Las encrucijadas del Partido Comunista de China

 Calle de Hong Kong, clic para aumentar
En China, unos 150 millones de personas, el 11,5% de la población, están instalados en el sector privado, gestionan el equivalente a 1 billón de euros y pagan un tercio de los impuestos. En términos de estructura empresarial, poco más de la mitad de las grandes empresas industriales son empresas estatales y de propiedad colectiva, con tendencia a la baja. La reforma ha deparado importantes transformaciones del tejido productivo y social. Por eso, el PCCh, aunque lo intenta, tiene cada vez más dificultades para controlar el poder, antes, político o económico, totalmente concentrado en sus manos y hoy más diversificado. Una hipotética alianza entre linajes y poderes económicos locales podría transformar de raíz la política china. (Foto: Aspecto de una calle de Hong Kong).
 

Resumen
El PCCh es la clave principal del proceso de reforma chino. Casi tres décadas después de haberse iniciado, las intensas transformaciones operadas en el ámbito social o económico plantean la urgencia de su adaptación a la nueva realidad, con una agenda en la que sobresalen aspectos de muy diversa naturaleza. Ello sugiere debates acerca de la orientación final del proceso y del papel que dicha formación debe desempeñar. A pesar de la liberalización económica, el PCCh no renuncia, en absoluto, a su preeminencia política.

Abstract
The Chinese Communist Party at a Crossroads
The CCP is the key to the process of reform in China. Nearly three decades after having been initiated, the intensive transformations taken in social or economic areas give rise to the urgency of their adaptation to a new reality, with an agenda that is notable for the diverse nature of its reach. This has led to much debate regarding the final orientation of the process and the role that such a procedure should play. Despite economic liberalization, the CCP has not in any way renounced its political preeminence.

Keywords: PCCh, China, reforma, tres representaciones, armonía, sociedad civil, estado de derecho, propiedad privada

En China, el Partido Comunista (PCCh, Zhongguo Gongchan dang, Zhongguo Gongchan dang) es el actor clave de la reforma iniciada a finales de los años setenta del siglo pasado. En las casi tres décadas transcurridas desde entonces se ha podido constatar una transformación profunda del modelo económico y social instaurado en la República Popular China (RPCh) a partir de 1949. No obstante, a pesar de la intensidad de dichas modificaciones, aún no culminadas del todo, incluso podríamos decir que a la espera de nuevos saltos cualitativos y sustanciales, el PCCh mantiene su identidad, estructura y normas de funcionamiento prácticamente inalterables, con una concepción acerca de las relaciones con el entorno social que apenas ha variado y que suscita no solo dudas respecto a la viabilidad de este modelo sino a su objetivo último.

Se ha reiterado en numerosas ocasiones que el contraste entre el atrevimiento de los líderes chinos en el orden económico y político constituye uno de los hechos más llamativos, y menos comprendidos y compartidos, de la reforma china. En la visión occidental, defendida muchas veces para argumentar la necesidad de mantener o aumentar los actuales niveles de negocio con Beijing, se difunde la idea de que es necesario tener paciencia para que las transformaciones económicas deriven en cambios políticos de orden democratizador y homologables. Al igual que ahora esos imperativos económicos han determinado una traslación a la política exterior (en busca de materias primas, recursos energéticos e influencia, pero también asumiendo una cierta cuota de responsabilidad en la gobernabilidad global), llegará el tiempo en que la agenda política pasará a primer plano. Esa lógica se refuerza por el experimento taiwanés, donde un proceso similar en muchos sentidos culminó en la cristalización de una sociedad democrática, prácticamente homologable internacionalmente. El contacto con el exterior, la existencia de un sector privado cada vez más significativo y dinámico y la consolidación de una clase media podrían ser los motores de ese cambio, que el propio PCCh podría liderar o enfrentar, con el riesgo de ser arrollado.

No obstante, en la China actual, y a juzgar por las últimas resoluciones del PCCh, por lo menos, en la China de los próximos lustros, ese proceso no está en la agenda(1). El PCCh dice apostar por la mejora de la justicia social, harto olvidada en los últimos años, y si bien no tiene intenciones de frenar el auge de la economía privada, no se plantea por el momento ningún tipo de cambio político que no solo pueda amenazar su supervivencia, sino siquiera innovar en lo mínimo el modelo actual en aspectos de cierta enjundia. El PCCh, pues, tiene formulado como objetivo político, mantener las coordenadas esenciales del sistema, erigiéndose en baluarte y garantía del éxito del proceso de transformación del sistema económico y social que seguirá manteniendo su condición híbrida, salvo en lo político.

Institucionalización y proceso de toma de decisiones

Los efectos de la dramática experiencia de la Revolución Cultural, de la que se han conmemorado recientemente los 40 años de su inicio, no se tienen, a veces, suficientemente en cuenta. Los calificados oficialmente como “diez años de disturbios” (1966-1976) se saldaron, entre otros, con un demoledor hastío y temor social respecto de la política y un descrédito singular del PCCh que solo la reforma pudo contener, legitimando, ante los ojos de la ciudadanía, su idoneidad para perseverar en el proceso de recuperación del país después de siglos de guerras intestinas o contra la ocupación extranjera.

Pero la propia vida interna del PCCh se vio completamente afectada y diezmada, con sus estructuras totalmente distorsionadas, a merced de la división, el fraccionalismo e incluso el golpismo. En función de la experiencia vivida durante el maoísmo, la unidad y la propia estabilidad interna del Partido constituyen valores sagrados hoy día y que difícilmente se pondrán en riesgo. Por ello, una de las preocupaciones primeras y esenciales de la reforma ha sido, en paralelo a la rehabilitación de muchos militantes represaliados injustamente, la de normalizar la vida interna, de modo que la reforma ha traído consigo tres décadas de estabilidad y regularidad en la vida del Partido, hecho que a veces no se destaca suficientemente, pero que es clave para este proceso. La regularización, con problemas pero sin tensiones graves que afectaran a la unidad del liderazgo político, aún en momentos críticos como fue junio de 1989, es un signo de la fortaleza y madurez del PCCh, que difícilmente puede ser comparado a los partidos comunistas del llamado socialismo real. A ello debemos añadir el especial vigor del componente burocrático, de larga tradición ““y respeto”“ en la sociedad china y que hoy cristaliza también en el propio PCCh.

