El liderazgo de Hu Jintao va tomando cuerpo. Su elección en noviembre de 2002 como secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) confirmaba la mayor previsibilidad de la política china en los tiempos de la reforma, conducida según el discurso de la nueva institucionalidad que pone el acento en la transición programada a la cuarta generación de dirigentes, según el esquema fijado varios años antes por el propio Deng Xiaoping. Después de trece años de largo mandato de Jiang Zemin, se iniciaba la asunción del poder por el delfín elegido por Deng, quien había fallecido en 1997. A pesar de haber transcurrido un lustro desde entonces, en la cúpula china, unánimemente respetaron su voluntad.
Como es habitual en el sistema político chino, una vez elegido secretario general del PCCh, Hu Jintao debía asumir todos los poderes, es decir, acceder a la presidencia del Estado, que se formalizaría al año siguiente, cuando la Asamblea Popular Nacional (APN) le consagra en el puesto, y presidente de la Comisión Militar Central. Solo en marzo de 2005, es decir, dos años y medio después de ser elegido secretario general del PCCh, lo que viene a representar la cuarta parte del máximo de su mandato ““dos quinquenios en virtud de aquella nueva institucionalidad-, ha podido Hu Jintao completar la trilogía del poder, confirmando así también la dirección absoluta del partido sobre el Ejército. Es entonces, realmente, a partir de marzo de 2005, cuando, vencidas las resistencias de Jiang Zemin, su antecesor, puede hablarse de que Hu Jintao ha dado los primeros pasos serios para consolidar su poder en China y desplegar, llegado el caso, una política con perfil propio(1).
En 2002 todo eran incógnitas acerca de la identidad política de Hu Jintao. Gris y continuista para algunos, brillante y posible gorbachoviano para otros, el nuevo líder chino se ha cuidado mucho de representar el equilibrio y la armonía, tanto en su vertiente interna como exterior, conocedor experimentado de los problemas y dificultades crecientes que acechan el liderazgo del PCCh en el plano interno y a la emergencia de China en el contexto internacional.
En dos grandes trazos cabe identificar y resumir la agenda de Hu Jintao. De una parte, una voluntad más perceptible de afirmación de su mandato, que se esfuerza cada vez más por diferenciar respecto a la etapa anterior, crecientemente criticada en los círculos dirigentes chinos. Los principales pilares de la gestación de este nuevo discurso son: el impulso socio-político y las relaciones con Taiwán. De otra, las relaciones con el exterior, desarrollando con mayor ímpetu el protagonismo internacional de China.
Del impulso social a la reforma política
Recientemente se ha sabido que China puede confirmarse como la cuarta potencia económica mundial(2). Ya podría serlo incluso antes de tener en cuenta en el cómputo la economía de Hong Kong, pero Beijing insiste en contabilizarla aparte. La reevaluación de las dimensiones del sector servicios y de las pequeñas empresas, ha propiciado un aumento del 16,8% de la significación de la economía china. Todas las cifras del crecimiento económico desde 1992 están siendo revisadas al alza, reconociendo así la tantas veces cuestionada fiabilidad de sus estadísticas.
La magnitud del cambio experimentado por este país en las dos últimas décadas, asombroso en muchos sentidos, contrasta, no obstante, con otras estadísticas menos halagüeñas, también recientes, las dadas a conocer por el PNUD(3), que evidencian el grave deterioro de la situación social. A pesar de que, como consecuencia de la reforma, 250 millones de personas han salido de la pobreza, en China se ha encendido la luz roja de las desigualdades sociales.
Entre los principales problemas destacados en el informe del PNUD, que ha sido elaborado con la participación de investigadores chinos, cabe citar dos: los millones de campesinos desprovistos de tierra para favorecer los proyectos inmobiliarios o industriales; y la falta de cobertura educativa, sanitaria, de seguridad social o desempleo de amplísimos colectivos sociales, que alargan las cifras de los excluidos del avance económico, en especial, los residentes en el campo y los emigrantes internos.
La revelación de estos datos, que muchos intuían obviamente, ha provocado una cierta convulsión en China. Deng Xiaoping no había previsto la magnitud de los efectos sociales de la reforma. La valoración del tiempo de Jiang Zemin y de Zhu Rongji es cada vez más crítica y los nuevos líderes rechazan ahora cualquier signo de asociación continuista en este orden, prefiriendo honrar a dirigentes que gozan de mayor popularidad, como Hu Yaobang, homenajeado con motivo de cumplirse el noventa aniversario de su nacimiento. Y podría haber más gestos en la misma línea muy pronto.
Hu Jintao y Wen Jiabao, este al frente del gobierno, insisten en la prosperidad común y en la armonía, pero necesitan dar pasos más enérgicos para que el impulso social de la reforma pueda llegar a apreciarse. Los altos dirigentes del Partido y del Estado hacen donativos a las víctimas de los desastres y a los ciudadanos pobres, en una iniciativa que ha sido imitada por todo el espectro partidario y sus aledaños. Pero la caridad no es suficiente para reducir la brecha de ingresos, las diferencias en esperanza de vida, en alfabetización, o entre hombres y mujeres.
