Países bálticos, Estados viables

En su tiempo, junto a los nuevos Estados surgidos en la Transcaucasia, especialmente Armenia, los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) han simbolizado el duro despertar del problema nacional en la extinta URSS. A finales de los años ochenta, en Vilnius, capitual de Lituania, el país mayor en extensión y en población de los tres, miles de personas se movilizaban para situar el ejercicio del derecho de autodeterminación en el epicentro de las reformas impulsadas por Gorbachov. Los ciudadanos de los países bálticos liquidaban de golpe la quimera del pueblo soviético, aquella colectividad surgida en la URSS como expresión de la capacidad del socialismo para superar las diferencias nacionales.

También aquí comenzó la liquidación del PCUS, al negarse los dirigentes comunistas locales (Algirdas Brazauskas, especialmente) a mantener su dependencia de Moscú y a aceptar el centralismo democrático en el ámbito de toda la Unión. En 1991, en vísperas del golpe de agosto, Brazauskas me expresaba su convicción de que la autoorganización de las fuerzas políticas de izquierda a nivel cada país de aquella Unión de Estados Soberanos que Gorbachov no consiguió cuajar, era una condición sine qua non para no ser literalmente barridos de la escena política. Al poco tiempo resultó elegido Presidente de Lituania.

Ha transcurrido casi una década desde entonces y bueno es hacer balance de la evolución de estos nuevos Estados, un transcurso que ofrece algunas coincidencias de gran importancia, pero también notables diferencias. A pesar de sus problemas, todos ellos viven en un mundo muy diferente al de Rusia y otros Estados de la ex-Unión Soviética, enfangados en una crisis económica, política y social de carácter permanente y futuro incierto.

Una evolución económica común pero muy desigual

En efecto, es en este orden donde las diferencias son más abultadas. En mayor o menor medida, el proyecto económico, político y social de los tres países bálticos ha sido el mismo. No ha habido terapia de shock y todos han optado por transformaciones progresivas de sus economías, si bien en unos casos más intensas que en otros. La integración en la economía internacional, la aproximación a la Unión Europea, la aplicación de ambiciosas políticas de privatizaciones, son constantes notorias en todos los países que, en lineas generales, han sabido tirar provecho de sus reducidas dimensiones geográficas y demográficas.

Hoy Estonia, por ejemplo, afirma Emmanuel Mathias en Le Courrier des pays de l’Est, es la economía más abierta de toda la Europa del Este; mientras, en Letonia la situación se encuentra más o menos en las antípodas. En Tallin, las cifras de crecimiento económico son muy importantes, si bien en el último año se han moderado ligeramente. En 1997 registró la tasa de crecimiento más alta de todo el continente (10,6%); las inversiones extranjeras (Finlancia, Suecia, sobre todo, pero también Estados Unidos, Noruega y Dinamarca son los principales países inversores), alcanzaron en 1998 el 11% del PIB. La Bolsa de Tallin es la más activa de los tres Estados bálticos. Buena parte de la economía estoniana descansa en el dinamismo de las exportaciones, y de ellas, más del 30% constituyen reexportaciones de bienes que han sido transformados en el país. Para que no falte pieza en el modelo, a pesar de la bonanza económica, el desempleo ha pasado de un 1,6% en 1992 a un 5,1% en 1998 y, segun fuentes oficiosas, la cifra real se aproxima al 10%. También aquí, en el ámbito de la protección social, se ha dado vía libre ya a los fondos de pensiones. Los desequilibrios regionales y las desigualdades sociales avanzan con la generación de riqueza.

Por otra parte, el proceso de inserción de Estonia en la economía internacional parece ir viento en popa. Las negociaciones de adhesión a la Unión Europea (UE) están en marcha desde el pasado 31 de marzo de 1998. En ese año, la UE fue el destino del 54,7% de las exportaciones y el origen del 60,2% de sus importaciones (Finlandia, Alemania, Suecia, por este orden de importancia). Estonia puede ser el primero de los tres Estados bálticos en acceder a la Unión. Cuenta con Finlandia como principal valedor ante los foros e instituciones comunitarias. Asimismo, en marzo del pasado año concluyó la ronda negociadora con la Organización Mundial del Comercio (OMC) y una vez efectúe algunos cambios en su legislación, se integrará en ella plenamente.