El PCCh parece haber aprendido de las experiencias del pasado y resuelve el problema de los cambios en el liderazgo, no por la vía electoral de la alternancia (obviamente descartada) sino definiendo unas reglas de juego (nadie mayor de setenta años en el Buró Político, nadie repitiendo más de dos mandatos consecutivos, consenso en la elección de los principales dirigentes, etc.) que todos deben aceptar. Esa institucionalidad diferente establece mecanismos de sucesión civilizada y pactada, y relativiza el temor a una crisis política surgida por los desacuerdos en la cúpula partidaria y que con anterioridad derivaban en tramas golpistas o en amplios movimientos de masas que generaban un sinfín de sufrimientos y desestabilizaban el país bajo la excusa de la lucha contra los derechistas o los izquierdistas.

El consenso afecta igualmente a la unificación en una sola persona de los principales cargos. Jiang Zemin (1989-2002) asumió la jefatura del Estado, la presidencia de la Comisión Militar Central y la secretaría general del PCCh. Su sucesor, Hu Jintao, dispone hoy del mismo poder, después de que en 2004 Jiang Zemin renunciara al mando del Ejército, que aún ejerció durante dos años más sin siquiera ser miembro del Comité Central. Ello significa que, salvo imponderables de inusitada gravedad, Hu Jintao tiene asegurada su reelección en 2007 y gobernará directamente hasta 2012, manteniendo cuotas de poder importantes, al menos, hasta 2014. En esos tiempos se mide la evolución de la política china.

Todo ese proceso, diríamos que incipiente, aunque de gran calado operativo, coexiste con las inercias transversales de siempre. La carrera política de un dirigente en China puede depender del “flechazo” de un dirigente al visitar un centro de trabajo. Así ha ocurrido con muchas figuras de la ascendente política china. Y los ajustes de cuentas internos suelen encontrar en el combate a la corrupción el mecanismo sustitutivo de la lucha ideológica de antaño para afirmar las bases de un poder que aún suavizado por el consenso y la colegiación, dispone de fuertes atributos personales. Y coexiste también con los clanes, habida cuenta de la fuerza de los lazos individuales y territoriales, tan tradicionales en la cultura china, mucho más que las corrientes ideológicas, sinónimo de división.

En el plano formal, esa institucionalización no es inmóvil sino que está en constante cambio. Por ejemplo, en la circular del 8 de agosto del Buró General del Comité Central se disponen numerosas medidas de control, no sólo del partido, sino de todo el entramado institucional(2). Dicha circular oficializa los períodos máximos en los que se pueden ejercer cargos de representación a todos los niveles, con un nivel de detalle hasta ahora nunca visto. Esas instrucciones deben permitir una renovación personal y significativa de muchas instituciones, a lo largo y ancho del país.

Entre las nuevas reglas dictadas a nivel central con la excusa de poner freno al nepotismo, se incluye, por ejemplo, la prohibición de la existencia de vínculos familiares directos en el ámbito público entre los responsables y sus subordinados. Tampoco podrán ocuparse puestos que impliquen el ejercicio de autoridad en los cantones o prefecturas de nacimiento o donde se ha vivido la adolescencia. Los cinco años de mandato solo se podrán renovar una vez y las personas que desempeñaran puestos en el partido, en la administración, en las asambleas populares o en la administración de justicia, a nivel de cantón o de prefectura durante diez años, deben pasar a ejercer otras funciones en otros lugares, etc.

La nueva reglamentación se aplica a partir del nivel de distrito hacia arriba, llegando hasta el mismo Comité Central y demás instancias, no solo del Partido, sino del Estado y de las organizaciones sociales, obligando a una renovación permanente en los principales puestos. La severidad de sus disposiciones y la falta de reservas en lo que se refiere a su aplicación puede aportar una ligera luz sobre la inmensa gangrena que parece estar afectando a las estructuras del Partido y del Estado y que podría suponer el principio de un proceso de descomposición interna, afectado por la fragmentación das fidelidades y la irrupción del mundo de los negocios en la vertebración de grupos de poder e influencia que se estarían consolidando al margen de la autoridad central del Partido y que este no está dispuesto a consentir.

A finales de agosto último, el PCCh exigió a todos los cuadros dirigentes que faciliten detalles de sus asuntos personales, incluyendo la lista de inversiones, cambios en el status matrimonial o si sus hijos se casan con extranjeros(3). La circular fue aprobada en una sesión del Buró Político y su objetivo es fortalecer la vigilancia interna y garantizar un gobierno limpio y honesto, es decir, prevenir la corrupción. Una circular en igual sentido fue aprobada en enero de 1997, pero con escaso respeto práctico. Atajar con circulares la corrupción no será fácil, pero estas normativas institucionalizan mecanismos que dotan de cierta estabilidad las expectativas personales y las perspectivas de funcionamiento de los órganos del partido y del estado.

La agenda inmediata

El PCCh tiene hoy ante sí retos muy importantes que encarar y en cuya resolución se juega su futuro y la orientación misma del proceso de reforma. Sintetizando mucho, podríamos destacar los siguientes: la corrupción, el malestar social, y el ejercicio del poder. Los tres están estrechamente ligados. La corrupción es una causa evidente del malestar social y afecta, sensiblemente, al ejercicio del poder. La virtuosidad, la eficacia y la preocupación por el bien común se le contraponen como palabras de orden esgrimidas por el partido. No obstante, el malestar social obedece a una pluralidad mayor de circunstancias: las desigualdades, la desprotección absoluta en que subsisten muchos colectivos, el desempleo, la asimetría en el amparo estatal que en los últimos lustros ha actuado en claro beneficio del mundo empresarial, tanto nacional como extranjero, etc., y que en la opinión común de muchos ciudadanos chinos ha llevado a que el PCCh, aún manteniendo la simbología y la etiqueta comunista, archivara absolutamente su condición de vanguardia de la clase trabajadora y sus ideales primeros.

Quizás porque aún le restan algunas huellas de su origen de clase o simplemente en razón de ese sentido pragmático que destila preocupación ante los riesgos de inestabilidad social, el partido liderado por Hu ha iniciado un pronunciado giro social, invocando la necesidad de recuperar la armonía. Promoviendo el “nuevo campo socialista” (shehuizhuyi xinnongcun, shehuizhuyi xinnongcun)(4), el PCCh ha formulado un plan para igualar, en la medida de lo posible, las condiciones de vida de la ciudad y del mundo rural, con un programa de inversiones que debería a asegurar, a la vuelta de 2010, que los estándares de renta y de bienestar social de los 900 millones de residentes en el campo mejoren considerablemente sin tener necesidad de abandonarlo para disfrutar de una vida mejor. En paralelo, el gobierno ha prometido mejorar las rentas de un segmento importante de los trabajadores urbanos, al tiempo que promueve reformas legislativas destinadas a facilitar un reequilibrio de la situación, mejorando la protección legal y los intereses de los trabajadores.