Los graves sucesos de Dongzhou, donde varios campesinos perdieron la vida en un enfrentamiento con la policía, dan cuenta de la intensidad del descontento con la corrupción, y con la desigual percepción de los beneficios del desarrollo chino. Solo una capa muy pequeña de la población, el 0,5%, controla más de la mitad de la riqueza nacional, según fuentes de la Academia China de Ciencias Sociales.
Pese a todo, los campesinos chinos, casi aún las tres cuartas partes de la población, entre quienes gana terreno la añoranza de Mao, pudieron despedir el año con una buena noticia: la supresión completa de los impuestos agrícolas en todo el país, aunque ello solo aliviará un poco su situación, muy deteriorada por la voracidad inagotable de unas autoridades locales que el poder central es incapaz de controlar de forma eficaz.
En ese orden, el peso y la importancia de los trabajadores rurales que han emigrado del campo a la ciudad no ha sido aún objeto del reconocimiento adecuado ni en China ni en el exterior. A primeros de abril de 2005, en Shenzhen, ciudad próxima a Hong Kong, una de las primeras zonas económicas habilitadas por la reforma y con una “antigüedad” no superior a los 30 años, la población permanente ascendía, según cifras oficiales, a 1,65 millones de personas, mientras que la población inmigrante inscrita sumaba 10,25 millones de los que más de 6 millones habitaban en ella desde hace menos de un año. Esa accesibilidad para acoger a los nuevos “buscadores de oro” le ha permitido a Shenzhen realizar varios “milagros” en la historia del desarrollo económico de China, pero igualmente pone de manifiesto la magnitud de los desafíos sociales y medioambientales que implica esta enorme transformación.
En lo social, en los últimos años, se han multiplicado los conflictos entre los trabajadores rurales que emigran a las ciudades y las respectivas autoridades, originando numerosos movimientos que han obligado al Estado a reconocerles ciertos derechos, abriendo cauces para que sus problemas sean tratados con mayor atención. Son estos colectivos quienes están sentando las bases de una nueva relación entre el poder y la sociedad en la nueva China(4).
Campesinos y trabajadores, burocracia económica y Estado-Partido son los tres ejes esenciales que han modelado la realidad china actual. No obstante, un nuevo espacio público está surgiendo a la sombra de la pequeña independencia ganada por unos campesinos que van del campo a la ciudad, sin apenas control, donde pasan a engrosar las filas de la marginalidad que vive, en buena medida, de espaldas a los tradicionales instrumentos de encuadramiento del Partido. A partir de 2002, el Estado se ha planteado la integración de estos colectivos, que tanto han contribuido al crecimiento chino, a fin de recuperar credibilidad y confianza entre los eslabones más débiles y menos beneficiados por el auge económico del gigante oriental.
En efecto, ni el Estado ni el Partido pueden ya cerrar los ojos ante la realidad. Como es sabido, en China, solo quienes tienen residencia tienen derechos en el ámbito local(5). Las autoridades urbanas niegan la residencia a los emigrantes, por lo tanto, carecen de derechos, incluso sus hijos, para quienes han debido organizar escuelas alternativas cuyas enseñanzas no gozaban del reconocimiento oficial. El nuevo equipo dirigente que lidera Hu Jintao ha sido lento en la definición de nuevas políticas sociales, pero parece convencido de la necesidad de abordarlas para concretar el mensaje de armonía y prosperidad común. Se trata de una exigencia básica para preservar la estabilidad y el orden social, muy afectados entre estos colectivos, donde la marginalidad invita, en demasiadas ocasiones, a la criminalidad y a la delincuencia. La nueva política trata de erradicar toda conducta discriminatoria con estos segmentos de población, garantizándoles formalmente el derecho a la educación, al empleo y a los servicios públicos; y también el acceso a los propios servicios del Estado, a la administración de justicia, al Partido, en definitiva, a todas aquellas instancias que pueden contribuir a la resolución de los conflictos, en una estrategia cuya norma de principio consiste en reconducir los problemas existentes a la condición de conflictos más privados que sociales.
Según el discurso oficial, las autoridades centrales toman partido ahora por los emigrantes, habilitando políticas de formación profesional y jurídica, promoviendo una nueva conciencia cívica a través de los medios de comunicación, estimulando incluso a los sindicatos oficiales, que antes habían rechazado la afiliación de los emigrantes, a implicarse en la sindicación activa de estos colectivos, y apelando a la responsabilidad de las autoridades locales y de los empresarios para recuperar el equilibrio en sus relaciones con los trabajadores procedentes del mundo rural.
Pero ¿qué ha cambiado? Por ahora, no mucho. Las condiciones de trabajo (salarios y horas extra sin pagar, aumento del horario de trabajo, ausencia de normas de seguridad, elevada frecuencia de accidentes de trabajo, ausencia de seguridad social, falta de apoyo en caso de accidente o enfermedad profesional) y la protección de sus derechos no han mejorado sustancialmente. De despacho en despacho, autoridades y empresarios no se ponen de acuerdo, mientras los trabajadores son maltratados o incluso asesinados ““cuando protestan-, u optan ellos mismos por el suicidio o se inmolan en expresión de disconformidad y desesperación ante los abusos de los empresarios.
