidos", aquellos incapaces de garantizar el orden público, cuya pérdida de legitimidad no puede siquiera ofrecer unas mínimas condiciones de seguridad, asistencia social y económica y se encuentran atomizados en elevados índices de desigualdad en desarrollo humano, pobreza y criminalidad.

En esta lista, Haití ocupaba el décimo lugar, por detrás de naciones como Costa de Marfil, República Democrática del Congo, Sudán, Sierra Leona, Liberia e Irak. Este informe reseñaba, de igual modo, que las intervenciones internacionales de paz como la fuerza multinacional de la ONU no constituía un factor de elevada garantía para asegurar una transición pacífica y estable.

Este escenario anárquico muestra claros síntomas de una subterránea guerra civil. Los últimos meses de Aristide en el poder determinaron una fuerte movilización social entre sus simpatizantes y sus opositores, configurando un escenario dominado por múltiples y desordenadas facciones armadas, algunas vinculadas a efectivos policiales y militares, así como una paulatina desintegración de la autoridad estatal en las incipientes fuerzas armadas, cada vez más dominadas por líderes paramilitares.

Aristide, un ex cura católico que luchó contra la larga dictadura de los Duvalier, aún basa su popularidad en los sectores más pobres y marginales de la capital y sus suburbios, como son los populosos barrios de Cité Soleil y Bel Air. Su figura representaba esa constante lucha clasista entre los marginados y las elites de Puerto Príncipe pero la proliferación de bandas delictivas, especialmente de contrabando y tráfico de drogas, en estas áreas, difumina a grandes rasgos esa división entre la lucha política y la pobreza socioeconómica.

El problema es que todos estos grupos irregulares constituyen quizás los verdaderos factores de poder en el Haití de hoy día. Para mantener su autoridad y hostigar a la oposición, Aristide creó los célebres chimères, grupos armados entre los cuales destacan personajes como Amaral Duclona, de 27 años, considerado el hombre más perseguido por la policía nacional y las fuerzas de la ONU por acusaciones de actividades delictivas y secuestros. Tras la preliminar victoria de Preval, Duclona declaró su satisfacción.

La variedad de facciones armadas también dio paso a algunos líderes políticos, condicionados a la necesidad de ingresar en el sistema político a través de las elecciones. Es el caso de Guy Phillipe, de 37 años, abanderado de la Plataforma Democrática, un grupo en el cual se incluyen paramilitares como Bruno Mettayer, mejor conocido como jefe del "ejército del Caníbal". Tanto Phillipe como Mettayer fueron artífices de la caída de Aristide, conduciendo diversas milicias armadas desde el interior del país hasta la capital y el propio Phillipe participó como candidato en las recientes elecciones.

El problema de inseguridad en Haití es tan agudo que ni siquiera las tropas multinacionales han logrado restablecer algo de orden público, "secuestrado" por el poder local de diversos líderes paramilitares y criminales. El distrito mercantil de Puerto Príncipe se vacía al atardecer, ante el inminente peligro de la acción del vandalismo y las bandas criminales. Este persistente estado de anarquía y caos permite esquivar cualquier intento de consolidación democrática.

El errático papel de Washington

Tampoco ha sido afortunado el papel desempeñado por la administración de George W. Bush en la transición post-Aristide, un presidente no bien visto en Washington, a pesar de que en el pasado (en 1990 y 1994) apoyaran o bien su victoria electoral o bien su restauración en el poder, como factor de estabilización democrática.

A pesar de que la posición oficial en Washington era la de apoyar al presidente Aristide, el distanciamiento de Bush hacia éste provocó divisiones en el seno del personal de la embajada estadounidense, así como en hombres de negocios y grupos políticos estadounidenses, dispuestos a influir en la política de Puerto Príncipe.

Las reservas de la Casa Blanca hacia Aristide tuvieron efecto contradictorio en la política estadounidense en Haití: mientras algunos apoyaban la transición democrática, expandiendo mecanismos de participación popular, otros identificaron el problema mediante cálculos netamente políticos, realizando secretos apoyos a candidatos anti-Aristide, con el beneplácito de importantes figuras de la administración Bush.

Si bien EEUU ayudó a salir a Aristide del país y apoya al gobierno provisional de Boniface Alexandre, la frágil transición haitiana camina por senderos imprevisibles. Habrá que ver cómo maneja el "affaire Aristide" el nuevo presidente Preval y si es capaz de disminuir el alto nivel de polarización sociopolítica, propiciar algún tipo de orden público y frenar la constante violencia de las bandas criminales.