Según datos oficiales, en 2005, el ingreso medio de los residentes urbanos era 3,2 veces mayor que el de los rurales(5). Pero la brecha es mayor si tenemos en cuenta las diferencias existentes en cuanto al disfrute de servicios públicos y seguridad social. Tang Min, economista jefe de la Misión en China del Banco Asiático de Desarrollo, considera que el crecimiento de esa brecha puede reducir el apoyo a la reforma y crear serios problemas sociales(6). Mientras, unas 320 mil personas en China controlan 1,59 billones de dólares, haciendo de China el segundo país de Asia con mayor número de ricos después de Japón. Y más de 150 millones de personas sobreviven con un dólar diario y otros 200 millones buscan trabajo en las ciudades(7).

La responsabilidad del PCCh en tal estado de cosas no se debe en exclusiva a una desorientación de la reforma que ha primado la lógica de la productividad y la eficacia en detrimento de la justicia, sino que tiene nombres y apellidos concretos. El 90 por ciento de esos chinos inmensamente ricos deben su fortuna a sus conexiones con los funcionarios del gobierno o del PCCh. La alianza de los intereses económico-comerciales y políticos de la elite ha funcionado a las mil maravillas en numerosos escalones. Su responsabilidad no es abstracta, sino directa y concreta y de ella debe responder ante el conjunto de la ciudadanía y, sobre todo, de esos más de cuatro millones de chinos que participaron en las 87.000 protestas registradas en 2005, y que probablemente serán más a finales de 2006.

Bien es verdad que el PCCh parece haberle visto las orejas al lobo. En la VI Sesión Plenaria del XVI Comité Central del PCCh, reunido en Beijing durante cuatro días a primeros de octubre, se han formulado muchas iniciativas para corregir el rumbo actual, entre ellas, en lo social, el aumento de ingresos de quienes reciben los salarios más bajos y la expansión de la clase media, que podrían ayudar a reducir las desigualdades y los desequilibrios territoriales, asegura Huang Weiting, editor adjunto de Bandera Roja(8). Para el PCCh este doble desajuste, junto a la corrupción, es el principal problema del momento. Si no garantiza mayores cotas de justicia social, la base de gobierno del PCCh no se puede consolidar, se dijo en el pleno, ya que el distanciamiento de la sociedad también irá a más. La recuperación del crédito perdido ha derivado en la exigencia de armonía social como la palabra de orden de mayor relevancia y pasa a estar situada hoy por delante incluso del crecimiento económico, que deberá moderarse.

Todo ello supone que aún sin dejar de ocupar la economía el centro de las preocupaciones de los cuadros y dirigentes del PCCh, el factor social, al igual que el ambiental, hasta ahora muy descuidados, deberán integrarse en la agenda política de los próximos años. El giro ético y a la “izquierda” que promueve Hu Jintao singulariza su mandato y facilita su estrategia para desmontar las bases de poder edificadas pacientemente por su antecesor, Jiang Zemin (1989-2002), agitando con fundamento las turbias aguas internas del partido.

La formulación de ese discurso coincide en el tiempo con el proceso electoral interno que debe renovar más de 100.000 cargos de responsabilidad en todo el país y que el PCCh quiere vigilar de forma muy estrecha. En los últimos tiempos, se ha constatado la creciente interferencia del mundo de los negocios en los procesos de elección-nominación interna. Esas elecciones movilizan a fracciones, protectores, clanes, y demás grupos de interés, plenamente conscientes de que no pueden desaprovechar la oportunidad de situar sus peones en puestos decisivos para garantizar la buena marcha de sus intereses. La fidelización de cuadros del Partido de diferentes niveles a esos grupos de poder adultera seriamente los mecanismos normales de funcionamiento del PCCh y amenaza con fragmentar y desorientar su discurso. Por ello, a instancias de la Comisión de Disciplina, también se ha anunciado que los procesos electores en pueblos, cantones, prefecturas y provincias serán objeto de una mayor vigilancia. Si a escala de todo el país, la teoría de las tres representaciones de Jiang Zemin ha despertado el debate acerca de si el PCCh puede controlar a los nuevos empresarios o si serán estos quienes acabarán controlando el PCCh, la realidad, en muchas localidades chinas, parece acabar imponiendo lo segundo.

Pero la corrupción y esos nuevos manejos son difíciles de atajar si no se amplía la democracia en el Partido y en la sociedad. Y la democracia tiene sus riesgos. Cuando en la provincia de Shandong se ha experimentado la elección de secretarios del Partido con un procedimiento abierto a la participación de la población, el referendo popular para confirmar a los secretarios se llevó por delante a la quinta parte de los candidatos propuestos. Otro tanto pudiéramos decir del interesante experimento de democracia directa en el campo, un fenómeno que los más optimistas califican de revolución democrática silenciosa y que sitúan como punto de partida de la democracia en China. Más de ochocientas mil aldeas celebran elecciones cada tres años, con posibilidad de elegir directamente entre varios candidatos (en China las elecciones directas no superan el nivel de distrito), siempre más que puestos a cubrir, pero las “diferencias de criterio” con la población casi siempre se han saldado con subterfugios conducentes a asegurar la posición dominante del PCCh en detrimento de las expresiones de autonomía.

El Partido y el Estado

Desde el inicio de la reforma, el debate sobre la separación entre el Estado y el Partido ha estado en la agenda, concretándose, en el tiempo transcurrido, en un movimiento zigzagueante que evidencia el contraste entre las necesidades del desarrollo social apreciadas por el PCCh, pero también los innumerables temores a perder el control. Ese miedo ha impedido que en estos años se hayan registrado avances sustanciales en este ámbito, a despecho de la formulación del estado de derecho como una aspiración del PCCh. Pero la atribución de mayor importancia a la norma no significa más separación ni que el PCCh y sus miembros puedan ser tratados por la ley en igualdad de condiciones al resto de los ciudadanos y actores del sistema. Basta un ejemplo clave: en el Ejército Popular de Liberación (EPL) solo pueden existir células del PCCh, quedando totalmente prohibida la militancia de los militares en cualquier otra formación política, incluso en las restantes ocho legales. Y a nadie se le pasa por la cabeza despartidirizar el EPL, obviamente, que sigue obedeciendo al partido y no al estado.