El Partido, con este nuevo discurso, hace amago de distanciamiento de los empresarios ““a quienes invita, por otra parte, a ingresar en sus filas- y de las autoridades corruptas que no protegen a los trabajadores ni aseguran el respeto a la ley. No es el sistema el que falla, viene a decírsenos otra vez, sino individuos concretos. Pero de poco valen las campañas políticas cuando la vida cotidiana no cambia.
Las protestas y huelgas de los trabajadores que reclaman el simple respeto a la ley están ganando espacio legítimo en la vida social china, exigiendo a las autoridades que asuman su papel o consientan la aparición de posibles organizaciones alternativas. Todo un reto para los sindicatos y organizaciones oficiales, muy preocupadas por la tendencia a la autonomía en estos colectivos, afianzada ante la creciente desconfianza respecto al oficialismo, habitualmente entregado a los intereses empresariales. La aparición de organizaciones alternativas, sin estatuto oficial, que desarrollan labores de apoyo y asistencia, muchas de ellas autoorganizadas por los propios emigrantes, en su mayoría registradas como empresas y con apoyo exterior, entidades que el Estado, a veces, pretende cooptar, es un fenómeno consolidado en ciudades como Shenzhen y otras donde la presencia de estos sectores es una realidad significativa y que compite con el Estado, que también recurre a la creación de ONGs, a modo de delegación de sus funciones, aunque evitando el empoderamiento real de la sociedad.
Todo ello da cuenta de la peculiar ebullición que presenta lo social en China, anunciando cambios y transformaciones que el PCCh tiene dificultades para acompañar, más allá del simple enunciado o consigna. Aunque con ellas legitima las reivindicaciones y aspiraciones de los emigrantes, no consigue vencer las reticencias de estos colectivos que expresan su preferencia por la autoorganización para exigir sus derechos.
La publicación de un Libro Blanco sobre la democracia en China, presentado el 19 de octubre de 2005(6), pudiera abrigar posibilidades de una respuesta política a estos nuevos desafíos, innovadora respecto a las tendencias tradicionales. Pero la lectura atenta de dicho texto descarta esa hipótesis. Se trata, en primer lugar, de un documento que ratifica la plena vigencia del actual sistema, sitúa en el plano del “malentendido” el desigual camino recorrido por la reforma económica y la política, y advierte que si bien no es perfecto, el actual es el sistema que mejor se adapta a China y define el nivel y tipo de democracia que el Partido Comunista puede admitir.
Por qué un documento que viene a dejarlo todo como estaba? Deng había incrustado en el texto constitucional y también en los estatutos del PCCh su negativa a desarrollar una reforma política en paralelo a la económica. Jiang Zemin, al final ya de su largo mandato, se atrevió a plantear la teoría de “las tres representaciones”, con el objeto de argumentar la captación de las nuevas capas emergentes para las filas del Partido, aún a sabiendas de que ello supondría un alejamiento -¿más?- de su condición proletaria, abundando de facto en su interclasismo. No parece un precio muy elevado por evitar la aparición de expresiones organizadas y alternativas que puedan desafiar a corto plazo el monopolio del poder.
¿Trata Hu Jintao de preparar nuevos desarrollos de aquella teoría con una previa afirmación de fe en el inmovilismo? Los tres años de mandato de Hu, en los que ha avanzado poco aún en la asunción de los poderes necesarios para permitir desarrollar una política propia, son expresión, en realidad, de una falta de voluntad de iniciar en profundidad esta dimensión del cambio, perspectiva que comparten hoy la practica totalidad de los dirigentes chinos. Hu, además, puede sentirse satisfecho, en términos generales, de una gestión que le ha permitido mantener un elevado ritmo de crecimiento económico, controlar los nuevos problemas sociales como el SARS, capitalizar los nuevos éxitos de la carrera espacial, introducir modificaciones legales que abundan en una mayor transparencia del sistema en ciertos aspectos, el hito de la mejora de relaciones con la oposición taiwanesa a Chen Shui-bian, y un creciente protagonismo internacional que rápidamente se está trasladando de la economía a la política.
Una nueva política para Taiwán
Con la excusa de la Fiesta de la Primavera, por primera vez en más de cincuenta años, se iniciaron vuelos directos entre China y Taiwán. En 2003, las aeronaves de Taiwán pudieron recoger en China a sus empresarios para reencontrarse en la isla con sus familias, pero debían hacer vacíos la mitad del trayecto y los aviones del continente no participaban en el dispositivo. En esta ocasión, después de que en 2004 el acuerdo fuese imposible por el temor de China a reforzar las aspiraciones electorales del presidente taiwanés, Chen Shuibian, las novedades fueron importantes: reparto igual de vuelos especiales; tráfico de ida y vuelta sin escalas; ampliación de las ciudades conectadas; ignorancia deliberada de la discusión sobre la naturaleza de los vuelos ““internos o internacionales”“; y asegurando la participación de empresas de las dos partes.
