Perspectivas de la unificación coreana

El encuentro entre los líderes de la República Democrática de Corea del Norte, Kim Jong-il y de Corea del Sur, Kim Dae Jung, celebrado en el pasado mes de junio en Pyongyang, ha constituído sin duda uno de los más importantes acontecimientos políticos del año. Aún técnicamente en guerra, las dos Coreas parecen haber iniciado el camino de la reconciliación, a sabiendas de que restan numerosos diferendos bilaterales y multilaterales que deberán salvarse en los próximos años para empezar a hablar en serio de la reunificación del país.

Pocos podían imaginar la seriedad de la propuesta formulada en febrero de 1999 por el Norte a su homólogo del Sur para abrir conversaciones políticas. En el lenguaje y ambiente de la iniciativa se observaban las habituales condiciones e hipotecas. De una parte, la suspensión por parte de Seúl de la cooperación militar con Estados Unidos y la derogación de la legislación vigente en materia de seguridad nacional. De otra, para evidenciar la estricta vigilancia internacional de este contencioso, George Tenet, director de la CIA, alertaba una vez más sobre la construcción en secreto por el régimen del Norte de misiles balísticos que podían alcanzar territorio estadounidense. También ahora el escepticismo no podía faltar. ¿Se podía creer en serio el mensaje de paz y reconciliación con el Sur cuando se insistía en el desarrollo y perfeccionamiento de nuevas armas?

Pero Seúl retomó el guante y anunció de inmediato la liberación del preso político más antiguo del mundo, Wu Yong Gak, de 41 años, preso por espiar para el Norte. El gesto, que bien pudiera obviarse con una de las declaraciones al uso restando credibilidad a la propuesta de Kim Jong-il, inicia una nueva dinámica política que coexistirá con las tensiones habituales, si bien ganando peso e intensidad la distensión. Asi, mientras el régimen de Seúl hunde un barco norcoreano en su primera batalla naval desde 1953, Pyongyang anuncia que permitirá las inspecciones de sus centros nucleares por parte de técnicos estadounidenses a cambio de implementar un plan para mejorar la producción de patatas y reducir su déficit alimentario. El dramático juego negociador entre Washington y Pyongyang a propósito de la seguridad regional siempre tendrá la componente alimentaria como una de sus referencias principales.

En mayo de 1999 el habitual hermetismo de las autoridades del Norte fue calculadamente obviado para poner de manifiesto las gravísimas carencias existentes en el país como consecuencia de la sequía y otras inclemencias meteorológicas, pero también de la ineficiencia del sistema económico, agravada por los cambios producidos en la situación internacional desde principios de esta década. En agosto de ese mismo año, Pyongyang anuncia la realización de sus pruebas de un misil de largo alcance. La diplomacia debe movilizarse de nuevo y la subsiguiente suspensión se produce una vez que Estados Unidos levanta la mayoría de las sanciones económicas impuestas al Norte (en materia de alimentos, petróleo, transporte aéreo, etc) en vigor desde hace 47 años. Conviene tener presente que en 1998 Pyongyang lanzó un misil experimental que se hundió en el Océano Pacífico después de atravesar el espacio aéreo nipón y causar la lógica alarma en Tokio. Los anuncios de Corea del Norte no son palabra hueca.

Va en serio

El anuncio de la cumbre intercoreana se produjo en vísperas de las elecciones legislativas anticipadas previstas en Corea del Sur para el 13 de abril de 2000. Todos confiaron en que el gobernante Partido Democrático del Milenio se aprovecharía electoralmente del anuncio, pero no fue asi. Los 33 millones de coreanos decidieron no cambiar el sentido de su voto y a pesar de la sorpresa que supuso el anuncio de la cumbre se confirmaron los pronósticos iniciales. El golpe de efecto no dio resultado y la oposición del Gran Partido Nacional, de orientación conservadora, obtuvo el 37 por ciento de sufragios frente al 34,5 por ciento de los demócratas. La participación, del 57 por ciento, fue inferior en siete puntos a la registrada en 1996, interpretándose como un voto de castigo a una reforma económica de signo claramente liberal que poco a poco diezmaba numerosas empresas y empleos, so pretexto de un modelo de saneamiento que incrementaba el descontento social.