La insistencia en la construcción de un estado de derecho (fa zhi guojia, fa zhi guojia), compromiso asumido en el XIV Congreso, celebrado en 1997, casi una década después ha permitido pocos avances, salvo en la creciente formalización de un cuerpo legal cada vez más completo. ¿En que medida es viable y posible en condiciones de liderazgo absoluto del PCCh? En relación al derecho (que nunca, hasta ahora, se había formulado como una prioridad), la evolución del régimen chino ha sido muy contradictoria. Las exigencias de la lucha de clases concedían más importancia a la aplicación inmediata de las decisiones políticas, incluso prescindiendo de cualquier amparo legal o formal, tanto en el texto como en la estructura. Una decisión tan importante como la creación de las comunas en 1958, por ejemplo, no fue decidida por el gobierno, ni siquiera por un órgano formal del Partido, sino en una reunión especial de dirigentes. ¿Derecho al divorcio? Sí, pero muchas veces era más dificil de obtener en la época de la revolución que antes de ella, pues el partido sugería que se dejasen a un lado las diferencias individuales para trabajar juntos por el futuro del país.

El Partido y el gobierno siempre intentaron hacerse obedecer a través del seguimiento de la consigna, no de las leyes. Pero cuando hacen su aparición profundas quiebras en los fundamentos ideológicos de la Revolución, el gobierno por la ideología (para algunos muy próximo a la idea del gobierno a través de los ritos confucianos) se hace dificilmente sostenible y, tanto por imperativos internos como externos, se hace necesario recurrir a un nuevo concepto, el gobierno por medio de la ley. Es un cambio importante, que implica el paso de una definición de ley basada en el concepto de clase hacia otra de tipo social, aunque continúe considerándose siempre un instrumento de la Administración y del Partido, una ley contextualizada en el rígido marco de los cuatro principios fundamentales(9). Al fin y al cabo, ¿por que debe subordinarse el Partido a la Constitución, si es el Partido dominante del Estado quien controla la autoridad de la Asamblea Popular Nacional? Sus actividades van mucho más allá del Estado y su superioridad es mayor de lo que pueda ejercer el Legislativo, depositario formal de la soberanía nacional. Es verdad que el Partido ha ido perdiendo la exclusividad en el proceso de elaboración de las leyes, pero en buena medida se debe a una complejidad cada vez mayor del contexto sociopolítico que requiere un asesoramiento técnico muchas veces extrapartidario. Con todo, su control permanece inalterable e inatacable. Todas las reformas constitucionales se han orientado a convertir en regla la voluntad del PCCh.

Los esfuerzos por configurar un régimen de legalidad socialista en el cual el Partido sea uno más de los agentes implicados, chocan, inevitablemente, con sus privilegios fácticos y el peso de la inercia y de esa historia que en China, socialmente, atribuye todo el poder a las personas (por tradición, en China mandan los hombres y no las leyes, y esa afirmación forma parte de su acervo cultural y milenario más íntimo). Pese a todo, la incorporación de cierta idea legalista supone una modificación importante (es necesario recordar que la tradición política del Partido nunca ha sido legalista). En el maoísmo no todos eran iguales ante la ley, la noción de clase prevalecía imponiendo una clara distinción entre el pueblo y los enemigos del pueblo, y el Partido debía estar por encima de la ley, sus palabras eran reglas de oro y leyes de jade. En su contacto con Occidente, desarrollado con intensidad e inusitada profusión en las últimas décadas, los dirigentes chinos comprendieron la importancia que, desde otros parámetros, se concede al derecho como garantía y exigencia para establecerse en el mundo de los negocios, pero también como fuente de certeza futura, en la medida en que la existencia de normas predetermina caminos que contribuyen a evitar imprevistos e inseguridades. Es otra forma de institucionalización.

Esa incapacidad para partir las aguas con el Estado en el ejercicio del poder es una asignatura pendiente del PCCh, instancia última en la que se deposita toda capacidad de resolución. Pero la complejidad de la situación actual dificulta cada vez más su labor y el ejercicio de su autoridad, hasta el punto de poner de nuevo sobre la mesa las tensiones territoriales(10). La colaboración de los poderes territoriales en el control del crecimiento ha venido debilitándose en los últimos tiempos. A mediados de agosto de 2006, el viceprimer ministro chino, Zeng Peiyan, invocó a las autoridades locales a seguir las instrucciones del poder central respecto al control macroeconómico y ya se han impuesto las primeras sanciones públicas con vocación de ejemplaridad (a las principales autoridades de Mongolia Interior).

El Partido y los cambios en la sociedad

En China, unos 150 millones de personas, el 11,5% de la población, están instalados en el sector privado, gestionan el equivalente a 1 billón de euros y pagan un tercio de los impuestos(11). En términos de estructura empresarial, poco más de la mitad de las grandes empresas industriales son empresas estatales y de propiedad colectiva, con tendencia a la baja. La reforma ha deparado importantes transformaciones del tejido productivo y social. Por eso, el PCCh, aunque lo intenta, tiene cada vez más dificultades para controlar el poder, antes, político o económico, totalmente concentrado en sus manos y hoy más diversificado. Una hipotética alianza entre linajes y poderes económicos locales podría transformar de raíz la política china.

La bonanza económica calma, en buena medida, muchos sinsabores, pero también es fuente de numerosas controversias en las que muchos responsables partidarios, argumentando la necesidad de favorecer el desarrollo, toman partido por los poderosos, desacreditando su propia autoridad ante una ciudadanía que reivindica del PCCh un compromiso con la justicia. La sintonía social va a la baja, no porque se confirmara el principal temor de Deng, la polución espiritual y el aburguesamiento occidental derivados de la apertura al exterior, sino porque el desamparo de los más débiles no encuentra acogida en ninguna parte. Eso, entre otras razones, explica que fenómenos como Falun Gong hayan adquirido en su momento una rápida y extensa difusión en el país, incluso en círculos castrenses, y también la correspondiente reacción implacablemente represora del Partido por temor a perder la exclusiva del referente social.