La aprobación, en marzo de 2005, de la ley antisecesión por la APN fue interpretada por algunos como un paso atrás(7). El Presidente Chen rápidamente llamó a la movilización interna e internacional contra la “amenaza de invasión” de China. Pero la iniciativa continental tenía, al menos, tres destinatarios. En primer lugar, los independentistas, entre quienes pretendía disipar las posibles dudas respecto a la firmeza de su posición de defensa de la unificación. El segundo, el resto de la clase política de la isla y el conjunto de la sociedad taiwanesa, acotando los términos del debate y señalando los límites de la tolerancia por parte de Beijing. Y los destinatarios terceros de esta ley son aquellos actores que cuentan con poderosa influencia sobre Taiwán. Beijing, por ejemplo, ha expresado su condena del pacto EEUU-Japón que identifica la seguridad en el estrecho de Taiwán como un objetivo estratégico común. Lo que nos viene a decir Hu Jintao es que incluso siguiendo el ritual político-legislativo propio del Occidente democrático, también la razón estará de su parte si, llegado el caso, decide actuar por la fuerza. Por lo demás, huelga decir que la ley no aporta grandes novedades en su contenido, más allá de la sistematización normativa de los puntos de vista reflejados en numerosos documentos anteriores.
Pero el nuevo enfoque del problema de Taiwán ni empieza ni acaba en dicha ley, en buena medida inoportuna, gestada en el fragor de los temores suscitados por la segunda victoria presidencial de Chen Shuibian, en marzo de 2004, y utilizada por Washington para argumentar su decidido rechazo al levantamiento del embargo de la venta de armas por parte de la Unión Europa a China. El indicador principal del giro inspirado por Hu Jintao ha sido la normalización de relaciones con los partidos de la oposición taiwanesa y, en especial, con el Kuomintang (KMT). La visita al continente de Lien Chan, cuando aún no se habían apagado los ecos de las protestas por la aprobación de la ley antisecesión, se ha revestido de un profundo significado histórico y ciertamente lo tiene. Se trata del primer encuentro entre los dos partidos que protagonizaron la mayor contienda fratricida del siglo XX, el PCCh y el Partido Nacionalista (significado literal de la palabra Kuomintang). La iniciativa partió del continente y se extendió posteriormente a una delegación del Partido el Pueblo Primero (PPP), que lidera James Soong, escisión del KMT, y con el que había concurrido unido en las pasadas elecciones presidenciales de marzo de 2004. Estas dos formaciones controlan la mayoría del Parlamento o Yuan legislativo taiwanés, con capacidad para bloquear las iniciativas del Presidente Chen Shuibian. Y en las elecciones locales del 3 de diciembre obtuvieron un importante triunfo(8).
La celebración del encuentro entre el PCCh y el KMT ha abierto la tercera fase de las relaciones a través del estrecho de Taiwán desde el inicio de la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping, a finales de 1978. En un primer momento, el “Mensaje a los compatriotas de Taiwán”, entre anuncios del cese definitivo de los bombardeos, ya sugería la posibilidad de un encuentro al máximo nivel, entonces solo entre PCCh y KMT, cuando aún el pluralismo político tampoco existía en la isla de Formosa. A ese primer llamamiento, superada la primera respuesta de Taipei (los tres noes: no contacto, no negociación, no concesiones) siguieron el deshielo, las visitas de familiares, y, sobre todo, a medida que la reforma avanzaba en China, la explosión de las relaciones económicas y comerciales entre China y Taiwán. Esa distensión culmina en el encuentro paragubernamental de Singapur de 1993 que prometía un nuevo tiempo en las relaciones bilaterales. La visita del presidente Lee Teng-hui a EEUU provoca, en 1995, un pinchazo serio en las relaciones, abriendo de nuevo paso al tiempo de las hostilidades, que cristalizó en las maniobras militares continentales, desarrolladas en vísperas de las elecciones presidenciales de 1996, las primeras enteramente democráticas de Taiwán y también de China en sus más de cinco mil años de existencia. La elección en 2000 de Chen Shui-bian, candidato del PDP, de signo soberanista, agravó aún más los desencuentros(9).
El giro auspiciado por Hu tiene sus antecedentes en los llamados “ocho puntos” de Jiang Zemin, enunciados en enero de 1995. El entonces secretario general del Partido Comunista planteaba, como novedad respecto a posicionamientos anteriores, la extensión del diálogo chino-taiwanés a las diferentes fuerzas políticas con presencia real en la isla. Hu ha recibido incluso al Partido Nuevo, más pro-unificación, que cuenta con un solo diputado, elegido en la circunscripción de Qinmen, una isla situada a escasas millas del continente. El problema más serio es el PDP, ya que, salvo nuevos cambios, la aceptación del principio de la existencia una sola China es condición sine qua non para que un encuentro pueda llegar a efectuarse. Y por el momento no parece probable.
