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La cumbre: Bush y Hu Jintao no piensan igual

 Hu Jintao e Bill Gates, clic para aumentar
Hu, secretario general del PCCh, se ha sentido cómodo en su contacto con el mundo empresarial estadounidense (Microsoft y Boeing). A Bill Gates (a la derecha en la foto) parece haberle dado garantías de que China no pondrá en marcha ningún sistema alternativo a Windows. Esa certeza ha recibido los naturales elogios del magnate de Microsoft, preocupado ante la hipótesis de la aparición de un nuevo competidor. La simpatía del mundo empresarial estadounidense es clave para desactivar la beligerancia del Congreso y del Senado, disgustados por el volumen del déficit comercial bilateral y la insuficiente consideración china respecto de los intereses estadounidenses en otros órdenes económicos o comerciales.
 

Pequeños, pero significativos progresos en el sector privado, ningún avance sustancial en el diálogo con la Administración Bush, podrían resumir los magros resultados de la primera visita oficial del presidente Hu Jintao a EEUU. ¿Cabría esperar más? No mucho, a pesar del número de ocasiones que los dos dirigentes han tenido ocasión de encontrarse, la claridad de la agenda que problematiza su entendimiento y la diversidad de preparativos que han rodeado la escenificación de este encuentro, planteada por China como una visita de Estado, y por EEUU como una visita de trabajo.

En cualquier caso, la principal lectura que cabe concluir de la jornada de cuatro días de visita de Hu Jintao a EEUU es la confirmación visible de la creciente importancia de China en los asuntos mundiales, no sólo en el orden económico, sino también en el ámbito político. La relación China-USA ha dejado de ser un asunto bilateral, para transformarse en un diálogo de implicaciones regionales y mundiales, aunque Hu ha insistido en que China no tiene la intención de contestar el liderazgo estadounidense.

Hu, secretario general del PCCh, se ha sentido cómodo en su contacto con el mundo empresarial estadounidense (Microsoft y Boeing). A Bill Gates parece haberle dado garantías de que China no pondrá en marcha ningún sistema alternativo a Windows. Esa certeza ha recibido los naturales elogios del magnate de Microsoft, preocupado ante la hipótesis de la aparición de un nuevo competidor. La simpatía del mundo empresarial estadounidense es clave para desactivar la beligerancia del Congreso y del Senado, disgustados por el volumen del déficit comercial bilateral y la insuficiente consideración china respecto de los intereses estadounidenses en otros órdenes económicos o comerciales.

Tampoco se ha encontrado a disgusto con el mundo académico. Su insistencia en el desarrollo pacífico y en el multilateralismo, probablemente, han convencido a pocos, acostumbrados siempre, para curarse en salud, a poner sobre la mesa los riesgos, y muy conscientes de la guerra subterránea que, a nivel estratégico, desarrollan ambos países, y que constituye hoy día la rivalidad central del sistema internacional. Los nuevos conceptos políticos que impulsan el discurso de Hu Jintao (dejando atrás la doctrina de la emergencia pacífica y la multipolaridad de su antecesor Jiang Zemin) han estado omnipresentes en toda la gira.

Pero el diálogo con Bush ha sido un diálogo de sordos. Se han escuchado mutua y atentamente, pero su encuentro ha sido muy breve e insuficiente para avanzar en la aproximación de posiciones en alguno de los contenciosos que les distancian. Además, la torpeza “protocolaria” al anunciar el himno de la República Popular China como de República de China, como se conoce también a Taiwán, o la irrupción de una seguidora de Falungong mientras Hu se dirigía a los asistentes, han eclipsado totalmente la bienvenida al presidente chino y la ligera mejora de imagen que el régimen se había granjeado cuando, ante las reiteradas presiones para el reconocimiento de una mayor libertad religiosa, el gobierno chino, ateo, promovió la celebración de un Foro Mundial Budista, en vísperas del encuentro con Bush. En las palabras del titular de la Casa Blanca referidas a Taiwán, el tono habitual, con la coletilla del rechazo a cualquier medida unilateral que modifique el actual status de la isla. Hu insistió en la reunificación, siendo categórico en el rechazo de la independencia.
Las exigencias planteadas por EEUU tanto en relación al déficit comercial (que alcanzó la cifra récord de 202 mil millones de dólares en 2005); a la depreciación de la moneda china, o la protección de los derechos de la propiedad intelectual, no han encontrado eco en Hu, quien ha disentido abiertamente del planteamiento de la Casa Blanca. Bush, corriendo un tupido velo sobre el caso UNOCAL, también ha reclamado a China la adopción de normas que permitan a las empresas estadounidenses competir en su país con la misma libertad que las compañías chinas compiten en EEUU.