El PCCh tiene ante sí dos importantes pruebas inmediatas: la regulación de la propiedad privada y la aprobación de un nuevo código laboral. Ambos aspectos están muy relacionados, incluso, naturalmente, con la inversión extranjera. La creciente dimensión de la economía privada supone un reto esencial para el PCCh: si pierde el control de la economía, acabará perdiendo el control del Estado y del país, abriéndose espacios de divergencia que reclamarán mecanismos autónomos para hacer valer sus propios intereses. Casi una década se lleva discutiendo la regulación de la propiedad privada. En primavera se ha presentado el nuevo código laboral. Es posible que una aprobación “armoniosa” de ambas legislaciones se lleve a cabo en la sesión de marzo próximo de la APN, una vez que los sectores críticos con el nuevo status de la economía privada, no tan insignificantes en la Asamblea, sientan recompensada su inquietud con la aprobación del nuevo Código del Trabajo. No obstante, las consecuencias de la aprobación de esa ley puede originar una importante transformación dando un importante impulso al sector privado a través de la formalización de la privatización de las empresas de propiedad social y de cantón y poblado, empresas de propiedad colectiva, un experimento original y sobre el que descansa buena parte del éxito del crecimiento chino, pero que en muchos casos funcionan ya como auténticas empresas privadas donde el gerente, teóricamente elegido por la colectividad laboral, se comporta como un auténtico dueño.

El proyecto del nuevo Código laboral otorga a las organizaciones sindicales mucho más poder en las empresas, especialmente del ámbito no estatal ni colectivo. El debate del proyecto, en fase de elaboración y discusión interna desde la primavera, promete no ser menos apasionado que el relativo a la regulación de la propiedad privada, enfrentando a quienes reivindican la recuperación de un protagonismo necesario del movimiento sindical, presente en cualquier sociedad moderna, y quienes cuestionan sus efectos respecto a la inversión y a las empresas extranjeras ante el miedo a perder las ventajas (bajos salarios, pocos derechos) que han animado su proceso de implantación en China.

Wal-Mart, la famosa cadena norteamericana, una de las más simbólicamente beligerantes con las nuevas orientaciones del poder chino, ha tenido que aceptar ya, a regañadientes, la implantación en sus empresas de organizaciones del Partido Comunista (que ha requerido, al parecer, la propia intervención de Hu Jintao) y de los sindicatos. Los anuncios que daban a entender un replanteamiento de su implantación en China parecen carecer de sentido ya que ha ultimado una ampliación de su negocio mediante la compra de una cadena taiwanesa presente también en el continente. Pero antes de cerrar el acuerdo ha debido aceptar la presencia de las estructuras del Partido u organizaciones afines en sus establecimientos.

Con el actual discurso, no parece que el gobierno chino esté dispuesto a ceder en lo esencial a las presiones del capital extranjero, ni mucho menos del sector privado nacional. Como primer objetivo, Beijing quiere acotar de esta forma el descontento existente en el mundo laboral, víctima del capitalismo salvaje y de patrones sin escrúpulos, mejorando a un tiempo las condiciones de trabajo y los derechos laborales. El constante aumento de la conflictividad en las empresas por causa del impago de salarios o el nulo respeto a la legislación laboral vigente, o las pésimas condiciones de seguridad existentes en muchos sectores, constituyen el caldo de cultivo para una desesperación social que puede pasar, en cualquier momento, de explosiones aisladas y rápidamente controladas, a movimientos más amplios y desestabilizadores.

Pero los objetivos van más allá. Ante la percepción de la progresiva pérdida de control directo del PCCh de la economía del país, debido a la reducción del peso de la economía estatal en el conjunto, se trataría de anclar en la economía privada poderosos resortes organizativos y competenciales que le permitan efectuar un control irrenunciable del sector privado, equilibrando sus intereses y su poder, al tiempo que habilita, a escala global, un contrapeso formal a la creciente influencia de las federaciones y grupos industriales que hoy carecen de cualquier contrapunto sindical. Según informes de la Federación de Industria y Comercio de China, en 2005, la participación del sector privado en el PIB del país alcanzaba el 65% y llegará al 75% en 2010, año en que más del 70% de las empresas chinas serán de propiedad privada. En el último lustro, su progreso ha sido de casi un 30% anual. De los 40 sectores industriales, 27 están dominados por empresas privadas(12).

Todo ello plantea retos importantes para el PCCh y el movimiento sindical, claramente fuera de juego. Uno de ellos es la necesidad de acomodar la práctica sindical a una realidad totalmente diferente a la existente antes de la reforma. En los últimos años, la FNSCh (Federación Nacional de Sindicatos de China) se ha limitado a desempeñar el papel tradicional de correa de transmisión del Partido, sin iniciativa propia y a caballo de las exigencias de cada coyuntura, permaneciendo al margen de los auténticos intereses de la clase trabajadora china. Su amarillismo es la principal seña de identidad. ¿Cambiará algo? La visibilidad y dinamismo de las estructuras sindicales debería ser mayor en los próximos años, pero sus ataduras permanecerán. La potenciación del sindicalismo oficial no va a significar un aumento de su autonomía, ni en la acción ni en el discurso. Permanecerán vinculados al PCCh, y bajo su control, actuando de testaferros en todo aquello que resulte necesario y, por otra parte, su discurso, obligatoriamente incardinado en la defensa de la armonía social reafirmará su renuncia a la conflictividad, privilegiando en todo momento el mantenimiento de la paz social por sobre todas las cosas.

En esas condiciones, este nuevo auge de lo social probablemente no necesitará de programas de reciclaje de los funcionarios sindicales, pero augura un ascenso casi seguro ““ si nada empaña su gestión- del presidente de la FNSCh, Wang Zhaoguo, miembro actual del Buró Político, al Comité Permanente que salga elegido del próximo Congreso.

Esa respuesta en clave de control para evitar la aparición de estructuras rivales y asegurar la preeminencia del PCCh a todos los niveles y en todos los escalones de la sociedad, tiene otras manifestaciones. Incluso en Internet, con 123 millones de usuarios en agosto de 2006, no solo la policía cibernética ejerce un feroz control de las páginas webs no autorizadas, sino que se planifica y fomenta la intervención en todo tipo de blogs y espacios de opinión con el objeto de influír en los debates que circulan en la red o se somete a estudio la obligación de identificación de los autores de blogs(13). El control del Partido se extiende hoy a todos los aspectos de la vida social organizada, desde las instituciones educativas a las profesionales, desde lo religioso a las organizaciones públicas de masas, manteniéndose como una roca en medio de una corriente impetuosa, como decía Jiang Zemin. Ese sistema es, con su omnipresente nomenclatura, el principal obstáculo para la formación de una sociedad civil y para el desarrollo sociopolítico del país. Tradicionalmente, la burocracia estatal siempre ha despertado un gran interés en los chinos instruídos. Esa tradición, que dificulta el desarrollo de organizaciones sociales intermedias, no deja, además, espacios ni energías para la libre búsqueda de la propia autonomía(14). Uno de los objetivos de la actual promoción del confucianismo consiste en hacer ver que las personas deben vivir y trabajar tranquilamente en los puestos que le tocan para, así, mantener la estabilidad y el equilibrio. Esta firme creencia en el orden natural de las cosas refuerza la autoridad del PCCh.