Los encuentros mantenidos a lo largo del año 2005 han generado una nueva dinámica en las relaciones bilaterales. El Presidente Chen ya ha dado muestras de no querer quedar fuera de juego, pasando de las acusaciones iniciales de traición a un discurso cada vez más conciliador. La presencia gubernamental no fue necesaria para que las líneas aéreas del continente y de la isla pudieran realizar vuelos directos con motivo de la Fiesta de la Primavera, también por primera vez en muchos años. China, con la vista puesta en los Juegos Olímpicos de 2008, sabe que en Taiwán cuenta con millones de potenciales visitantes que pueden asistir en masa a los eventos si, por fin, se soluciona el problema de los vuelos directos. Un millón de taiwaneses vive ya en el continente y unos 300.000 empresarios de la isla dinamizan las relaciones bilaterales, con un margen de beneficios alto pero que se ve reducido por causa de la inexistencia de comunicación e intercambios directos. Si ese problema se resuelve, le será muy difícil al Presidente Chen seguir blandiendo la imagen de hostilidad y agresividad del continente que tantos beneficios electorales y políticos le ha proporcionado hasta la fecha.
La estrategia de Hu Jintao para encarar el problema de Taiwán tiene, pues, dos pilares principales. El primero, se orienta a la propia sociedad taiwanesa, a quien trata de seducir ahora con una política de apaciguamiento y de intercambio recíproco beneficioso. La profundización del entendimiento con la oposición a Chen le brinda una magnífica oportunidad para ganar credibilidad ante una opinión pública local muy alejada del empeño unificador continental y básicamente conforme con el statu quo. Hu sabe que si los taiwaneses quieren la unificación, nadie podrá impedirlo. Que lleguen a desearlo sinceramente parece ahora su objetivo, lo cual descarta cualquier atisbo de uso de la fuerza en tanto no se den pasos en dirección a la independencia. El segundo pilar afecta a las relaciones con Japón y, sobre todo, EEUU.
La emergencia pacífica(10)
Nunca han sido fáciles las relaciones entre China y Japón. La nipofobia, como se ha visto en las manifestaciones registradas en abril de 2005 en varias ciudades chinas, es muy fácil de estimular cuando Japón sigue publicando manuales escolares que minimizan el alcance de la invasión japonesa de los años treinta del siglo pasado. A los desencuentros históricos se unen ahora diferencias geopolíticas, litigios territoriales y la competencia económica y comercial en un tiempo de transición en el que un nuevo mapa se está perfilando en la región.
La falta de reconocimiento por parte de Japón, de sus responsabilidades históricas por el daño infligido a China y a otros países asiáticos no es un asunto baladí. Tampoco nuevo. La diferencia entre la actual y otras situaciones anteriores similares radica en el contexto. Primero, en el plano bilateral. China y Japón tienen dificultades para ponerse de acuerdo en las indemnizaciones a satisfacer a las víctimas por los daños causados, también en la asistencia técnica a prestar para la retirada de las armas químicas que aún se hallan en territorio manchú, mientras se multiplican los gestos de corte nacionalista que generan un profundo hastío en sus vecinos, especialmente cuando cuentan con la implicación de las máximas autoridades del país (visitas al templo Yasukuni). La decisión de conceder un visado a Lee Teng-hui, la recepción al Dalai Lama, la inclusión de esta isla en el perímetro estratégico defensivo nipoestadounidense, las actuaciones desarrolladas en determinados islotes cuya titularidad es objeto de disputa, etc., tampoco son asuntos menores. Y a ello debemos añadir una tendencia de fondo, el progresivo desplazamiento de la influencia económica y comercial nipona en numerosos países de la región en beneficio de China, potencia emergente, y el subsiguiente nacionalismo-refugio que Japón avizora después de una década de crisis que no parece tener fin.
Segundo, en el plano regional y mundial. La protesta china, más intensa que en anteriores ocasiones, tenía un objetivo principal, desacreditar el intento de Japón de acceder al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Un país que se niega a asumir su pasado más tortuoso no es digno de formar parte de tan selecto sanedrín. Las manifestaciones, los millones de firmas recogidas por toda China y otros países, forman parte de una estrategia que ha podido dañar sensiblemente la imagen de Japón en el mundo y resultar muy exitosa. La actitud de Tokio a este respecto es difícilmente comprensible.
Por último, China, afirmando sus exigencias ante Japón, envía de nuevo un mensaje a EEUU, el país tercero pero decisivo en Asia Pacífico, para que modere a un aliado que evidencia cada vez más intenciones y propósitos de abandonar su situación de marginalidad política, asumiendo un protagonismo negativo que preocupa en la región, generando admiración y temor al mismo tiempo, una percepción, paradójicamente, equiparable a la suscitada por China. Beijing, donde el nacionalismo también se presenta como un buen puerto de escala, no está dispuesto a transigir en cuestiones que considere de principio y que afecten a su orgullo nacional. El tiempo de las humillaciones ha pasado.