China jugó un discreto pero importante papel en la organización de la cumbre. La fecha y la agenda se acordó en Beijing en el curso de dos reuniones previas entre ambas partes. También en los primeros días de Junio Kim Jong-Il, se desplazó en secreto a la capital china para ultimar algunos extremos del encuentro y asegurarse el respaldo de la dirigencia del Partido Comunista chino a la nueva orientación del régimen del Norte frente al tándem USA-Japón-Corea del Sur que desde hace meses vienen coordinando desde Hawai sus estrategias. Un mes después de la cumbre volverán a reunirse para reafirmar esa apreciación común de que es mejor dialogar que arriesgarse a lo imprevisible.

Un día antes de iniciarse la cumbre, en Pyongyang se anuncia su aplazamiento por espacio de veinticuatro horas. Se alegan motivos técnicos, otros razonan cuestiones de seguridad, pero el incidente se zanja como una anécdota sin importancia al día siguiente cuando el dirigente del Sur recibe en la capital de Norte un caluroso recibimiento. La declaración conjunta suscrita por los máximos mandatarios asume el objetivo estratégico de la unificación de la peninsula coreana, sin entrar ahora en los principales elementos de disputa y centrándose en aquellos temas solucionables, más inmediatos y de mayor impacto.

Los temas humanitarios y de seguridad han sido determinantes en la cumbre. Lo primero en pactarse son los términos de la reunión de familias separadas. Coordinada a través de las delegaciones de la Cruz Roja de ambos países se llevará a efecto dos meses más tarde. A pesar de la minuciosidad del arreglo, la voluntad de llegar a un consenso por ambas partes hace posible ese entendimiento: 151 personas de cada parte formarán el primer grupo -100 familiares, 30 acompañantes y 20 periodistas- visitarán respectivamente Seúl y Pyongyang del 15 al 18 de agosto. En paralelo, se pone en marcha la liberación de presos: Seúl libera a 58 prisioneros del Norte en los primeros días de septiembre.

En lo que respecta al ámbito de la seguridad, esta primera normalización permite la admisión de Corea del Norte en el Foro Regional de ANSEA, creado en 1994, y que incluye a las naciones del Sudeste asiático junto a otros países como China, Canadá, Mongolia, India, Japón o Estados Unidos, y un torrente de medidas que acentúan el principio del fin de su aislamiento internacional. Las dos Coreas deciden invitar al Papa a visitar la península y en enero Roma establece relaciones diplomáticas con Corea del Norte, convirtiéndose en el primer país del Grupo de los Siete en adoptar esta medida.

No poca transcendencia han tenido otras decisiones, unas de cierta proyección mediática como la participación en los Juegos Olímpicos de Sidney bajo la misma bandera; otras de naturaleza económica, como el calendario de medidas que pueden favorecer las inversiones del Sur en el Norte. En la delegación del Sur, compuesta por 180 miembros, se incluían altos ejecutivos de conocidas empresas como Hyundai, LG, Samsung, y SK.

Dos más cuatro

En el diálogo intercoreano intervienen cuatro potencias más: Rusia, China, Estados Unidos y Japón, históricamente muy implicadas en el devenir de esta península estratégicamente clave en la región. Todo cambio sustancial en su status interesa a sus vecinos y dificilmente será viable con la oposición de alguno de ellos.

Al tiempo que se han reabierto las oficinas de enlace entre las dos Coreas en el tantas veces fatídico enclave de Panmunjon, Pyongyang ha visto multiplicar su actividad en el frente diplomático. En Kuala Lumpur, sus representantes discuten con los estadounidenses el futuro de su programa de misiles y el paradero de los soldados desaparecidos durante la guerra de los años cincuenta. El propio Clinton recibió en Washington al número dos coreano, Jo Myong-rok, vicepresidente de la Comisión Nacional de Defensa de Corea del Norte y en el pasado octubre, Madeleine Albright visitó Pyongyang, siendo recibida con un magno espectáculo de glorificación del Partido de los Trabajadores y de su líder. Al final de este viaje, la Casa Blanca anunció la promesa de Pyongyang de no realizar más pruebas de misiles balísticos.

