El pulso geopolítico entre Polonia y Rusia

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Decir que las relaciones entre los países vecinos siempre son complicadas es un cliché. Desgraciadamente, los clichés muchas veces suelen ser verdad, en particular cuando hablamos de una vecindad de más de mil años como la de Polonia y Rusia, que escasamente ha sido una relación verdaderamente amistosa.

Las relaciones entre Polonia y Rusia empiezan en el siglo X con el nacimiento del Estado polaco al lado del ya existente Rus de Kiev. Desde entonces, la política externa de ambos Estados ha sido, ciertamente, contradictoria. Por un lado, los zares de Rusia buscaron constantemente el acceso al Mar Báltico e intentaron reunir las naciones eslavas bajo su liderazgo. Por su parte, los reyes polacos desearon aumentar su influencia en los asuntos de Europa oriental.

De este modo, los choques y contradicciones de intereses entre ambos países provocaron una serie de conflictos en los siglos XVI y XVII, que finalizaron en 1795 con la última partición de Polonia, cuando deja de existir la monarquía y el mismo Estado, siendo dividido su territorio entre los imperios prusiano, ruso y austrohúngaro.

De la URSS a la Rusia postsoviética

Polonia se restaura en 1918 sólo para entrar en guerra con la nueva forma del Estado moscovita, la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. La Rusia soviética entonces era un Estado relativamente joven y con muchos problemas internos, saliendo derrotada de este conflicto con Polonia. Sin embargo, este panorama cambiaría 20 años después.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Polonia logró conservar su independencia de manera formal y nominal. No obstante, el período 1945-1989 supuso para Polonia una etapa de dependencia total de la Unión Soviética en sentido político, económico e incluso cultural.

De este modo, se podría considerar que las relaciones bilaterales polaco-rusas lo son sólo de manera nominal, debido a que las construye únicamente el Kremlin según el punto de vista del Partido Comunista. Tras la caída del Muro de Berlín, la restauración de la democracia en Polonia en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la situación cambia radicalmente, aunque esto no significa la solución de todos los problemas. Todo lo contrario, hoy en día, las relaciones entre Polonia y Rusia son tan importantes y, a su vez, tan difíciles como nunca.

Heredera de la URSS, la Rusia postsoviética contemporánea es un Estado que busca recuperar su antiguo estatus de superpotencia mundial, aunque ello también plantea diversas perspectivas de inseguridad sobre su verdadero lugar en un escenario internacional en constante transformación.

Así, a principios de los años noventa, parecía que Moscú buscaba la integración con Occidente, aunque supeditada a sus condiciones, teniendo en cuenta su herencia de superpotencia. Es decir, Rusia eligió crecimiento pero sin desarrollo, capitalismo sin completa democracia y el mantenimiento de su importancia en el orden internacional, aunque no necesariamente respetando las reglas del nuevo sistema mundial. Esa elección dejó a Rusia al margen de organizaciones como la OTAN o la Unión Europea, que juegan el papel más importante en cuanto a la seguridad a nivel europeo.

La orientación pro-occidental de Polonia

Polonia, por otra parte, eligió un camino distinto. Decidió integrarse con el mundo occidental o, mejor dicho, en el mundo occidental a todo precio, con la finalidad de mejorar su seguridad en el orden internacional y aumentar su nivel de desarrollo económico. Pero también decidió esta orientación para distanciar sus vínculos con la Rusia post-soviética y su sistema de valores, haciéndolo de manera más visible para Moscú en su integración con los organismos occidentales.

Un buen modo de mostrar su apoyo a las iniciativas occidentales y la desconfianza respecto a Moscú fue el apoyo y la participación polaca en el proyecto militar estadounidense del Escudo Antimisiles, que asume la instalación en territorio polaco de las bases de misiles interceptores con el fin de proteger a Estados Unidos y países de la OTAN ante el hipotético ataque por parte de otros países, como por ejemplo Irán.