Cabe imaginar que en los próximos años, situaciones como la presente se nos vuelvan familiares. Así será en tanto estas dos potencias no encuentren un lenguaje común para resolver sus diferencias y, sobre todo, en tanto Japón no encaje el despertar chino y sus consecuencias.
En relación a EEUU, el primer diálogo estratégico entre China y EEUU, celebrado en agosto, ha estado precedido por la escenificación de numerosas tendencias y fenómenos que acreditan la creciente importancia de las relaciones bilaterales y la manifestación de las principales actitudes que privilegian cada una de las partes.
En paralelo a este encuentro se desarrollaron también en Beijing las conversaciones a seis bandas sobre la cuestión nuclear norcoreana, en las que China se desempeña con un notorio protagonismo, al igual que ocurre en otros ámbitos geográficos próximos y de interés para EEUU como es Asia central, donde se incrementan los movimientos para reclamar la retirada de las tropas norteamericanas estacionadas en la zona. China, pues, aparece en cada vez más escenarios como un referente inevitable a tener en cuenta, más allá de su papel exclusivamente económico o comercial, erigiéndose como un referente estratégico de primer nivel.
Con el fin de generar un ambiente propicio para ese primer diálogo estratégico, el 21 de julio, el Banco Popular de China anunciaba la reforma del mecanismo de la formación de la tasa de cambio del renminbi o yuan, adoptando un sistema flotante, aunque con un margen inicialmente estrecho pero sujeto a modificaciones, tal y como reclamaban desde hace tiempo las autoridades estadounidenses. El gesto chino, no obstante, no fue suficiente para sanar las crecientes heridas que afloran en las relaciones bilaterales (hoy por el textil, mañana por el calzado), en las que abundan numerosos desacuerdos en el orden económico que se “resuelven” por la vía de facto de la vulneración unilateral de las reglas de la OMC, a pesar de las quejas de Beijing, y a los que debió sumarse poco después el mal sabor dejado por haber obligado a la china CNOOC a abandonar la compra de Unocal, debido a fuertes presiones políticas por parte de EEUU a fin de dejar la vía libre a la americana Chevron con una oferta inferior.
Los desaires de Washington no acabaron ahí. Cuando la Cámara de Representantes aprobó el presupuesto del Departamento de Estado para 2006-2007, decidió también recomendar los encuentros entre oficiales de alto rango de Taiwán, incluyendo el presidente y la vicepresidenta o los ministros de defensa o de relaciones exteriores, con sus homólogos de EEUU. Nada puede irritar más a China que un anuncio de estas características y sus autoridades han reaccionado rápidamente, calificando el acuerdo de “grosera interferencia en los asuntos internos de China”.
En las mismas fechas, Tang Jiaxuan, antiguo ministro de asuntos exteriores de China, cumplimentaba a los principales dirigentes de EEUU, a fin de preparar el encuentro que debían mantener en septiembre Hu Jintao y George Bush, malogrado por las secuelas del huracán Katrina. Taiwán ha estado muy presente en dichos encuentros, tratando de garantizar el compromiso de Washington con el statu quo vigente y al recordar a todos que Taiwán es un asunto clave en las relaciones bilaterales, no dudó en afirmar que nunca se aceptará en Beijing la secesión o la independencia de la isla. Sin los aspavientos del general Zhu Chenhu, que había declarado a una revista de Hong Kong que China podría usar, llegado el caso, el arma nuclear para proteger la integridad del país, Tang Jiaxuan, no ha transmitido menor firmeza.
Por si faltaban ingredientes, el 19 de julio se publicaba el informe anual del Pentágono sobre el estado del ejército chino, en el que, una vez más, se abundaba en el alarmismo de los “especialistas” que tratan de servir argumentos para seguir hablando de la amenaza china. Obra coordinada por Mike Pillsbury, un sinólogo próximo a los halcones del Pentágono y consejero de Rumsfeld, en ella se sitúa a China como el enemigo estratégico número uno de EEUU, calificando de “histórico” su potencial militar, en condiciones de intimidar no sólo a Taiwán sino también a las fuerzas estadounidenses desplegadas en la región y a países aliados como Japón.
El cálculo sobre los gastos militares ilustra el notable alejamiento existente entre EEUU y China. Según Beijing, para 2003, su presupuesto se situaría entre los 25 y los 30 mil millones de dólares. Para Washington, no menos de 70 a 90 mil millones de dólares, pasando a situarse en tercer lugar, después de Rusia. La diferencia entre las estimaciones de uno y otro es de 60 mil millones de dólares. Pero si tenemos en cuenta que China compra a Rusia, hoy su principal suministrador, una media de 2 a 3 millones de dólares por año en artefactos bélicos, resulta difícil creer en la disposición adicional de otros 87 mil millones de dólares para otros usos. Japón, en su libro blanco de la defensa nacional, presentado el 2 de agosto, insiste también, secundando el discurso estadounidense, en la exageración de la amenaza china, alertando sobre el movimiento de barcos de la Marina de Beijing.