Otra evidencia de su irrenunciabilidad a mantener bajo mano todos los hilos sensibles del poder se ha puesto de manifiesto en el ámbito de la información. Según una instrucción de la agencia de noticias Xinhua, esta debe autorizar la distribución de la información que los medios de comunicación extranjeros hagan llegar a sus usuarios y clientes chinos, con el propósito de hacer respetar las leyes y reglamentos del país donde residen(15). La censura aplicada a las agencias de noticias extranjeras fue desmentida desde Londres por el primer ministro Wen Jiabao, quien se apresuraba a señalar que China protege sin ambages los derechos de los medios extranjeros, en especial, los relacionados con la información económica y financiera o los Juegos Olímpicos. Wen apostilló que tanto estas como otras medidas, en especial los llamamientos efectuados para lograr una mayor calidad en el tipo de inversión exterior, en nada cuestionan la política de apertura, que permanece invariable. En cualquier caso, esta potenciación del papel de Xinhua limitará la circulación de la información y ofrecerá otro filtro a las autoridades. A primeros de noviembre, casi quinientos directores de diferentes medios de todo el país eran convocados en Beijing para ser llamados al orden en cuanto a la importancia de mantener la cohesión en el discurso.

El Partido y la renovación ideológica

El PCCh fundamenta su función dirigente en la legitimidad revolucionaria, el buen desempeño económico, o en el discurso nacionalista. Todos ellos son aditivos indispensables para que los visibles efectos de una reforma cuyo destino final no está del todo claro, no sirvan para cuestionar socialmente su “derecho” al irreprochable ejercicio del poder. No obstante, ello parece insuficiente y de ahí la búsqueda de nuevos y recurrentes argumentos ideológicos que le proporcionen el indispensable sustento.

Aún sin dejar sin efecto los cuatro principios irrenunciables formulados por Deng Xiaoping, algunas evoluciones concretas se han manifestado en el debate político. Dos principalmente figuran en la agenda. Una es la promovida por Jiang Zemin, la teoría de las tres representaciones. Su sustrato parece sugerir una asociación incuestionable entre mercado y prosperidad. Por eso, el mandato de Jiang se ha caracterizado por favorecer una progresiva integración en la economía internacional y una homologación creciente de China con el mundo más desarrollado. Se puede ver en ello la raíz de las supuestas disensiones con Hu Jintao, quien no sacralizaría el mercado, apostaría por una defensa del Estado y su papel, por la revitalización del PCCh y, en suma, por una armonía global basada en la virtuosidad del liderazgo chino, tanto a nivel interno como internacional.

Fagocitando, una vez más, todo cuanto hubo y hay, y ubicando a los empresarios en las llamadas fuerzas avanzadas de la produción, la doctrina de las tres representaciones (sange daibiao, sange daibiao), promovida por Jiang Zemin, supuso la regularización de la presencia de los nuevos ricos en las filas del partido (junto a las vanguardias de la cultura y de las grandes masas).

La iniciativa de Jiang, contestada por los sectores de izquierda del Partido y, muy especialmente, por las células comunistas del movimiento sindical, recuerda a la campaña de las cien flores (1956-57), que tenía por objeto incorporar a los intelectuales y científicos al proceso revolucionario. Jiang presentó su doctrina en 2002 como la reforma política de mayor magnitud en tiempos de la reforma, convencido de que en ella residía la esperanza de modernización del Partido. Sin duda, la incorporación de los empresarios es coherente con las ambiciones del Partido y la continuidad del proceso reformista, pero ¿lo es también con la inalterabilidad política que ha sido otra seña de identidad? Jiang fundamentó su propuesta en la necesidad de integrar las nuevas clases sociales emergentes para conseguir que el Partido se transformase en un partido de todo el pueblo, evitando su fosilización. Muy atrás queda el discurso del combate a los enemigos del proletariado (los demócratas, no los empresarios), tan difundido en 1989 y al cual contribuyó de forma decisiva.

Hu ha enaltecido la teoría de las tres representaciones de Jiang, e invitado a su estudio concienzudo por parte de la militancia partidaria. Pero todo suena a compensación simbólica. El problema de fondo sigue siendo el mismo, como controlar las nuevas emergencias para que no se transformen en desafíos. Jiang apuesta por la cooptación. Hu, sin que esté del todo claro la renuncia a la cooptación, privilegia una armonía basada en un liderazgo ético y virtuoso. De ahí que una de sus primeras propuestas haya sido el lanzamiento de los Ocho Honores y Deshonores (ba rong ba chi, ba rong ba chi), una curiosa mezcla de superstición numérica y moral confuciana. Desde que en noviembre de 2002 fue elegido secretario general del PCCh, Hu Jintao expresó su predileción por conceptos como la armonía o la prosperidad común, de claro carácter confuciano, que el conjuga con referencias históricas más contemporáneas y relativas a períodos de la epopeya revolucionaria especialmente caracterizados por la abnegación y el sacrificio.

El planteamiento de Hu pone el acento en otro factor. Frente al temor al aislamiento social por no incorporar a los nuevos sectores con poder económico, Hu plantea que el mayor aislamiento puede devenir de la falta de interés o capacidad en resolver y corregir las inocultables y profundas desigualdades sociales y los desequilibrios territoriales, que constituyen la principal causa de la inestabilidad social y amenazan, junto con la corrupción, la credibilidad del PCCh. Los próximos quince años serán decisivos en este aspecto y en ese tiempo se juega el futuro y la orientación de la propia reforma.

La armonía, pues, va tomando forma, tanto en la acción del gobierno de Wen Jiabao como en el discurso político del PCCh. Dicho término, como es sabido, es muy importante en la filosofía tradicional china, y está formado por dos ideogramas. El primero es He (He), que está compuesto por dos radicales que significan planta de cereal y boca de hombre; y el segundo es Xie (Xie) que está compuesto por otros dos radicales que significan expresión y mundo. Esto viene a decir que cuando el hombre tiene comida, está pacífico y tranquilo, y puede expresar tranquilamente sus opiniones, logrando la concordia y la armonía.