Rusia se opone firmemente a la instalación de dichas bases cerca de sus fronteras, así como al proyecto en su totalidad, ya que supondría un peligro para la defensa de su propio país. Esa cuestión provocó muchas discusiones entre Polonia y Rusia, pero también en los distintos foros internacionales entre 2008 y 2009, sin todavía encontrarse un punto de encuentro o alguna solución. Recientemente, Rusia anunció los planes de reforzar su Flota del Mar Báltico, como respuesta y medida persuasiva a los planes de EEUU de emplazar misiles Patriot en Polonia.

Ahora bien, las tensiones derivadas del Escudo Antimisiles y los parciales fracasos de acercamiento entre Rusia y Occidente, persuadieron al Kremlin a proponerse otro objetivo, que causó muchas tensiones con Polonia. Uno de los propósitos más importantes de la política externa rusa consiste en mantener su posición dominante en la esfera el espacio ex soviético, “los intereses privilegiados” como lo llamó el presidente Dmitri Medveded.

Al contrario, Polonia siempre respaldaba las aspiraciones democráticas de los Estados post-soviéticos. Durante la denominada Revolución Naranja en Ucrania a finales de 2004, Polonia apoyó fuertemente al líder pro-occidental Víktor Yushchenko en su conflicto con Viktor Yanukovich, el candidato rival en las elecciones presidenciales que gozaba del apoyo del Kremlin.

En esa coyuntura, la implicación del entonces presidente polaco Aleksander Kwasniewski como mediador entre la oposición liderada por Yushchenko y el equipo de Yanukovich fue considerado por Moscú como una impertinencia, un intento de entrometerse en los intereses rusos. Sin embargo, no era ni la primera ni la última evidencia de la injerencia polaca, a veces no bien meditada, en los asuntos de los Estados del espacio post-soviético.

Una situación similar tuvo lugar anteriormente en Georgia durante la denominada Revolución de las Rosas en 2003, que llevó al poder al actual presidente pro-occidental Mikhail Saakashvilii. Posteriormente, otro incidente ocurrió en Chechenia tras el asesinato del ex presidente Aslán Masjádov (2005), realizado por los servicios especiales rusos y que fue criticado fuertemente por el gobierno polaco.

Es más, Polonia animó a la UE a consolidar sus relaciones con los países del Este ex soviético, siendo estos Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Moldavia, Ucrania y Bielorrusia. La llamada "Asociación Oriental" es una nueva iniciativa polaco-sueca que tiene como objetivo aumentar la financiación para estos países con la perspectiva de firmar acuerdos de libre comercio si se introducen reformas políticas y económicas en dichos países.

No hace falta añadir que esta asociación es para Rusia una idea indeseable, un proyecto sobre el cual el presidente Medveded consideró, hace un año, que suponía un intento de utilizar una estructura internacional contra la Federación Rusa.

El conflicto energético

Polonia y Rusia son países vinculados no sólo política sino también económicamente, aunque los frágiles vínculos económicos, que son especialmente importantes en los actuales momentos de crisis mundial, reflejan las controversias a  nivel político.

En el otoño de 2005, el partido político populista PiS (“Ley y Justicia”) conocido por su rusofobia e ideología nacionalista, ganó las elecciones parlamentarias y presidenciales en Polonia. En noviembre de 2005, Rusia declaró sorprendentemente un embargo a las importaciones de carne polaca, argumentando dudosas razones sobre incumplimiento de las normas de seguridad y calidad.

Por su parte, Polonia vetó a finales de 2006 el inicio de las negociaciones entre la UE y Rusia sobre un nuevo acuerdo de cooperación. El problema se solucionó finalmente en 2007, con la intervención de Bruselas, pero las pérdidas generadas en el comercio polaco-ruso fueron significativas.

En cuanto a las relaciones comerciales, resulta mucho más complicado el asunto del gas. Los conflictos entre Polonia y Rusia respecto a la compra y tránsito del gas ruso no son una cosa nueva. En su mayor parte, la seguridad energética de Polonia  depende del suministro de gas ruso, por tanto las negociaciones entre ambos países son, con frecuencia, muy difíciles.

La desigualdad entre las partes permite la utilización del chantaje energético por parte de Rusia que puede dictar libremente los precios del gas y negarse a pagar el precio de su tránsito a Occidente. Una situación similar ocurrió en las relaciones entre Rusia y Ucrania a principios de 2009 cuando Rusia, tras el fracaso de las negociaciones con Ucrania con respecto al precio del gas, interrumpió sin aviso previo el suministro energético a Ucrania y la UE.