RAND Corporation, conocido think tank estadounidense, califica de muy exagerados estos cálculos, poco fiables, e insisten en que el poder militar chino está sobredimensionado, algo que conviene especialmente a EEUU para justificar su elevado presupuesto y su escalada militar planetaria, incrementar sus ventas en la zona (y en primer lugar a Taiwán) y deteriorar la imagen de China en el mundo, presentándola como un país que apuesta por incrementar su potencial militar cuando no existe ninguna amenaza creíble en su entorno y, por lo tanto, con propósitos más atacantes que defensivos.
EEUU, con un presupuesto militar de 417,6 mil millones de dólares en 2005, no se contenta con exagerar el poder militar chino, sino que activa toda su fuerza diplomática para condicionar las decisiones de la UE, por ejemplo, o de Ucrania o de Israel, aprobando iniciativas legislativas, como la aprobada en el mes de julio, para castigar a aquellas empresas que vendan armas a China. Trata, por otra parte, de consolidar su presencia en Asia central, y presiona a Vietnam para que le arriende la base naval de Kamrang, anteriormente ocupada por los soviéticos. Y completar el cerco.
El diálogo estratégico entre EEUU y China, que no carecerá de contenidos, debe ser, pues, muy estimulado para favorecer el aumento de la confianza recíproca, que no será fácil de obtener ante tantas y delicadas divergencias.
Por último, en paralelo al tratamiento de las delicadas relaciones con estos dos países, Hu Jintao ha proseguido con su política de una mayor implicación en los asuntos internacionales. Desde que en marzo de 2003 asumió la jefatura del Estado ha viajado mucho al extranjero, a menudo para negociar el establecimiento de acuerdos con países productores de materias primas necesarias para la industria china. Hu ha viajado a América Latina, África, Australia, a Canadá o al Asia Central. La gran excepción es Japón y tampoco puede decirse que haya visitado oficialmente EEUU, al malograrse la visita programada en septiembre último(11).
Su participación, por segunda vez, en una cumbre del G8, debía evidenciar ante el mundo la creciente importancia de China y su comercio, en un momento en que los roces con los países desarrollados son cada vez más pronunciados. El debate en Glenagles acerca de la tasa de cambio del renminbi, la moneda china, expresaría la reconocida influencia de Beijing en el rumbo de la economía mundial. Este era uno de los temas estrella en esta cumbre y que legitimaba no sólo su asistencia a Escocia, sino su liderazgo entre el grupo de países en vías de desarrollo que habían sido invitados y a quienes China trata de asociar a su innovador impulso de la cooperación Sur-Sur, en especial, a través de sus renovadas relaciones con América Latina.
Pero una vez más, el terrorismo, con toda su desgarradora intensidad, se ha cruzado en su camino, no sólo para opacar, lógicamente, los principales temas de la agenda de la cumbre, sino también, previsiblemente, para dificultar y congelar algunas reivindicaciones importantes, previamente consensuadas con Rusia, y que aspiraban a pasar página de algunos efectos del 11S.
En una gira previa a la cumbre, Hu Jintao y los líderes de los países miembros de la Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS), que incluye a Rusia y cuatro países de Asia Central, habían acordado reclamar a EEUU la fijación de una fecha límite para ordenar la retirada de sus tropas estacionadas en la región e incentivar la cooperación militar entre estos países, multiplicando las acciones conjuntas en materia de seguridad y defensa.
La permanencia estadounidense en esa región se ha justificado en la necesidad de preservar la lucha antiterrorista, pero es contemplada por Moscú y Beijing como una seria amenaza a sus intereses geopolíticos y estratégicos, vinculando dicha presencia con el aumento de las recientes tensiones en toda la zona.
El compromiso entre Rusia y China se canaliza a través de esta organización, la primera de signo multilateral que se ha creado a instancias de Beijing, en lo que constituye todo un signo de su voluntad de implicarse en la gestión de los asuntos regionales y mundiales, pues de ello va a depender no solo su nivel de influencia en términos abstractos sino también el futuro del proceso de modernización en curso.
El terrorismo, esta vez en Londres, ha eclipsado de nuevo la acción de la diplomacia china, repleta de gestos inmediatos para acreditar su emergencia pacífica en la escena internacional. A sus intereses en la cumbre del G8 y esa reclamación del Grupo de Shanghai se debe sumar también el ejercicio conjunto realizando con Rusia en aguas del Mar Amarillo, de gran valor simbólico, tanto por lo que supone de superación de las viejas enemistades como por la demostración de la aparente solidez del nuevo idilio con Moscú, con el que trata de imponer un contrapeso a las presiones de orden monetario y comercial ejercidas por EEUU y Europa.
La urgencia medioambiental
La magnitud del desafío medioambiental ha quedado de manifiesto cuando una inmensa mancha de productos químicos tóxicos atravesó la ciudad de Harbin, en el noreste de China, arrastrada por la corriente del río Songhua, la principal fuente de agua potable de la localidad. Las aguas del río se contaminaron con benceno tras la explosión a mediados de noviembre último de una planta petroquímica en la vecina provincia de Jilin, que provocó una mancha tóxica de 80 kilómetros de largo. Según el periódico China Daily, tras la explosión, unas 100 toneladas de benceno fueron vertidas en el río Songhua, afluente del Amur, en la frontera natural chino-rusa. Moscú solicitó información a las autoridades chinas sobre la magnitud de la catástrofe para poder proteger a las comunidades rusas que residen en las proximidades.
