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La huerta africana de China

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China realiza ya importantes inversiones en producción agrícola en países como Zambia (mandioca), Ghana (caña de azúcar) o Níger (algodón). El gobierno ha habilitado créditos especiales para que las empresas, agrupadas en la red de negocios China-África, puedan llevar a cabo sus inversiones. (Foto: Planta de la mandioca).
 

¿Colonialismo, desarrollo o las dos cosas a la vez? Hasta ahora, la atención de China por el continente africano se había fijado en los recursos energéticos, minerales, materias primas y en el incremento de la influencia política o militar. No obstante, otra variable emerge con fuerza: la búsqueda de la seguridad alimentaria de su inmensa población. Al límite de su capacidad en el territorio nacional, en buena medida, como consecuencia de la destrucción incontrolada de tierras de cultivo causada por el desarrollismo de las últimas décadas y con unas expectativas de urbanización al alza que en los próximos lustros puede reducir varios dígitos la población rural, China ha tomado buena nota de que en África, según estimaciones del Banco Mundial existen 200 millones de hectáreas cultivables, y que, a pesar de ello, los países africanos importan una cuarta parte del total de alimentos que consumen. Por eso, está dispuesta a orientar su capacidad inversora para ponerlas a pleno rendimiento, atendiendo a la capacidad de crecimiento de los mercados domésticos africanos, los bajos costes de los insumos locales (desde la energía a la mano de obra) y la satisfacción de sus crecientes necesidades en materia de alimentos.

China realiza ya importantes inversiones en esta materia en países como Zambia (mandioca), Ghana (caña de azúcar) o Níger (algodón). El gobierno ha habilitado créditos especiales para que las empresas, agrupadas en la red de negocios China-África, puedan llevar a cabo sus inversiones. El liderazgo de este ambicioso proyecto lo ostenta Stanley Ho, el magnate del juego de Macao, titular de la empresa Geocapital, con importantes inversiones en Mozambique (Vale do Zambeze). En la actualidad, China ha “plantado” en África cerca de mil empresas y 90.000 ciudadanos (un 30% de su personal desplazado). El comercio bilateral ha alcanzado en 2006 la cifra récord de 53 billones de dólares, 13 más que en 2005.

Además de las ventajas directas de la producción agrícola en África por sus bajos costes, casi la mitad en que la propia China, dos elementos adicionales se deben tener en cuenta y que importan mucho a las autoridades orientales: la posibilidad de controlar todo el ciclo productivo y la falta de restricciones en cuanto al traslado de su propia mano de obra, que le facilita complementar la floja capacitación del personal local y contribuye a mejorar su formación. En Nanking, capital de Jiangsu, se ha creado recientemente el Centro de Investigación de la Agricultura Africana con el objeto de estimular la cooperación con los países de dicho continente y asesorar al gobierno en esta materia. Por otra parte, el control de la inflación es una de las prioridades del gobierno y en sus subidas influye mucho el precio de los cereales (maíz, soja y trigo), cuyo precio se fija en el mercado internacional. Con las “zonas agrícolas chinas” en África, dispondría de una palanca adicional importante para mantener a raya el coste de la alimentación.

La capacidad de China para transformar la agricultura africana puede suponer una auténtica revolución y un poderoso estimulo en la lucha contra la pobreza. Para Beijing, se trata de un asunto de importancia estratégica vital, y para África una oportunidad para librarse del crónico déficit alimentario. Siempre que se haga bien, claro está. Las autoridades chinas insisten que los intereses y los beneficios son recíprocos.

En lo inmediato, la mayor perjudicada puede ser América Latina, donde la agricultura (la soja de Brasil, por ejemplo) es también una referencia importante de su estrategia de aproximación. No obstante, aquí encuentra poderosos límites (no puede acceder al control absoluto del ciclo productivo ni movilizar libremente sus contingentes de mano de obra). En 2006, las exportaciones de soja de Brasil a China han supuesto 2,4 billones de dólares. En África, las condiciones de producción son similares. Los empresarios brasileños lo saben, aunque han descartado invertir en dicho continente por temor a la inestabilidad política. El flujo comercial de Brasil con China aumentó en 2006 un 32,5%. La reducción de las importaciones de soja puede afectar al saldo bilateral, actualmente positivo para Brasil en 410 millones de dólares. En los últimos dos años, las ventas de Brasil a China aumentaron un 22,9%, frente al 49,2% de las importaciones de productos chinos. El auge del comercio con China ha convertido a Asia, por primera vez en la historia del comercio exterior brasileño, en socio preferente frente a EEUU o la UE.

En 2006, China ha pasado del puesto 17 al 13 en el ranking mundial de países inversores. Su inversión exterior ha aumentado un 32% respecto a 2005, alcanzando la cifra de 16.100 millones de dólares. Según datos hechos públicos el día 15 de enero por el Banco Central, su reserva de divisas en 2006 se incrementó un 30,22%, ascendiendo a 1,06 billones de dólares. Desde febrero pasado, al superar a Japón, se ha convertido en el país con mayores reservas de divisas del mundo. Esa inmensa capacidad, bien aplicada en África, aunque sólo fuera una pequeña parte, en un ámbito escasamente atendido por la inversión occidental, a buen seguro, podría cambiar muchas cosas.