Desde comienzos de los años noventa Pyongyang ha intentado atraer a Washington a su espacio de juego, forzando una dinámica de negociaciones bilaterales que culmine con el fin de las sanciones y la normalización diplomática. La preocupación por la proliferación nuclear y el suministro de armamento a determinados países impide el desentendimiento de Estados Unidos. En junio de 1994, Jimmy Carter viajó a Corea del Norte para obtener algún acuerdo acerca del abandono de su programa nuclear y de fabricación de misiles. El acceso directo a Washington y la ayuda exterior se garantizan de ese modo, pero manteniendo siempre un determinado nivel de tensión indispensable para maximizar la capacidad de movilización popular, asegura Heo Man-ho, de la Universidad Nacional de Kyungpook. La visita de William Perry en mayo de 1999 se enmarca en el mismo contexto.

La seguridad regional es un tema clave para todos los actores. En los programas armamentistas de Pyongyang se apoya Estados Unidos para justificar la puesta en marcha de su iniciativa de defensa antimisiles que asocia a Japón e irrita a China. La distensión del eje Pyongyang-Washington-Tokio es de gran importancia. A los pocos días de la cumbre intercoreana, el ministro de defensa, Kim Il Chol, viajaba a Beijing. También Moscú, igualmente crítico con el proyectado escudo de Washington, quiere estar presente. Al mes de la cumbre, Vladímir Putin, viajó a Pyongyang, para ofrecer su devaluado apoyo. Las relaciones de la Rusia de hoy no son las fraternales del pasado y China ha pasado a ocupar esa primera plaza preferencial, pero Moscú aspira a contribuír al mantenimiento del frágil equilibrio militar con el Sur. Su política de generoso aprovisionamiento le ha reportado en el pasado importantísimas ventajas como el uso del espacio aéreo norcoreano para controlar los movimientos militares chinos en Manchuria o en el golfo de Bohai y el uso de los puertos norcoreanos por los buques de su Armada en sus escalas. El fin de la URSS obligó a Pyongyang a modificar esa relación privilegiada que intenta reconducir con una China que normalizaba con prudencia pero a pasos agigantados sus relaciones con Seúl. Mientras Moscú exige el pago de su petróleo en divisas convertibles, agravando la situación de la economía de Pyongyang, la visita del presidente de la Asamblea Popular Suprema, Kim Yeong-nam, a Beijing en junio de 1999, explicita el inevitable cambio de orientación.

También con Japón el diálogo ha adquirido un nuevo impulso, aunque sin resultados por ahora. Tokio, que en 1992 decidió suspender las negociaciones bilaterales por la lejanía de sus posiciones, vuelve a poner sobre el tapete la delicada cuestión de los japoneses detenidos por Corea del Norte en los años setenta y ochenta, al parecer implicados en labores de espionaje y Pyongyang no da un paso atrás en la exigencia de compensaciones por la dominación colonial japonesa de la península entre 1910 y 1945.

¿1+1=1?

El origen geopolítico e histórico de la partición de Corea a la altura del paralelo 38 se remonta a finales del siglo XIX, cuando Japón hizo saber que el centro de su línea de interés pasaba por la península coreana, afirma Cheong Seong-chang, del Instituto de Estudios del Extremo Oriente de la Universidad Kyungnam. La participación china y japonesa en la represión de los movimientos populares campesinos alzados contra la dinastía coreana de la época, anticiparon el preludio de la división territorial del país que en sucesivos momentos siempre tendrá el paralelo 38 como eje de referencia.

El Comunicado conjunto Norte-Sur de 4 de julio de 1972 es la base principal del diálogo intercoreano. En él se establecen los llamados principios de la unificación: independencia, paz y gran unión nacional que, en suma, proscriben toda intervención extranjera, pacífica o armada, en esta cuestión. Con base en ese acuerdo se contemplaba la creación de un Comité de Coordinación Norte-Sur y cinco subcomités (político, diplomático, económico, militar y cultural). Pero en junio de 1973, a la tercera reunión, el comité de coordinación cesó en sus actividades sin dar tiempo siquiera a la constitución de los subcomités. Aquella iniciativa tuvo sin embargo el enorme valor de cesar las frecuentes incursiones y confrontaciones militares.

A finales de 1988 se retomó el diálogo y tres años más tarde se formalizó un "Acuerdo sobre la reconciliación, no agresión y los intercambios y la cooperación entre el Norte y el Sur", evidenciando el primer giro sustancial de la política de Pyongyang ante el declive soviético. Las dos partes crearon entonces una comisión militar común llamada a velar por la seguridad común. Otros acuerdos, nunca llevados a la práctica, contemplaban el fomento de las relaciones bilaterales en el ámbito humanitario y de las comunicaciones de todo tipo.