El accidente y sus consecuencias han llamado la atención sobre el problema global del agua en el contexto chino, en especial, las dificultades para el suministro de agua limpia o el problema de la escasez de agua tanto para uso industrial como doméstico, en un número creciente de casos en la zona urbana de China septentrional. De las cinco mayores cuencas fluviales de China, donde viven 900 millones de los 1.300 millones de habitantes del país, sólo la del Yangtsé posee en la actualidad un suministro abundante de agua. Las cuatro cuencas septentrionales ““ríos Amarillo, Hai, Huai y Liao-, por su parte, se caracterizan por una grave escasez de agua y el aumento del trasvase de agua hacia usos no agrarios. La cuenca del río Hai, donde se encuentran Beijing y Tianjin, cuenta con 92 millones de habitantes y actualmente sufre un déficit crónico. De las 640 mayores ciudades de China, más de 300 se enfrentan a la escasez de agua, con 100 de ellas sufriendo severas restricciones.
China ha experimentado una espectacular industrialización desde las reformas económicas de 1978, además de un aumento del consumo de energía, sobre un fondo de crecimiento de la población y de urbanización sin precedentes. Todavía es uno de los países más pobres del mundo en renta per capita, pero el futuro parece prometedor conforme aumentan los ingresos, disminuye la pobreza y la esperanza de vida se aproxima a los niveles occidentales. Pero si no atiende a los problemas del medio ambiente le será difícil mantener un elevado nivel de crecimiento económico en las próximas décadas. Y, además, dado el peso geográfico, económico y demográfico de China, se trata de un tema crucial para toda la comunidad internacional(12).
Es verdad que el gobierno central ha emprendido una irreversible tendencia a invertir más en protección medioambiental; pero sus órdenes no siempre resultan de obligado cumplimiento en el ámbito local y la complejidad de los problemas a resolver, unida al inmediatismo que presiden los cálculos de las autoridades regionales, hacen temer por la efectiva superación de estos “descuidos” que evidencian como el medio natural ha sido una de las primeras y grandes víctimas sacrificadas para asegurar un vertiginoso desarrollo basado en el beneficio a corto plazo pero que, a la postre, puede devenir altamente desastroso.
¿Quién es Hu Jintao?
Poco a poco, Hu Jintao ha conseguido ir mejorando su posición en el seno de la elite china. El mismo preside los más importantes Grupos centrales de dirigentes, y ha promovido, tanto en el poder central como regional, a numerosos cuadros de la Liga de las Juventudes, su principal pilar de apoyo político. La alianza con el primer ministro, Wen Jiabao, le ha permitido reducir progresivamente el peso político de su mayor rival, Zeng Qinghong, quien ocupa una posición clave en la estructura del PCCh, evitando el cara a cara, pero ejerciendo una presión eficaz para abrir camino a algunos cambios.
Ahora bien, Hu Jintao, al igual que sus antecesores, está convencido de que para gobernar China y asegurar la estabilidad política del país, indispensable para culminar con éxito la estrategia reformista, es fundamental asegurar la supremacía del partido único y afirmar la unidad de la dirección política. Si todo va bien, le quedan aún siete años por delante, pero en ese tiempo no avanzará en ninguna reforma que ponga en peligro esos dos principios. La naturaleza y el objetivo de las pequeñas y parciales reformas introducidas en el sistema político chino tratan de agrandar la base de poder del Partido y reforzar los vínculos que relacionan a los dirigentes con una colectividad que, por el contrario, anhela más autonomía. Hu aspira a integrarla en el sistema, no a apoyarse en ella para transformarlo de forma sustancial.
Notas:
(1) Ríos, Xulio, en El Periódico, 13 de noviembre de 2005.
(2) El País, 23 de diciembre de 2005.
(3) Puede consultarse en http://www.undp.org/.
(4) Froissart, Chloé, Travailleurs migrants: lâémergence de mouvements sociaux, en Perspectives Chinoises nº 90, julio/agosto de 2005.
(5) Ollé, Manel, Made in China, Destino, Barcelona, 2005, pp.55 y siguientes.
(6) El texto completo puede conocerse en http://www.bjinformation.com/.
(7) Idem. en http://www.igadi.org/, sección Documentos.
(8) Ríos, Xulio, Taiwán: nuevo revés para Chen Shui-bian, en www.lainsignia.org, 10 de diciembre de 2005.
(9) Ríos, Xulio, Taiwán, el problema de China, La Catarata, Madrid, 2005.
(10) Ríos, Xulio (ed.), Política exterior de China, Bellaterra, Barcelona, 2005.
(11) En The Economist, 5 de noviembre de 2005.
(12) Murray, Geoffrey, Cook, Ian G., China verde, Bellaterra, Barcelona, 2004.