En el otro extremo se encontraría Letonia. El crecimiento de su economía es menor y con tendencia a la baja. A pesar de ser el más proteccionista de los tres Estados, afirma Céline Bayou, en febrero de 1999 ingresó en la OMC. Aquí, las inversiones extranjeras son menores que en Estonia (en 1998, 200 millones frente a 565 millones de dólares de Tallin), con mala prensa entre los potenciales países inversores debido al parecer a "falta de transparencia" en su legislación. El proceso de privatizaciones va más retrasado y sectores como el monopolio de la electricidad o las grandes navieras aún no han sido transferidos a manos privadas. Dicha circunstancia no tiene su origen en la búsqueda de un modelo económico diferente o en la apuesta por conservar determinados sectores en el ámbito de la propiedad pública, sino más bien se debe a causas de naturaleza política, estrechamente relacionadas con la inestabilidad gubernamental.

En lo que respecta a Lituania, ha conseguido mantener un ritmo de crecimiento sostenido (una media de algo más del 4% en los ultimos cinco años), acentuando también el giro de su economía cara a Europa occidental. En 1998 se convirtió en miembro asociado de la UE y mantiene conversaciones con la OMC para el ingreso. El moderado dinamismo de su economía descansa esencialmente en las inversiones directas extranjeras, principalmente de Estados Unidos, que acapara un 26% del total, seguido de Suecia y Alemania. Por otra parte, las privatizaciones, totales o parciales, de sectores como las telecomunicaciones, complejos petrolíferos o la banca comercial, han contribuído al saneamiento temporal de su economía y las cuentas públicas. Según fuentes de Eurostat, Lituania conserva un sector de la economía ilegal bastante relevante, situado en torno al 18% del PIB (1998). El desempleo se sitúa en el 6.9% y en tendencia ascendente. Se estima que aproximadamente un 16% de la población vive por debajo del umbral mínimo de pobreza.

Tensiones interbálticas

La luna de miel interbáltica, agraciada por la necesidad de consumar la ruptura con Moscú, se acabó muy pronto. Al ¡sálvese quien pueda! se han sumado algunas tensiones, principalmente entre Letonia y Lituania. Los letones, amparándose esencialmente en razones de orden ecológico, critican el funcionamiento de la central nuclear de Visaginas y la construcción de una refinería de petróleo en Butinge. También con Estonia y Lituania, las autoridades de Riga han desatado la llamada "guerra del cerdo", provocada en buena medida por la caída de las exportaciones a Rusia que ha obligado a proteger sus propios mercados frente al exterior. Por el momento, estas medidas han convertido en papel mojado el acuerdo de libre cambio para los productos agrícolas y ganaderos firmado en febrero de 1998. A estos efectos, conviene tener presente que el comercio bilateral de Letonia con los demás países bálticos es muy deficitario.

Por otra parte, crece el resentimiento hacia Lituania debido a la construcción de una terminal petrolífera cerca de Butinge, a veinte kilómetros escasos de la frontera marítima con Letonia, cuando aún no existe acuerdo sobre la delimitación de la plataforma marítima continental. Se calcula que el complejo lituano sustraerá de su terminal de Ventspils, una buena parte de los más de veinte millones de toneladas de petróleo y productos derivados que habitualmente transitaban por la zona, quebrando asi un poco más su frágil economía.

Tensiones con Rusia

Como cabe imaginar, las relaciones con el poderoso vecino ruso a menudo atraviesan altibajos, si bien deben diferenciarse casos y escenarios. La cuestión de la minoría rusa es especialmente problemática en Estonia y Letonia y afecta tanto al problema del idioma como al de la ciudadanía. En las elecciones celebradas en Estonia el pasado mes de marzo, el Partido del Pueblo Unido, rusófono, obtuvo seis escaños, incrementando su representación parlamentaria. Desde 1992, una cuarta parte de los 400.000 rusos residentes en el país (de una población total de 1,4 millones) han obtenido la ciudadanía estoniana. Durante 1998, se ha normalizado el funcionamiento de una comisión mixta intergubernamental, con Rusia, que ha permitido suavizar y encaminar muchos de los problemas de los residentes no nacionales. También en marzo de 1999 se concluyó el acuerdo fronterizo que soslaya definitivamente toda reivindicación territorial. Desde el punto de vista lingüístico, nada indica que la ley que exige a los funcionarios y empresarios el dominio del idioma local vaya a modificarse. La Comisión Europea ha formulado severas críticas a esta normativa y quizás por ello resalta el dato de la muy favorable opinión de la minoría rusa en relación a la adhesión de Estonia a la Unión Europea.