La nueva estrategia, complementaria de la promoción del llamado “nuevo campo socialista”, programa aprobado en marzo último por la Asamblea Popular Nacional, incluye numerosas medidas relacionadas con la reforma salarial (beneficiando a unos 120 millones de personas que permitirán incrementar la significación de la clase media), la mejora de los sistemas de salud y educación, la formación profesional, el empleo, la generalización de la cobertura del seguro social a todos los habitantes, incluidos los emigrantes rurales, evitando que nadie quede desprotegido ante contingencias como la enfermedad o los accidentes ni desamparado. El reto que supone la creación de un sistema de seguridad social en un país como China donde, actualmente, dicha cobertura alcanza a menos del 10% de la población, es inconmensurable y representa un serio desafío, indispensable para poner freno a la ansiedad instalada en amplias capas de la sociedad china, entre ellas, los numerosos universitarios en situación de desempleo.

La armonía es la esencia del socialismo con peculiaridades chinas, dice el PCCh. Y solo la recuperación de esa armonía puede permitir al partido mantener y mejorar su acción de gobierno. Esta estrategia inaugura, en opinión del PCCh, una nueva etapa en el proceso de construcción del socialismo con peculiaridades chinas. El desarrollo económico seguirá siendo el objetivo central, pero se verá complementado con la justicia social y el equilibrio ambiental. Una sociedad más justa y un desarrollo económico y social sostenible impedirán que se reduzca el apoyo a la política de reforma y apertura. Planteada como un enriquecimiento de la teoría científica del socialismo, la armonía buscada por el PCCh es aquella que debe contribuir a reafirmar su papel exclusivo en el liderazgo político.

En el fondo, al formular el objetivo de una sociedad armoniosa (he xie she hui, he xie she hui) lo que se está cuestionando es el discurso de Jiang Zemin y desafiando la noción de que una economía de mercado, por si sola, conduce a la prosperidad y diría incluso que a la democracia. Y esa perspectiva se complementa con la defensa del rol del Estado como protector y garante de la economía y de los intereses sociales.

En lo ideológico, la búsqueda de la armonía, tan alejada de la lucha de clases, introduce, por otra parte, dosis crecientes de socialdemocratización de facto del PCCh que, además, parece fijar su atención en la experiencia europea, tomando buena nota del compromiso de la socialdemocracia con el establecimiento de un sistema basado en el bienestar, un compromiso más que cuestionable actualmente. De hecho, este nuevo planteamiento de las prioridades que propone Hu Jintao, además de suavizar tensiones internas, pudiera sugerir una intensificación del debate interno a propósito del futuro ideológico del PCCh, en el que dicho elemento podría tener una especial cabida.

El XVIII Congreso del PCCh

La fulminante destitución del primer secretario del PCCh en Shanghai, Chen Liangyu, no ha sido un hecho aislado y tiene un doble significado(16). De una parte, es indicativa de la contundencia y seriedad de la campaña contra la corrupción que ha emprendido Hu Jintao. Cabe recordar que Chen era miembro del Buró Político del PCCh. Por otra, es evidencia de la soterrada lucha emprendida por el actual secretario general contra el llamado clan de Shanghai y que podría cobrarse piezas muy importantes, pudiendo llegar incluso al propio Comité Permanente del Buró Político.

A lo largo de casi tres lustros, Jiang Zemin, al frente del PCCh entre 1989 y 2002, ha tenido tiempo para configurar una tupida red política y clientelar, con prolongaciones en todos los segmentos del Partido y del Estado. Jiang, una vez jubilado, ha querido desempeñar en la sombra el mismo papel que Deng Xiaoping. Después de vencer sus resistencias a abandonar la presidencia de la Comisión Militar Central (en marzo de 2004), Hu le ha jubilado con todos los honores publicando sus Obras Escogidas e invitando a todo el Partido a su lectura y estudio. Hay otros clanes en el PCCh (Shandong, Guangdong…) pero ninguno tan poderoso como el de Shanghai. Desmontarlo es una medida esencial para que Hu pueda afirmar su poder.

Chen Liangyu tenía los días contados. El fondo de pensiones gestionado por el departamento municipal de trabajo y protección social de Shanghai debía haber invertido su dinero en la red de autopistas, pero no lo hizo directamente sino prestándoselo, a través de la banca pública, a una oscura sociedad de inversiones capitaneada por Zhang Rongkun quien ha realizado adquisiciones espectaculares con motivo de la privatización de las autopistas interurbanas. La irregularidad de muchas de las operaciones realizadas hizo crecer un escándalo político-financiero que en julio cristalizó con la dimisión de Zhu Junyi, director del departamento de trabajo y protección social de Shanghai. Tres semanas más tarde Qin Yu, durante diez años jefe de gabinete de Chen Liangyu, era sometido a arresto. La investigación, comandada por Beijing, que desconfía de la maquinaria local, a través de una comisión especial del departamento de disciplina del Partido, se ha extendido a altos cargos de la compañía eléctrica de Shanghai y podría alcanzar al propio Huang Ju, viceprimer ministro y antiguo alcalde de la ciudad, actualmente miembro del Comité Permanente del Buró Político. En la capital, líderes prominentes como Jia Qinlin o Liu Qi, están siendo investigados por estar involucrados en transacciones fraudulentas y en la especulación inmobiliaria. Cientos de investigadores del departamento de disciplina del PCCh trabajan a destajo en estas operaciones.

La actual campaña de Hu Jintao contra la corrupción va más allá de los patrones habituales, aunque está por ver si llega hasta las últimas consecuencias. Su extensión abarca numerosos dominios: desde la construcción ““ sector al que se atribuye en torno al 30% de los casos-, hasta el poder local, amenazando con cerrar buena parte de las oficinas que numerosos ayuntamientos tienen en la capital para obtener prebendas de los funcionarios del poder central(17).

La lucha contra la corrupción de Hu, con ser justa, abriga dos sospechas. En primer lugar, su eficacia. Siendo juez y parte al mismo tiempo, y excluyendo tanto la transparencia como la participación social, la credibilidad del PCCh está en entredicho. En segundo lugar, su instrumentalización. Ese control de lo que se debe y no debe hacer, de lo que es oportuno o inoportuno, tiende a traducirse en términos de lucha política interna, alentando el escepticismo social. No se trataría tanto de sanear como de promover a los fieles propios.