Hu ha recordado a Bush que el 70% de las exportaciones chinas a EEUU consisten en productos transformados, lo que viene a suponer que China obtiene en ese proceso un pequeño porcentaje de los costos de transformación. Aplicando la regla de origen de las mercancías, los beneficios se calculan como rentas obtenidas por China en sus exportaciones hacia EEUU pero, en realidad, esa no es la imagen completa y fidedigna del proceso, ya que son las multinacionales estadounidenses quienes obtienen la mayor ventaja. Hu ha recordado a Bush que muchas empresas estadounidenses hacen grandes y buenos negocios en China: la cadena de distribución Wal-Mart es el séptimo mercado exportador de China. Este año, China se confirmará como segundo socio de EEUU, detrás de Canadá y por delante de México.

Una mayor flexibilidad monetaria no será la varita mágica que solucione los desajustes existentes en el comercio bilateral, condicionado por las restricciones impuestas por EEUU a su comercio con China, donde impera la desconfianza, sobre todo en el sector de altas tecnologías, por motivos de seguridad y con el fin de retrasar lo que ya parece inevitable, que China se convierta también en un poder tecnológico mundial.

En relación a los derechos hmanos, Hu ha hecho gala de la retórica conocida. A poco han sabido las tímidas palabras en favor de una mayor flexibilidad y tampoco se ha apreciado el gesto de liberar a algunos prisioneros políticos en vísperas del encuentro, entre ellos a Zhao Yan, un asistente de la corresponsalía de New York Times en Beijing.

En los contenciosos exteriores, de Irán a Corea del Norte, las posiciones tampoco se han movido. Hu ha rechazado las sanciones y el hipotético recurso al capítulo VII de la carta de Naciones Unidas contra el régimen de Teherán, planteado por Bush. Como resultado de ese rechazo, Bush parece descartar ahora legitimar su política contra Irán a través de Naciones Unidas, a sabiendas de que no logrará doblegar la resistencia ruso-china.

Otro tanto de lo mismo ha ocurrido en materia de “cooperación” energética. Bush se ha quejado de que China hace acuerdos de suministro de petróleo con países con los que está enemistado (Sudán, Venezuela, Myanmar o el propio Irán). Pero Hu podría recriminar lo mismo a Bush. Las necesidades de petróleo de China han aumentado un 41% entre 2001 y 2005. Las importaciones procedentes de Irán han aumentado un 389% entre 2000 y 2004.

En lo político, Hu ha insistido en que China seguirá su propio camino. No imitará ningún modelo e apreciará en todos aquellos instrumentos y principios que se adecuen a la realidad china. Bush quiere que acepte “las reglas de juego”, y Hu ha dicho que el diálogo debe ser de igual a igual, aceptando, con normalidad, las diferencias que les separan.

Así pues, solo podía decirse que el tono del encuentro ha sido el de una singular puesta a punto de las divergencias. En Beijing se habla de un nuevo “consenso de Washington”. Pero en el Renmin Ribao (Diario del Pueblo) también se advierte: “En adelante, es posible que haya reveses en la política de EEUU hacia China y se debe apreciar con lucidez esta situación”. La cosa no parece tener fácil arreglo. De entrada, China insiste en seguir su propio camino y ese ejercicio será leído en Washington en clave de postular una rivalidad.