La situación de Letonia es más precaria. Un tercio de sus 2,5 millones de habitantes son rusos y de ellos, unos 650.000 no tienen ciudadanía. En el referéndum organizado el pasado 3 de octubre, al mismo tiempo que las elecciones legislativas, un 53% de los votantes se mostraron favorables a suavizar las condiciones para acceder a ella y que aún deben concretarse suficientemente. Pero en el tema del idioma, una ley similar a la de Estonia, tampoco parece que vaya a modificarse a pesar de las presiones de la Unión Europea. Por ambas razones, Rusia había adoptado represalias económicas, interrumpiendo las ventas de petróleo y de productos agroalimentarios y estimulando el boicot a los productos letones. Como consecuencia, la caída en el comercio bilateral ha sido significativa, pasando del 21,4% en 1997 al 11,4% en 1998. Alemania ha pasado por delante a Rusia en la condición de primer socio comercial de Riga. En la esfera de la seguridad, es importante destacar el cierre del radar antimisiles de Skrunda que ha terminado con toda presencia militar rusa en el país.

En el ámbito estrictamente económico, las diferentes crisis rusas han afectado muy sensiblemente a estas economías. Especialmente grave es el caso de Estonia, imponiendo una contracción severa en su ritmo de crecimiento (11,4% en 1997, 4.0% en 1998) y la inevitable reorientación hacia los mercados occidentales para disminuir los riesgos. En 1998, Rusia acaparaba un 12% de su comercio exterior. En el caso letón, además de las represalias ya comentadas, en el ámbito financiero, las consecuencias de la crisis rusa han sido importantísimas. Los bancos letones mantenían una relación muy estrecha con el mercado ruso. Siete bancos han debido cerrar sus puertas, entre ellos, el RKB, el quinto en el ránking del país, participado por el BERD en un 23.07%. Algunos analistas consideran que el caso no está cerrado, pero ya ha costado al erario público más de treinta millones de dólares. En general, la crisis rusa ha provocado en todos estos países una reducción en las previsiones de crecimiento, estimada en dos puntos porcentuales.

Por lo que respecta a Vilnius, ha conseguido mejorar sensiblemente sus relaciones con Moscú, especialmente con la región de Kaliningrado, que representa ya el 12% del comercio total que mantiene con Rusia. En 1998, Moscú era su principal socio comercial, con un 16.5% de las exportaciones y un 21.2% de las importaciones, seguido de Alemania.

Un perfil político similar

La orientación liberal es manifesta en Estonia, el único país en el que los antiguos dirigentes del Partido Comunista o seus herederos no han vuelto a tocar poder. Las elecciones celebradas en marzo de 1999 han reinstalado en el cargo de primer ministro a Mart Laar, quien ya habia detentado la misma responsabilidad entre 1992 y 1994. El mapa político se ha simplificado, pasando de 14 a 7 los partidos representados en el Parlamento.

En Lituania, en enero de 1998, fue elegido presidente del país, Valdas Adamkus. El nuevo jefe de Estado es partidario de acentuar la liberalización económica y la aproximación a Europa, del ingreso en la Unión y en la OTAN. Adamkus asume un lenguaje modernizador de claro signo occidental.

Como era de imaginar, la situación en Letonia tiene un sesgo algo diferente. En julio de 1999 fue elegida Presidenta Vaira Vike-Freiberga, una psicóloga canadiense-letona de 61 años que regresó al país en 1998 para hacerse cargo de la dirección del Instituto Letón. El gobierno ha pasado a manos de A. Skele, vencedor de las elecciones del 3 de octubre de 1998, dirigente del Partido del Pueblo, una formación centrista que cuenta con solo 24 de los 100 diputados del Parlamento. La coalición que le apoya (Unión por la Patria y la Libertad y la Unión Socialdemócrata) apuesta por incentivar el proceso de privatizaciones, y efectuar los ajustes financieros y presupuestarios necesarios para cumplir con las condiciones exigidas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para formar parte de la llamada "normalidad poscomunista".

Conclusión

Aún sin haber finalizado el proceso de transición y advertirse un diferente ritmo en la aplicación de las reformas, las transformaciones operadas en los últimos años en los tres países bálticos se orientan en idéntico sentido: construcción de una economía de mercado plenamente integrada en el escenario europeo y en la economía internacional. A diferencia de otros países en similar trance no se han producido aquí grandes caídas en el nivel de vida, e incluso se puede hablar de una evidente recuperación, propiciada en buena medida por el fuerte apoyo exterior y esas limitadas dimensiones de los tres Estados que facilitan su manejo, muy al contrario de lo reflexionado hace algunos años por ciertos autores que consideraban su reducido tamaño como un doloroso hándicap para construir y vertebrar su independencia estatal. La viabilidad báltica, bien es verdad que con las carencias propias de la época que nos ha tocado vivir, ha quedado más que demostrada.