La medida del éxito o fracaso de la estrategia de Hu se determinará, esencialmente, en función de la radiografía de la Comisión Permanente del Buró Político que salga elegida en el XVII Congreso del PCCh. Hay miembros que se pueden dar por jubilados, entre ellos el citado Huang Ju; también Luo Gan, el poderoso responsable de seguridad, del clan de Shandong; igualmente, Wu Guanzheng, responsable de disciplina. Con Hu podrían continuar: Wen Jiabao, su primer ministro; Li Changchun o Wu Bangguo, presidente de la Asamblea Popular Nacional. En la cuerda floja se encontrarían Jia Qinglin, presidente de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino y, sobre todo, el vicepresidente del Estado, Zeng Qinghong. Este último es el principal valido de Jiang Zemin en la cúpula del poder chino y el principal exponente del éxito de la estrategia de Hu vendrá determinado por la derrota de Zhen, quien, en un alarde de adaptación a los nuevos tiempos, podría estar asesorando ya a Hu en su estrategia contra el clan de Jiang. Pero es muy probable que solo queden dos personas: Hu y Wen, e incluso que alguna conmoción se produzca antes del Congreso para evidenciar urbi et orbe el nivel de dominio de Hu de las instancias del poder.

Pero aunque se trata de una batalla por el poder, hay más. Detrás de las opciones personales de unos y de otros, sin que podamos hablar de corrientes, existen matices importantes en la política a desarrollar. No es solo cuestión del ritmo de la reforma, sino también de su orientación final. Siguiendo la estela taiwanesa, algunos consideran llegada la hora de poner proa a una reforma política que en el plazo de una década pueda convertir a China en un país internacionalmente homologable. Hu parece resistirse a tirar la toalla, y sigue postulando la vigencia de la actual política concediendo la máxima prioridad a la revitalización del Partido y a la solución de los desequilibrios territoriales y sociales, exacerbados durante el largo mandato de su antecesor, Jiang Zemin.

Conclusión

El PCCh conserva una amplia base social. En el año 2005, solicitaron oficialmente la entrada en el Partido 17 millones de personas, de las que 2,47 millones fueron admitidas. Se ignora cuantos fueron invitados a ingresar y rechazaron la propuesta. Unos 45.000 fueron expulsados. Las cuatro quintas partes de la nueva militancia son personas menores de 35 años. El total de militantes del PCCh asciende a 70,8 millones, organizados en 3,5 millones de células implantadas en todo tipo de instituciones, desde las empresas estatales y también privadas, hasta el Ejército y la Administración, justicia incluida. Formar parte de él es garantía, aún, de promoción y carrera personal. Y se trata de una estructura sólida y viva, que controla más de lo que parece y que está muy atento a los efectos de la reforma y sus consecuencias.

Pero en qué dirección debe orientar su acción? Ese es el debate del momento. ¿Existen o no espacios para la experimentación? ¿Está todo escrito y se debe abandonar la posibilidad de innovar? Reforzando el entroncamiento del período actual con las primeras y convulsas décadas del período revolucionario, Hu parece insistir en la necesidad de encontrar una vía propia y alternativa a la economía de mercado neoliberal, en sintonía con las preocupaciones expresadas por algunos intelectuales de izquierda y críticos del régimen vinculados a la revista Dushu, encontrando un camino propio hacia la modernización y al renacimiento de China que afiance y no desmantele el papel del Estado como garante y valedor de la economía nacional(18). Se trata de una valiosa experiencia y una oportunidad histórica única para construir una sociedad mejor, más justa que la existente en el oeste, como enfatizaba el profesor Cui Zhiyuan a The New York Times el pasado 15 de octubre. En los países occidentales, la economía capitalista está prácticamente asentada; pero no se puede decir que lo esté también en China, existe un margen aún para la creatividad, y para dar lugar a una sociedad mejor y más justa. Sin que nadie cuestione, incluso la intelectualidad crítica, la necesidad del mercado, se deben explorar alternativas al modelo occidental.

Hu parece haber sintonizado con aquellos sectores sociales del país que, a pesar de la bonanza actual, echan en falta tanto las prestaciones básicas, aún siendo rudimentarias, que el maoísmo había garantizado en condiciones mucho más difíciles que las actuales; como incluso la autoridad de un poder central que sea capaz de imponerse a los jefes locales y evitar sus abusos de poder. El proceso en curso, de ajuste necesario de las desigualdades, constituye una oportunidad elemental para evitar que esa demanda social se traduzca en otra que derive en el ejercicio de un gobierno no más democrático sino más autoritario.

El rearme ideológico incluye no solo la campaña anticorrupción y la exigencia de una nueva ética, sino sobre todo un replanteamiento del rumbo de la reforma, acentuando la importancia de un contenido más social y más respetuoso con el medio ambiente e incluso en la política exterior, primando atenciones que vayan más allá de la sacrosanta mirada a EEUU, tan propia del tiempo de Jiang Zemin, para fijarse en otras latitudes más cercanas, de su propio entorno regional (como India o Japón), eludiendo convertirse en simples imitadores de América. Modernización y occidentalización parecen alejarse en este tiempo de Hu.


Notas:

(1) Despacho de la Agencia Xinhua, Resolución sobre Importantes Asuntos Relacionados con la Construcción de una Sociedad Socialista Armoniosa, aprobada en la VI Sesión Plenaria del XVI Comité Central del Partido Comunista de China, 19 de Octubre de 2006.

(2) En Renmin Ribao, 9 de agosto de 2006.

(3) Despacho de Xinhua, Exige PCCh que cuadros dirigentes informen sobre sus asuntos personales, 29 de agosto de 2006.

(4) Ríos, Xulio, Sesión Anual del Parlamento chino: de vuelta al campo, Observatorio de la Política China, http://www.politica-china.org, 19 de marzo de 2006.

(5) Despacho de Xinhua, 11 de octubre de 2006.

(6) Ídem. anterior.

(7) En China Internet Information Center, http://www.china.org.cn/english/, 18 de octubre de 2006.

(8) Despacho de Xinhua, 12 de octubre de 2006.

(9) Los cuatro principios irrenunciables son: perseverancia en la línea socialista, vigencia de la ditadura del proletariado, mantenimiento de la dirección del proceso reformador por el Partido Comunista y vigencia del marxismo-leninismo y del pensamiento de Mao Zedong.

(10) Ríos, Xulio, ¿Tensiones territoriales?, En Observatorio de la Política China, http://www.politica-china.org, 10 de septiembre de 2006.

(11) En Renmin Ribao, 13 de septiembre de 2006.

(12) En China Internet Information Center, http://www.china.org.cn/english/, 9 de octubre de 2006.

(13) En Danwei, http://www.danwei.org/, 8 de octubre de 2006.

(14) Suri, Sanjai, Un despegue gradual, en IPS, 5 de octubre de 2006.

(15) Despacho de Xinhua, 10 de septiembre de 2006.

(16) Despacho de Xinhua, 25 de septiembre de 2006.

(17) En China Daily, 4 de septiembre de 2006.

(18) Mishra, Pankaj, La nueva izquierda china, en The New York Times, 15 de octubre de 2006.