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Promesas malas de cumplir

 Bandera olímpica en Tiananmen Square; clic para aumentar
De cara a los Juegos Olímpicos, al esperado trato más liberal con los medios extranjeros, China opondrá un mayor control interno de todo tipo de movimientos e información, quizás más sutil pero siempre efectivo, especialmente en la red. (Foto: Celebración olímpica en la Plaza de Tiananmen, en Beijing).
 

Ya cada vez más cerca del inicio de los Juegos Olímpicos de Beijing, numerosas organizaciones y entidades internacionales evalúan el nivel alcanzado por China en su compromiso de mejora de los derechos humanos. El balance no es muy alentador, pero pese a la persistencia de numerosos déficit, denuncias y presiones, incluyendo amenazas de boicot del evento ““estas poco relevantes y en términos prácticos menos efectivas”“, sería iluso pensar que pueda producirse un cambio sustancial en la actitud del Gobierno chino al respecto, ya que su posición, también suscrita por otros países asiáticos adeptos del relativismo cultural, si bien no es del todo beligerante con su reconocimiento, sigue, a pies juntillas, un primitivo argumento, el cual prima la satisfacción primero de los derechos económicos y sociales para asumir gradualmente mayores niveles en el orden individual y político. En suma, parece que solo los acomodados pueden aspirar a disfrutar al completo de los derechos humanos. En la sociedad armoniosa del presidente Hu Jintao prevalece de modo excluyente la universalización del derecho a la educación o a la salud, carencias que hoy nutren más seriamente el descontento de las capas sociales más vulnerables del país y menos preocupadas aún de cuanto pueda decirse al respecto de los derechos humanos en el exterior.

China es consciente de que esa actitud perjudica su imagen internacional, pero cuando entra en contradicción con la soberanía y su concepción de la mimada estabilidad, su elección no tiene duda, más cuando algunas dificultades económicas que oscurecen el éxito global de la reforma ““el repunte de la inflación, por ejemplo”“ traen muy malos recuerdos al régimen. Bien es verdad que el gobierno chino ha introducido recientemente algunas medidas importantes, como la revisión y confirmación de las condenas a muerte por parte del Tribunal Supremo del país, lo que llevará sin duda, a una reducción significativa de las ejecuciones, pero no cabe deducir de ello que China se pueda sumar, por ejemplo, a la moratoria internacional promovida en la ONU que rápidamente calificó de “grave interferencia” en los asuntos internos. Cuando el soberano es demasiado indulgente, el pueblo no obedece, dice una de sus máximas milenarias sobre el arte de gobernar. La severidad es parte de la estrategia disuasoria de las autoridades chinas, una política, y que nadie se llame a engaño, respaldada en buena medida por una sociedad que la considera una forma más de resarcimiento del daño.

No es cierto, por otra parte, que nada haya cambiado. Se han producido algunos cambios formales y positivos, pero que evidencian un ritmo que no pocos pueden considerar desesperante por sus escasas consecuencias prácticas. En los estatutos del Partido Comunista de China (PCCh) aprobados en el XVII Congreso celebrado recientemente, por ejemplo, se ha incluido, por primera vez, una mención a los derechos humanos. Teniendo en cuenta que en 1991, es decir, hace 16 años, el Gobierno chino publicó su libro blanco sobre esta cuestión, documento que ya afirmaba la compatibilidad entre los derechos humanos y el socialismo denguista, lo mínimo que puede afirmarse es que han tardado lo suyo. Era el tiempo de resaca de los graves sucesos de 1989 en Tiananmen y aquel libro se concibió como un instrumento de defensa frente a las protestas y sanciones internacionales. Es con Hu Jintao cuando se producen más innovaciones: en 2004, se llevó el concepto a la Constitución; en 2006, se incorporó como uno de los objetivos del plan nacional de desarrollo económico y social, inseparable de la modernización del país.

De cara a los Juegos Olímpicos, al esperado trato más liberal con los medios extranjeros, China opondrá un mayor control interno de todo tipo de movimientos e información, quizás más sutil pero siempre efectivo, especialmente en la red. Tampoco cabe esperar gestos significativos en relación a los defensores de los derechos humanos o de mejora de las condiciones carcelarias, tal y reclaman algunas organizaciones internacionales. Eso si, habrá más cuidado en los procedimientos, incluidos los judiciales, pero sin que de ello se derive innovaciones que puedan perdurar más allá de 2008. Solo sería posible de acometer una progresiva reforma de aspectos básicos del sistema político (por ejemplo, el modelo de administración de justicia), cuestión que no está en la agenda.

Probablemente, el mayor temor de las autoridades chinas se centra en la más que probable reaparición de Falun Gong o en expresiones de protesta de signo nacionalista (ya sea de tibetanos o uigures). A pesar de la dura represión de los últimos años, dichos movimientos subsisten en la clandestinidad y difícilmente dejarán pasar la oportunidad de los JJOO para entrar en escena. El régimen les aguarda desde hace tiempo adoptando considerables medidas preventivas.

Para limar asperezas con el exterior, las autoridades chinas hablarán cada vez más de derechos humanos, al igual que hablan cada vez más de democracia, pero siempre con el propósito de tamizar ambos conceptos, adaptarlos y aplicarlos de forma sustancialmente diferente a como es habitual en la cultura política occidental. No abrigan en ello una vocación especialmente manipuladora, sino que lo consideran una exigencia natural, por eso es fundamental el contacto y el intercambio de ideas.

La multiplicación de diálogos llenos de contenido es la mejor vía para instar acercamientos de posiciones que ayuden a mejorar el reconocimiento efectivo de las libertades públicas en China, pero la proliferación de tensiones económicas, comerciales y estratégicas en el escenario global presagian a corto plazo no pocos perversos desentendimientos que pueden reforzar en Beijing la idea de su utilización como arma arrojadiza o moneda de cambio por parte de los principales actores del sistema internacional. Nada nuevo, pero nada bueno.