Por lo tanto, Polonia observó que podía repetirse en su contra el mismo problema de suministro del gas ruso que sufrió la vecina Ucrania. Un aspecto que complica aún más esta perspectiva se refiere a la construcción del gasoducto del Norte de Europa, que en 2011 unirá Rusia con Alemania a través del Mar Báltico sin pasar por Polonia, y asegurará el suministro constante del gas ruso a los países de Europa Occidental. Así, Polonia perdería su único argumento, que sería el apoyo de la UE. Por lo tanto, el gobierno polaco se opone frontalmente a este proyecto, incluso aun bajo la perspectiva de que puede constituir una batalla perdida.

¿Condenados a entenderse?

Hoy en día, y a pesar de las diferencias, Polonia y Rusia siguen siendo países estrechamente conectados, aunque gran parte de sus relaciones están muy determinadas por la historia. Aunque tengan intereses distintos y vean el mundo de manera diferente, existe algo en común: ambos son países más anclados en su pasado que pendientes de su futuro.

La actual Federación rusa no puede olvidar los años del imperialismo soviético, cuando Moscú gobernaba directa o indirectamente a la tercera parte del mundo. Por su parte, Polonia no puede dejar atrás los daños que sufrió a causa de otros países europeos, como fue el caso de Alemania.

Según el recientemente fallecido historiador y político polaco Stefan Meller, el mayor problema en las relaciones entre ambos países consiste en que no existe una semántica común ni voluntad para el diálogo. Polonia es un Estado que siempre se sitúa en posición de víctima –de la invasión alemana en 1939, del injusto cambio de fronteras después de la Segunda Guerra Mundial, del socialismo real, de la indiferencia de los Estados europeos durante la “Guerra Fría” y, en particular, de ser una víctima de la política externa rusa a lo largo de los últimos 200 años.

En gran medida, lo que busca Polonia es justicia histórica, pero entendida como la entienden los polacos. Y justicia es lo que recibió Polonia por parte de Alemania con las reparaciones de posguerra, por escasos que fueran, así como por parte de la UE con la ayuda económica tras la caída del socialismo en Europa del Este.

No obstante, lo que predomina en las relaciones ruso-polacas es la falta de diálogo sobre el pasado, un estigma que provoca en la Polonia de hoy, un país rusófobo lleno de complejos de inferioridad y revestido de megalomanía, deseos de revancha contra Rusia. Y ese gran deseo se manifiesta precisamente en el apoyo a cada acción antirrusa.

Por otro lado, Rusia hace todo lo posible para mantener su fuerte posición en el orden mundial y lo último que desea es la revisión del pasado. Desde la perspectiva rusa, los estados post-soviéticos no son socios iguales para Moscú, incluso manejando tópicos como la supuesta “ingratitud” de estos países que “ni saben, ni quieren apreciar la ayuda y el apoyo” ofrecido por la URSS durante décadas.

Por lo tanto, en cada acción externa realizada por Polonia u otros países de dicha zona, Rusia siempre busca otro tipo de intereses. Observa la situación como una tentativa destinada a disminuir su significado histórico y, aunque pueda tener razones válidas, no parece constituir una postura diplomática adecuada.

Desde esta perspectiva, no parece avizorarse una normalización próxima de las relaciones entre Rusia y Polonia. Para ello, sería necesario un cambio de pensamiento en ambas partes, así como la voluntad de llegar a un compromiso. Sería imprescindible que Polonia se fijara más en lo que fuera conveniente para su propio interés, en vez de buscar lo inconveniente para Rusia.

Por su parte, Rusia tendría que aceptar su pérdida de influencia en Polonia y la total independencia de este país, como un Estado igual a los demás Estados, con total autonomía en su política interna y externa, despojada de cualquier consideración de que los asuntos polacos constituyen un asunto interno suyo. Todo eso parece actualmente imposible, a la vista de la naturaleza de las elites políticas y una cultura social arraigada en el pasado. Por suerte, todo puede cambiar con la pequeña ayuda del tiempo.