Aún en abril de 1996 Seúl proponía una conferencia a cuatro (las dos Coreas, Estados Unidos y China) para encauzar de forma garantizada el diálogo bilateral. Las autoridades norcoreanas decidieron participar a finales del año siguiente pero la vaguedad de las propuestas y la desconfianza mutua impidió avances mínimos.

A la vista de tan delicada e infructuosa trayectoria, los avances de los últimos meses pueden calificarse de espectaculares. Desde el encuentro de junio ha proseguido la implementación de medidas de confianza entre las dos Coreas. Al margen de algún incidente puntual como la penetración de su espacio aéreo por parte de aviones estadounidenses, nadie ha querido dar marcha atrás. En agosto último se anunció la puesta en marcha de una línea férrea y la construcción de una carretera que unirá al Sur con el Norte; en noviembre se constituyó una comisión para la cooperación económica intercoreana; el intercambio de visitas de delegaciones de alto nivel y en todos los frentes (defensa, política, humanitario, etc) se ha disparado y a comienzos del 2001 está prevista la celebración de una nueva cumbre. La seriedad del actual proceso también puede medirse en otros reflejos, como por ejemplo, en la preocupación exhibida por algunas cancillerías que hasta ahora se han visto beneficiadas -y pueden verse perjudicadas en el futuro- de la "indisciplina" internacional de Pyongyang. A primeros de julio, el primer ministro librio, Abdulrahman Mohamed Shalgham, visitó Corea del Norte, con objeto de garantizar su aprovisionamiento militar en el nuevo marco político.

¿Puede haber marcha atrás? ¿Cabe esperar un desenlace vertiginoso, a la alemana? ¿Que será del régimen de Corea del Norte? ¿Podrá subsistir políticamente o quebrará su frágil equilibrio social a medida que se profundice su apertura? Las preguntas son inevitables. Al poco de iniciarse el nuevo clino intercoreano, a través del puerto chino de Dandong, llegaban los primeros envíos de Coca-Cola. ¿Un signo de los nuevos tiempos que se avecinan también aquí?

Los más optimistas hablan de un mínimo de entre 10 y 20 años para que el deshielo comience en serio y pueda hablarse de reunificación. Factores externos e internos pueden darle la razón, pero todo puede quebrarse en cualquier momento. En primer lugar, nadie ganaría ahora con el descalabro en el Norte, a todos les interesa garantizar un mínimo de estabilidad y una transición ordenada que evite una hecatombe económica y social. Ni el Norte es la RDA en términos económicos o demográficos, ni el Sur es la RFA. La suma es tentadora: setenta millones de personas que a poco podrían rivalizar con el poderío nipón, dicen, pero el coste económico de la unidad sería mayor que en el caso germano. Por otra parte, es impensable la unificación sin el visto bueno de China, que exigirá en cualquier caso la neutralidad de la peninsula y la retirada de las tropas estadounidenses. El arreglo puede ser largo y difícil y mientras tanto todos tienen interés, paradójicamente, en sostener el régimen del Norte, un país cada vez más ficticio, ideológicamente perverso y económicamente muy empobrecido.

En la población del Sur, más allá de la fiebre por las baratijas del Norte, el entusiasmo no es para tanto. Existe naturalmente simpatía pero también temor a la pérdida de empleos y bienestar. Daewo ha sido desmantelado y su rama automovilística caerá en manos de Ford, Samsung ya fue vendida a Renault y Hyundai Motor se convertirá en un socio estratégico de Daymler-Chrysler, asegura la prensa económica. Aunque con mucha prudencia por el momento, las empresas del Sur aspiran a hacer grandes negocios en el Norte aprovechando la barata mano de obra cualificada, especialmente en el sector textil. Hasta ahora la única experiencia de cierta importancia, Daewo, ha sufrido importantes pérdidas debido a la escasez de energía y a las dificultades añadidas de la no normalización (no concesión de visados, problemas para importar piezas de recambio, etc).

Asi las cosas, es previsible una continuación del diálogo intercoreano y una aproximación progresiva, si bien subsisten los riesgos de interrupción e incluso de una ampliación de la polarización en torno a un Sur apoyado por Estados Unidos y un Norte respaldado por la nueva China emergente. Por lo demás, a medio plazo la reunificación parece inevitable.