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El atasco chino

Vida en las calles de Shanghai, clic para aumentar
¿Hasta cuándo la pirámide burocrática que hoy dirige los destinos de China se beneficiará de la tolerancia social que conlleva el generoso crecimiento de las tres últimas décadas? Los millones de emigrantes rurales que ahora “obran” buena parte del milagro chino aceptan las miserias y carencias que le acompañan, pero ¿las aceptarán también sus descendientes? (Foto: El día a día en las calles de Shanghai. ©Peter Carney).
 

Hay quien se escandaliza porque en China, diecisiete años después de los sucesos acaecidos en la plaza de Tiananmen, no se someta a revisión lo ocurrido en 1989. Se han cumplido recientemente 40 años del inicio de la Revolución Cultural y tampoco se ha dicho en China una palabra del asunto. Imagínense lo que queda por esperar de seguir así las cosas. Algo está cambiando, claro. En China, algo siempre está cambiando. Pero a su ritmo. Por ejemplo, el pasado 11 de mayo, por segunda vez desde 2004, se anunciaba la desclasificación de expedientes diplomáticos de los años 1956 a 1960. Gestos para la galería que nos sitúan muy lejos de acceder a una mínima transparencia, y que contrasta, por ejemplo, con las instrucciones dictadas recientemente a todos los medios televisivos para que se abstengan de acudir directamente al mercado internacional para obtener cualquier tipo de imágenes. Solo están autorizados a emitir las directamente servidas por las instituciones centrales.

A pesar del tiempo transcurrido, en vísperas de cada aniversario se percibe en muchos lugares de Beijing un claro reforzamiento del dispositivo de vigilancia. Ello a pesar de que buena parte de los jóvenes de hoy parecen estar muy alejados de las preocupaciones de su anterior generación. Fuera de China, los líderes estudiantiles de aquella revuelta han encontrado acomodo, en su mayoría, en el mundo de los negocios. En el interior, la generación que le sigue se debate entre la preocupación por el consumo y la militancia nacionalista.

¿Quiere ello decir que a nadie en China le preocupa la democratización del sistema? Por supuesto que no. Poniendo el parche antes de la herida, el propio régimen ha dado a conocer en octubre último su primer libro blanco sobre la democracia. En él se argumenta el firme rechazo de la democracia occidental, afirmando su vocación de búsqueda de una vía democrática propia, adaptada a las peculiaridades de China, justificada no tanto en valores ideológicos como civilizatorios o en otras particularidades, ya sean demográficas, territoriales o simplemente educativas. La razón de fondo no es otra que la justificación del monopolio partidario. En paralelo, Beijing se desvive por airear los insondables problemas de la joven democracia taiwanesa, asediada por las implicaciones de la familia del presidente Chen en graves escándalos de corrupción que amenazan con desacreditar totalmente no sólo su presidencia, sino también su propio partido y catapultarlo directamente a la oposición.

Hoy día, el relevo de los estudiantes que habían iniciado su protesta en demanda de transparencia y denunciando la sempiterna corrupción, y que acabaron ensalzando a la diosa democracia, puede ser asumido por dos tipos de actores. El primero, a medio plazo, es el propio factor taiwanés. El presidente del Kuomintang (KMT) recibía en Taipei el pasado 27 de mayo al responsable de la ilegal “Federación Pan-azul de China”, formación que reúne a los simpatizantes del KMT en el continente y que ha sido fundada en agosto del año 2004. Con este gesto, Ma, firme partidario del diálogo con el Partido Comunista de China (PCCh), deja claro que cualquier avance en la reunificación, está supeditado a una democratización que pueda colmar, incluso, su legítima aspiración a gobernar democráticamente una China unida. El calado de esta iniciativa es infinitamente mayor al de cualquier estrategia, presuntamente democratizadora, ideada en los laboratorios de la inteligencia estadounidense.

El segundo, son los propios factores internos. Nos dejamos deslumbrar con facilidad por las excelentes cifras del crecimiento chino. Pero las innumerables luces de neón no deberían empañar las graves carencias de su desarrollo, no solo en términos sociales o económicos, sino también políticos. Más allá de su exponencial crecimiento, las autopistas que todo lo inundan, las acristaladas construcciones que dan cuenta de una modernidad un tanto trasnochada y a menudo excesivamente destructora, el país, a veces, parece hueco por dentro, con un poder tan frágil que no sólo alberga grandísimos temores a los brotes incontrolados de descontento, sino que se muestra impotente ante los nuevos y los viejos problemas, proclamando anuncios difíciles de creer (cerrar diez mil minas de carbón en cinco años) o viéndose obligado a negociar con las autoridades locales la implementación de dichas medidas, pues, sin su concurso, el gobierno central carece de poder real para llevarlas a cabo.

¿Hasta cuándo la pirámide burocrática que hoy dirige los destinos de China se beneficiará de la tolerancia social que conlleva el generoso crecimiento de las tres últimas décadas? Los millones de emigrantes rurales que ahora “obran” buena parte del milagro chino aceptan las miserias y carencias que le acompañan, pero ¿las aceptarán también sus descendientes? A muy corto plazo, o el sistema se complejiza para dar soluciones de diverso tipo a los sectores emergentes, o las bolsas de marginalidad no cesarán de crecer. Ese desafío existe y la capacidad de respuesta del régimen es directamente proporcional no sólo a la inyección de numerosos capitales, nacionales e internacionales, que deben servir para amortiguar los conflictos sociales, sino también a la habilitación de fórmulas políticas que permitan su gestión democrática, no por una minoría ilustrada sino abriendo las puertas a la máxima participación social.

El asidero confuciano, en su día considerado responsable del atraso chino, vuelve ahora por sus fueros con su idea de armonía y de moralidad. Puede que le ayude a ganar tiempo e incluso que funcione más o menos bien, pero difícilmente puede entroncar al PCCh con la modernidad de la que se reclama artífice. En buena medida, China ha imitado en su reforma económica el modelo taiwanés. Ideológicamente huérfano, a la larga, puede que al PCCh también le hubiera gustado llamarse KMT.

Xulio Ríos (El Correo, 04/06/2006; Altermundo.org04/06/2006)